Este verano diferente, el más atípico desde hace muchas décadas, tampoco puede ser una estación baldía o carente de experiencias. Las encuestas dicen que un alto porcentaje de españoles no veraneará ni viajará fuera de España este año. La pandemia, el temor al contagio, por un lado, y el golpe económico que ha supuesto para muchas familias, por otro, han hecho desistir a la mayoría de tomar grandes vacaciones o de realizar viajes largos. Pero eso no quiere decir que no existan mil opciones de disfrutar sin salir de nuestras fronteras y sin un gasto inasumible. España ofrece incontables posibilidades de disfrutar. Una de ellas es Cáceres, una ciudad maravillosa, sin ir más lejos.
Cáceres.-
Cien días en «estado de alarma», expresión que hasta el 14 de marzo solo habíamos oído en las películas, nos han enseñado algunas cosas. Como casi todo el mundo, yo pisé la calle lo estrictamente necesario para sobrevivir, durante las semanas más duras del confinamiento, pero en la primera ocasión que salí por fin a pasear, corrí a la Plaza Mayor de Cáceres, para contemplar, emocionada, uno de esos atardeceres dorados que mi ciudad ofrece gratuita y generosamente. Y ese día estaba más hermosa que nunca. La luna se asomaba por encima de la torre del Bujaco y parecía celebrar la vida. Ya que este verano la incertidumbre planea sobre los grandes o típicos destinos vacacionales, quedan dos estupendas opciones: hacer turismo cercano o retomar con nuevos ojos nuestro entorno. Y Cáceres es un destino perfecto en ambos casos.
Este verano tenemos dos estupendas opciones: hacer turismo cercano o retomar con nuevos ojos nuestro entorno habitual.
Vivo en Cáceres desde hace años, pero aún me sorprende su belleza, que admiro como si la descubriera cada día. Suelo pasear con frecuencia por la Ciudad Monumental, donde sus piedras centenarias dan sombra en el tremendo calor del verano extremeño, relucen plateadas con la lluvia, acogen protectoras durante las peores jornadas del invierno y se tiñen de matices diversos en primavera y otoño, pero, en cualquier estación o circunstancia, recorrerlas es un placer. Fascina a cada hora del día o de la noche, con luz o en sombras, a solas o en compañía.
La primera vez que me aventuré, en esta mal llamada nueva normalidad, más allá de los 100 metros permitidos para sacar al perro, su grandiosidad me golpeó con toda su potencia y casi me brotaron las lágrimas. Cáceres, el lugar en el que recalé tras una infancia y juventud nómadas, no sólo es sencillamente majestuosa, es una ciudad prendida en el tiempo, ensimismada en su encanto, abierta al visitante, grandiosa y discreta a la par.
La primera vez que me aventuré, en esta mal llamada nueva normalidad, su grandiosidad me golpeó con toda su potencia y casi me brotaron las lágrimas.
OTRA ÉPOCA
Dicho está hasta la saciedad: se cruza el Arco de la Estrella y se aterriza en otra época, sin necesidad de montar en el DeLorean de Regreso al Futuro. Cualquiera de los guías que la enseñan podrá desvelarte sus secretos y mostrarte sus rincones, infinitamente mejor que pueda hacerlo yo en este artículo. Adoro escucharlos, oír la leyenda cruel de la Casa del Mono, escudriñar los muros renacentistas de lo que ahora es el Obispado, para descubrir alguna inscripción de un picapedrero con dislexia o escuchar el retumbar de mis pasos bajo la torre redonda del Palacio de Carvajal, en cuyo jardín crece, enferma y fantástica en su deformidad, una higuera de más de 400 años.
En el palacio construido en honor de Isabel de Moctezuma, mujer a la que casaron seis veces, considerada la madre del mestizaje para la historia benévola, pero utilizada como moneda de cambio en la contienda, me agarro a su brazo invisible y me dejo acompañar por su presencia, mientras me rindo ante su pasado trágico, seis veces esposa de conveniencia y capricho para Hernán Cortés, con el que tuvo una hija, que Isabel rechazó siempre, y su padre nunca quiso reconocer. Desamor y abandono, los mismos sentimientos que enlazan a esta princesa azteca con otra figura histórica, La Malinche, una traidora según su pueblo, y traicionada ella también por Hernán. La Malinche, rebautizada Doña Marina, fue pieza clave en la meteórica carrera del mujeriego conquistador de México, para ser finalmente despechada y olvidada.
Se cruza el Arco de la Estrella y se aterriza en otra época, sin necesidad de montar en el DeLorean de Regreso al Futuro.
Hoy, después de estos extraños meses que marcarán nuestra existencia, sus cuitas se me antojan tan actuales como cercanas.
MUJERES
El barrio guarda también los recuerdos de otros personajes no tan ilustres, pero igualmente interesantes, como Petra Pérez “La Penosa”, que se enroló en una compañía teatral y fue recogiendo aplausos desde Valladolid a Lisboa. Cuentan que no sabía leer, pero que tenía tal memoria que, con escuchar una sola vez de boca de algún compañero su papel, podía recitarlo de pe a pa. O Florencia Galeano, apodada “La número ciento”, que tuvo peor suerte, curiosamente, por ser guapa. La rondaron decenas de pretendientes y eligió a uno de su condición, pero puso sus ojos en ella un marqués que la acosó a serenatas, consiguiendo, primero, que la dejara su novio y que las malas lenguas se cebaran con ella, después. Dicen que murió de pena. Su llanto acompaña mis pasos y por primera vez, quizá a consecuencia del confinamiento, me creo, tanto que un fantasma femenino habita en la casa museo árabe Yussuf al Burch, como que Isabel la Católica desmochó las torres cacereñas para castigar a los nobles que apoyaron a su rival, La Beltraneja, o que una princesa mora, convertida en gallina, suspira eternamente su mal de amores.
Hay un palacio construido en honor de Isabel de Moctezuma, mujer a la que casaron seis veces, considerada la madre del mestizaje, pero utilizada como moneda de cambio en la contienda.
Sin pretenderlo, este reportaje se me ha llenado de mujeres. Me alegra, porque Cáceres es mucho más que unas piedras doradas al atardecer, que un recinto medieval perfectamente conservado y considerado uno de los mejores de Europa, o que una ciudad Patrimonio de la Humanidad, o uno de los enclaves más importantes del arte rupestre de la Península Ibérica, la cueva de Maltravieso, que alberga unas pinturas de al menos 66.700 años de antigüedad.
La ciudad es, también, la sede del museo creado por otra mujer, la coleccionista Helga de Alvear, un referente del arte contemporáneo y la vanguardia. Pasado y futuro, unidos en una ciudad que puede convertirse en punto de partida para explorar una región soberbia. Cáceres es un paseo por el tiempo y el espacio, y os espera, nos espera, plácida, repleta de historia, leyenda, teatro y música.
Aprovechemos la pausa que nos proporciona la inseguridad actual. Miremos con ojos de extranjero nuestro país, nuestra comunidad, nuestra localidad. Cáceres está a dos pasos, fijemos la vista en ella como si fuera una antigua amante, y sorprenderá de nuevo a quienes ya se enamoraron de ella y dejará sin voz a los que la conozcan por primera vez.
De su gastronomía no hablo, mejor prueben y disfruten.
(Reportaje fotográfico de la autora).
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).
SOBRE LA AUTORA
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