La variante del coronavirus que nos ha llegado de África, y que no necesariamente ha brotado en la República Sudafricana, una variante que ya circulaba por Europa antes de su detección, ha vuelto a poner de manifiesto una amenaza incontestable: o vacunamos a todos los países de la tierra, incluidos los más pobres, o esta pesadilla no solo no terminará, sino que se agravará. El autor reflexiona sobre la increíble deriva insolidaria de la actualidad mundial, que enriquece a los más ricos y castiga a los demás, y la posible reacción de una ciudadanía más que harta.
Villanueva de la Serena, Extremadura.-
Llevo un tiempo proclamando un optimismo que a algunos de mis amigos les parece exagerado. A mí a ratos también. Sin embargo, meditando sobre el alcance de esta pandemia y sus enormes consecuencias (las que ya se ven y las que acabaremos viendo) llego a la conclusión de que van a ser tan fuertes que muchas cosas tendrán que cambiar necesariamente. Y no a peor (peor es imposible), ya que en estos dos años han cambiado tantas cosas en la vida de los ciudadanos que mantener el modo de producir bienes y servicios y el de consumirlos será materialmente imposible.
A esto debemos añadir que los fenómenos catastróficos que están sucediendo y que sucederán como consecuencia de la contaminación, de la degradación de los recursos naturales y de la alimentación y la salud tendrán a los ciudadanos cada día más preocupados y dispuestos a ir cambiando su modo de vida y a salir a la calle, como acabamos de ver, para rebelarse contra un sistema insaciable que cada día les crea más inseguridad y aumenta su precariedad, mientras que los que más tienen aumentan su riqueza a costa de los que van cada día a peor. Por tanto, creo que los cambios económicos, sociales, ecológicos, etc. acabarán siendo defendidos en la calle. Y los problemas de salud acabarán asustando a los mismos que los crean.
¿VUELTA A LA NORMALIDAD?
La perplejidad me recuerda aquel viejo baile de la yenka: izquierda, derecha, adelante, p’atrás, un dos tres… Baile que se produce al ver que, a pesar de todo lo que está sucediendo, haya todavía tanta gente que crea que la “vuelta a la normalidad” es todavía posible, y lo que es peor: deseable. Es cierto que los que más la desean son los menos castigados por la crisis económica, pero incluso estos están también amenazados tanto por una pandemia que no ha dicho la última palabra como por otras nuevas que pueden estar gestándose, según algunos científicos a los que siempre se les escucha tarde, cuando las catástrofes han hecho ya su aparición.
Los ciudadanos pueden rebelarse contra un sistema insaciable que cada día les crea más inseguridad y aumenta su precariedad.
Me llama la atención cómo, con la nueva variante del SARS-CoV-2 procedente del sur de África (que ya ha llegado a Europa), ha cambiado tanto la actitud de algunos países ricos (asustados ahora por esta nueva amenaza) como el tratamiento que la están dando en algunos medios más o menos convencionales o moderados (entre otros, El País), al recalcar que, si no salvamos a los países pobres, el contagio se extenderá por todas partes. Y aquí es donde baso ese optimismo moderado: todo tendrá que cambiar necesariamente.
Entre estas dos tendencias observamos lo que está sucediendo y lo que puede suceder en un futuro inmediato, puesto que la crisis y las catástrofes no dan respiro.
Como siempre, uno espera que la lucidez y la racionalidad de los países y los ciudadanos más inteligentes le vayan ganando la batalla a los más egoístas y suicidas, que siguen desafiando a una situación de la que nadie podrá librarse.
Y desde el optimismo y la perplejidad seguiremos escribiendo y meditando al hilo de los acontecimientos que se vayan sucediendo, sin perder la esperanza en que la cordura y la solidaridad acaben ganado una batalla en la que todos tenemos tanto que perder.
(Juan Serna Martín, exconsejero de la Junta de Extremadura, es un destacado intelectual y activista medioambiental, escritor y columnista).
SOBRE EL AUTOR
Juan Serna, un intelectual de la ruralidad y el ecologismo
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