Llamadme influencer y contestaré rauda y veloz, tanto como cuando a Lola Flores le preguntaron si sabía hablar inglés y ella contestó con aquella famosa frase. «No lo quiera dios», replicó la Faraona con esa gracia que le sobraba y de la que andan tan escasos o escasas miles, !qué digo! millones, de esas personas autodenominadas influencers, que se dedican a hacer extravagancias para mostrar en las redes. El último, un señor que se siente perro y se ha transfigurado en uno, al bonito precio, eso sí, de 15.000 euros.
Alucino estos días de verano con los últimos percances en esa línea atrabiliaria de los llamados influencers. Un señor se ha hecho confeccionar en Zeppet un traje de perro, concretamente de border collie, para que lo saquen a pasear con collar y correa. No me atrevo a juzgar si el buen hombre/chucho, (no menciono su nombre por no darle alas, además de hocico), está un poco pallá, pero sí que me parecen poco normales los medios llamados serios de este país, que solo hacen hincapié en lo caro que ha salido el disfraz, 15.000 euros, sin entrar en el fondo de la cuestión, o sea la memez supina.
A las críticas, que haberlas haylas, el border responde que seguirá paseando lo que le de la gana, porque es su sueño desde que era un cachorro, así que ahí le tendremos, haciendo cucamonas con el rabo y oliendo culos mientras no se asfixie (ojo, no por el aroma de esto último, si no por lo abrigado del traje).
Transespecismo se llama el futuro ese que ya tenemos encima de «soy lo que quiero ser, aunque no lo sea».
Peor es el caso de un cantante, performance y activista, tampoco diré el nombre, que no se ha conformado con un disfraz sino que se ha operado para ponerse unas aletas en la cabeza. El artista dice no sentirse 100% humano y por eso se implantó lo que él define como aletas, pero que más bien parecen unos cascos. Desde que las tiene se siente: «más conectado a los peces que antes, pero eso no quiere decir que me sienta un pez».
A ver, que no se siente pez, pero sí siente que está «explorando mi identidad de especie y con eso rompiendo con la identidad humana que se me dio al nacer».
Transespecismo se llama, el futuro ese que ya tenemos encima de que «soy lo que quiero ser, aunque no lo sea».
PELIGRO DE MUERTE
Lo peor de todo es el peligro mortal que los influencers corren muchas veces. Por ejemplo, dos de estos «tontencers» han muerto recientemente por llevar al extremo sus ansias de protagonismo. Uno ha caído desde el piso 68º de una torre de Hong Kong, dónde se había encaramado burlando a los seguratas del edificio, para darse el gusto del selfi.
El otro se plantó delante de las cataratas de Arasinagundi, en la India, en plan «El caminante sobre el mar de nubes», de Caspar David Friedrich, pero dio un pequeño traspiés y se lo tragó la corriente.
A ambos les han dado muchos likes, pero no tendrán posibilidad de disfrutarlos.
Decía Groucho Marx, «no me interesa la posteridad, ¿qué ha hecho la posteridad por mí?” Pues más que por estos muchachos, Groucho, mucho más. Descansen en paz.
Y para la posteridad queda, al menos para esos medios a los que aludía antes, la futbolista marroquí que ha conseguido que su majestad la FIFA le permita jugar el mundial con hiyab y medias tupidas. La autoriza la misma FIFA que antes lo prohibió por considerarlo peligroso para la salud de las jugadoras. Me pregunto, ¿han descubierto alguna vacuna, o les importa una mierda la salud de las mujeres?
Un hito, dicen los titulares. Compite tapadita porque quiere, en libertad total, oye, que el patriarcado y sus siglos y siglos de soberanía absoluta no tienen nada que ver.
Como decía mi padre en tiempos de Franco, «hay libertad religiosa, cada uno va a misa a la hora que le da la gana».
Pues eso, las medias, de Calzedonia o de Intimissi, lo que ella prefiera.
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).
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