sábado, 27 abril, 2024
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Falsas apariencias

Cincel que golpea y orada el enigma, que a menudo se enfada. “Vuestro dulce ojo -escribió François Villon– derrote su maldad ni más ni menos como hace el viento con la pluma.” Y sin embargo, el cincel nada puede entre la arena marina a la que hoy se acerca este hombre sin malicia, erguido y sexagenario, aposentado en el aparente exilio de un país sin geografía.

Gregorio González Perlado
Gregorio González Perlado

Realmente uno muere cuando ya no comprende nada, dijo Manuel Vicent, y eso suele suceder mucho antes de que el alma abandone el cuerpo. Este hombre sin blindaje escribe en un brevísimo montículo de arena. Los dedos índice y corazón se unen en el trazo, sin confianza, pues si ya no comprende nada es preciso que se empeñe en suponer que al surcar la arena vaciará el enigma. Luego se alza, mira al cielo encapotado y entiende la proximidad de la lluvia, prematura en este cabo del invierno. Pronto, el agua se deslizará sobre la arena para confundir su escritura con el resto del montículo.

ABOCADO A ESCRIBIR…

Las estirpes condenadas a cien años de soledad, concluyó García Márquez, no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Seguramente por ello este hombre regresará a su casa hecha ya la noche, bajo el paraguas, convencido de que si no es posible despojarse del enigma estará abocado a escribir en segunda persona del plural y buscar la pureza en otros valles, o en un río, como dijo Luis Cernuda, donde el viento se lleve los sonidos entre juncos y lirios y el encanto tan viejo de las aguas elocuentes. En donde ruede el eco como la gloria humana, como ella de remoto. Ajeno como ella y tan estéril.

AL LLEGAR LA NOCHE 99…

(El ‘Paradiso’ de Tornatore nos recuerda que una vez un rey celebró una fiesta. A ella acudieron las princesas más bellas del reino. Un soldado que hacía la guardia vio pasar a la jovencísima hija del rey, la más bella de todas, y la deseó enseguida. Pero, ¿qué podía hacer un soldado en comparación con la hija del rey? Un día consiguió hablar con ella y le dijo que no podría vivir sin poseerla. La princesa quedó tan impresionada que le respondió al soldado: “Si consigues esperar cien días y cien noches bajo mi balcón, al final seré tuya”. Y a partir de ese instante el soldado se fue allí y la esperó un día y dos días, diez y luego veinte… Cada noche la princesa observaba desde la ventana, pero él no se movía nunca. Con la lluvia, con el viento, con las nieve… siempre estaba allí. Los pájaros le cagaban encima y las abejas se lo comían vivo, pero él no se movía. Después de 90 días estaba tremendamente delgado y pálido; le resbalaban las lágrimas de los ojos, que no podía contener. Ya no le quedaban fuerzas para dormir. Mientras, la princesa seguía observándole. Al llegar la noche 99 el soldado se incorporó, tomó la silla y se fue de allí).

LLUEVE DE TAL MODO…

A punto de abandonar la orilla, el hombre pone freno a su imaginación para observar la noche. Llueve de tal modo que nada quedará de los signos grabados en el montículo. Y entonces, por última vez, regresa al trazo sobre la arena, aunque en la conciencia de que escribir no es ser y no es tener -dijo Yves Bonnefoy-, porque el temblor de la alegría en la escritura es sólo una sombra, acaso la más clara, tantas y tantas cosas que ha surcado el tiempo duramente con sus garras. No es ser, puesto que escribe de lo que fue; no es tener, puesto que lo hace para descuidar lo que no tiene. Por eso no puede mencionar sino sólo aquello que no es, salvo su ansia.

Y junto a él, por última vez, la palabra. El hombre la acepta, se incorpora frente al mar como el soldado ante la silla y muestra a la lluvia su enigma. En él se extravía.

(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo

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