jueves, 28 marzo, 2024
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Paraguay, territorio mágico

Todo empieza con una luciérnaga en este viaje prodigioso que descubre un país lleno de contradicciones

Llega la noche a La Colmena. Las nubes cubren las montañas del horizonte, en mitad del verano. Cúmulos de nubes predicen bochorno, un día más. Donde yo me encuentro, en un sillón de mimbre y madera aposentado frente al paisaje, la oscuridad alcanza incluso a lo cercano. Súbitamente, una minúscula luz cruza entre las ramas del mango, vertiginosa, zigzagueante; alcanza el seto, se esconde y regresa instantes después con idéntico brío, en vuelo rasante. Yo la distingo desde el principio, mi mirada la persigue, se abstrae con su fulgor, sólo existe para ella: la luz de la luciérnaga. En los campos de La Colmena, a cien kilómetros de Asunción, capital del Paraguay.

Esa pequeña hembra de luminosa cola, con cuya visión tantos recuerdos se reavivan, me parece el mejor ejemplo para entender la distancia, no física, que hoy separa de España a este fértil país guaraní. El maleducado progreso ha extraviado, hasta casi desaparecer de la Península Ibérica, la bioluminiscencia de la luciérnaga. El malentendido atraso económico-social de Paraguay ha permitido que su vuelo de luz sobreviva. He ahí el prodigio.


Su mejor autor, Augusto Roa Bastos, lo definió como un país desconocido, “hasta el punto de que parecería un territorio mágico inventado por los novelistas y escritores”.


Visto con ojos de europeo, casi todo cuanto acontece aquí recuerda al pasado. Casi, no todo, pues lo que le aproxima al presente occidental -acaso lo único- es la modernidad de los vehículos, al menos de muchos de los que circulan por sus complicadas carreteras, en las que la anarquía circulatoria asusta y acompleja a un conductor extranjero.

UN TERRITORIO MÁGICO

Paraguay, en la perspectiva de un español tan entrado en la edad como yo, se asemeja al país que conocimos y vivimos aquí, en España, hace cerca de sesenta años. Costumbres, calles, edificios, tipismos y un reiterado abandono de lo público por parte de las municipalidades y los gobiernos que rigen a esta nación semioculta en el centro del subcontinente americano. Dijo Augusto Roa Bastos que Paraguay es un país desconocido, incluso en su ubicación geográfica, “hasta el punto de que parecería un territorio mágico inventado por los novelistas y escritores”.

ParaguayEl más reconocido escritor paraguayo es, sin duda, Roa Bastos. Murió en 2005, tras cerca de cuarenta años de vivir expatriado, como él solía definirse; desterrado en realidad, porque su posición política “independiente, pero de signo nítidamente democrático y antiimperialista, no podía resultar cómoda para los sucesivos tiranos”, escribió el periodista Armando Almada en el diario La Nación, de Buenos Aires. Para Almada, Roa Bastos es el nombre mayor de la literatura paraguaya moderna y uno de los que marcaron el tono de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX.

Cierto es que el autor de ‘Hijo del hombre’ sufrió con su país desde posiciones de una izquierda rayana con las de García Márquez y Cardenal, aunque sin militancia alguna, o acaso con la que le otorgaba su tierra. Sufrió con las casi permanentes dictaduras que han dejado a Paraguay con un retraso social, cultural y económico que el mismo Roa Bastos calificó de secular hace ya más de 40 años. Dictaduras que han horadado la tierra fértil de un país exuberante, que han acongojado el espíritu popular durante casi todo el siglo XIX y gran parte del XX. Dictaduras -muy duras- que llegaron con sus tentáculos despiadados hasta 1989 -casi ayer, todavía-, cuando el dictador más sangriento de la historia de Paraguay, el general Alfredo Stroessner, fue depuesto por un golpe de Estado.


Paraguay es un país acogedor, fértil, siempre verde, hermoso en sus paisajes y sus inmensos ríos y cascadas, al que hay que recorrer con mirada de viajero impenitente.


UN VOTO, 15 EUROS

Hoy el país vive a medio camino de la democracia. Dos partidos políticos, Colorados y Liberales, se alternan en el poder. Sólo uno, sólo otro. Durante mis largos días de estancia paraguaya asisto al periodo electoral, previo a las generales (previstas para el 22 de abril de 2018). El pueblo, mediante su voto, elige a los candidatos por uno y otro partido para las próximas elecciones generales y legislativas. Comento mi extrañeza por el sistema con amigos paraguayos y me responden: “Así es aquí. Es como si en tu país los ciudadanos pudieran elegir con su voto a los candidatos del PSOE y del PP que se presenten a presidente”. Peculiar, sin duda, pero teóricamente válido.

Teóricamente, escribo, porque esa democracia de raíz cae por tierra cuando me entero, e incluso observo merced a videos caseros publicados en Facebook, cómo miembros de uno y otro partido se echan a la calle para comprar votos. Literalmente. Un voto por 100.000 guaraníes. El colorado o el liberal se acercan a un corrillo humano y ofrecen: “Tú das tu voto a mi candidato, me muestras tu papeleta, y recibes 100.000 guaraníes”. Así sucede una vez y mil, y otro día y otro más. Cien mil guaraníes, 15 euros al cambio.

ParaguayPor eso Paraguay se sostiene en una democracia teórica, un sistema en el que la corrupción conquista norte a sur las esferas del poder político y de todo lo público. “Así es, no más”, continúan comentando amigos paraguayos, “pero a vos no debería extrañarte, eres español y en tu país también sucede, ¿no?”. Cierto.

El todavía presidente, Horacio Cartes, al recibir en 2014 a un grupo de empresarios brasileños, les dijo: “Usen y abusen de Paraguay”. Acaso tanto como el propio Cartes, según la creencia popular, ha abusado de su propia tierra, enriqueciéndose soberanamente en pocos años. Pero Cartes tuvo el arrojo de proponer a los brasileños que abusen de su país, cuando la historia delata y denuncia las tropelías cometidas por Brasil en tierras y personas paraguayas desde hace siglos, pero con muy desgarradora incidencia en la guerra de La Triple Alianza (1865-1870): Brasil, Argentina y Bolivia contra Paraguay, “precisamente cuando mi país era la primera potencia de América Latina”, dijo Roa Bastos, “en cuanto a economía, incluso al pensamiento político”. Y esa fue la razón de la guerra, añado.


La nación se sostiene hoy en una democracia teórica, un sistema en el que la corrupción conquista norte a sur las esferas del poder político y de todo lo público.


Una guerra que devastó a la nación, exactamente, en la que Paraguay perdió la mayoría de su territorio y que casi exterminó a su población, para dejarla en cerca de 200.000 personas, la inmensa mayoría mujeres y niños. Mujeres que se vieron obligadas a levantar el país. “Paraguay es hoy producto del esfuerzo de las mujeres”, según Roa Bastos, “que reconstruyeron la nación, dieron de comer a sus hijos y atendieron a los ranchos incendiados y las casas devastadas”.

AQUÍ NO SE ALQUILA

Lo mejor y casi único para recorrer Paraguay es el coche. Ya no existe el tren, aunque su instalación data de 1861, por lo que fue uno de los primeros del subcontinente. La poca ocupación y los altos costes acabaron con él en 1999; hoy sólo quedan los restos de antiguas estaciones, escasos tramos de vías y algún discreto y sobrio Museo del Ferrocarril, como el de la pequeña localidad de Carmen del Paraná, que me muestran dos amabilísimas funcionarias, junto a cuatro viejos vagones de mercancías. Por eso, quien vaya a Paraguay de viaje se sorprenderá de dos cosas: Que no existen turistas (injusto para un país con tantos recursos naturales) y que si alquila un vehículo para sus viajes, le saldrá carísimo. Cuando opto por uno me informan de que para hacerme con él he de pasar antes por el notario (en Paraguay se llama escribano) y suscribir un contrato de alquiler, acaso sea porque en este país no existe tradición de rentar coches y tampoco empresas dedicadas a ello.

El caso es que formalizo la operación, previo pago al contado de cerca de ocho millones de guaraníes (en torno a 1.300 euros) por 40 días de uso. Sin duda, para el nivel de vida paraguayo, extremadamente caro. Quizás por ello no existe costumbre de alquilar. “Te sale mejor comprar un auto para usarlo estos días y, antes de marcharte, venderlo”, me comentan. Opto, sin embargo, por el alquiler.

DE CHIPAS, TERERÉS Y CREENCIAS RELIGIOSAS

Cuando recorro las carreteras paraguayas, dos peculiaridades me sorprenden: la frondosidad de sus paisajes -verdes, siempre verdes- y los puestos a pie de carreteras. En este país no está prohibida, como en España, la venta ambulante y libre, sin tasas ni impuestos. Acaso por ello me asombra observar todos esos pequeños habitáculos de desvencijada madera y lona oscura que recorren las lomas y arcenes de las rutas; ventas de cualquier cosa, pero sobre todo de chipa, una rosca hecha de almidón, huevo, harina de maíz, anís y queso, que para el país es alimento nacional, junto a la bebida de hierba mate y al ‘invento’ paraguayo, exclusivo de aquí, el tereré, brebaje también de mate, al que se añaden hierbas medicinales y hielo, que en verano todo ciudadano -todo, escribo- consume en casa, en la calle, en el trabajo…

ParaguayRetengo también mi extrañeza por el vehemente credo católico de este pueblo. Lo descubro por todos los lugares que recorro, por carteles en las carreteras, nombres de santos para los pueblos, imágenes de vírgenes en las calles, ilustraciones en edificios, cultos en los hogares… A veces, una religiosidad cercana al fundamentalismo, a la creencia rigurosa e irrebatible. Un pueblo devastado a lo largo de la Historia, desde el ‘descubrimiento’ de los españoles en 1524 hasta la corrupción abrasadora de nuestros días, un pueblo que, si sonríe, lo hace desde un nivel de vida de los más bajos del subcontinente, se ampara desde la ortodoxia en su creencia férrea de un más allá eterno. Dios está en boca de todos, me lo nombran firmemente, aunque con escaso conocimiento teológico, como una creencia ancestral que se traslada de padres a hijos durante siglos, a la que se aferra cada persona y merced a la que vive y sobrevive en su ámbito. Pienso entonces en los misioneros jesuitas llegados aquí en el siglo XVI y en el provecho que obtuvieron con su inflexible apostolado para que hoy, todavía, la religión se imponga a la razón.

Al acudir a las ruinas de la misión jesuítica de Trinidad, cercana a la ciudad de Encarnación, me admiro ante la perfección de sus formas pétreas y la disposición de sus construcciones, hoy declaradas Patrimonio de la Humanidad. Conozco los restos de pequeñas casas de piedra que los jesuitas mandaron edificar para los guaraníes, habitantes de la selva hasta entonces. Miro también lo que queda de la inmensa estructura de sus dos iglesias, junto a la que se imagina suntuosa mansión del superior de la Orden, tanta que incluso contenía una zona de baños e hidromasaje, y la comparo con la obstinada humildad de las viviendas de los guaraníes. Allí también, desde el germen, la religión se impuso a la razón.

CARNE, CERVEZA Y GUARANÍ

La alimentación de Paraguay resulta muy similar a la española, salvo que decidamos adentrarnos en platos típicos, en cuyo caso hemos de probar sabrosas componendas como la ya mencionada chipa, junto a la mandioca (que suele suplir al pan en las comidas), sopa paraguaya, mbeyu, cocido paraguayo, chipa guazú y soyo, unos platos en los que predominan la harina de maíz, el queso paraguayo y el almidón. Ello sin olvidar la carne, alimento fundamental en el país, sobre todo durante los fines de semana, en que familia y amigos acostumbran a reunirse en torno a la parrilla, en la que colocan grandes piezas de carne de vaca. Y para beber, cerveza. De cualquier forma, a cualquier hora. Creo que después del mate y del tereré, beber cerveza solos o en compañía es el hábito nacional por excelencia. Por pueblos y calles proliferan las tiendas en las que se vende exclusivamente cerveza, generalmente de tamaño familiar.

ParaguayCARENCIAS SIN RESPUESTA

El país, sin embargo, sufre carencias fundamentales, que los paraguayos denuncian de forma más o menos velada, sin reacción popular y, en consecuencia, carente de actuación política. Uno de los mayores déficit es el de la sanidad: instalaciones antiguas o maltratadas; insuficiente cuerpo médico, a veces con una profesionalidad al menos discutible; largas esperas… No existe una sanidad pública universal, de modo que si un enfermo no quiere pasarlo realmente mal, debería acudir a la sanidad privada; pero tendría muchas dificultades económicas para hacerlo, porque es muy cara, alejada del poder adquisitivo del ciudadano medio. Algo similar sucede con la educación. Los colegios públicos escasean y no son de gran calidad educativa; calidad que parece reservarse a los centros confesionales (católicos, por supuesto). Una nación tan enraizada en su incuestionable catolicismo parecía obligada a escudarse en una enseñanza confesional, y así sucede en Paraguay.

Todo ello, sin embargo, no resta importancia al país para quien, como yo, lo visita por primera vez. Pues en verdad lo que encontramos en él es un espacio amigo, afectuoso y cercano, en el que lo único que podría dejar al margen al visitante sería el idioma, su segunda lengua oficial, el guaraní. Paraguay es el único país de América Latina en el que coexisten dos idiomas oficiales, aunque ciertamente el que se emplea de uno a otro confín es el nativo, una lengua difícil, imposible de entender para un extranjero. El ciudadano la emplea preferentemente, de modo que es frecuente que un advenedizo, como es mi caso, tope a veces con ella en su entorno y se quede en blanco.

EPÍLOGO

Al cabo, y después de recorrer medio país, este a oeste, centro a sur, termina mi tiempo de larga estancia sin haber llegado hasta uno de los lugares más atractivos de la América hispana, el Chaco, un vasto territorio al norte del Cono Sur que abarca parte de Paraguay, Argentina y Bolivia. Protagonista del cruento conflicto bélico entre Paraguay y Bolivia (1932-1935), es un territorio seco, árido y en estado virgen. Hermoso, pero difícilmente accesible en esta ocasión. Que sea en otra.

Ya en el regreso, el vuelo de la línea aérea TAP me pierde el equipaje en Frankfurt y me obliga a sufrir en Lisboa. Pero eso es otra historia.

(Gregorio González Perlado es periodista y escritor. Reportaje gráfico del autor).

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Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo

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