Llamadme equidistante. Un amigo me lo llama cuando no le doy la razón y yo contesto, invariablemente, con una de mis frases favoritas: “¡bueno ¿y qué!”
Consciente de que me meto en un patatal entre ofendidos/as y entusiasmados/as, voy a opinar del tema tetas (de Amaral). Empiezo por aceptar una parte de las reacciones causadas y rebatir otras. ¿Es bueno que una mujer enseñe las tetas y no venga la nueva Santa Inquisición a meterla en la cárcel, taparla o cascarle una multa? Sí, lo es, rotundamente. ¿Es revolucionario, valiente, o feminista? No, no le es.
Pero vayamos por partes, porque en este asunto hay bastante tela (equidistante) que cortar.
De revolucionario, en 2023 y en verano, lo que ha hecho Amaral tiene poco. La inventora del toples, mucho antes de que apareciera el monokini, fue Gala Éluard, la mujer de Dalí, que tomaba el sol en Torremolinos con los pechos al aire. Y en 1960 Brigitte Bardot jugaba a quitarse la parte de arriba cuando la perseguían los paparazzi por la modernísima Saint Tropez.
En España fue tan grande el escándalo que en el Diario de Cuenca se leía que “tres periódicos atenienses que publican fotografías con mujeres en monobikinis han sido acusados de atentar a la moral pública”.
Mostrar esa parte del cuerpo entonces se consideraba impúdico, indecente y obsceno. Y eso que antes de Gala y la Bardot, Josephine Baker llevaba, desde los locos años veinte, bailando semidesnuda con unos plátanos por toda vestimenta.
Ahora, y desde hace tiempo, en playas y piscinas, llevar únicamente la parte de abajo del biquini es lo más normal del mundo.
NI VALIENTE NI FEMINISTA
¿Es un acto de valentía? Tampoco. Valiente fue Mahsa Amini, la joven de 22 años detenida en Teherán por no llevar bien colocado el hiyab. Mahsa no salió viva de las dependencias policiales donde la llevó la llamada «policía del decoro». Valientes son también las miles de mujeres que salieron a las calles y las plazas de Irán para protestar por esa y otras muertes, que se produjeron durante lo que sí fue una verdadera revolución, de la que, por cierto, se habla infinitamente menos que del inocente destape de Amaral.
De defender la libertad de Amaral a elevarla a icono feminista y líder de la sororidad va un abismo.
¿Feminista? Pues siento decirlo, pero creo que tampoco. Ser feminista es conocer y defender la agenda reivindicativa, una agenda clara y concisa, y luchar, para empezar y por poner un ejemplo, para que a las mujeres no nos maten por serlo, echando el freno a los que sostienen que todas las violencias son iguales. Porque no, no son ni parecidas, no es lo mismo morir en el tiroteo de un atraco que asesinada por la pareja o el ex.
Dicho esto, apoyo a Amaral y su libertad para enseñar lo que le plazca y por las razones que le parezcan justas. Pero de ahí a elevarla a icono feminista y líder de la sororidad va un abismo. El mismo que separa el arte maravilloso, original e innovador de Frida Khalo, de su experiencia vital de mujer sometida a un hombre menos valioso que ella, que la ninguneaba y engañaba.
A mí, lo que verdaderamente me sorprende es que a estas alturas causen tanto revuelo unos pechos femeninos. Se ve que algunos pasean poco por la playa, que no han tenido que soportar que un señor te eche la bronca y te llame descocada, pese a haberte escondido en un rincón del tren para dar de mamar a tu hija, o que no recuerden lo de las activistas que se manifestaron frente al obispo Munilla con la cara tapada y el torso desafiante.
Y una cosa más, prefiero el pecho de Amaral al de Vaquerizo. Más aún, y aunque me espante, incluso prefiero a Vaquerizo desnudo que cubierto con una camiseta de la legión o que luzca impreso el Una, Grande y Libre.
Para libres, mejor que sean dos (tetas).
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).
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