El resultado de este absurdo encuentro, en el que un individuo intenta saltar por encima de la norma social, legal y científica, estaba cantado. Set y partido para Australia. En Novak Djokovic se ejemplariza el alto precio de no respetar la norma general implantada en un país democrático, tanto si intentas entrar sin estar vacunado como si te niegas a una prueba de alcoholemia. Pero el asunto desvela el surgimiento de un nuevo tipo de dictadura, la EGODICTADURA, es decir, la dictadura del YO por encima de la libertad y la seguridad del VOSOTROS. Solo que este nuevo tipo de tiranía individual, disfrazada de demagogia y populismo barato, no tiene futuro alguno.
En las sociedades abiertas modernas el individuo, instituido por sí mismo como una democracia unipersonal, puede llegar a creer que el suyo es el mejor sistema y que todo lo demás debe plegarse a ese principio. El YO –“mi cuerpo es mío, mi libertad es mía junto a todos mis derechos, no tenéis derecho a forzarme a hacer lo que no quiero…”- intenta imponer su albedrío por encima del NOSOTROS, da igual si eso puede resultar letal para los demás. Es la filosofía del kamikaze que decide circular en dirección contraria, convertido, en este caso, en kamikaze negacionista. Pero hay un hecho cierto, en cuanto la democracia unipersonal de cada cual intenta imponer no solo sus tesis, sino también su conducta errada, sobre los demás, automáticamente se convierte en dictadura.
El negacionista, que no admite réplica a su egodictatorial conducta, no puede imponer su peligrosa presencia al resto del mundo.
La dictadura de nuevo cuño que se ha hecho evidente con la pandemia, es una EGODICTADURA, es decir, la dictadura del YO sobre la democracia del NOSOTROS y del VOSOTROS. La evidencia es clarísima. No es que Djokovic se niegue a vacunarse es que, encima, quiere forzar las reglas democráticas adoptadas por los demás para protegerse del virus, un virus que él mismo ha transportado ya en ese cuerpo suyo cuantas veces se ha contagiado y se ha reunido con otras personas sin adoptar la mínima precaución sanitaria. Es decir, el que pide respeto para su criterio personal, no solo no respeta la libertad de los demás de estar a salvo del virus, sino que, encima, trata de forzar la normativa sanitaria de un país democrático, sin respeto ninguno para el mayoritario criterio ajeno.
GARANTÍAS LEGALES
Que Australia es un país serio y democrático, nadie lo duda. Y en Australia, donde rige el imperio de la ley, Djokovic ha gozado de todas las garantías legales y sanitarias, las mismas garantías a terceros que él niega en su relación con los demás. Los fallos de la justicia australiana, primero de suspensión cautelar de la retirada del visado, y después, en segunda instancia, de confirmación de la aplicación de la norma vigente en el país, prueba la limpieza del proceso legal. O sea, como Djokovic no cumplía la normativa sanitaria del país, ha sido deportado. Pero el EGODICTADOR en que este hombre se ha convertido -como tantos otros antivacunas, que luego piden perdón desde una cama de UCI donde la sanidad, es decir, la democracia de todos, le ha salvado la vida-, pretendía que se hiciera con él una excepción, en un país donde nadie puede entrar sin estar vacunado. Por poner un ejemplo, seguramente inapropiado, es como si un espectador quisiera acceder a un partido de Djokovic sin pagar la carísima entrada y, encima, se quejase de que no le dejan entrar.
RECHAZO MAYORITARIO
En Australia se ha vacunado el 90% de la población. Pero el porcentaje que está de acuerdo con la expulsión de Djokovic es incluso mayor, aunque sean esos miles de EGODICTADORES que se han manifestado en favor del serbio los que han hecho todo el ruido. Porque la ciudadanía australiana ha seguido una rigurosa estrategia contra el virus, que ha dado un magnífico resultado. Y nadie en su sano juicio, que se ha sacrificado y ha tomado todas las medidas para protegerse, puede aceptar que un egodictador imponga su voluntad sobre toda una sociedad democrática. Por eso el rechazo de los australianos a la actitud de Djokovic ha sido prácticamente unánime.
Frente al discurso de los EGODICTADORES, que en principio creyeron que el tenista vencería en este duelo y trataron de convertirlo en el paladín de tan desnortado discurso, se ha impuesto la didáctica de la razón, con las consecuencias que eso tiene. El ejemplo, para todos los antivacunas es que hacer ciertas cosas -o no hacerlas- tiene un alto precio. De momento, a Djokovic, su egodictadura le ha costado los casi tres millones de euros que habría ganado de conseguir la victoria en este torneo. Pero, además, Francia ya ha dicho que no entrará para el Roland Garros sin estar vacunado, y lo mismo sucederá en Reino Unido, Estados Unidos y otros países, todos ellos democracias donde los EGODICTADORES tienen muy corto recorrido. Y esa lluvia de pérdidas millonarias, más la del prestigio y el puesto en el escalafón, precede a las probables retiradas de patrocinios y publicidad. Es decir, una ruina.
Djokovic tiene residencia en España y pasa buena parte del año en nuestro país. Pero aquí también rigen las normas sanitarias -nuestro Rafa Nadal es un ejemplo universal de cuál debe ser la postura de un líder deportivo- y no es de recibo que el tenista egodictador pueda entrar y salir libremente sin estar vacunado. El negacionista, que no admite réplica a su egodictatorial conducta, no puede imponer su peligrosa presencia al resto del mundo. Este es el sensato mensaje de Australia, un país democrático y serio.
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