sábado, 20 abril, 2024
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20 años del 11-S: nuestra compañera Elisa Blázquez estaba allí cuando ocurrió

Nuestra reportera vivió in situ los atentados que cambiaron la historia y cubrió la noticia para TVE en Washington, Pittsburg y Nueva York

«Todos los años por estas fechas recuerdo el 11-S porque lo viví allí. Me encontraba en Washington, en un hotel próximo a la Casa Blanca, cuando sucedieron los atentados. Era mi último día de estancia, que tuve que prolongar ante el cierre de los aeropuertos. Ese cierre impidió también que mi empresa, TVE, pudiera mandar refuerzos inmediatamente, así que al enterarse de que yo estaba allí casualmente, tiraron de mí. Rápidamente me dirigí a donde había caído el cuarto avión, el único que no consiguió cumplir su objetivo terrorista». Este es el testimonio en primera persona de nuestra compañera Elisa Blázquez, que estaba en EE.UU. cuando ocurrieron los hechos.

Washington, Pittsburg, Nueva York.-

Para mí aquel viaje fue como un capítulo de Expediente X, mi serie favorita por aquellos tiempos. Tuvimos que rastrear por granjas perdidas, alguno de cuyos dueños nos recibió al más puro estilo peliculero, con la escopeta en las manos.


Cuando Elisa regresaba llegó Letizia Ortiz, entonces reportera de Televisión Española.


Después estuve en Nueva York haciendo lo que me mandaba el jefe, que se sorprendía de mi rapidez. Le repetí muchas veces lo de que los periodistas de provincias -yo trabajaba entonces como periodista de TVE en Cáceres- valemos para todo, axioma en el que sigo creyendo firmemente. Una noticia es una noticia siempre y hay que tratarla con el mismo respeto si afecta a dos, a dos mil o a doscientos millones de personas.

Y eso hice. Y estando haciéndolo, un buen día apareció por la redacción Vicente Romero, del Área de Internacional de RTVE, que creo recordar que estaba en Canadá y vino por tierra, igual que otro compañero, Vicente Díaz, que andaba por Miami. Y por último, cuando por fin abrieron el espacio aéreo, llegó Letizia Ortiz, con la que no llegué a cruzarme.

Elisa Blázquez en Nueva York el 11-S, informando del atentado.
Elisa Blázquez en Nueva York el 11-S, informando del atentado.

Tiempo después, ante el anuncio de su boda con el príncipe Felipe, un amigo me dijo: “Ah, pues si ella va a ser reina, tú serás emperatriz, que llegaste antes”. Desde entonces la llamamos mi sustituta, en broma, broma que siempre, cuando llegan estas fechas recuerdo, lo mismo que reconozco que soy una periodista con suerte, cómo suelo decir en broma también: “No necesito buscar las noticias, las noticias vienen a mí”.

JUNTO A LA CASA BLANCA

Aquella mañana yo me encontraba saboreando una magdalena rellena de nueces, pensando que la comida americana no es tan mala como dicen. O, al menos, los desayunos del Crowne Plaza, a cinco minutos de la Casa Blanca, eran deliciosos. Varias calles más abajo, una veintena de chavales extremeños pasaban en autobús muy cerca del Pentágono, en lo que se preveía como un magnífico día de excursión tras unas primeras jornadas con las familias que les acogían en sus hogares. Todo incluido en el plan de estudios que patrocinaba la Caja de Ahorros de Extremadura y organizaba la empresa SHE Herencia.


“El cierre de los aeropuertos impidió que TVE pudiera mandar refuerzos inmediatamente, así que al enterarse de que yo estaba allí, tiraron de mí”.


A Teresa y a mí, las dos periodistas que ese año había invitado la Caja para conocer de cerca uno de los programas estrella de su Obra Social, nos quedaba solo un día de estancia en EEUU. Ya habíamos estado con los chicos cuando fueron recibidos por sus padres y hermanos adoptivos. Visitamos también el instituto que iba a ser suyo durante su estancia en el país, y, por lo que respectaba a nosotras, teníamos resuelto el cupo cultural con un exhaustivo recorrido por los museos de Washington, además de llevar atrapadas en colores las fotos típicas con el Capitolio al fondo, con la Casa Blanca al fondo y con el Monumento a los Caídos en Vietnam al fondo. Sólo nos quedaba aprovechar las últimas horas para hacer compras, que para algo estábamos en el paraíso del consumo. Así que apuré la excelente magdalena y fui a cepillarme los dientes y darme un poco de colorete, lista para atracar la tarjeta de crédito.

UN AVIÓN SE DESVÍA

En el cielo, justo por encima de nuestras cabezas, el vuelo 93 de la United Flight, un Boeing 757, desviaba bruscamente su ruta tras la decisión dramática y heroica de sus pasajeros de presentar batalla a los secuestradores, que pretendían estrellarse contra la residencia del presidente. Pero eso lo supimos luego.

El Pentágono, después del ataque. FBI
El Pentágono, después del ataque. FBI

Cuando instantes después bajé, el apacible bar del hotel era un hervidero. Camareros, mozos y clientes se arremolinaban frente al pequeño televisor que ofrecía la imagen de una de las Torres Gemelas coronada de humo negro. Efrén, un colombiano que nos había cogido cariño, se lamentaba: «no, si alguna vez tenía que pasar… Esos locos de las avionetas tarde o temprano acabarían provocando un accidente”. En ese momento, una nube de fuego surgió de la segunda torre. El locutor perdió los nervios y empezó a lanzar exclamaciones. Los espectadores nos mirábamos sorprendidos. La imagen que emitía la CNN se desdobló y en el margen derecho de la pantalla apareció un nuevo titular: “Fire Mall of Washington”. Salimos a la calle. El Mall, la zona ajardinada de la capital de EEUU donde se concentran casi todos los atractivos turísticos, estaba a un cuarto de hora y queríamos ver qué ocurría.

CAOS EN LAS INMENSAS AVENIDAS

Apenas habíamos andado unos pasos cuando las inmensas avenidas empezaron a llenarse de camiones de bomberos, de coches de policía, de empleados que huían apresurados de sus oficinas. Algunos lloraban. Las versiones contradictorias circulaban de boca en boca, ajenas a la realidad: «una amenaza de bomba en el Capitolio, una explosión en el Pentágono». Estábamos en el centro mismo de la noticia y no alcanzábamos a averiguar lo que sucedía. Mientras, se organizaba un caos inimaginable en aquellas enormes calles de cinco carriles.


“Tuvimos que rastrear el lugar donde cayó el cuarto avión por granjas perdidas, alguno de cuyos dueños nos recibió al más puro estilo peliculero, con la escopeta en las manos”.


Los bomberos atendían a los ciudadanos que se desmayaban, presos de la histeria. Cintas amarillas acordonaron la Casa Blanca y el Ministerio de Defensa, y las posibilidades de saber qué pasaba se limitaban a la televisión y a la radio. Dos horas más tarde conseguimos hablar con Viqui Arechaga, la directora de SHE Herencia en EE.UU. Pegada al auricular escuché sus palabras y entendí la dimensión exacta del suceso.

Si todos los viajes son siempre un rito iniciático, si como dice José Saramago, “los viajes no acaban nunca, porque pueden prolongarse en la memoria, en el recuerdo, en los relatos”, este marcaría para siempre mi vida y la de los estudiantes que, gracias a sus buenas notas, habían conseguido una beca de la Caja de Ahorros, veinte de los cuales rodaban cerca del Pentágono aquella mañana histórica. Ahora, nos dijo Viqui, estaban sanos y salvos en casa.

Nuestra colaboradora, en el lugar donde cayó el cuarto avión, con Juan Silva, el cámara chileno.
Nuestra colaboradora, en el lugar donde cayó el cuarto avión, con Juan Silva, el cámara chileno.

Los acontecimientos se desencadenaron de forma rápida e imprevista para mí. Hasta esa noche no conseguí establecer contacto con mi familia ni con mi empresa. Los primeros aguardaban intranquilos junto al teléfono; los segundos, también.

A TRABAJAR

Desde la redacción central de TVE en Madrid, recibí el encargo de apoyar a los corresponsales en EEUU, a la espera de que se desbloquearan los aeropuertos y pudieran mandar refuerzos. Con mi precario conocimiento del inglés y mi amplio bagaje profesional como periodista de provincias, me metí en una limusina con Nelson, un chófer uruguayo, y con Juan Silva, un camarógrafo chileno, rumbo a Pittsburg, en pleno corazón de la América rural.


“La ciudad de los rascacielos parecía una aldea oscura y triste”.


Atravesamos durante horas inmensos bosques y preguntamos en granjas perdidas, hasta encontrar el punto donde se había precipitado el vuelo cuyo objetivo era acabar con George Bush, muy cerca de una urbanización de lujo, que se escapó por los pelos de ser arrasada. Y en torno al gigantesco agujero producido por el impacto del avión, más cinta amarilla, mucha policía, el Ejército de Salvación y un revuelo de periodistas, cámaras, unidades móviles y enlaces por satélite.

Allí nos encontrábamos cuando apareció la caja negra del aparato, y con esa noticia viajamos a Nueva York, cruzando de nuevo la exuberante vegetación.


“Soy una periodista con suerte: no necesito buscar las noticias, las noticias vienen a mí”.


Era madrugada cuando llegamos. Nelson, vecino del barrio de Queens, neoyorkino de corazón, suspiraba echando de menos la silueta de las Torres Gemelas. Orgulloso de la ciudad que le acogió veinte años antes, me llevó a Broadway para que viera las luces, pero no estaban encendidas. La ciudad de los rascacielos parecía una aldea oscura y triste.

AL DÍA SIGUIENTE LLOVIÓ

Al día siguiente llovió. Con un paraguas de dos dólares recorrí las calles, me asomé a la catedral de San Patricio, donde se oficiaba un funeral-homenaje, el primero de una larga lista, a las víctimas, y fui hasta el límite de la zona cero, donde escuché horrorizada que los bomberos se rotulaban en los brazos, en las piernas y en el torso, su número de la Seguridad Social, por si morían entre los escombros y encontraban solo parte de sus restos. Un olor ácido, desagradable y una neblina grisácea envolvían el espíritu y el ambiente.

Elisa Blázquez, en uno de los escenarios de los dramáticos acontecimientos.
Elisa Blázquez, en uno de los escenarios de los dramáticos acontecimientos.

Esa densidad victoriosa de los americanos había quedado atrapada en la incertidumbre más profunda. Y allí en medio me encontraba yo, una periodista de provincias, como espectadora de excepción y pensando que a veces la vida hace unos guiños extraños. Regresé a la delegación de TVE y los recuerdos más inmediatos me asaltaron: un país poderoso, una ciudad depredada, la emoción de saberme poseedora de uno de los oficios más bellos del mundo, la capacidad del ser humano para encontrar personas queridas en medio de tanta desgracia: Viqui, su marido John, Nelson, Juan Silva…

Miré hacia lo alto y no dudé que algún día volvería a ese lugar, sumido ahora en el drama, pero con la magia y la capacidad suficiente para encontrar de nuevo la luz.

Manifestación de alegría ante la Casa Blanca, que fue objetivo terrorista frustrado, por la muerte de Bin Laden en 2011. TVE
Manifestación de alegría ante la Casa Blanca, que fue objetivo terrorista frustrado, por la muerte de Bin Laden en 2011. TVE

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).

SOBRE LA AUTORA

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