Mérida fue su último puerto. Posó sus alas en el teatro romano para protagonizar Las aves en agosto del año 2000. Dos meses después falleció en Madrid de un ataque al corazón. Tenía 69 años, era un gran actor y se llamaba Jesús Puente. Otro de los grandes (acaso aún más, si me permiten) acompañaría a Jesús poco después. Tenía 74 años, se llamaba Adolfo Marsillach y Mérida fue también una escena en la que supo plantar huella inmarcesible mucho antes, en junio de 1957, cuando el maestro José Tamayo le incluyó en el reparto de Otelo.
Puente y Marsillach fueron unos de mis muchísimos actores predilectos. Teatro y cine, o a la inversa. Cine y teatro, dos de mis contadas pasiones irredentas. En escasísimas ocasiones pude disfrutar con la presencia de ambos actores a un tiempo. Aunque con una inicial desgana, años después de su realización me enfrenté a La paz empieza nunca (1960), de Klimowsky, en la que los dos artistas no se creyeron sus papeles. Y hace más de 30 años, atisbé una joya: Sesión continua, del otrora cineasta progresista José Luis Garci. También tuve la oportunidad de topar con Marsillach y Puente en el Teatro de la Comedia de Madrid, en abril de 1988, cuando el primero dirigió al segundo en su papel de Sempronio, en La celestina.
Juntos, sin embargo, incluso revueltos en su oficio de actores, han pasado a la Historia gracias a Sesión continua, una de esas películas por las que el tiempo discurre suavemente, sin estridencias, incluso para mejorarlas. Acaso ustedes la hayan visto. Dentro de poco se cumplirán 35 años de su realización, casi como otra a la que me referí en un artículo pasado: Amanece, que no es poco, de José Luis Cuerda. Dos piezas de mi quimérico museo de las imágenes.
A finales de 2019, inicio de la pandemia, cerca de 20.000 niños morían de hambre cada día; en aquellas mismas fechas, la ONU cuantificó la pobreza en el mundo en 1.300 millones de personas.
Sesión continua es un homenaje al cine de un hombre que, pese a todo, lo ama; de un ser como Garci, que nos ha dejado algunos títulos convertidos en bandera de una generación (Asignatura pendiente y Solos en la madrugada son otros dos ejemplos) y que en la actualidad transita errático en medio de sus propias contradicciones ideológicas: el ‘spanish free cinema’ y las subvenciones.
En Sesión continua Marsillach es José, director de cine; Puente es Federico, guionista. Ambos están en crisis, separados y solos, con sus historias y con sus utopías. Y ambos se embarcan en la aventura de construir una película en blanco y negro en la era del color. Un largometraje para el que José tiene pensado, muy pensado, su título: Me deprimo despacio.
Como José Luis Garci produjo, dirigió y escribió (junto a Horacio Valcárcel) Sesión continua, la originalidad del título concebido por José hay que adjudicarla al director asturiano; los diálogos concisos, inteligentes y sarcásticos, también. Pero quedémonos con ese blanco y negro de Me deprimo despacio, porque así, lentamente y en doliente conciencia, deberíamos sentirnos muy entrado el año 2020: deprimidos despacio, muy despacio.
INMUNES A LA DESGRACIA
La intensísima crisis económica y social que invadió al planeta en los inicios de 2008, aún no se encontraba cerrada once años después. A finales de 2019, según Unicef, cerca de 20.000 niños morían de hambre cada día (temo que a día de hoy la cifra haya aumentado); en aquellas mismas fechas, la ONU cuantificó la pobreza en el mundo en 1.300 millones de personas (niños, 663 millones). Antes de comenzar el presente año, la penuria profunda amenazaba en España a cerca de un millón de familias, con cerca de dos millones de niños; de ellos, el 80 por ciento está condenado a padecerla de por vida en esa situación, según denuncia de la organización Save the Children. Me deprimo despacio.
Y hoy, ahora, cual undécima plaga de Egipto, el coronavirus.
Porque nosotros, seres anónimos, no hemos sabido distinguir. La profunda recesión de más de un decenio nos ha dejado inmunes a la desgracia de los otros. Y la crisis económica, social y, en suma, humana. Con recesión y con crisis, o a la inversa, pero siempre sin misericordia, me deprimo despacio.
Terremotos, vientos de 160 kilómetros por hora, lluvias torrenciales y nevadas en una extrema y dura tierra han asombrado a meteorólogos, arruinado a granjeros y agricultores, despojado a seres humanos y sorprendido a políticos. El cambio climático es un hecho, de hoy para mañana. La Tierra no resiste esta tortura. Me deprimo despacio.
La violencia machista continúa asesinando a las mujeres. La intransigencia en las relaciones humanas se ha convertido en un modo de vida. La ignorancia y la incultura también. Me deprimo despacio.
Y hoy, ahora, cual undécima plaga de Egipto, el virus coronado. ¿La suerte está echada?
(Gregorio González Perlado es periodista y escritor)
Adenda
Un blog digital incluyó no hace mucho tiempo una encuesta sobre quién fue el mejor actor español del siglo XX. Tras ver en la lista a Adolfo Marsillach, un internauta borrico dejó escrito: “¿Quién cojones es Marsillach?”. Me deprimo despacio.
SOBRE EL AUTOR
Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo