Ser atea no es ningún chollo, en efecto, quieres ser buena persona porque sí, sin esperar nada a cambio, pero lo soy ¡qué remedio! Por la gracia de Dios, y por lo difícil que me pone la Iglesia creer en su santidad. Y eso que tras la llegada del Papa Francisco andaba algo menos escéptica, sobre todo cuando en un duro e intenso discurso pidió que Europa no se alejara de los principios sobre los que se fundó: “Que proteja los derechos humanos, acoja a los inmigrantes y no levante muros”. Me sorprendió agradablemente y pensé: ¡Vaya, un Santo Padre que por fin tiene valores cristianos, qué guay!
Luego manifestó también que el Infierno no existe, y ahí ya caí rendida, porque una, a pesar de su ateísmo, es como el gallego aquel de “no creo en las meigas pero haberlas haylas” y lo de las llamas del Averno me ha dado siempre mucho miedo. Estudié en un colegio de monjas y eso marca.
Pero, ¡ay!, poco dura la fe en casa del agnóstico, y cuando Bergoglio va y suelta en la reciente cumbre contra los abusos sexuales, que ”todo feminismo acaba siendo un machismo con faldas”, se me ha venido abajo la pizca de ilusión que me rondaba y he entrado en fase de auto combustión, sin necesidad de condenarme a las calderas de Pedro Botero.
Eso de que el Papa es infalible con la boca debe ser una inexactitud más grande que la catedral de Burgos (atención a lo agudo del símil). El propio Francisco, que es simpático y dicharachero, como buen argentino, lo expresó claramente: ”Ni siquiera Dios ha logrado caerle bien a todo el mundo”, y a mí que diga lo que ha dicho me ha llegado al alma (bueno, o a donde sea, porque si no creo en dios, es casi seguro que tampoco tengo alma).
“Todo feminismo acaba siendo un machismo con faldas” ha dicho el Papa y se me ha venido abajo la pizca de ilusión que me rondaba.
Y no, no será infalible, pero de faldas sabe un rato, pese a que él es discreto y se conforma con un modelo ligeramente evasé, en suaves tonos beige, sin esas extravagancias de algunos de sus cardenales, que hasta Cristina Pedroche les copió la capa para dar las campanadas en la Nochevieja de 2017.
Lo de las faldas tiene su explicación, viene de cuando la Papisa Juana (Benedicto III para la curia, allá por el 855 al 857), les coló un gol tal, que si no llega a ser porque se puso de parto en plena procesión, ni se enteran de que era una mujer. Entonces decidieron tocarle los cataplines al Santo Padre. La ceremonia era como sigue; un diácono, el más joven (no eran tontos, no) introducía la mano en el agujero de una silla, llamada “sedia stercoraria”, diseñada para la cuestión. En ella se sentaba el aspirante con la falda arremangada. Tras palpar la masculinidad se soltaba a voz en grito la fórmula ritual : “Duos habet et bene pendentes” (no traduzco que ya sé que habláis todos latín en la intimidad), a lo que los cardenales presentes respondían: “A dios gracias”. El Vaticano niega esta historia, que califica de leyenda, no tengo claro si por lo chusco de la situación o por no aceptar que una mujer les tomara el pelo y accediera al vetado, para ellas, trono de San Pedro, pero en sus museos se expone la stercoraria, con su correspondiente agujero. Según te pille un guía u otro contará lo que acabo de transcribir o asegurará que se trata de una silla evacuatoria. Yo prefiero creer la versión pícara, es más, estoy convencida de que lo de llamar tocapelotas a alguien viene de ahí y no del fútbol.
¿No se estará refiriendo literalmente a ellos al decir eso?
SE REFIERE A ELLOS
Así que si al Papa le parece que el feminismo es un machismo con faldas, a mí me parece que se está refiriendo literalmente a ellos. Conocida y constatable es la estructura patriarcal de la Iglesia. En la última cumbre, aparte de no dejar contento a nadie por no proponer medidas efectivas contra la pederastia, se ha ratificado en que dar protagonismo a las mujeres en sus órganos de poder, como piden muchos sectores, no solucionaría el problema, confirmando mi teoría de que el Sumo Pontífice anda un poco perdido en el asunto de su infalibilidad, ya que en una reflexión que más parece de todo a un euro, el representante de dios en la tierra ha remachado que la iglesia debe adoptar el estilo de “la mujer esposa y madre” … Será por eso, que hace poco en Orvieto, ciudad italiana donde se refugiaban los papas cuando el ambiente se caldeaba en Roma, asistí por casualidad a una muy bonita liturgia de celebración de los votos de un grupo de monjas y sacerdotes. Llegué un rato antes a la catedral y allí andaban enfrascados en los preparativos; los novicios ensayando los cánticos y dando órdenes organizativas, y las novicias, fregando el suelo. Faldas llevaban todos, pero el machismo olía a cirio bendito.
No será infalible, pero de faldas sabe un rato, pese a que él es discreto y se conforma con un modelo ligeramente evasé.
Y quizá por aplacar la indignación que ha levantado diciendo que lo de la pederastia y los abusos, ya si eso, lo dejamos para otro cónclave y que es cosa de Satanás (de Satanás, con mayúscula y con tilde, no confundir con sotanas), y para quedar bien poniendo una vela a dios y otra al diablo, quiero decir dando una de cal y otra de arena, Francisco ha pedido perdón a las víctimas de abusos sexuales ante 190 prelados con sus 190 faldas: “ Hemos pecado de pensamiento, palabras y obras en lo que hemos hecho y en lo que hemos omitido”. Ahora solo falta que los culpables se arrodillen en un confesionario y les den la absolución, pero de cárcel nada. Es la ganga que tienen los católicos y no disfrutamos los ateos; que se confiesan y aquí paz y después gloria. ¡Así cualquiera!
De manera que visto lo visto invoco aquello de virgencita que me quede como estoy, y siguiendo el consejo del propio Papa, mejor ser atea que mala cristiana.
Amén.
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).