En los albores del año 1983, el Instituto Pasteur de París localizó el virus causante del Sida. Justamente en ese tiempo, y acaso por la cercanía del síndrome, un grupo musical recién constituido aseguraba a ritmo de rock: “Las ratas corren por la penumbra del callejón”, ese callejón en el que el mundo conocido había empezado a acobardarse, a reducir sus expectativas de futuro. Fue el comienzo de un larguísimo periodo de dificultades para la raza humana. Golpes Bajos, que ese es el nombre del grupo, supo de la desgracia y la cantó: “Malos tiempos para la lírica”. Lo eran.
Han transcurrido cerca de 38 años y los tiempos siguen siendo malos, incluso peores que entonces. ¿Cómo en semejante estado se puede hablar de poesía? Hace más de un cuarto de siglo, cuando se destapó la caja de los truenos y surgieron los virus que nos siguen y persiguen hasta hoy, mutación tras mutación, nuestro pequeño mundo parecía incluso inocente y bien pensado si lo comparamos con el que existe ahora. Nada resta de entonces, salvo las plagas que nos han acosado cíclicamente. Los tiempos son malos, rematadamente malos para la lírica. A pesar de ello, unos cuantos excéntricos hemos optado por hablar, por escribir sobre la poesía. Mejor aún, sobre un poeta. Agrupados en torno al profesor e historiador Moisés Cayetano Rosado, hemos participado en la ejecución de un libro sobre Manuel Pacheco (1920-1998), en el ‘Centenario de un poeta extremeño universal’, que así lo advierte su título.
Mi contribución la he titulado ‘Infierno y paraíso’, que así entiendo yo que fue la vida de Pacheco, a quien tanto cariño tuve durante más de un cuarto de siglo.
“Un poeta es un ser absurdo que, en un mundo montado sobre la mentira, pretende gritar la verdad” (Manuel Pacheco).
“Fui monaguillo, cantador de tangos, fotógrafo, ebanista, cargador de muelle en la estación de ferrocarril de Badajoz, albañil, marmolista, repartidor de hojas del empadronamiento, comparsa de teatro y contrabandista en el año del hambre. No tengo ninguna clase de estudios; fui poco a la escuela, comencé a trabajar desde muy niño; leo desde los 8 años todo lo que cae en mis manos, quimifico, asimilo, capto esencias y luego voy devolviendo al mundo mis monedas de luna o vitriolo. Me siento vivir hasta las mismas raíces de mi ser y por esto creo comprender y sentir mi vida y la de los otros. Soy esencialmente poeta; nací con el signo de infierno y paraíso que es en el mundo actual ser poeta.”
Pacheco fue, primero por necesidad y después por devoción, un hombre de izquierdas, de aquella que ahondó en lo social antes que en lo político, de aquella que desapareció años después.
Cuando aún no había cumplido 42 años -el 7 de octubre de 1968-, Manuel Pacheco redactó una extensa nota autobiográfica en la que, además de informar ampliamente de todas las obras escritas hasta entonces, se describió a sí mismo con exactitud. A ello corresponde el párrafo anterior.
Esa ‘Nota autobiográfica de Manuel Pacheco’, como él la tituló, consta de dos hojas de intensa y apretada escritura a máquina. Yo las conservo como me las entregó, en papel cebolla, el 25 de enero de 1970. Aquel día le conocí, a él y a su literatura. Y desde aquel día hasta poco tiempo antes de su muerte, de Manolo (siempre Manolo) no sólo recibí mucho afecto y amistad, sino sus cartas de profundo contenido y sus poemas en ellas, poemas recién escritos a máquina que él me fue regalando durante muchos años.
En aquel enero de hace ahora más de 49 años yo residía en Madrid, mi ciudad de nacimiento, era estudiante de periodismo y, junto a cinco hombres y una mujer, formaba parte del núcleo poético denominado Grupo 70, que nació y se desarrolló en la capital de España y que en poco tiempo adquirió una apreciable relevancia literaria en los medios culturales y periodísticos. Tanto que un crítico de muy acreditada solvencia, como fue Dámaso Santos, comparó el surgir del grupo con el más importante resplandor poético de entonces, amanecido poco antes en Barcelona: los ‘Nueve novísimos’, el libro de José María Castellet que se publicó ese mismo año. Dámaso Santos hizo esta comparación en las páginas del suplemento que dirigía, ‘Pueblo literario’, que en aquella época gozaba de gran prestigio y credibilidad.
La vida pareció jugar en su contra. Nació humilde, creció en un hospicio; tuvo mil oficios materiales, habitó un barrio pobre, su mujer permaneció paralítica casi la mitad de su existencia para, al cabo, terminar con ella en un asilo.
Tres meses antes de todo esto, en enero y con el Grupo 70 todavía reciente, sus miembros fuimos invitados a ofrecer un recital conjunto en Badajoz, en los estudios de Radio Popular, ante el público y con emisión en diferido. Nos desplazamos tres: mis permanentes camaradas en la poesía y la amistad, Fátima Enjunto y Andrés Aberasturi, y yo. En aquel rancio y coqueto auditorio de la emisora pacense, abarrotado de interesados espectadores, conocimos a Manolo Pacheco. Si no me falla el recuerdo o la realidad de entonces, fue el único escritor que tuvo la amabilidad de ir a escucharnos y conocernos, manifestando así, una vez más, lo que resultó una constante a lo largo de su vida cultural: el interés por cuanto escritor surgía, por conocerle y leerle; más, incluso, por realizar un comentario sincero de su obra, constructivo y necesario para los muchos que se acercaron a él pidiéndole opinión y consejo, a los que nunca defraudó.
A nosotros tres, llegados desde Madrid y sin haber sabido de Manolo hasta aquel 25 de enero, la actitud de ese hombre discreto en su gesto y su presencia, generoso en sus hechos, nos deslumbró sobremanera. De él recibimos ese día su nota autobiografía y 31 poemas dedicados, incluidos en otros tantos folios grabados con varias máquinas de escribir, probablemente pertenecientes al cuerpo militar de la época, pues a él, como oficinista, dedicó Manolo muchos de sus años de estrecheces. Obvio añadir que desde entonces conservo todo ese material literario.
Fue tal el interés de Manolo por lo que había escuchado en nuestro recital de Radio Popular que ese mismo día nos regaló un texto recién escrito para nosotros: ‘Poema-recuerdo para el Grupo 70 de poesía’, dedicado ‘a Fátima, Gregorio y Andrés’. Esto escribió:
Llovía azul enero para tu voz de fábula
y el eco de tu nombre resbalaba en el agua del domingo:
Fátima:
Delirio tras delirio, la lumbre de tu verso en la pequeña sala de Radio Popular.
¿Azul?
No eras azul como la alcachofa que puso de ejemplo Andrés,
ni como el cielo para tender los baberos de los niños del verso de Gregorio;
eras azul como el repetido azul que golpea mis poemas con un sonido a tantanes de
estrellas;
eras azul de sueño en tu cara de niña
y en tu voz de mujer.
Llovía lluvia lloviendo en mi tristeza
y salí de mi casa porque el reloj-medallón de Andrés daba la hora del poema rajado
y el verso de Gregorio destapaba los pianos del alba
y el verso de Fátima era como una mano tendida
hacia la soledad de mis poemas.
Llovía lloviendo lluvia
y los versos se metían por aquel tubo-técnico al que llaman micrófono, quedando
como hormigas de una noria de luna, pegados a una cinta de recuerdos.
Recuerdo a tres poetas
en la mañana gris de Extremadura.
De los 31 poemas que nos regaló, la gran mayoría eran inéditos (incluso el dedicado a nosotros, desconocido para el público hasta ahora). Y de todos ellos, el que nos produjo más impacto emocional y lírico fue el que tituló ‘Buenas noches’:
Aunque las muchachas tengan violines en los pechos
y las parejas se hagan el amor
y la mujer siga pariendo la esperanza del hijo
y los niños sostengan en sus juegos la luz de la Poesía
y el sol inunde con sus llamas la nieve de los cuerpos:
Buenas noches.
Porque faltan mil siglos para nacer el Día.
[Muchos años después de aquel primer encuentro con el poeta -abril de 1989-, en una de sus frecuentes cartas aludió a ese momento: “Recuerdas el recuerdo o los recuerdos en aquella tarde que llegué a oíros en Radio Popular y que llovía bestialmente: Fátima, Andrés y tú, trío de poesía nueva en esta Extremadura extremadamente vieja; pero a pesar de que vuestro grupo estaba rompiendo algo, tuvo un gran éxito, cosa que me extrañó y alegró a la vez.”].
“HE ROTO CON TODOS LOS REGIONALISMOS”
Regresados a Madrid los tres miembros del Grupo 70, no volví a ver al poeta hasta junio de 1971. A finales de aquel mes yo llegué a Extremadura, para permanecer en ella hasta 1989 (aunque persistí con una segunda etapa, de 2001 a 2018, ya sin Manolo vivo). Durante todos los años de mi primera estancia mantuve una estrecha amistad con el poeta. Mucho tiempo, muchas conversaciones, mucha correspondencia epistolar, muchos encuentros… El primero se produjo en los últimos días de junio, casi recién llegado para trabajar en el diario Hoy como periodista en prácticas. Yo estaba interesado en reencontrar a aquel escritor que año y medio antes había tenido la ocurrencia de acudir a un recital de tres jóvenes, desconocidos para él, e incluso dedicarles un poema y regalarles sus versos. Se merecía mi atención. Supe dónde residía y acudí a su domicilio, tan modesto como su vida y tan abierto siempre a cuantos hicieron por frecuentarlo.
“Me siento vivir hasta las mismas raíces de mi ser y por esto creo comprender y sentir mi vida y la de los otros. Soy esencialmente poeta; nací con el signo de infierno y paraíso que es en el mundo actual ser poeta”, escribió hace 52 años.
La segunda vez que yo publiqué en el diario Hoy fue la crónica de mi encuentro con Manolo Pacheco. Apareció el jueves, 1 de julio de 1971. Desde entonces, mi declarada inclinación por la literatura de este autor me generó más satisfacciones que desagrados, porque de estos últimos hubo a veces. El contenido de la crónica fue el responsable. La frase del poeta, con la que titulé la información, inició algunas desavenencias con otros escritores, que duraron varios años. Pacheco declaró: “Yo he roto con todos los regionalismos”, y lo destaqué, para que luego abundase: “Dicen que soy el número uno en Badajoz”. Y con ello no llegó a arder Troya, pero se acercó mucho.
Sin embargo él me dijo más, me habló de sí mismo, de su forma de entender la poesía, de su tierra, de su gente, de su, en general, gráfica y descarada poesía. Destaco algunas de sus frases:
“Ser poeta es acariciar a los niños, abrirle la jaula a los pájaros y sentir en las manos el contacto de los callos del alma”.
“Soy más conocido en el extranjero porque mis primeros libros se publicaron en Suramérica, puesto que aquí nadie quería arriesgarse. Empecé a destacar en mi tierra cuando ya era miembro de diversas academias extranjeras”.
“El extremeño se subestima, tiene una contraproducente individualidad, no se preocupa por nada, sostiene una enorme dejadez hacia sí mismo. Muchas cosas podrían hacerse, pero nada se hace”.
“Ser poeta es acariciar a los niños, abrirles la jaula a los pájaros y sentir en las manos el contacto de los callos del alma”.
“Cuando yo escribo con un estilo que algunos llaman desgarrador o cruel, lo hago como un trabajo de grafismos. Quizás soy el único poeta español que escribe sin detenerse ante nada, que no mide las palabras, sin importarme romper con todas las normas. Esto me ha creado muchos escándalos. La gente se asusta cuando yo transcribo sobre la crueldad de este mundo que vivimos. Lo único que hago es emplear las palabras que la vida se merece”.
“Yo fui antes que Gimferrer o Montalbán. Yo fui antes. Yo aconsejé a Gimferrer sobre su poesía y él escribe hoy sin acordarse de Pacheco para nada. Pero, claro, son los ‘novísimos’… Y no lo son, porque lo que ellos hacen ahora yo lo hacía ya diez años atrás. Son parte de la sociedad de consumo… unas vedettes”.
“Yo lucho por la expresión, siempre muy enraizado en la tierra, lucho por el hombre. Siempre he sido así”.
“Lencero, Valhondo y Pacheco… Somos distintos en nuestra poesía, pero es un triángulo que siempre ha pegado fuerte allá donde ha ido”.
[Un triángulo… Aprehendí entonces esa descripción, tanto que en cuantos escritos que en adelante publiqué en el diario Hoy y en otros medios, así como en conferencias y actos públicos, cuando me referí a estos poetas siempre los mencioné como el ‘triángulo poético’. Una puntualización que fue tomada y utilizada por otros divulgadores en aquel año y en los sucesivos].
“NUNCA SERÉ UN POETA OFICIAL”
Cuando en el mes de octubre de ese mismo año me hice cargo en el periódico Hoy de la página de Artes y Letras -que hasta entonces llevó el poeta Jesús Delgado Valhondo-, opté por incorporar un texto de Manolo en la sección que concebí con el nombre de ‘En busca del autorretrato’. No recuerdo cuánto tiempo permaneció activa, pero sí que la inauguró Pacheco el 7 de noviembre.
“Al seguir escribiendo sobre la antilínea de mis poemas no podré llegar nunca a ser eso que llaman puramente, estructuralmente, funcionarialmente y bellamente un poeta oficial”, escribió en su autorretrato.
En la entradilla que escribí para presentar la sección y el personaje elegido, expresé que convocábamos a todos los escritores, extremeños o no, a la búsqueda de su autorretrato. Y concluí: “En esta ocasión, presentamos a uno de los mejores poetas españoles y número uno de los extremeños”. Aquella última apreciación no me generó amigos, no.
Para buen o mejor conocimiento y divulgación del poeta y su obra, resulta conveniente reproducir aquí esa imagen de sí mismo que nos trasladó el poeta hace 48 años:
-¿No recuerdas la lluvia mojando la camelia de la tarde?
Y ella me dijo: .POETA, y yo dejé que la palabra flotara en el aire mojado, y soñé un horizonte de muchachos que cantaban; pero yo no soy poeta, y ella me mira dulcemente y me interroga
-¿Que no eres poeta?
-NO.
Sí, eres poeta, le has dado mucho de tu vida a la poesía, le estás dando día a día pedazos de tu vida a la poesía, y con ella has llegado a comunicarte con los hombres, por ella hiciste amigos y amigas en toda la tierra. Eres poeta porque no esperas nada de la poesía y se lo das todo; eres poeta porque escribes con sangre tus poemas.
-No, no soy poeta.
-Y si no eres poeta, ¿qué eres?
-En mi poema AUTORRETRATO me analizo, y cuando alguien quisiera estudiar mi obra tendrá que partir de lo que el filólogo Amado Alonso llama POETA-ANTENA, porque yo soy un libro de páginas en blanco donde la vida escribe todas sus resonancias, fíjate bien TODAS SUS RESONANCIAS, y en los libros de la mayoría de los poetas, de los que se creen puramente poetas, las resonancias de la vida son mixtificadas por la belleza de la expresión; embellecen esas resonancias para que no les manchen los poemas, para no cometer crímenes de esa belleza, para el bien decir, para la unidad arquitectónica del poema; esos poetas pulen las cáscaras de esas resonancias y yo mezclo entre la carne y el alma de mis poemas las antipoéticas cáscaras de la vida.
“Quizás soy el único poeta español que escribe sin detenerse ante nada. La gente se asusta cuando yo transcribo sobre la crueldad de este mundo que vivimos. Lo único que hago es emplear las palabras que la vida se merece”
Sigue lloviendo y ella no comprende mi locura, y yo sigo escribiendo cosas bellas y llenas de inmensa ternura, y cosas feas y llenas de cáscaras y sudores de la angustia del existir, cáscaras llenas de almas rotas, de hombres rotos y de libertades rotas, y al seguir escribiendo sobre la antilínea de mis poemas no podré llegar nunca a ser eso que llaman puramente, estructuralmente, funcionarialmente y bellamente un poeta oficial.
Tantos años después, este texto me sigue pareciendo soberbio.
POESÍA EN LA TIERRA
En 1972, cercano yo a finalizar los estudios de Periodismo, comencé a redactar mi tesina fin de carrera, que concluí y presenté en 1973. La titulé ‘Extremadura, subdesarrollo y poesía’, sobre la base de que esa carencia de medios, fondos y voluntades individuales y colectivas conducía a la región -aunque fundamentalmente a Badajoz- a una situación en la que, en cuestión de literatura, la poesía surgía como por efecto espontáneo, no así otros géneros. Poesía de la razón y de la desazón. Escribí en su introducción: “En aguas tan turbias, pedir que florezca una cultura extremeña [error, debería haber escrito ‘en Extremadura’] resulta muy dificultoso. Y más aún cuando en la misma región no es posible declarar un contexto de ideales estéticos, políticos o sociales, de costumbres…”.
Quien sea conocedor de su obra literaria advertirá -o debería hacerlo- la severa trayectoria vital de este ser humano que, pese a todo ello, siempre creyó en sí mismo y en la esencia del hombre
Y más adelanté: “Acepto con todas las consecuencias la tesis según la cual la poesía surge con más fuerza, claridad y calidad conforme el subdesarrollo es mayor. Por ello, necesariamente esta región debe ver nacer en su seno gran cantidad de poetas. Poesía social como género por excelencia”. Concluí la introducción: “La función del poeta ante el panorama de subdesarrollo en Extremadura es esencial”.
Tenía yo 25 años, suficiente edad como para arriesgar por aquello en lo que creía -literariamente, en ese caso-; parecía claro que en estilo y compromiso -por el momento- yo optaba por la poesía social. Y seguía pareciendo claro que en la región, entonces, el estandarte de ese movimiento era Manuel Pacheco. A él, a su obra y a su constante implicación con el pueblo le dediqué 35 páginas de la tesina. Todavía hoy me siento complacido de haberlo hecho. Más aún cuando pocos meses antes de concluir mi trabajo de divulgación, Manolo había publicado en la editorial ZYX el que, en mi opinión, se convertiría en el libro más rebelde, contestatario y veraz de toda su larguísima trayectoria: ‘Poesía en la tierra’.
En la tierra, efectivamente, estuvo arraigado durante toda su vida, de la que escribió siempre. Por eso resulta interesante, curioso al menos, saber de su firmeza en la existencia de un paraíso, uno muy peculiar. Me lo comentó en el curso de uno de nuestros frecuentes encuentros. Según él, existe una especie de más allá como lugar edénico donde solo tienen cabida los enamorados, y estos se encuentran allí “con el único fin de hacer el amor”. Es probable que por ello anduvo toda la vida de adulto persiguiendo en su literatura a aquellos que entendió culpables de que los edenes hubiesen caído estrepitosamente entre las redes del consumismo, la podredumbre y la corrupción. Quizás por eso escribió el libro ‘El color del color’. Porque Pacheco fue, primero por necesidad y después por devoción, un hombre de izquierdas, de aquella izquierda precisa y real que fue y existió, aquella que ahondó en lo social antes que en lo político; aquella que desapareció años después.
Quien sea o se suponga buen conocedor de su obra literaria (poesía, prosa, teatro) advertirá -o debería hacerlo- la severa trayectoria vital de este ser humano que, pese a todo ello, siempre creyó en sí mismo y en la esencia del hombre. Conocer de su paso por la Tierra da todas las claves para entender su forma de escribir, su forma y su fondo, en el que pasó intermitentemente de la sutil palabra apasionada a la cruda descripción de la miseria humana. Si desconoce esos datos del hombre que fue poeta -hombre ante e todo-, bien pudiera ser, como concluyó el autor, «un esqueleto de agua en el desierto»: el imposible discernimiento, diluido en lo informe.
Me conmueve todavía (lo seguirá haciendo, espero) recordar al poeta en su faceta `fieramente humana’ (dijo Blas de Otero). Pues así se expresa en ‘Otoño en sí mayor’:
Los señores Xs viven felices con sus hermosísimas pagas de señores Xs, y no quieren que nadie viva triste, pero los poetas siempre meten la pata y ensucian la felicidad de los demás con sus inmorales verdades, porque la verdad es una muchacha que siempre anda desnuda con las piernas abiertas y los pechos erguidos, y no le importa enseñar la condecoración de su sangre de todos los meses y el dolor de los pedos de todos los días.
Hoy sigue estando triste la tristeza y está triste y estómago, y la oficina rodeada de niebla está triste, y está triste mi cara de tabla, y vuela esta palabra como una mosca insomne en la cara de un muerto, y sigue estando triste mi tristeza, y salgo detrás de la niebla y escucho la guitarra y el verso y la voz del poeta Atahualpa en forma de peñascos rompiendo las letrinas que guardan el oro sucio de todos los tiranos.
Imagino a Manuel Pacheco, el hombre, escribiendo este texto en una mañana lluviosa, sobre la mesa de madera de una demacrada oficina militar, cercano al capitán, que dice “que va muy bien la otoñada y que es buena la lluvia para que nazca la yerba”. Y entonces el poeta se encara con esa voz, pues no sabe que esa yerba y esa lluvia, si es buena para los borregos, tendrán para comer, pero si comen no los matarán, y en ese caso el precio de la carne seguirá subiendo. Añade: “¿No sabe el capitán que la lógica del consumo en la economía de los economistas del capital, es ilógica, porque a más es menos, y a menos es siempre MÁS”. No lo sabría aquel capitán, pero él sí, en su saquillo y en su conciencia.
Cuando publiqué mi primer libro de poesía, ‘Viejas ceremonias para una tarde de lluvia’, mi amigo Manolo me envió un poema expresamente dedicado a su lectura, que ahora reproduciré por entender que se trata de un texto no publicado hasta la fecha y, por lo tanto, digno de ser difundido:
He leído tu libro
como quien toca la campana del Tiempo
en un País de Niebla
y me recuerda las campanadas de la lluvia
en una gris mañana de domingo.
No eras azul como la alcachofa que puso de ejemplo Andrés,
Ha vuelto la tristeza del otoño
a rozar mis espaldas
y en la luz musical de tus recuerdos
navego esta mañana de noviembre
en la melancolía de tus versos.
Nunca mejor colgadas las palabras
del marco de la tarde de tu libro.
Tus viejas ceremonias empapadas de amor y de nostalgia
las postales azules del recuerdo
jardinizando el aire de tus pasos
y esa rabia que brota de tu grito
cuando sientes a un dios
“que existiendo, devora”.
Aquí dejas tu ser en esta melodía
que traspasa los muros del Silencio
y mojan tus pupilas de paisajes soñados.
Que la luz de esa Gloria que acompaña tu vida
ponga una gota de alba en tu tristeza.
“UN PUENTE DE PIEL SOBRE EL ABISMO”
“Pacheco no es un poeta de encargo, sino un escritor que está encargado de hacer la poesía del momento en su momento; todo lo que no le gustaría sentir ni haber sentido nunca y que tendrá que seguir sintiendo toda la vida, porque este mundo entre otras cosas no tiene arreglo; claro que si el mundo dejara de ser todo este desarreglo de ahora, Pacheco dejaría de ser el poeta de siempre.” Lo publicó el autor Francisco Lebrato Fuentes el 2 de septiembre de 1972, en la recordada sección ‘Plumas extremeñas’ que mantuvo el periódico Hoy durante muchos años. Justamente era la época en la que Manolo había publicado un libro de cuentos que, si escrito en prosa, estaba a caballo entre la narrativa y la poesía. Una vez más, el escritor aparecía editado fuera de su tierra, en aquella ocasión en los Papeles de Son Armadans que creara Camilo José Cela en Palma de Mallorca.
A este propósito escribí un artículo en mi sección de Artes y Letras del diario Hoy. Conveniente es reproducir una parte para asentar la opinión sobre el Pacheco prosista, un maestro en el arte de la utilización de las palabras, siempre exactas, sin sobrar un punto, sin faltar una vocal, medida la consonante: “Son narraciones medulares profundas”, publiqué, “llegadas a la imprenta como una pesadilla tras la noche de insomnio y más amor hacia los hombres.” Pues el autor apunta en su obra: «Sentado sobre una piedra en el centro de las caries en la ciudad-esterquera, el hombre de la pierna de palo bebía una botella de vino, sosteniendo en sus manos una jaula con un pájaro que picoteaba las últimas ramas del sol”. Difícil encontrar en España, en aquellos años, incluso en posteriores, a un escritor tan real, imaginativo y descriptivo. Acaso fuera su coetáneo, el postista Carlos Edmundo de Ory, tan buen escritor como tan poco ensalzado; acaso él, aunque no siempre, se aproximase al autor extremeño con su vanguardismo y con la insurrección de fondos y formas. Creo posible que Pacheco -buen conocedor de Ory- suscribiera estos versos del postista: “Respira en la pocilga de mi música / los violines en polvo / llora conmigo al recitar mis penas / mis cadenas mis venas mis antenas / mis pañuelos planchados con mis pies / y sabrás por qué soy el poeta sin sueldo / dejado en la frontera con una lavativa.” Una cercanía de ambos poetas que se reconoce también en Pacheco, cuando escribe: “Crucé un puente de piel sobre el abismo, / la cicatriz de un ojo tiraba de mis pies”.
Los vocablos preferidos por el poeta y narrador se repiten con frecuencia en sus obras. Son muchos los escritores que poseen un lenguaje peculiar, esto lo sabe Pacheco y lo utiliza en “una cámara ecoidea” (él dijo), pues esas libélulas tan suyas, que para curar el cáncer no sirven, se encuentran muy presentes no sólo en el libro cuyo título las incluye (uno de sus grandes), sino en otros muchos textos de este hombre “que unía las alas de las libélulas del sueño a los rabos de las ratas de la realidad”. De Extremadura y de España en general, parecen haber sido exterminadas las libélulas, aquellas que en la infancia alumbraban nuestro camino en el regreso a casa tras una tarde de pan y chocolate. Pero no han desaparecido, ni lo harán, de la poesía de Pacheco, a mitad del trueno y del ensueño.
EPÍSTOLAS DEL TIEMPO
Durante cerca de cuatro lustros, el poeta y yo residimos en la misma ciudad, Badajoz, y a poco más de un kilómetro de distancia. Pese a la cercanía, y también a que nuestros encuentros fueron asiduos, Pacheco y yo practicamos un ‘oficio’ hoy desaparecido: la correspondencia postal. Lo hicimos desde finales de los jubilosos años 70 hasta tres años antes de su muerte [con la salvedad de que a partir de 1989 dejamos de habitar la misma urbe. Él quedó en Badajoz, yo marché a Madrid].
Del contenido de ese correo, la casi totalidad va a quedar guardada en mis gavetas, aunque me parece interesante reproducir varias opiniones de Manuel relacionadas con su vida y su obra. Queden aquí sin adendas:
-“Yo, por suerte o por desgracia… Digo por suerte, porque la vida durísima de mi infancia, desde los siete años me ha hecho durísimo y tiernísimo a la vez, por esa fuerza horriblemente hermosa que se llama poesía”.
-“Sí, te sé mi amigo de verdad -hay pocos amigos-; tú te enfrentaste recién venido al Hoy con todos los poetas que eran oficialmente más conocidos que yo; siempre he sido un lobo estepario y ahora he entrado en la mansión de las sombras al darme todo lo que no le han dado a nadie y que yo nunca he pedido, porque como digo en los primeros versos de mi poema ‘Para beber poesía’, Yo siempre sé lo que quiero / porque nunca quiero nada”.
-“Tú escribiste que yo rompí con todo para que la poesía extremeña se hiciera universal. Esto luego lo dijo con otras palabras Fanny Rubio [catedrática de universidad, experta en poesía española contemporánea] en su tesis doctoral sobre las revistas españolas desde 1939 al 1975. Ella decía que yo había sido el poeta que había cambiado toda la poesía que se hacía en Extremadura y que mi influencia era grande en ella”.
-“Mi libro ‘Obras en prosa’ [publicado por la ERE] tiene unas 64 páginas (sic), en él van reedición de ‘Diario de Laurentino Agapito Agaputa’, ‘Cuentos azules’ (narraciones). ‘Diario del otro loco’, ‘Prosemas’ y tres obras de teatro, Viudas Camarasa ha trabajado como un negro en este libro; creo que nunca se ha hecho un libro como éste porque me da a conocer como prosista, y los pies de página descubren todo el movimiento cultural de Badajoz durante Franco y después de él, la tertulia de Esperanza [Esperanza Segura, con sus tertulias de los sábados] y se cierra el libro con mi ‘Estética”.
-”Creo que la auténtica función de la poesía es enseñar la raíz de la realidad, clarificar la palabra para que su luz llegue a todos los hombres, y los hombres no sigan viviendo en un mundo de torres de Babel. El poeta debe luchar intensamente para que el hombre se pueda comunicar con el hombre, y liberarle en su mundo interior para que, teniendo Su Libertad pueda comprender y respetar la libertad de los demás”.
-“Los amigos que me hice por el mundo los hice por mi desnudísima sinceridad, por mi -según las reglas del juego educacional- GROSERÍA, porque la sinceridad en un mundo hipócrita es tabú”.
-“La mayor parte de mi obra poética está escrita en verso libre. Yo afirmo que la forma no importa, que lo que importa es lo que se dice, el fondo”.
-“Pero el soneto se puede seguir escribiendo y estar también al día; dígalo si no mi libro inédito ‘Los insonetos del otro loco’. Como yo he pasado 30 años escribiendo poesía y usando todas las formas, puedo permitirme el lujo de escribir este libro de sonetos sin que el soneto me quite libertad de expresión”.
-“Cuando un poeta habla de haber pasado un año, yo creo que han pasado MIL, ya que la experiencia viva del poeta se cuenta por mil años en cada uno que vive”.
-“Querido amigo, a pesar de que alguien te haya escrito diciendo que le haces mucha propaganda al triángulo poético de Badajoz y quizás especialmente a mí, creo que el movimiento se demuestra andando y yo he andado muchísimo en poesía y dejo andar a los demás -a mí no me dejaron andar durante 10 años-, y ayudo todo lo que pueda a los jóvenes que empiezan -a mí no me ayudaron en mis principios-“.
-“En la poesía yo no soy jefe de nada ni de nadie; acompaño a la gente joven pero no para dirigirla, ya que el poeta no se debe dejar dirigir por nada ni por nadie y sí escribir cuando tenga cosas que decir a los demás”.
-“Si todo está ya escrito, no hay nada escrito en el todo; o en ese todo cabe la diferencia de un poeta a otro. Antes de morir Delgado Valhondo, fui a visitarlo a su casa; bebía un vaso de agua y salió la conversación de que nada hay nuevo bajo el sol, y él me dijo: “Este es mi vaso y esta es mi agua que bebo, pero si tú la bebes la haces tuya, así que cada uno de nosotros escribimos diferentes a los demás”.
CRECER EN UN HOSPICIO, MORIR EN UN ASILO
Cuando me acerco al final del relato es el momento de mencionar el último párrafo del estudio que dediqué a Manolo en mi tesina fin de carrera: “Quien lea con atención la poesía escrita por Manuel Pacheco, acaso deduzca que sus textos se asemejan a las figuras de dos jóvenes dormidos que sostienen en las manos antorchas inclinadas hacia la tierra, según la mitología griega: El sueño y la muerte.”
Porque la vida pareció jugar en contra de este hombre. Nació humilde, fue niño y adolescente en un hospicio; tuvo mil oficios materiales, como maestro de todo y experto de nada; logró emplearse en una oficina militar; habitó un barrio pobre, en el que olía a “mierda impura” (escribió); se casó y tuvo un hijo; su mujer permaneció paralitica casi la mitad de su existencia para, al cabo, terminar con ella en un asilo, del que salió para morir en una clínica de Badajoz; desapareció antes de hora, a los 77 años. Sus restos no abonaron la tierra, sino que acolcharon el agua: las cenizas fueron depositadas sobre el río Guadiana. Esa agua que muchos años antes le había animado a escribir estos versos, reflejo de sus ríos:
Camino en las mañanas hacia la oscura boca de una casa
y me siento en la silla de los días y escribo en el desierto
la lepra de los números.
Las letras de los nombres que repito
desconocen la lumbre que late en mi cabeza
y camino en las noches con mis manos de sueños
que gotean dolor y música y olvido,
y mis pasos emigran hacia el reflejo de los ríos
que cantan en verano la sombra azul del agua.
COLOFÓN
En 1998 no estuve presente en la cremación de su cuerpo ni en la ceremonia posterior. Hubo quien no lo comprendió. Pero es el signo que yo he marcado para cuando mueren cuantos he querido: me ausento de las ceremonias fúnebres porque preciso recordarles en la abundancia de su vida, mantener esa imagen en la retina, jamás perpetuar en mi memoria su tumba o sus cenizas. Como espero y deseo que me recuerden a mí los que me quieren.
(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).
SOBRE EL AUTOR
Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo
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