El rechazo por parte de la Unión Europea y la marcha atrás de Argelia en su represalia contra España por el asunto del Sáhara prueba el error de cálculo cometido por el país magrebí. La intervención de Argelia en el conflicto es totalmente injustificada, porque ese país no tiene arte ni parte en el asunto, que solo concierne a España, a Marruecos y al territorio que el gobierno franquista de entonces “regaló” vergonzantemente al rey Hassan II, propiciando unos hechos consumados que difícilmente pueden tener marcha atrás después de cinco décadas.
La frustrada represalia de Argelia contra España es:
INACEPTABLE, porque España no puede tolerar que un país que se proclamaba amigo del nuestro y socio comercial importante, ejerza una intolerable coerción por una decisión española tomada soberanamente en el marco de intereses geoestratégicos propios. Máxime, Cuando Argelia no tiene arte ni parte en este asunto, más que su antigua rivalidad con Marruecos, por mucho que haya acogido interesadamente en su territorio campamentos de refugiados saharauis. La amistad española con Argelia, más que probada en el tiempo, condujo al Gobierno español a aceptar la entrada irregular en nuestro país de Brahim Gali, el líder saharaui, un error garrafal no por acoger humanitariamente a un político extranjero enfermo de coronavirus, sino por hacerlo ilegalmente y de tapadillo.
España debe actuar con severidad y contundencia ante los excesos y amenazas de un sargento antidemocrático como la dictadura argelina.
UNA INJERENCIA, porque Argelia ni pincha ni corta en un contencioso a tres, que solo atañe a España, como potencia colonizadora, a Marruecos, como potencia ocupante y al Sáhara, como territorio descolonizado, entregado a Marruecos y ocupado por este.
PUNITIVA, porque Argelia se erige en gendarme geopolítico con ínfulas de sargento de cuartel proclive a castigar sin razón a quien no está de acuerdo con él, tomando una decisión gravísima de suspender las relaciones comerciales y humanas con España, sancionando a numerosas empresas y a la propia sociedad española, y amenazando con abrir la mano con la inmigración ilegal y la amenaza yihadista contra nuestro país, por una cuestión que, además, ni le va ni le viene.
MOVIMIENTO DE CALADO
La decisión que en su día tomó Pedro Sánchez de reconocer la autoridad de Marruecos sobre el antiguo Sáhara español en forma de autonomía administrativa y política en el seno del reino alauí -un hecho, por cierto, consumado, después de la entrega del territorio a Marruecos por parte de la España franquista y de los casi cincuenta años que han pasado desde entonces- según van pasando los días se va perfilando como un movimiento de calado que se inscribe en los intereses geopolíticos de Occidente en la región atlántica-mediterránea, un movimiento, según empieza a saberse y han empezado a poner de manifiesto diversos analistas bien informados, propiciado por EE.UU., y que traza un eje de conveniencia España-Marruecos-Israel-Arabia Saudí-Emiratos, con el aliento norteamericano detrás.
Frente a esto, Argelia, alineada con la Rusia de Putin y con “líderes” como Maduro, ha empezado a esgrimir incluso la amenaza de un enjambre de pateras y la intimidación del yihadismo contra nuestras costas, prueba del trasfondo desestabilizador instigado por el dictador ruso -del que Argelia es socio- contra las democracias europeas.
SEVERIDAD CON ARGELIA
Por todo eso, y sin renunciar a las vías diplomáticas y amistosas con Argelia, España no puede permanecer inmóvil ante las inaceptables represalias y amenazas lanzadas desde Argel contra nuestro país, y debe actuar con la mayor severidad y sin mostrar signo alguno de debilidad, no solo porque tenemos los medios para reprimir estas salidas de todo, sino también porque formamos parte de las dos entidades supranacionales más poderosas que existen, la UE y la OTAN.
Ya basta de compadrear con un país tan poco serio. Ya basta de escenificar “gestos” tan erróneos, como la entrada ilegal del líder saharaui enfermo en España, procedente de Argelia, para recibir tratamiento médico, o como la vergonzosa entrega del exmilitar y activista prodemocrático argelino Mohamed Benhalima, refugiado en nuestro país, que de inmediato empezó a sufrir el severo castigo de la dictadura argelina y del que incluso se teme por su vida.
Nuestro país, nuestras instituciones y el Gobierno deben actuar con arreglo a la importancia política, social, económica y geoestratégica que España tiene en el mundo, y más aún en la región atlántica-mediterránea, con el derecho de enseñar los dientes cuando un sargentón antidemocrático como el gobierno argelino pretende imponer sus infundados y peligrosos intereses en la región, a base de bravuconadas punitivas inaceptables.
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