“La transición política en Extremadura-Antecedentes históricos y conflictos” es la última obra publicada del historiador, académico y escritor Feliciano Correa Gamero, uno de los principales intelectuales extremeños y españoles del momento. Su obra, tanto en libros como en incontables artículos en algunos de los principales medios españoles, y su dilatada trayectoria como servidor público, profesor, escritor e historiador, se caracterizan por la hondura, la coherencia y una aguda visión política, social e histórica. Firme defensor de la Transición Española y de su valioso fruto, la actual democracia, Feliciano correa no solo ha hecho importantes aportaciones personales a ese proceso, sino que, además, ha dado y da fe de él de una manera rigurosa. Su último libro se convierte en una aportación indispensable para interpretar certeramente las últimas cinco décadas de Extremadura y de España.
Badajoz, Extremadura.-
Conozco a Feliciano Correa Gamero desde hace más de cincuenta años y desde entonces ha crecido entre nosotros una hermosa amistad basada en la recíproca bonhomía, en la coincidencia en los criterios democráticos básicos por encima de cualquier diferencia ideológica, en la coherencia con los propios principios, en el amor a España y a Extremadura, en la defensa de nuestra democracia y en el libre pensamiento.
Cuando pasan esos años que en la juventud creemos que no terminarán nunca, el tiempo se convierte en la mejor medida para evaluar a las personas que conocemos. Algunos experimentan cambios tan radicales que al final resultan irreconocibles. Otros, en cambio, moldean su figura perfeccionándola hasta convertirse en seres mucho mejores de lo que incluso pudimos vislumbrar que eran al principio. Ser al tiempo un gran intelectual y una gran persona desprovista de esa soberbia absurda que exhiben algunos, es perfectamente posible. Feliciano Correa es prototipo de una clase de ser humano-puerto en cuyos muelles -humanos, creativos, literarios, filosóficos, amistosos, lúdicos- puedes atracar tu barco en todo momento, y eso es una suerte, un descanso y un consuelo en los tiempos que corren.
Feliciano Correa es uno de los intelectuales más lúcidos de la España actual.
La finura de su pensamiento y de su trato tienen una base de humildad de origen y de solidez de hombre hecho a sí mismo -esa desnuda aristocracia de la propia valía cuyo blasón es el talento y la honradez-, con una inmensa formación multidisciplinar coronada con su doctorado en Historia Moderna y Contemporánea, bagaje académico que, junto a su fascinante experiencia vital, le permite afrontar con éxito retos como el de su último libro que aquí comentamos.
EL POLÍTICO QUE NO QUISO SER
Como servidor público Feliciano Correa destacó a finales de las décadas de los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado, tiempo en el que, vinculado a UCD -él siempre ha estado en el centro, como tantos españoles cuya masa crítica impide el escoramiento de nuestro país hacia alguno de los extremos cuando parece que estamos al borde del precipicio-, parecía que iniciaba una prometedora carrera política. Nombrado delegado provincial del Ministerio de Cultura en Badajoz, no duró demasiado en el cargo, porque su coherencia le llevó a dimitir por serias discrepancias con el departamento. Que sepamos, fue uno de los primeros políticos españoles que practicó la dimisión como muralla de integridad frente a los que tratan de torcer principios e imponer sus ruedas de molino. De haberse plegado, de haber aceptado lo inaceptable, no tengo duda de que Feliciano, con su juventud, su empuje, su formación y su sutileza, habría llegado a lo más alto de la carrera política. A cambio de eso ha llegado a lo más alto de la trayectoria humana que cabe en un hombre.
“En España necesitamos recuperar la concordia perdida”
Hay además en él otra faceta admirable, su vitalidad y su capacidad de amar, que, vista desde una óptica miope, podría confundirse con frivolidad. Nada más lejos de su realidad humana. Esa vitalidad le ha permitido llegar a los 82 años de su edad con el corazón intacto, la capacidad de trabajo de siempre, la inocencia y el desapego propios de los seres imposibles de corromper y la estampa de un chaval.
Feliciano Correa está orgulloso de muchas cosas -y tiene motivos para ello-, pero de lo que más satisfecho se siente es de sus ocho hijos, habidos en dos matrimonios. De ellos habla siempre maravillas, y tiene motivos. Los ocho han alcanzado el grado de licenciado o de doctor en universidades españolas y extranjeras, y todos ellos tienen un buen trabajo. Cada uno de los ocho habla varios idiomas y entre ellos tenemos -con reconocidas trayectorias incluso internacionales- a un virtuoso del violín y director de orquesta, una bailarina de ballet clásico, un periodista, juristas, economistas, empresarios y hasta destacados funcionarios de las instituciones europeos o de la Interpol. Y de sus hijos tiene trece nietos, o sea, veintiún descendientes directos en total. Es decir, la fertilidad y la fecundidad de Feliciano Correa están no solo en el intelecto, sino también en la vida, y eso confiere asimismo a su figura un hermoso halo de feracidad y de futuro.
Además de sus numerosos viajes por España y por terceros países -él es un adelantado ciudadano del mundo-, Feliciano tiene dos fuertes raíces, una en su natal Jerez de los Caballeros y la otra en Badajoz, donde ha pasado gran parte de su vida. En la campiña de Jerez, en la Sierra Suroeste tiene una preciosa casa de campo que adquirió en 1975, adonde se retira a descansar, a pensar y a concebir sus obras. Su cuartel general está, empero, en su casa de Badajoz, donde radican su monumental archivo y su biblioteca principal.
ESCRITOR DE LARGO RECORRIDO
Feliciano Correa es un escritor de largo recorrido. Es historiador y como tal ha dado a la imprenta obras que son hoy una referencia imprescindible. Así sucede con BALBOA. La fantástica historia de un hidalgo español. O con HERNANDO DE SOTO. Más allá del valor. Pero como doctor en Historia y académico, ha compaginado sus creaciones literarias con LA investigación histórica.
En su obra sobre la Transición que acaba de ver la luz -con el patrocinio de la Fundación Caja Badajoz y la impecable edición de Tecnigraf Editores-, Correa nos cuenta su visión sobre una época en la que fue protagonista y testigo. Una de las virtudes de lo narrado en sus 500 páginas es la necesaria visión analítica y crítica de un tiempo reciente, cosa que, desde la interpretación de este autor, no se ha llevado a cabo en España con la necesaria precisión.
HOMBRE DE LA TRANSICIÓN
PREGUNTA.- ¿Se considera usted un hombre de la Transición Política, ya que fue artífice de esa etapa que algunos vienen a cuestionar hoy?
RESPUESTA.- Por supuesto, jamás reniego de mi pasado, ni de mis errores, porque aprendo de ellos. Fíjese que, en mi anterior obra, ESPUELAS, HOCES Y CUCHILLAS, que escribí hace poco, la entendía como un tratado social sobre un tiempo que heredamos de nuestros antepasados recientes. Ese libro me lo debía a mí mismo. Este de ahora es la consecuencia de un barrunto interior que me rondaba desde los años en que estuve en política. Vi que había un vacío que, a mi juicio, nadie había explicado debidamente. Sobre todo, porque los líderes del centro-derecha extremeño han sido ágrafos por lo general, salvo alguna excepción. Se ha escrito bastante sobre LA TRANSICIÓN EN ESPAÑA, pero sobre lo que sucedió en Extremadura, poco. Y yo, sin obviar lo general, he querido acercarme a lo que viví y ponerlo sobre el papel.
“Soy un hombre de la Transición y estoy orgulloso de ello”.
P.- Pero usted, a juzgar por lo que cuenta, estuvo en contacto con gente “de relumbrón”, que actuaron en esta región extremeña.
R.-La Transición supo, desde el principio, que no se podía marginar la inteligencia de la gestión pública. Retomó así el sesgo de aquellos ilustres pensadores de la II República. Azaña, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón u Ortega y Gasset, entre otros. Llegó la Transición y vimos al frente del Senado a un catedrático de lenguas clásicas, sobre todo especialista en latín, como fue Antonio Fontán. Y en el Congreso a un catedrático de Filosofía del Derecho, como fue Gregorio Peces Barba. Esto fue un gran logro. Entre nosotros hubo también personalidades de gran talla. El problema fue que no acometieron un frente común, un proyecto regional aceptado por todos ellos. Esos inteligentes políticos venían de Madrid y allá que retornaron. No obstante, en ese tiempo crucial de la transición, pusieron inteligencia y voluntad en gran medida al servicio de este pueblo. Hoy hemos decaído de aquel propósito y cualquier indocumentada escala hasta arriba, aunque no tenga preparación, ni académica ni experiencia en la gestión pública.
UNA MENTE PRIVILEGIADA Y OPORTUNA
P.- ¿Hasta qué punto fue decisivo el papel del presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, Torcuato Fernández Miranda?
R.-Torcuato fue una mente privilegiada para un momento especial. Pero por detrás estaba, incitándolo, El Grupo del Príncipe. Eran una serie de personas, amigos de Juan Carlos, que fueron compañeros de pupitre cuando jóvenes en La finca de La Jarilla. Ellos, ya mayores y vinculados al Banco Urquijo, resultaron ser el aguijón para ver la manera de orientar la Transición. Torcuato sentía vértigo reglamentar el trance partiendo de cero. Por ello buscaba y buscaba la manera de enlazar el pasado de las Leyes Fundamentales con el nuevo tiempo de libertad. En escollo tuvo ojo clínico al confiar los pasos jurídicos del proceso a una mente tan despierta como la de Jorge de Esteban, catedrático que tenía con él a un equipo de juristas muy notables; todos de izquierda. Estos ilustres hombres del Derecho se reunieron en la Hospedería del Valle de los Caídos. Y, con el cadáver de Franco al lado, se pudieron a indagar para ver sui hallaban una brecha de las leyes franquistas que le permitieran a Torcuato afirmar que se había ido ”de la Ley a la Ley, pasado por Ley”. La nueva Ley de la Reforma Política fue, básicamente “otra Ley Fundamental”, que les permitió a los reformistas actuar llevando a cabo una voladura controlada del franquismo.
“Se ha escrito bastante sobre la Transición en España, pero poco sobre lo que sucedió en Extremadura”.
P.- Se refiere usted en su obra a ciertos profesores de historia contemporánea, entre ellos al catedrático de la Universidad de Extremadura y académico, Enrique Moradiellos, cuando recuerda que “hay que prohibir los símbolos fascistas, pero señala también que hay cinco países de la UE que prohíben los símbolos comunistas” y cuando apela a que “el principio de la concordia perdure siempre sobre la discordia”… ¿Fue éste el espíritu de la Transición?
R.-Es difícil contar el ambiente de aquellos años. A veces se necesita la novela para crear el contexto y hacer al lector entrar en las rinconeras del tiempo pasado. Hubo mucha gente que estuvo dispuesta a prescindir de lo que le importaba con tal de que triunfara la idea madre, la libertad política. Pensemos en La Pasionaria, Alberti u y otros que venía del exilio, Ellos aceptaron un modelo de monarquía parlamentaria, aunque eran republicanos muy convencidos. Moradiellos es un historiador sin ataduras, sin ese complejo ramplón de otros que se mueven a golpe de talonario. Su ejemplo debería cundir entre las cátedras. Por el deber ético que los pensadores tienen con la sociedad.
DOS SOCIALISMOS
P.- Con una claridad absoluta usted habla de dos socialismos. El de la socialdemocracia de Felipe González y este que ahora vivimos, al que denomina como “socialismo pervertido” ¿Tanto ha cambiado el PSOE?
R.-No hay más que leer a Alfonso Guerra, o a Felipe González, o escuchar a Joaquín Leguina, o a Nicolás Redondo Terreros, para darse cuenta de que aquel socialismo patriota e integrador se ha devaluado. Los exiliados republicanos presumían en México de que “nosotros también somos España y somos patriotas”. Y la izquierda ha dimitido de un partido que dejó a un lado el republicanismo en la Transición para que triunfaran las libertades y fuera posible el progreso económico y social al amparo de una constitución consensuada. Pedro Sánchez, ha heredado la deriva de Zapatero y España vive uno de los momentos más críticos de nuestra historia reciente. El resultado electoral del 28 de mayo de 2023 significa que los votantes han castigado, injustamente, a los candidatos a concejales o parlamentarios, por los pactos con los independentistas y los herederos de ETA llevados a cabo por Pedro Sánchez. El pueblo retiene un patriotismo que se evidencia en ciertos momentos.
P.- Aquello fue difícil, lo expresa claramente en su libro. Pero ¿quiénes fueron en verdad los maquinistas de aquel tren que conducía hacia la sociedad española de libertades?
R.- A pesar de la mala prensa y de los ataques desde las revistas del corazón, no podemos ignorar el papel de aquel experto en relaciones públicas, simpático y gran habilidoso que fue el rey Juan Carlos. Luego, Torcuato Fernández Miranda y Suárez como cartel de una nueva época cumplieron su propósito, en medio de las tensiones de un trance donde se sentían acosados por los de dentro, por los propios, por la oposición, y urgidos a dar una imagen internacional que no podían dejar de lado. Se maniobró para que se nombrara de la manera que cuento en el libro, al antiguo Secretario General del Movimiento como presidente, pues era quien mejor podía aflojar los tornillos y descorrer desde dentro los cerrojos del viejo caserón franquista, para empezar el desguace. Fue calificado de traidor, incluso algunos que luego fueron sus ministros lo censuraron, como Ricardo de la Cierva, pero el hecho es que Suárez fue dócil, valiente y seductor. Y esto último no fue cosa menor en aquellos días. Junto a él Tarradellas, Felipe, Carrillo… resultaron en un equipo de distintos que usaron sillón y madrugadas para el acuerdo.
SÁNCHEZ DE LEÓN
P.- En su trabajo dedica páginas al discurrir político de Enrique Sánchez de León. ¿Fue importante su acción para Extremadura?
R.-Enrique fue un tipo duro. Venía de abajo y conocía el paño. Pero los tiempos habían cambiado. Él censuraba a las oligarquías rentistas, a la burguesía acomodada que venía de cuando en cuando por aquí a cobrar las rentas de sus latifundios. En Madrid jugó Sánchez de León un gran papel. Estuvo en la ventanilla para dar paso al PC. Era uno de los azules de Suárez, pero ya, desde lejos, no se podía pastorear a Extremadura. La distancia, contaba. Llegó el socialismo de Ibarra y le comió la merienda. Sacó la bandera de un partido social y reivindicativo. Muchos de los enriquistas apostaron por el nuevo líder de izquierda.
P.- En buena parte de su obra señala que buenos gestores e intelectuales que estuvieron en Extremadura, fueron ágrafos a la hora de contar su trayectoria y la de su tiempo.
R.- Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona escribió Las Transiciones de UCD. Alberto Oliart publicó Los años que todo lo cambiaron. Pero ante tantos líderes que competían con dorsales distintos, no se pudo ahormar un proyecto de región firmado por todos ellos. Esa obra necesaria no se escribió. Hubo latiguillos, frases huecas, censuras y eslóganes para el cambio, pero había falta pararse y sentar los cimientos de un programa para el desarrollo extremeño. Algo tan necesitado. Era preciso poner sobre la mesa la vileza del agravio histórico, de la marginación secular. Y para eso se precisaba una fuerza regional que no existió. Pero… no había una banca autóctona, como en el País Vasco, donde el PNV contaba con el BBV, cosa que yo bien conocí. Esos poderosos de doblones financiaron un proyecto de gran calibre. Pero como en política no hay vacíos, si no escribes tu historia, te la escriben. Así que la mayor parte de lo publicado está firmado por militantes socialistas y por personas de izquierda.
P.- ¿Por qué no siguió en Extremadura como líder Sánchez de León? ¿Y cuál es la causa de que su apuesta regionalista no triunfara?
R.-El permanecer Sánchez de León fuera de Extremadura fue malo para la región. El empuje de propaganda de los grandes partidos ahogó los deseos regionalistas, no solo en lo político sino también en lo económico. Nos quedamos con la canción y la queja. A veces con la melancolía. Pero eso no servía para hacernos notar en Madrid. Fíjese que, hasta Teruel, como vemos ahora, ha hallado un personaje que vende sus votos y los cobra en su tierra. Aquí fuimos demasiados obedientes al jefe madrileño; entre otras cosas porque las listas electorales se hacían fuera. Ibarra dijo, con gracejo a lo Alfonso Guerra, que la gente de la derecha acababa en Madrid “porque creían que allí estaba el éxito y las mejores tiendas”.
PSOE EXTREMEÑO Y ANDALUCÍA
P.- Hubo destacados protagonista del centro-derecha, como venimos comentando.
R.- Algunos nombres del centro derecha ya los he mencionado. Por otro lado, enfrente, cuando empieza la transición, el PSOE era casi una sucursal de Andalucía. Fíjese que la candidatura la encabeza un andaluz, Luis Yáñez Barnuevo. Pero pronto empezó a destacarse Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que se rodeó de gente moderada y formada, como Manolo Veiga o Antonio Vázquez. El PC, que tuvo cierta fuerza al principio, fue descolocándose y cambiando de siglas.
P.- Sorprende que usted dedica un largo epígrafe a los Azules.
R.-Jugaron un papel decisivo. Tenían un afán grande por “desteñirse de su pasado”. Fueron “lanzados” y no tuvieron el complejo que luego la derecha ha tenido. Querían demostrar que estaban por la España de la democracia. Y ese papel lo cumplieron bien. Sin la complicidad de los azules, no hubiera sido tan fácil. Por ello Torcuato manejó al Consejo del Reino a su gusto, para que, entre los tres candidatos para presentar al rey, estuviera en cada votación, un azul de postín: Adolfo Suárez.
P.- De modo que Ibarra se quedó al mando, digámoslo así. ¿No hubo reacción de los hombres y mujeres del centro?
R.-En política no hay vacíos. Si un fluido desaparece otro ocupa su lugar; pues aquí, igual. Había que estar al pie del cañón, en Mérida, en Cáceres, en Badajoz, en los pueblos. Pero el sillón de mando, el estado mayor, no se podía residenciar fuera. Enrique se equivocó en eso y Juan Carlos aprovechó la ausencia. La propaganda de la izquierda era falsa, pero insistían en que la UCD y AP eran herederos del franquismo, y entonces ya Franco tenía mala prensa.
MEMORIA HISTÓRICA
P.- En su riguroso análisis de la época nos menciona en su libro un artículo de una arquitecta, Julia Schult, señalando que “Franco sigue entre nosotros”. ¿Qué necesidad había en ello (cuarenta años después), como la destrucción de archivos comprometidos, que usted vio al comienzo de la transición; obras de arte, como el escudo de Pérez Comendador en la fachada del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, ¿o las cruces de los caídos…? ¿Se trata de borrar ahora la memoria histórica, cosa que no se hizo en la Transición?
R.- Es un grave error pretender borra la historia. Felipe González declaró a Juan Luis Cebrián en El País, que era una memez tirar a Franco de su caballo, y que si alguno lo hubiera deseado de verdad y tuviera valor, que lo hubiera hecho con Franco vivo. Hay que asumir la historia y aceptar el pasado, los hechos del pasado, son algo inamovible. Se ha querido hacer una barbaridad con restos materiales valiosos, como hacen los talibanes en Afganistán. Tirar escudos que son honra del arte, o mover a los muertos, tal vez sirva para la propaganda, pero eso no devuelve los agravios. Está bien recuperar los restos de familiares y honrarlos, pero eso nada tiene que ver con manejar la momia de Franco con fines publicitarios. La Memoria Democrática es un anhelo excesivo de venganza y sectario. Aceptemos que aquí hubo una guerra. Y la ganó Franco. Y hubo una represión horrible, injusta y criminal, Muy mal. Esa es nuestra carga y pesar, nuestra vergüenza. Pero había un pacto. Suárez tiene como epitafio en el claustro de la catedral de Ávila: “La concordia fue posible”. Ignoraba el de Cebreros lo que iba a suceder con Zapatero al querer desenterrar el gran pacto del 78, el gran acuerdo del consenso, y resucitar a las dos Españas de Machado que nos helarían el corazón. Sánchez ha seguido el zapaterismo sin rubor. El cuadro de Duelo a Garrotazos, de Goya, se ha visto en el congreso cada semana de esta legislatura. Por ahí vamos mal, porque no se dedica el tiempo preciso a administrar al país, sino a la reyerta y a quedar encima del otro. Evidentemente, necesitamos un tiempo donde recuperar la concordia perdida.
(José María Pagador es periodista y escritor, y fundador y director de PROPRONews. Sus últimos libros publicados son AbeceImagindario (fotolibro, Fundación Caja de Badajoz), Lencero, el hombre que no se encontró a sí mismo (biografía, Fundación Caja Badajoz), y Susana Leroy (novela, Fundación José Manuel Lara/Grupo Planeta).
SOBRE EL AUTOR
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