Esta vez podéis llamarme lo que os dé la gana y os quedaréis cortos. Triste, indignada, furibunda, engañada, desesperada, ofendida, y cualquier otro adjetivo que indique el estado lamentable en el que me deja la noticia, no por previsible y esperada menos dolorosa y cruel, de que ese ser, que proclamaba amar a sus hijas, las ha matado y arrojado al mar, encerradas en bolsas y atadas a un lastre para que no las encontrasen, con el único propósito de atormentar a su expareja y madre de las niñas.
Eso se llama alevosía, y no, ese hombre no está loco, no lo ha hecho en un arrebato, ni porque padezca una enfermedad mental o una depresión postparto. Ha sido un acto infame, premeditado y calculado, para infligir el mayor daño posible a su ex mujer y madre de sus hijas, a la que un día dijo amar también, confundiendo claramente lo que es solo deseo de posesión y control.
No sabemos aún si estará vivo y todo el cuidadoso montaje ha sido para cubrir su huida, o si después de los asesinatos, decidió suicidarse, para no responder ante la justicia. Y tampoco sé qué es lo que hay que hacer para acabar con esta lacra que arrasa con nosotras, las mujeres, y con nuestros hijos.
Pero sí sé que dejar libre al Cigala y que salga de comisaría como quien viene de juerga, o que la Cruz Roja fiche a Plácido Domingo para recaudar un dinero que irá destinado, dicen, a las personas vulnerables, obviando que él, el gran tenor, confesó haber acosado a mujeres vulnerables precisamente, y que, en el colmo de la complicidad, el público le aplauda antes, siquiera, de empezar a cantar, (lo que demuestra que está perdonado), son situaciones que tienen mucha culpa.
Las mujeres no importamos, somos víctimas de tercera categoría.
Las mujeres no importamos, somos víctimas de tercera categoría. Donde se ponga un tenor baboso, un pintor maltratador, un poeta violador, un productor de cine proxeneta, o un príncipe putero, que se quiten…, que nos quitemos, las mujeres.
Para rematar la faena patriarcal y delirante, hoy mismo, ingresa en un centro de inserción, Juana Rivas, que cumplirá dos años de encierro por esconderse con sus hijos, ante el temor de que les ocurriera lo mismo que a las niñas de Tenerife.
Y tantos y tantos casos de sentencias surrealistas contra las mujeres, opiniones vergonzosas y obscenas de tertulianos, o el oremus de ese partido, de cuyo nombre no quiero acordarme, repitiendo que no existe la violencia machista, boicoteando, actos de homenaje a las víctimas, o emborronando murales de luchadoras por la igualdad.
Esto se llama blanquear la violencia contra las mujeres. De nada vale que hoy miles de personas se rasguen las vestiduras o pidan ejecución, prisión permanente o que le corten los huevos al asesino, si mañana todo estará olvidado e, incluso, muchos se comprarán un disco de Plácido.
Esto es una plaga y hay que acabar con ella.
Lo estamos haciendo mal.
Ojalá que este aldabonazo nos abra definitivamente los ojos y sirva para encontrar una solución, actuando directamente contra la violencia estructural, de la que el asesinato constituye solo la punta del iceberg. El resto, lo que deriva en la más horrible brutalidad, se gesta oculto y en silencio, bajo las aguas tranquilas de una sociedad indolente.
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).