Llamadme rarita, y/o algo peor, porque bien segura estoy de que este articulillo me costará más críticas que si fuera Hitler y acabara de subir aquí un video torturando gatitos. Este año, y por primera vez, una mujer se ha enfundado la armadura parachoques, las cintas de color y la máscara diabólica del Jarramplas (Piornal, Extremadura) y ha recibido, sonriente, feliz y complacida, los proyectiles vegetales de sus vecinos, y ¡SORPRESA¡, las redes se han explayado en alabanzas por su hazaña, como si someterse a una tormenta de nabos veloces (25 toneladas o más) fuera una conquista a reseñar en los anales de la lucha feminista, equivalente a la consecución del voto, el levantamiento de las 20.000, o el premio Nobel de Marie Curie. ¿Estamos tontas o qué?
Llamadme rarita, y/o algo peor, porque bien segura estoy, que este articulillo me costará más críticas que si fuera Hitler y acabara de subir aquí un video torturando gatitos.
Y sé por qué lo digo. Ya un jefe mío de la tele, cuando le preguntaban desde donde le llegaban las presiones más potentes, ¿instituciones, partidos políticos, empresarios? “Nada de eso -respondía textualmente-, de multitud de señoras exigiéndome que vayamos a grabar las fiestas de su pueblo. Siempre con el mismo argumento, las suyas son las más bonitas”.
Hay fiestas que asemejan infiernos sociales y que mejor sería que cayeran en el olvido.
Y como, según alguna rama de la psicología afirma, el odio es el sentimiento más puro que existe, porque va libre de segundas intenciones u otros elementos que lo empañen, lo voy a decir claramente y me echaré a la espalda las consecuencias: hay fiestas que asemejan infiernos sociales y que mejor sería que cayeran en el olvido. Por desgracia la lista es larga, pero hoy voy a centrarme en una, el Jarramplas.
Se celebra en Piornal, provincia de Cáceres, los días 19 y 20 de enero. Es uno de los festejos más singulares (eso no lo discuto) de la región, y puede que de todo el país. Coincidiendo con la celebración de San Sebastián, un penitente vestido con un vistoso (eso tampoco lo discuto) traje de cintas multicolores y una, cómo diría yo… impenetrable y misteriosa máscara cónica, recorre las calles del pueblo tocando el tamboril, en medio de una lluvia de nabos (sí, nabos) que le arrojan los asistentes. Esta peculiar forma de divertirse ha hecho necesario que el Jarramplas, se proteja, bajo el traje de colores, con una armadura de fibra de vidrio para amortiguar los impactos de esta crujiente y humilde hortaliza.
El espectáculo dura lo que el protagonista aguante. Cuanto más tiempo resista el bombardeo, mayor será el orgullo de la persona encargada de representarlo, y más anécdotas tendrá que contar en Twitter, mientras se repone del palizón.
EL BIEN Y EL MAL
El origen de esta costumbre se diluye en un mar de posibles explicaciones. Básicamente es el enfrentamiento entre el bien y el mal. El mal, personificado en la figura del Jarramplas, que podría ser un ladrón de ganado, un judío lapidado por cristianos (o el caso contrario, un “mártir” al que los judíos mataron por no renegar del cristianismo); o podría ser también la representación del martirio de San Sebastián, el castigo que Hércules infligió a Caco, ciertas costumbres de los indios americanos, reminiscencias de una mascarada de invierno enmarcada en las Saturnales, la representación de la peste negra de 1347, e incluso un reo de la Inquisición o un guerrero cristiano repudiado por traidor al pasarse a las tropas árabes.
El Jarramplas encarna a un pobre desgraciado que, en el imaginario popular, recibe un justo castigo, ejemplarizando el triunfo de la luz sobre las sombras.
En definitiva, el Jarramplas encarna a un pobre desgraciado que, en el imaginario popular, recibe un justo castigo, ejemplarizando el triunfo de la luz sobre las sombras. El mal es el Jarramplas y el bien, los amables ciudadanos que se ceban con él lanzándole, ojo al dato, alrededor de unos 25.000 o 30.000 kilos de nabos. Bajo su indumentaria de duro vidrio y alegres colorines, el Jarramplas circula por las calles atestadas de gente, para cumplir su penitencia hasta que claudica. Cuando ya no soporta tanto golpe (porque esa es otra, sus convecinos no lanzan los nabos flojamente, ni cocidos y flácidos, sino duros como piedras y tiesos por el frío), entonces el elegido levanta las manos y el personal abandona la lapidación. Manos arriba, nabos al suelo, dirían en el salvaje oeste.
Para los piornalegos es un orgullo convertirse en Jarramplas, muestra de ello es la lista de peticiones, que creo que está completa hasta el 2037.
Y aquí quería yo llegar, y disculpad el largo preámbulo, resulta que este año y por primera vez, una mujer se ha enfundado la armadura parachoques, las cintas de color y la máscara diabólica y ha recibido, sonriente, feliz y complacida, los proyectiles vegetales de sus vecinos, y ¡SORPRESA¡, las redes se han explayado en alabanzas por su hazaña, como si someterse a una tormenta de nabos veloces fuera una conquista a reseñar en los anales de la lucha feminista, equivalente a la consecución del voto, el levantamiento de las 20.000, o el premio Nobel de Marie Curie. ¿Estamos tontas o qué?
No veo nada interesante ni heroico, ni productivo, ni que merezca mínimamente la pena, en conseguir un hueco femenino en esa fiesta patriarcal y cruel. Me parece que aspirar a ser Jarramplas es tener menos luces que una barca de contrabando, seas hombre o mujer. Por mí, se pueden quedar con el honor ellos en exclusiva. De modo que, concluyo, llamadme rarita, pero no me tiréis ningún nabo.
LAPIDACIÓN… PERO CON NABOS
PD.- En mi descargo añado que Piornal es un pueblo precioso del Valle del Jerte, denominado el techo de Extremadura. Un lugar idóneo para la práctica del turismo astronómico por ser el pueblo más alto de la región y por su escasa contaminación lumínica. Es el enclave perfecto para explorar la sierra de Gredos y transitar los bellos caminos de la de Tormantos, pero, lo advierto, mejor en cualquier fecha que no sean los días del Jarramplas.
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).