sábado, 27 abril, 2024
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Una española, entre las primeras baterías del mundo

Elisa Zarcero Mora tocaba ya la batería en un grupo profesional extremeño en los años 40

Se considera a Viola Smith y Moe Tucker las primeras mujeres del mundo que tocaron la batería de forma profesional en una banda. Viola, con sus hermanas, en una orquesta de señoritas. Moe en la mítica The Velvet Underground. Viola nació en Wisconsin en 1912, Moe en Nueva York en 1944. Entre aquellas pioneras hay, al menos, una española y extremeña, que fue la primera en nuestro país. Elisa Zarcero Mora vio la luz en 1935 en Peñalsordo (Badajoz), y ya tocaba la batería en un grupo a finales de los 40, a la par que Viola y antes que Moe. Su sobrina Elisa Blázquez Zarcero, periodista y compañera de PROPRONEWS, nos cuenta en exclusiva su maravillosa historia.

Elisa es una mujer guapa, elegante. En el trascurso de la entrevista, cuenta chascarrillos y ríe, ríe mucho, unas veces, divertida, otras, nerviosa, las más, emocionada con los recuerdos, pero siempre alegre y pizpireta. Coqueta, cuando posa para la cámara corre antes al espejo a atusarse el cabello y pintarse los labios, acto seguido sonríe y mira, de frente y confiada, al objetivo. Tiene 82 espléndidos años y hacía 60 que no se sentaba delante de un instrumento como el que utilizaba cuando, apenas con 14 recorría, los pueblos de La Siberia Extremeña, en plena postguerra. Ahora lo ha hecho de nuevo, para PROPRONEWS.


«Los Zarcero» era el grupo musical familiar con el que ella tocó en la posguerra.


Y cuando se planta ante una flamante batería último modelo para evocar viejos tiempos, exclama entusiasmada:

– ¡Qué preciosidad!, es mucho más bonita que la mía y tiene piezas que ni sé lo qué son.

Pide unas baquetas y en la tienda Acordes de Cáceres, donde nos han prestado el atrezo para las fotos y a cuyos dueños agradecemos su colaboración, alguien apunta: «¡Anda, dice baquetas! Los muchachos de ahora las llaman palillos».

La historia de los hermanos músicos de mi madre, Los Zarcero, era recordada en la familia, pero ha sido gracias a un trabajo de antropología realizado por Nuria Gómez Carmona para la Universidad de Extremadura, cuando he valorado en su verdadera dimensión la interesante vida de mi tía.

LA PEQUEÑA DE SEIS

Elisa es la más pequeña de los 6 hijos que tuvieron mis abuelos Crisanta y Quico. Yo soy su sobrina, hija de Laura, la segunda en orden de edad. Me llamo como ella, y ella bautizó a una hija con el nombre de mi madre, Laura.

Los lazos entre la familia han sido siempre muy fuertes. Cuando yo era pequeña, abuelos, tíos y primos pasábamos los veranos en una huerta que ahora reposa bajo las aguas del pantano del Zújar. Nadábamos en el río, jugábamos a dar vueltas empujando la noria, por la noche contábamos cuentos y dormíamos al fresco en jergones de paja. Lo pasábamos genial.

Pero eso fue mucho después. En los años a los que me remonto para contar parte de la historia de mi tía Elisa, sus padres, mis abuelos, regentaban una fonda donde se alojaban los viajeros de paso. Por allí recalaron, entre otros muchos, Dolores Ibárruri, La Pasionaria, y Margarita Nelken. Quico, que tenía lo que entonces se llamaba un «coche al punto», acompañó a ambas políticas en sus mítines por la comarca. Crisanta, una mujer muy adelantada a su tiempo, apoyó a Margarita Nelken en su lucha por conseguir el voto femenino y también tuvo su pizca de celos de la diputada.

– Y algo de razón tendría -dice Elisa-, mi padre era un hombre muy guapo e interesante; claro que mi madre no se quedaba atrás. Creo -añade con guasa- que es la única persona que conozco que se ha leído entero el Quijote.

Tocando con sus hermanos en los años 40.
Tocando con sus hermanos en los años 40.

Eran tiempos felices y prósperos para la familia, pero la Guerra Civil hizo que lo perdieran casi todo. Fueron significados socialistas y eso les pasó factura. En su propia vivienda estuvo ubicada mucho tiempo la Casa del Pueblo de la UGT. Por eso Ángel, su hermano mayor, y su padre fueron detenidos y encerrados durante un largo período en un campo de concentración, y a punto de ser ejecutados:

– Primero, en Castuera, y luego se los llevaron a Mérida, donde fusilaron a medio centenar.

Una circunstancia los libró de una muerte segura. Ángel escribía a máquina con soltura y rapidez, y estando prisionero realizó trabajos administrativos. Además, el responsable del campo se había alojado en la fonda familiar antes de la contienda e incluso utilizó el coche «al punto», y fue siempre benevolente con ellos.

DEL HORROR, A LA MÚSICA

La historia de mi familia la fui conociendo a retazos y daría para una novela. Mi abuela me contó una vez que, estando prisioneros en Castuera su marido y su hijo, ella y otras mujeres del pueblo en su misma situación decidieron recabar noticias y se fueron andando. Caminaron durante horas para cubrir los cincuenta kilómetros de distancia. Llegaron un amanecer y decidieron descansar antes de iniciar las gestiones para intentar ver a sus familiares, de modo que se recostaron al lado de una cerca procurando dormir un poco. Oyeron ruidos, se agazaparon atemorizadas, y escondidas, pudieron ver cómo llegaba un camión y descargaba a un grupo de hombres que fueron obligados a cavar una gran fosa. Luego los tirotearon y arrojaron los cuerpos al hoyo. Fueron momentos de miedo y gran dolor. Las mujeres, ocultas a cierta distancia, no sabían si aquellos hombres eran los suyos, si habían contemplado sin querer el asesinato de un ser querido.

Libres, por las carambolas de la vida, la familia se instala inicialmente en Almadén. Allí Ángel aprendió solfeo y fue clarinete de la banda. Él enseñó a los demás hermanos, Juan, Abilio y Elisa. Luego regresaron al pueblo:

Peñalsordo era un lugar pequeño y perdido, muy castigado por la contienda –rememora Elisa-. El campo, su principal medio de vida, quedó arrasado. Fueron años de hambre y miedo. Los maquis huidos a la sierra rondaban los alrededores. Los hombres temían salir a las huertas, porque llegaban ellos y les robaban. Si denunciaban a los maquis corrían peligro y si callaban, eran detenidos por los nacionales. Era una época oscura, fea y triste.

Para que no salieran al campo, la madre les anima a formar un grupo musical. Ángel y Abilio tocaban el saxo, Juan la trompeta y Elisa, que se incorpora más tarde, la batería, cuyo bombo, con el nombre artístico de «Los Zarcero», decoró ella misma pintando (la pintura es otra de sus aficiones) un paisaje marino.

– Abilio –dice Elisa- era un figura. Se bajaba a tocar entre el público y se metía a la gente en el bolsillo. Ángel, más técnico y muy serio y estricto con nosotros, pero un grandísimo músico y un hermano entregado. Juan era muy divertido, un auténtico showman.

La tradición musical les venía de familia. El padre tocaba la guitarra, y Crisanta, cuando falleció su madre siendo ella muy niña, creció con su padre viudo y sus tres hermanos varones, que la criaron y mimaron casi en exceso.


Cambió una previsible carrera de éxito como cantante por una vida sencilla que le ha dado la felicidad.


– Mi madre, Crisanta estaba muy consentida, de tal forma que se le antojó un acordeón y su padre se lo compró y le enseñaba a tocarlo por las noches, cuando volvía harto de trabajar en el campo. Ella ponía el puchero por la mañana, como era la costumbre del pueblo, y poco importaba si se quemaba o el guiso quedaba duro; su padre y sus hermanos se lo comían tan a gusto, diciendo ¡qué rico!

MADRID, PEÑALSORDO, BARCELONA, PEÑALSORDO

Elisa había empezado a cantar en el colegio con su maestra, pero es con doce años cuando se inicia en el estudio de la música. Aprende algo de piano, pero Ángel descarta la idea porque lo considera poco útil, un capricho de señoritas y dispone que sea la batería, para incorporarla al conjunto familiar.

Ante la evidencia de sus dotes, su madre decide llevarla a Madrid para que se forme profesionalmente. En la capital recibe clases de solfeo y de baile en la academia de León y Quiroga, donde estudiaba también la hermana de Lola Flores y allí cantó la jovencísima Elisa, en exclusiva, una canción de Augusto Algueró, «Chata, chatilla».

Ricardo Freire, el compositor de «Doce Cascabeles» quiso llevarla de gira:

– Estaba yo ensayando –recuerda Elisa – y entró un señor y le preguntó algo al maestro, que le dijo: espérate que oigas a esta chica. Y empecé a cantar «Doce cascabeles». Entonces yo tenía mucha voz…., la dominaba como quería…, ahora no puedo ni empezar porque se me va para todos los lados; incluso me da vergüenza cantar, porque me acuerdo como lo hacía entonces y me entran hasta ganas de llorar. Este señor escuchó y, cuando acabé, mi maestro le preguntó ¿Qué te parece? Y él: ¿pero de dónde saca esa voz? Yo era entonces muy delgadita, muy poquita cosa… El señor era Ricardo Freire, el compositor de «Doce cascabeles», y dijo: si esta chica hubiera cantado mi canción en vez del necio que la cantó, así lo dijo, el necio.

También conoció a Sacha Guitry, actor y director de cine. La gloria parecía rondarle, pero empezó a sentir miedo de aquella vida, enfermó y abandonó la idea de ser artista, para volver a su casa.

En el pueblo pasa una larga temporada y se recupera, pero el empeño de su madre, consciente de su talento, es que siga formándose en una carrera musical. La inscriben en un concurso radiofónico, el mismo que lanzó a Antonio Molina, «Fiesta en el Aire«, pero Elisa sufrió un desmayo el día de la actuación y nuevamente las esperanzas familiares chocaron con sus reparos para ser artista.

Otra temporada en el pueblo, tocando con sus hermanos, y otro nuevo intento; esta vez marcha con Juan a Barcelona. Solían salir juntos.

– Me llevaba de bares, al baile. Dejó a todas sus novias para estar conmigo.

En una ocasión, en un bar, Juan llevaba la guitarra y comenzó a tocar, ella le acompañó cantando. Cerca se encontraba un hombre que los escuchaba muy atento y ahí surge otra carambola: dio la casualidad que era un profesor de música que había llegado a Barcelona hacía unos meses, tras un tiempo exiliado en Francia. Se ofreció para darle clases gratuitamente; la prepararía y le presentaría a gente de ese mundo. A ella no le apetecía, tenía poca ambición por ser artista, pero durante un tiempo lo hizo, dos veces por semana. Un día, el profesor le contó que tenía un gran capital económico, y que al exiliarse, su hermana se lo había apropiado, pero que lo había recuperado ahora, a su regreso. Le propuso matrimonio. Tenía cincuenta y dos años y se encontraba enfermo. Quería nombrarla su heredera, para que ella pudiera seguir estudiando y costearse una carrera artística sin pedir favores a nadie. Muy disgustada, se lo contó a su casera, a la que le pareció una idea nada desdeñable: «Chica, no seas tonta, que con ese viejo te compras otro nuevo…, si es verdad que tiene tanto dinero como dice». Pero después de esta oferta Elisa se negó rotundamente a seguir con las clases.

Renunció a una carrera como artista para vivir una vida sencilla y feliz. E. BLÁZQUEZ
Renunció a una carrera como artista para vivir una vida sencilla y feliz. E. BLÁZQUEZ

El jefe de su hermano, primo de Raquel Meller, y su mujer la conocieron un día y decidieron impulsarla. Se entusiasman con su voz y la animan a que se inscriba en el Conservatorio del Liceo. Ella se trasladó a vivir a su casa y le buscan una profesora particular con la que también practicaba Victoria de los Ángeles. Otra vez un futuro de fama parecía rondar la vida de Elisa, pero nuevamente la enfermedad hace su aparición. Estuvo ingresada ocho meses en un hospital, con lo que le diagnosticaron como Mal de Pott. Restablecida por completo, no quiso seguir en Barcelona y abandona la idea de ser artista. Definitivamente, era una vida que no quería.

SU ÚLTIMA ACTUACIÓN

Sigue pensando igual tantos años después. Podía haber llegado lejos, conseguido fama y dinero, viajes por el mundo, hoteles lujosos, grandes romances, pero no se arrepiente de su vida tal y como ha derivado. Casada con Luis, que se enamoró de ella nada más verla, son una pareja feliz, rodeados de sus hijos y nietos. Uno de sus hijos canta en Día X menos 60, un grupo de pop punk con reminiscencias de los 80 y letras que giran en torno a la ciencia ficción, el cine de serie B, el terror y los comics. Intento sonsacarle su opinión al respecto y contesta con picardía:

– No opino. Un día me lo preguntó él y le dije: …bueno, hijo, tienes mucho ritmo.

Su nieto mayor tiene dieciséis años, toca la guitarra y a la abuela se le cae la baba con él.

Su carácter abierto alegre y vital demuestra que la fama no es importante y que una existencia sencilla, tal y como ella eligió, es tan plena como otra vivida de cara al público. Y es que, se reafirma, disfrutaba actuando en la Orquesta Zarcero, le gustaba percibir el cariño del público y el entusiasmo que despertaban, pero fuera de su entorno no le parecía tan divertido. Sonríe al evocar los viejos tiempos.

– Era feliz, tocando con mis hermanos por los pueblos de alrededor, pero no quería estar lejos de mi tierra y de los míos.

La última vez que cantó en público fue en Guadalmez, durante las fiestas patronales. Habían contratado para la ocasión a una orquesta de Madrid y a Los Zarcero. El grupo forastero lo integraban tres chicas.

– Eran muy guapas, muy sofisticadas, vestidas de negro, todo muy original para el mundo rural, donde el negro era símbolo de luto y tristeza. Una tocaba el clarinete, otra el violín y otra el saxofón. Mis hermanos estaban en un salón y ellas, enfrente. Había que cruzar la calle para ir a uno y a otro. Tocaban mis hermanos y la gente se iba con ellos. Tocaban ellas y la gente acudía a oírlas; se combinaban. Los músicos se llevaban bien, pero a Los Zarcero no les había pasado nunca que la gente se saliera mientras actuaban. Y Juan le dijo al mayor; ¡Ángel, yo voy a por la Elisa!”.

Ella ya había dejado para entonces de tocar y cantar con el grupo. Estaba cosiendo cuando su hermano se presentó con la moto, para buscarla. La convenció. La orquesta femenina triunfaba y andaban desconcertados. Al día siguiente subió al escenario y el local se puso a reventar:

– Acudieron en masa. La gente no bailaba; se quedaba parada, escuchándome. Mi preparación en Barcelona había rendido algún fruto, había aprendido a vocalizar y para entonces dominaba mucho mejor la voz, Canté los tres días de las fiestas. Se había corrido la noticia por todos los pueblos y acudía muchísima gente. Fue muy emocionante.

Elisa y sus hermanos, Ángel, Juan y Abilio, los hijos de Quico y Crisanta, pasearon su música por unos lugares castigados por la postguerra, el miedo y la escasez. Viajaban en mulos, a veces divisando lobos hambrientos demasiado cerca. Recorrían kilómetros por caminos abruptos y solitarios, cargados y haciendo equilibrios con los instrumentos. Pero tenían una hermosa recompensa, llenaban las verbenas, las bodas y las fiestas de gente ansiosa por disfrutar de la vida. Personas que, por un rato, olvidaban, al son de una habanera o un pasodoble, la dura época que les deparó el destino. Representaban la alegría en tiempos difíciles.

Elisa, con su sobrina Elisa, la autora de este reportaje, cuando era una niña.
Elisa, con su sobrina Elisa, la autora de este reportaje, cuando era una niña.

Aquella actuación en Guadalmez (Ciudad Real) fue el final de la carrera artística de Elisa, cantante y también una de las primeras baterías del mundo. Aún se la recuerda.

Y ahora, a sus 82 años, la artista ha accedido a posar a la batería y a cantar para los lectores de PROPRONEWS. Gracias de corazón.

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora)

 

(PROPRONEWS agradece su colaboración a la tienda de instrumentos musicales ACORDES, de Cáceres).

UN HIJO DE ELISA EN «DÍA X MENOS 60»

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