Entre los diversos sinónimos que tiene el término “confrontación”, el que evidentemente cuadra mejor con la propuesta de Quim Torra es el de “enfrentamiento”. Cierto es que él, curándose en salud -porque este político no destaca precisamente por su valentía- ha dicho que dicha confrontación sea “pacífica y democrática”. Es decir, hace un llamamiento a la guerra pero aparentemente sin tiros; declara la ruptura de hostilidades -que eso es lo que quiere decir en su boca “confrontación”- pero con paños calientes; desafía a duelo pero escondiendo las armas y con un padrino timorato como el decreciente Puigdemont. Pero lo que quiere decir en realidad está muy claro.
Si cualquier ciudadano, entidad, institución, grupo o empresa que no sea la Generalitat catalana proclamara públicamente la “confrontación” con el Estado, es indudable que se actuaría legalmente contra él de manera inmediata. Por eso no se entiende la pasividad con que el gobierno de Pedro Sánchez, y la Fiscalía General del Estado que depende de dicho gobierno, acogen este tipo de declaraciones gravemente lesivas para la convivencia y el funcionamiento democrático de España y no estén tomando cartas en el asunto, iniciando diligencias para confirmar qué es lo que quiere decir Torra con su llamamiento a la confrontación con el Estado. Pedro Sánchez debe instruir a la Fiscalía General del Estado para que proceda en este caso como el derecho exige. De no ser así, la Fiscalía catalana está legitimada para actuar de oficio e instar el correspondiente procedimiento previo.
UN ESCÁNDALO
Es un escándalo que los ciudadanos y ciudadanas de España -y, dentro de ella, de Cataluña, bastante más de la mitad de los cuales no quieren la independencia- tengamos que asistir al espectáculo diario de estas declaraciones de guerra del sector más levantisco del independentismo contra nuestra democracia común. Tal conducta daña gravemente los principios de convivencia ciudadana y el entramado legal que sustenta nuestra democracia.
Conviene repasar las cosas que Torra ha dicho recientemente sobre esta cuestión, y que por ejemplo, ha recogido El País: Torra rechaza el plan de Junqueras y llama a la “confrontación” con el Estado. La gravedad de tales declaraciones es palmaria y pone en evidencia una vez más que no se puede contemporizar con estos dirigentes irresponsables, enloquecidos y cobardes. Cobardes porque, una vez que confrontan y pierden -siempre perderán en esa lunática pugna con el Estado- escapan de España escondidos y se refugian en cómodas mansiones del exterior.
Los españoles estamos hartos de la cuestión catalana, que no tiene otra vía que la constitucional y la estatutaria. La tendencia de ciertos dirigentes independentistas a tensar la cuerda es suicida para ellos, pero también perturbadora para el país. Ya se vio a lo largo del llamado procés, con el mal llamado referéndum que no tuvo efecto alguno, con la cobarde declaración de independencia que fue un sí pero no y con todo lo acontecido después. Quien confronta con un Estado democrático pierde siempre. Pero, entretanto, los daños que se causan al sistema democrático son dolorosos para todos y largos de curar.
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