viernes, 26 abril, 2024
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En las reformas ambientales nos va la supervivencia

No sabemos cómo acabará esta pugna, que es el gran drama de la humanidad

Desde que aquella legión de economistas lumbreras proclamaran que mientras que en España no se llegara al tres por ciento de población activa agraria no habría desarrollo, ha pasado casi medio siglo. Aunque sí hay que reconocerles una cosa, han logrado que existan dos Españas: una, con grandes recursos naturales y un territorio inmenso ―más de un 70%―, pero despoblada o, como se dice ahora, vaciada. Y otra, donde la mayoría de los habitantes, procedentes de los pueblos rurales, se hacinan en infraviviendas y trabajan en fábricas o servicios lejos del lugar en el que viven.

Juan Serna Martín.
Juan Serna Martín.

Villanueva de la Serena, Extremadura.-

De todas formas, esa era la receta que el capitalismo infame le daba a estos economistas de pacotilla para que la extendieran por todo el mundo: concebir el desarrollo con un centro y una periferia, abandonar los parajes más bellos para crear conurbaciones tan monstruosas como contaminantes.

Tras medio siglo de comprobar que habían hecho un pan como unas hostias, parece que llega la hora de repoblar los territorios abandonados. Y es cuando entran en conflicto los dos capitalismos que nos quitan el sueño: el salvaje y depredador que, como bien saben, tiene sus adeptos en España, y el más moderno y civilizado, no sé si de rostro humano, que también tiene sus adeptos, aunque a veces no acaben de ponerse de acuerdo entre ellos…


Tras medio siglo de comprobar que habían hecho un pan como unas hostias, parece que llega la hora de repoblar los territorios abandonados.


El asunto es que, tras la pandemia -que tanto nos ha hecho meditar e incluso modificar algunos hábitos de vida-, los fenómenos climáticos y ahora con la guerra de ese criminal llamado Putin, parecía que era el momento de acometer esa serie de reformas a las que vengo aludiendo constantemente en mis columnas y que no pueden esperar más. No obstante, aquí es donde se establece de nuevo un debate y una fuerte tensión entre esos dos capitalismos que decía antes, el cruel y criminal, que recurre a la guerra si hace falta, y el de rostro más humano, que pide que se suban los impuestos a los ricos para combatir las desigualdades. En torno a ellos se agrupan, por un lado, los ciudadanos más autoritarios, conservadores y violentos y, por otro, los más demócratas, cultos y civilizados, que saben que en las reformas medioambientales nos va la supervivencia.


Los más demócratas, cultos y civilizados saben que en las reformas medioambientales nos va la supervivencia.


No sabemos cómo acabará esta pugna, que es el gran drama de la humanidad, pero sí sabemos que tanto al desprecio que tanto déspota ilustrado hace de los recursos naturales y del territorio como al hacinamiento en las grandes fábricas, plataformas industriales y ciudades dormitorio, hay que pararlos como sea a fin de evitar el sufrimiento humano y los fenómenos de contaminación -de consecuencias imprevisibles- que nos amenazan en tantos lugares del planeta.

Un ejemplo de la monstruosidad de las macrogranjas. RTVE
Un ejemplo de la monstruosidad de las macrogranjas. RTVE

MACROGRANJAS Y GANADERÍA EXTENSIVA

Y uno de los elementos más nefastos en materia de contaminación son las llamadas macrogranjas.

Hasta que llegó la pandemia, todo el sector agroganadero se encaminaba de forma imparable hacia una ganadería industrial, gigante y concertada con las grandes marcas agroalimentarias. Eso era la modernidad. Y no estar en esa línea era un modelo romántico o chapucero del que ya se encargaría el propio mercado de ir cerrándole las puertas.


El mundo rural, que fue vaciado en aras de un progreso mal entendido, es el que puede ayudar ahora a modificar un modelo agroalimentario que ya no se sostiene.


La pandemia dio un giro brusco a todo el aparato productivo y a los hábitos de consumo, lo que nos llenó de esperanza a los que sabemos desde hace tiempo que ese gigantismo industrial nos lleva al despilfarro de la materia prima, a la contaminación masiva y a los grandes problemas de salud alimentaria, aparte de a otras posibles pandemias, como puede ser la de la gripe (¿peste?) aviar, sobre la que algunos científicos nos vienen advirtiendo ya desde hace tiempo.

Durante estos dos años de confinamiento y preocupación colectiva, parecía que la conciencia ambiental, climática y sanitaria nos llevaría a abordar una serie de grandes reformas que tendría que afectar necesariamente a la alimentación y al modelo productivo ganadero. Sin embargo, el peso de la estructura industrial y tecnológica, además de su gigantismo e inercia, son de tal envergadura que sus dueños se resisten con todas sus fuerzas a dichos cambios, pese a que los grandes escenarios de contaminación de suelos y aguas se estén produciendo continua y escandalosamente a diario, ya sea en el Mar Menor, ya sea en frutas y hortalizas de cultivos forzados, en granjas avícolas o en viveros piscícolas de diversa índole.

La relajación de las poblaciones y autoridades sanitarias tras la aparente pausa que nos ha dado esta plaga empieza a mostrar que la amenaza sigue en todo el mundo, y que las reformas pendientes han de abordarse, lo quiera o no la gran industria alimentaria.

En nuestro país tenemos suelo suficiente para que se desarrolle otro modelo de ganadería y agricultura mucho menos agresiva y más protectora para la salud, los recursos naturales y el clima.

Optar por este modelo es toda una revolución, contra la que está, sin duda, el modelo intensivo al que hemos llegado. Ese cambio progresivo solo será posible gracias a los consumidores -que somos todos los ciudadanos amenazados tanto por esta epidemia como por las que están en puertas- y a las instituciones sanitarias, empujadas por nuestros cambios en cuanto a los hábitos de consumo y al control de forma más consciente y responsable de todo aquello que llega a nuestra mesa.

El mundo rural, que fue vaciado en aras de un progreso mal entendido, es el que puede ayudar ahora a modificar un modelo agroalimentario que ya no se sostiene.

(Juan Serna Martín, exconsejero de la Junta de Extremadura, es un destacado intelectual y activista medioambiental, escritor y columnista, Premio Nacional de Medio Ambiente).

SOBRE EL AUTOR

Juan Serna, un intelectual de la ruralidad y el ecologismo

El último fruto de Juan Serna

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