jueves, 25 abril, 2024
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Anita la Sainte, a flor de piel

Para esta artista cacereña, una de las más internacionales de los tatuadores españoles, el tatuaje, como el amor, es cosa de dos

Los delicados, elegantes, bellos, originales y realistas tatuajes de Ana, lucen en la piel de personas de todo el mundo. Ana Belén López, Anita la Sainte en su prestigio de tatuadora, es tal vez la más internacional de los artistas españoles que realizan sus obras en el soporte de la piel humana, un arte ancestral del que se han encontrado pruebas -como la momia de Ötzi- con más de 5.000 años de antigüedad. Ahora Ana se trasladará a Nueva York con Marie Marc, su pareja, para trabajar en el nuevo local de Stefano Alcántara, una leyenda viva del tatuaje.

¿Qué tienen en común la momia de Ötzi y Angelina Jolie? ¿Y Melendi y Amunet, sacerdotisa de la diosa egipcia Hathor? Desconocemos si el “Hombre de hielo” era tan bello como Angelina, o si la sacerdotisa poseía las dotes cantoras de Melendi, hasta ahí no ha llegado la ciencia, pero sí sabemos algo: todas estas personas tienen el cuerpo tatuado.


Ha tatuado en Montpellier -donde reside habitualmente-, Roma, Australia, Miami, Lisboa, Nueva York…, ciudad a la que ahora vuelve.


El tatuaje es algo muy antiguo, frecuente y universal. Ötzi, el ser humano “más viejo” de Europa hallado entero, datado allá por el 3.255 antes de Cristo, tenía 77 dibujos repartidos por su piel.

Y la pasión por pintar el cuerpo se ha mantenido, bien como adorno, como terapia, como protección, o a veces incluso como estigma. Hoy es un arte más y a él se dedican verdaderos creadores.

Ana Belén López, conocida internacionalmente como Anita la Sainte en el mundo del tatuaje, es una de los mejores tatuadores que existen. Sus delicados dibujos, realistas, elegantes y bellos, se reparten por todo el globo. Aquí va su historia.

Flores sobre una cicatriz, que así se convierte en un hermoso lienzo, una fotografía que ya nunca se borrará, un animal que evoca el alma salvaje que nos habita… Anita se centra en la piel, habla con ella y reproduce algo más que un dibujo:

«Me encanta establecer una conexión única con mis clientes. Ellos confían en mí para crear una historia personal en su piel y eso lo considero un gran privilegio”.

Ana tiene un interesante e intenso recorrido desde Cáceres, su lugar de nacimiento, hasta su última aventura en Roma, hace escasamente unas semanas, donde fue invitada por otro tatuador, algo frecuente entre ellos, y de donde salió pitando hasta Montpellier, su residencia actual, por el recrudecimiento de la pandemia. Ahora está pendiente de un nuevo trabajo en Nueva York.

Estudió en la Escuela de Arte de Mérida, y pinta de maravilla, pero inició su carrera como tatuadora muy lejos de allí. Su especialidad es el tatuaje floral y el micro realismo; su sello, unos diseños marcadamente femeninos, muy detallistas, junto a una forma completamente personal de ejecutarlos.

Antes de pintar en los cuerpos con precisión de miniaturista, fue diseñadora y escenógrafa. Cambió los grandes formatos de pintura, por pequeñas obras de arte en tinta. Plasma sobre la piel de sus clientes, con agujas del grosor de un pelo, piezas únicas de un impresionante realismo y elegancia. Gracias a su estilo peculiar, Ana, y su forma de tatuar empiezan a ser referente a nivel mundial.

Ana y Marie, su compañera, una pareja muy linda. MARIE MARC
Ana y Marie, su compañera, una pareja muy linda. MARIE MARC

DOS ARTISTAS

Ana recorre el mundo con su pareja y compañera de proyecto: “Somos un equipo”. En la maleta la máquina de tatuar y la cámara de fotos de Marie Marc. Pero, como pasa muchas veces, la verdadera vocación nace de la casualidad y al principio tatuar no le gustaba:

“Desde los 18 años conocía a tatuadores y me animaban a empezar, pero no me atraía lo de trabajar con gente, y tampoco el tema de la sangre, entonces no tenía interés para mí esa forma de expresarme. En una ocasión me fui a Lanzarote de vacaciones, me enamoré de la isla y me quedé una larga temporada. Trabajé decorando locales y acabé en un hotel de alto standig que tenía un teatro para niños, donde se hacían espectáculos de una temática distinta cada día, podían ser desde las olimpiadas hasta la Bella y la Bestia. Yo me encargaba de todo, recreando en madera o cartón el escenario”.


“Tatuar la piel de alguien con un dibujo mío es un privilegio para mí”.


Ana conocía a Marie, su pareja, desde que ésta vino a Cáceres de Erasmus. Primero fueron amigas y de la amistad nació el amor: “Me fui a Australia con ella y allí nos quedamos un año. Yo quería dedicarme a los decorados teatrales, pero no conseguía muchos encargos, por la traba del inglés. Marie vio un anuncio de un tatuador, fui, le decoré el local, le gusté y me fui de aprendiz con él. No era gran cosa como tatuador, pero me abrió los ojos y además me compró una máquina, de manera que pusimos un anuncio con fotos de mis cuadros y ofreciendo tatuajes gratis, eso fue por la noche y por la mañana tenía 55 peticiones… Y ahí comencé. Yo no esperaba que se me diera tan bien, es muy complicado tatuar, al principio me desilusionaba porque no alcanzaba la misma perfección que en mis dibujos, pero cada vez lo dominaba mejor”.

De Australia saltaron a Francia, el país de Marie, y allí “esa locomotora”, como la define Ana, buscó en una bolsa de trabajo y otra vez el destino:

“Me llamaron de Miami, nos fuimos, pero no me gustaba cómo trabajaba el tatuador, ni el ambiente que se movía en torno a ese mundo”.

Un día, paseando en bici ella y Marie, cruzaron delante del local de uno de los grandes, Stefano Alcántara, cuenta Ana: “Y yo, que tengo mucha cara, y como en español tengo bastante capacidad seductora, le caí bien y empecé al día siguiente. Me encargaba de los tatuajes pequeños y rápidos, pero mis compañeros hacían maravillas. Había tatuajes cuya ejecución duraba ocho horas y yo allí, pegada, observando. Ese fue mi momento de abrir los ojos, les dije a algunas amigas que me dejaran probar y me di cuenta que se me daba bien, porque es una técnica complicada, controlar la tensión de la piel…, el peso de la máquina…; se necesita mucha práctica. Y de ahí, a Lisboa, yo quería trabajar con tatuadores que me gustaban y así estuve un año, hasta que abrí mi propio estudio”

Ana es una de las mejores tatuadores del mundo. MARIE MARC
Ana es una de las mejores tatuadores del mundo. MARIE MARC

POR EL MUNDO

Dos años en Portugal y de nuevo a Francia, de donde piensan saltar a EEUU. El dueño del estudio de Miami abre local en Nueva York y han vuelto a contactar. Ana, feliz y sorprendida, le preguntó:

“Pero cómo me quieres a mí, cuando tenerme es un problema por la situación actual y por el visado, y me contestó que “hay buenos artistas, sí, pero no tantas buenas personas, y tú eres las dos cosas”. ¿Uff! -resopla Ana- eso me ha encantado”.

A mí, que soy de una época en la que un tatuaje era casi un anatema, me sorprenden la belleza de sus creaciones y el interés que despiertan en la actualidad:

“Creo –me explica Ana- que Stefano Alcántara, una leyenda en esta industria, es uno de los impulsores de que el tatuaje se haya convertido en arte, él lo ha situado en otro nivel. Antes se hacían con línea gorda. Ahora, con unas máquinas que empezaron a usarse hace cinco o seis años y con las que se puede tener más precisión, es posible elaborar dibujos muy minuciosos, con más definición. Una máquina normal vibra mucho y para hacer trabajos delicados no servía. Se necesita mucha fuerza en la mano para controlar esa vibración y es muy difícil, pero muy atractivo. Imagina lo duro que es sostenerla firmemente y trazar las líneas con mi especialidad de línea fina, que llego a usar agujas de 0,08 milímetros de grosor, cuando lo normal es a partir de 0,35. Pero soy así de friki –ríe-. Ahora el tatuaje es elegante, hay verdaderos artistas”.

¿Y no es arriesgado tatuarte y que luego te arrepientas y no puedas borrarlo?:

“Yo tatúo a la profundidad adecuada y así el dibujo no se expande. Además, hago un seguimiento, observo cómo evoluciona, y veo por la experiencia que tiende a desaparecer con los años, pero no mancha, se desvanece y si el cliente quiere se puede retocar. Y no como antes, que la tinta se fundía con la piel y con el tiempo quedaba horroroso. Antes de empezar, no me gustaba, pero ahora lo considero un honor. Mi trabajo es muy delicado y tengo mucha clientela que nunca jamás pensó en hacerse un tatuaje. Me siento a gusto con mis diseños, me encantan las flores. Hay tatuadores que se especializan en una cosa, pero yo disfruto con todo, flores, micro realismo, que es un tipo de tatuaje que se llama contemporáneo”.

Los trabajos de Ana rayan en la perfección. MARIE MARC
Los trabajos de Ana rayan en la perfección. MARIE MARC

SENTIMIENTOS Y TATUAJES

¿Y los sentimientos tienen algo que ver con los tatuajes?

“Tengo bastantes clientes con tatuajes de mucha carga sentimental. Por ejemplo, un chico al que tatué una piña. La quería porque llevaba diez años con una enfermedad en la piel que le surgió muy joven, una especie de eccema. Por casualidad vio un reportaje de algo similar que se curaba con piña y, en su desesperación, tras pasar por todo tipo de médicos, empezó a tomar piña y mejoró”.

Todo es posible con esta artista. MARIE MARC
Todo es posible con esta artista. MARIE MARC

Ana se emociona con el recuerdo de una señora con cáncer terminal:

“Me trajo a su hija de 18 años. Mis tatuajes son caros y yo noté que eran de un pueblo perdido de Portugal, con pocas posibilidades económicas. Le pregunté y me contestó que quería hacerle un regalo a su hija para que la recordara toda la vida… ¡tremendo!” O el caso de una pareja que quiso la fotografía de un perro que se les había muerto, ambos lloraron durante el proceso. También le hice uno a un chico, una representación de su exnovia abrazando un esqueleto. Lo quería porque había tenido un accidente y había pasado un año en el hospital. Yo era reacia a hacerlo, me parecía muy fuerte, pero me convenció porque durante su convalecencia la novia le había abandonado y él se sintió morir”.

Ana podría escribir un libro con todas las vivencias que ha acumulado dibujando sobre los cuerpos de sus clientes, quizá lo haga, pero, de momento seguirá recorriendo el mundo junto a su compañera Marie y sintiendo como un privilegio su trabajo:

“Para mí es un honor pintar un diseño en la piel de alguien y que alguien lleve un dibujo mío en su piel. No es lo mismo que un cuadro, que lo puedes descolgar si te aburre; el dibujo en el cuerpo, no; es algo más profundo”.

Y tiene razón. Un tatuaje perdura en el tiempo. La momia de Ötzi, cinco mil años después de quedar sepultaba bajo el hielo de Los Alpes, lo atestigua.

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).

SOBRE LA AUTORA

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