El aburrimiento ocasional es una sensación normal, nada hay de patológico en aburrirse un poco y de vez en cuando. Otra cosa es sentir el aburrimiento como una forma de vivir, llevar una vida aburrida o permanecer aburrido todo el tiempo. Eso sí que es preocupante y, en ocasiones, grave. Siguiendo con este diccionario de la locura que nos hemos propuesto escribir (una forma también de no aburrirse), y con esta premisa, continuaremos hasta el final del proyecto si el cerebro no nos abandona y responde. Recogemos aquí el diagnóstico y la descripción del aburrimiento por parte de algunas de las personalidades más destacadas de la humanidad, que tampoco estaban exentas del aburrimiento.
El tedio, el aburrimiento, son algunas de las numerosas formas de llamar a la presentación reactiva al medio de la vitalidad. Se siente miedo a quedarse solo consigo mismo, es su miedo, donde falta la serenidad, el desconocimiento de su propia existencia, y ya no tenemos con quien disimular. El remordimiento, el autojuicio nos invade, somos incapaces de pensar, invadiéndonos un sentimiento de invalidez, de no ser capaz de hacer nada sin el auxilio ajeno; los terrores de la infancia nos envuelven, pero ya no somos niños.
La persona aburrida está como paralizada por el miedo, intenta defenderse con mil trucos que no le sirven. Los hombres y las mujeres llenos del egoísmo más vil son los más fáciles que lleguen al aburrimiento, a la patología del tedio. Un hombre aburrido es igual a un hombre que no es capaz de resistir el propio y espontáneo miedo a su íntima nadedad (Mira y López).
Pedro Caba reconoce dos tipos de aburrimiento: el fundamental y el cotidiano. La obra de Torrente Ballester en el Quijote como juego, tema inagotable: es el juego entre la diversión y la realidad, como salida del aburrimiento.
LA ENFERMEDAD DE NUESTRO TIEMPO
Juan Antonio Vallejo-Nájera en su libro de divulgación Ante la depresión, recoge un apartado sobre “El aburrimiento como enfermedad”, y llega a decir que el aburrimiento es la enfermedad de nuestro tiempo.
Existe un ensayo sobre Psicología del aburrimiento de Wilhelm Josef Revers, donde se explica que el aburrimiento es un fenómeno moderno, occidental, que no tiene traducción en otras lenguas. De hecho, el aburrimiento no tiene cabida en los textos de la especialidad, tanto en psicología como en psiquiatría, raros son los que lo citan. Esa acedia de la Edad Media, de Juan Casiano, no era más que una apatía, coloreada con la ética.
La persona aburrida está como paralizada por el miedo, intenta defenderse con mil trucos que no le sirven.
O la pasividad enfermiza de Francisco Petrarca. O la enfermedad de Werther, ese gozador panteísta, un desertor del mundo, que Goethe supo explicar como una enfermedad de toda una generación: el dulce extenuamiento.
El aburrimiento sigue la senda de los siglos, y nos encontramos con el dulce y terrible ennui de Flaubert: «No tengo más que un inmenso, insaciable deseo, un terrible ennui y un constante bostezo».
EN LA VIDA Y EN LA LITERATURA
De forma machacona vuelve el aburrimiento a salir en la vida o en los temas literarios de todas las épocas. Charles Baudelaire, a pesar de su canto al opio o al vino, considera que «no saber nada, no aprender nada, no querer nada, no sentir nada, dormir y después volver a dormir; este es hoy mi único deseo, un deseo infame, repulsivo, pero sincero».
Puede ser lo que un médico danés, que no cita Miguel Sánchez, lo llama el síndrome del silbido o síndrome de tanto esperar tanto, con cuyo título celebramos un libro suyo. «Todo el mundo dice que la vida es corta, breve, que dura un instante, pero todo el mundo afirma que se aburre, que no sabe qué hacer ni cómo pasar el tiempo y parece fatigado de tener que hacer todos los papeles de las aleluyas para matar el rato».
Lo señala con gracia Josep Pla, aunque no tenga ni pizca de gracia, en El cuaderno gris.
Chateaubriand lo sintió, y lo describe magníficamente: «Estaba abrumado, dice, por una superabundancia de vida. Me faltaba algo, para llenar el vacío de mi existencia. Habitamos, con un corazón pleno, un mundo vacío y, sin haber probado nada, estamos desengañados de todo».
El aburrimiento no tiene cabida en los textos de la psicología y la psiquiatría, raros son los que lo citan.
Sánchez Robles vuelve a nuestra consideración literaria con La tristeza del barro, se aburre y nos lo cuenta así: «Nacemos y nos vamos aburriendo. Nos parieron y aún estamos aquí, escuchando en las radios estúpidas palabras preparadas, viendo siempre la tele, la idiotez de la tele, la tontería crónica de la televisión. Llueve. Me aburro haciendo nada y en los intervalos de las pastillas me desespero a bocanadas […] El mundo tiene ahora el brillo y la belleza de los metales ortopédicos. Ya no sabe a muchacha y a futuro de especie, ya no sabe a lo que tiene que saber un mundo. La vida se nos ha ido infestando de alegrías bastardas que se pudren siempre unos minutos más tarde […] Todo comienza cuando uno se levanta cada día con hambre de belleza, exigiéndole morfina a los sucesos, pidiéndole a la vida que te dé más de lo que hay. Entonces comienzas a no saber muy bien qué hacer, te desorientas, te deprimes, vas a la deriva, sientes que amanecen para solamente anochecer, avanzas inclinado, te duele cómo pasa el tiempo. Todo eso va por dentro… «.
EL PRINCIPIO Y EL ABURRIMIENTO
En el principio era el aburrimiento, dice Soren Kierkegaard, y con esta frase comienza su investigación: «nada me excita, nada siento, nada me interesa, nada me agrada».
El tedio lo invade todo: «el que huye del aburrimiento abandona su ciudad por la residencia en otra, de allí se va al extranjero, a un extraño continente, y espera en el futuro viajar de estrella en estrella. Come primero en porcelana, después en plata, después en oro […] Al principio se aburrían los dioses. Entonces crearon al hombre. Después se aburría Adán. Se le puso Eva al lado. Después se aburrieron Adán y Eva en familia; por último, la humanidad en masa, y cuando fue construida la torre de Babilonia, el aburrimiento era ya tan grande como la alta torre».
Decía mi amigo Tomás, funcionario de prisiones, que en la cárcel el aburrimiento es terrible, ese tiempo largo es peor que la falta de libertad; explicación al caso y con motivo del encarcelamiento de un célebre deportista pasado a conde.
Según Shopenhauer, que coincide con la idea de mi amigo escritor: «el aburrimiento se aplica en el sistema penitenciario de Filadelfia como medio de castigo, y con ello se demuestra que es más terrible que cualquier otro género de desesperación; así que un gran número de penados prefiere el suicidio al aburrimiento».
Edmond de Goncourt escribe sobre el aburrimiento y su curación (recogido por Parellada): «Uno se pregunta por qué se continúa viviendo y para qué sirve el mañana. Todo nos hiere, todo nos contraría los nervios: lo que vemos, lo que oímos… Nos parece vivir en un mundo de aburridos. […] El tedio no existe para las gentes que tienen una ocupación de cerebro incesante y múltiple. Solamente se aburren los desocupados. Es buena y sana esta vida activa, ajetreada, sin disponer ni de un minuto para sí. Entonces no queda lugar para el tedio, ni para los pensamientos negros».
Camilo José Cela en su obra Garito de hospicianos, tiene un capítulo dedicado a «El esplen de lord Berners», donde de una forma divertida explica el tan celebrado, en otro tiempo, esplen inglés, la tenue gripe de las almas: «Lord Berners, criador de reses bravas, ha muerto de splen, la enfermedad que mataba a los ingleses cuando los ingleses, a fuerza de tenerlo todo, se aburrían de todo menos de dominar el mundo, de beber té y de despreciar a sus compatriotas: tres lujos de rico que no se suelen llevar con dignidad en la indigencia. […] Lord Berners se murió sin saber lo que quería, que es sin duda una bella manera de morir. Vivir sin saber por qué se vive es la penitencia que nos acarreó el primer pecado […] Descanse en paz nuestro lord Berners, lujosa flor de nervio, hombre enfermo de melancolía, de incertidumbre y de irresolución».
Finalmente, Alonso Fernández de Avellaneda, en El Quijote de Avellaneda, recoge la explicación del ocioso que hace don Quijote a Sancho:
«-Hijo Sancho, bien sabes o has leído que la ociosidad es madre y principio de todos los vicios, y que el hombre ocioso está dispuesto para pensar cualquier mal, y pensándolo, ponerlo por obra, y que el diablo de ordinario acomete y vence fácilmente a los ociosos, porque hace como el cazador, que no tira a las aves mientras que las ve andar volando, porque entonces sería la caza incierta y dificultosa, sino que aguarda a que se asienten en algún puesto, y viéndolas ociosas, estira y las mata».
¿No te has aburrido, lector? Vale. Perfecto. Ahora te toca…
(Blas Curado es psiquiatra, escritor, Académico de la Ilustre Academia de Ciencias de la Salud Ramón y Cajal, y Premio Dr. Gómez Ulla).
SOBRE EL AUTOR
Blas Curado García, prestigioso psiquiatra, articulista y escritor
El ilustre psiquiatra Blas Curado, Premio Doctor Gómez Ulla 2019 a la Excelencia Sanitaria
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