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¿Quo vadis, Festival de Mérida?

El largo y dificultoso itinerario desde los años 80 de uno de los principales eventos culturales de España que no debería haberse privatizado nunca

“El Festival de Mérida no debería haberse privatizado nunca”. Esta rotunda afirmación la pronunció recientemente Miguel Murillo Gómez, escritor y ex director del Teatro López de Ayala de Badajoz, en el curso de la entrevista que le realizó Christian Polanco en Canal Extremadura Radio, con motivo de su jubilación. Me sorprendió, pues era la primera vez que escuchaba a un alto representante extremeño de la gestión cultural pública durante décadas, manifestarse abiertamente en contra de lo que perpetró en 2012 José Antonio Monago Terraza al frente de la Junta de Extremadura, y que ha mantenido y aumentado alarmantemente su rival político y sucesor en la presidencia, Guillermo Fernández Vara. Me sorprendió porque habría sido alentador que tan rotunda afirmación pública la hubiera expresado Miguel Murillo en su momento, cuando aún ocupaba un cargo público. Pero como siempre le he tenido por buena persona y buen profesional (en consecuencia, alguien a quien respeto), mi reacción no fue más allá de un sutil mohín. Sin embargo, reconozco que, merced a su opinión, he sentido la necesidad de expresarme abiertamente sobre el Festival de Mérida. Lo que no he hecho en los casi diez años que llevo fuera de su equipo de gestión pública, voy a procurarlo ahora. Creo que es bueno, y no solo para mí. Esta es una crónica personal de mi participación en la oficina de gestión del certamen a lo largo de once años turbulentos.

La historia de la muestra del Teatro Romano de Mérida está cubierta de sobresaltos, no solo artísticos, sino también económicos. Yo los viví en una primera etapa (años 80), como miembro del Consorcio (entonces Patronato), y aún con más intensidad y preocupaciones en la segunda, iniciada en 2001 como jefe de Prensa, primero, coordinador del Festival, después, comisario de las exposiciones antológicas ‘El Festival en dos siglos’ y ‘Margarita Xirgu, la primera actriz’, director del Programa 75 Aniversario y, al cabo, director del Centro de Documentación e Investigación.

Presentación del Centro de Documentación del festival en 2009, por Javier Alonso y Gregorio González Perlado.
Presentación del Centro de Documentación del festival en 2009, por Javier Alonso y Gregorio González Perlado.

Esta andadura concluyó en mayo de 2012, cuando los servidores del señor Monago acudieron a la sede del Centro y lo desmantelaron íntegramente, con lo que echaban por tierra y condenaban a lo oculto el trabajo realizado en los últimos años, merced al cual los miembros de un reducidísimo equipo humano logramos recuperar la historia de la muestra desde 1933, haciendo la luz a más de 40.000 documentos que, a partir de aquel momento del PP, fueron a parar a enormes cajas de cartón cuyo destino no me fue revelado.


Durante las ediciones que trabajé, el Festival tuvo cuatro directores, con una media de 2,7 ediciones para cada uno. Además, la llegada del nuevo suponía hacer tabla rasa respecto al trabajo anterior.


Desapareció también el portal web del Centro, en el que constaban esos miles de documentos para conocimiento y uso público, por primera vez en la historia de la muestra. Casi diez años después de aquella tragedia, ni los peperos de entonces ni los no socialistas no obreros de ahora tuvieron ni han manifestado la más mínima intención de devolver al conocimiento público cuanto se esfumó por una cuestión muy aparentemente política (“que tus manos destruyan lo que edificó quien te antecedió”).

Cipriano Rivas Cherif, Manuel Azaña y sus esposas. R. Cherif fue el primer director del festival en los años 30.
Cipriano Rivas Cherif, Manuel Azaña y sus esposas. R. Cherif fue el primer director del festival en los años 30.

UN FESTIVAL ESTABLE, DESESTABILIZADO

Sin embargo, cuanto de irracional aconteció entonces no resultó ser sino una consecuencia impresentable de lo que había ido sucediendo desde años atrás. En lo que se refiere a la faceta artística, durante las once ediciones que trabajé, fueron cuatro los directores que tuvo el Festival, lo que supone una media de 2,7 ediciones para cada uno.


La economía del certamen estuvo desequilibrada siempre. Los responsables políticos supieron de las debacles presupuestarias, pero hicieron poco para evitarlas.


Y con el agravante de que la llegada del nuevo suponía hacer tabla rasa respecto a la trayectoria anterior. Increíble para una muestra anual que precisa estabilidad en su línea artística. No la tuvo, como tampoco en la económica. Algo parecido puede añadirse respecto a la vigilancia y control del Festival en el desarrollo de cada edición, pues cuando un alto responsable cultural de la Junta de Extremadura tomaba contacto con la oficina de gestión de la muestra (la mayoría de las veces, conmigo), su primer y casi único interés era conocer el resultado de la taquilla de la noche anterior, número de espectadores; no preguntó por la calidad del montaje y la respuesta del público. Hubiera sido lo adecuado para un encargado político del hecho cultural, pero no resultó así.

Acaso por ello, en el año 2004 tuve un debate cordial con Jorge Márquez, entonces director, en el que llegó a indicarme que no hiciera caso a las consignas de la Consejería de Cultura, que el Festival se fraguaba desde la oficina de gestión y no desde los despachos de la Junta. No entendí, incluso recuerdo que no me conformé con su aserto, y, sin embargo, ahora lo comparto. Lo tildaría entonces de disparatado, pero con el curso de los años he llegado a comprender que era certero.


La deuda arrastrada desde el año 2000, en torno al millón de euros, desapareció a finales de 2005 por una aportación de la Junta de Extremadura.


Tengo para mí que lo que desequilibró terminantemente la muestra emeritense fue el descontrol en las aplicaciones de su presupuesto. Las inversiones, que nunca debieron ser gastos -pero lo fueron a veces-, condujeron a lo oscuro, en ocasiones porque la gerencia no gerenciaba con las garantías obligadas por ley, en otras porque no tenía en cuenta los fondos destinados a cada capítulo, incluso en alguna ocasión (léase últimos años de mi participación en la oficina) porque parte de esos fondos se malversaron. La clase política afecta era conocedora de la situación, no podría negarlo, al menos de su casi totalidad. Desconozco si alguien, aparte de mí, les informó de ello, pero yo lo hice en varias ocasiones, tanto al director general de Promoción Cultural nombrado por el gobierno del PSOE como al entonces recién designado por el PP.

'Las parcas', espectáculo de 2001 en el que se conjugó perfectamente la calidad con la popularidad.
‘Las parcas’, espectáculo de 2001 en el que se conjugó perfectamente la calidad con la popularidad.

EL PERMANENTE DÉFICIT

Como ha ido demostrando el director de este periódico, José María Pagador, en sus varios informes sobre la materia, el Festival de Teatro Clásico de Mérida nunca ha sido rentable económicamente, es decir, que siempre ha perdido dinero. Ello pese a que, en los últimos años, la firma Pentación, que desde 2012 gestiona la muestra desde su visión privada y empresarial, ha divulgado beneficios irreales, dado que nunca tiene en cuenta los millones de euros que aportan las instituciones de su consorcio. Computando ese capítulo fundamental, el déficit de la muestra fue y es millonario.


Entre los años 2008 a 2011 el déficit aumentó alarmantemente ejercicio tras ejercicio. El control gerencial era oscuro, irregular, en ocasiones inexistente.


Con deudas lo dejó en 1989 el mejor director que ha tenido la muestra, José Monleón, y con deudas también todos los que le sucedieron, y cada vez más elevadas. Por lo que yo supe, a nadie le extrañó: los políticos de la Junta, fundamentalmente, se limitaban a pagar sin abundar en sus preguntas, ni por deuda ni por calidad de espectáculos, sólo por la cantidad de espectadores que acudían al Teatro. Presumían, cuando se daba el caso, de las plusmarcas de asistencias de público sin acordarse de las penurias en su economía ni en los desvíos presupuestarios.

En el periodo comprendido entre los años 2008 a 2011 la deuda aumentó ejercicio tras ejercicio, alarmantemente. El control gerencial era oscuro, irregular, en ocasiones inexistente. Tanto que su titular fue demandado judicialmente pocos años después, condenado por alguno de los casos y a la espera de resolución de otros.

Medea, el personaje icónico del Festival. Margarita Xirgu, 1933 , y Blanca Portilllo, 2009.
Medea, el personaje icónico del Festival. Margarita Xirgu, 1933 , y Blanca Portilllo, 2009.

En el año 2010, siendo yo director del Centro de Investigación, acudí a una entrevista con el director general de Promoción Cultural, Javier Alonso, para manifestarle mi preocupación por la situación orgánica y económica del festival. Le expliqué que, según mi estimación -no cálculos, pues yo no era el gerente-, la deuda del Festival podría acercarse a los tres millones de euros, y subiendo, ello sin tener en cuenta la aportación de las instituciones. Alonso me dijo que eso era una barbaridad, que él desconocía que fuera tan alta y que habría que tomar medidas. Pero el tiempo mostró que no las adoptaron.

Llegado a este punto, es necesario aclarar que en el año 2010 el déficit de la muestra acumulado desde 1984, en que el Festival pasó a ser gestionado por el gobierno de la comunidad autónoma, ya había desaparecido, Y me explico: en 2005 -último de la gestión artística y gerencial de Jorge Márquez- las pérdidas arrastradas resultaron las más altas de su historia (cercanas al millón de euros), pero la Junta de Extremadura las asumió íntegramente. Tras la edición de aquel año, y en medio de una profundísima depresión económica, de identidad y de aceptación del público, Márquez abandonó la dirección y la gerencia. Entonces, la Consejería de Cultura, que aportó el total de la deuda contraída, me encargó la desagradable tarea de deshacer entuertos crematísticos, en mi calidad de coordinador del Festival y ante la ausencia de un gerente responsable.


El de Mérida es Festival Internacional desde 2012, por petición de Jesús Cimarro, pero desde entonces solo ha presentado un espectáculo extranjero.


Con la impagable ayuda de César Arias Barrientos, entonces en el departamento de Producción, fui negociando, actualizando y abonando una a una todas las facturas atrasadas. Incluso alcancé a tratar sobre espectáculos posibles para programar en la edición de 2006; por ejemplo, la reunión que mantuve en el Teatro Español con Mario Vargas Llosa, para llevar a la arena del teatro ‘Odiseo y Penélope’, protagonizada por Vargas Llosa y Aitana Sánchez-Gijón, que el nuevo director de la muestra, Paco Carrillo, incluyó después en la programación. A finales de noviembre de 2005, la deuda desapareció. El Festival partió de cero. Nunca mejor expresado, pues no solo lo hizo en materia económica, sino artística. Como era y sigue siendo mala costumbre, la llegada de otro director artístico deshizo lo hecho hasta entonces.

Exposición 'El Festival en dos siglos', presentada en el Museo Nacional de Arte Romano (2004).
Exposición ‘El Festival en dos siglos’, presentada en el Museo Nacional de Arte Romano (2004).

CUATRO MILLONES EN SOLO SEIS EDICIONES

En mayo de 2011, el PP llegó al poder en la Junta de Extremadura de forma inesperada y José Antonio Monago se hizo con la Presidencia. Dos o tres meses después yo mantuve una entrevista con el nuevo director general de Promoción Cultural, José Antonio Agúndez, para hablar del Festival. Me citó él. Le conté lo que sabía y lo que intuía entonces, que los supuestos desórdenes gerenciales podrían haber llevado la deuda de la muestra hasta lo cuatro millones de euros en aquellos momentos. Cuatro millones de déficit acumulado solo en seis ediciones (2006 a 2011) y siempre sin tener en cuenta las aportaciones de las instituciones del consorcio. Honestamente, me pareció obligado hacerlo saber.

Supongo que, en aquella ocasión, Agúndez sí movió la noticia, la llevó a otras esferas, porque en los primeros meses de otoño, pasada ya la edición del festival y tras ver el pepé de la Junta cómo las calificadas por ellos ‘gente de izquierdas’, Blanca Portillo y Chusa Martín, abandonaron la dirección del Festival, desanimadas, engañadas y sin recursos, la consejera de Educación y Cultura de Trinidad Nogales, seguramente animada y controlada por el propio Monago, dedicó sus declaraciones públicas al desastre presupuestario que había encontrado en la oficina del Festival.


En 2016 el prestigio del Festival descendió del lugar 11 al 27 en el baremo nacional de calidad de este tipo de eventos. En las diez ediciones de Pentación, el certamen no ha conseguido ni regresar al puesto 11.


Sin duda, la deuda era enorme (si a ella le sumamos el total de aportaciones del consorcio durante seis años), pero no para escandalizarse Nogales como si la verdaderamente hubiese conocido en aquellos momentos. El desastre (al que, sin duda, había que poner coto, como yo había pedido a dos directores generales desde 2010), animó sobremanera a los peperos para poner tierra por medio entre ellos y los miembros de la oficina del Festival, a los que poco menos que calificaba de malignos y de oponentes políticos.

A todos sus integrantes nos responsabilizaron de la situación, incluso a la telefonista, a la limpiadora, a la auxiliar administrativa…, porque a todos decidieron despedir llegado el último mes de 2011, aunque no se oficializase hasta concluido el primer trimestre del siguiente año. En mi caso, fueron tan burdos y desinformados que optaron por desprenderse de mí solo tres meses antes de mi jubilación. Por mor del despido, declarado totalmente improcedente por sentencia judicial para todos los miembros del equipo, el PP hubo de elegir entre readmitirme o indemnizarme. Obviamente, eligió lo segundo, una indemnización que se habría ahorrado tres meses después, en mi jubilación. Pero los peperos jugaban -nunca mejor dicho- con dinero público, y por eso no pareció importarles el desembolso. Respecto a este último punto, ¿habrían actuado igual con otro equipo los no socialistas y no obreros si hubieran seguido en el poder? Ahora lo supongo seriamente.

José Monleón el día de la presentación de su libro en Mérida.
José Monleón el día de la presentación de su libro en Mérida.

En lo que se refiere al gerente de la oficina del Festival, poco antes de los despidos masivos, y quizás acorralado, Pedro Salguero optó por marcharse sin decir adiós. A alguien expuso que presentó su dimisión, pero yo no me lo creí. El caso es que desapareció de la oficina de una hora para la siguiente. Lo hizo en compañía de un ordenador que almacenaba documentos de su paso por la gerencia.

“PUES AMARGA LA VERDAD” (QUEVEDO)

El Festival de Teatro Clásico en el Teatro Romano de Mérida, denominado así a partir de conformarse su Patronato extremeño y se otorgarle una programación propia, ha gozado casi siempre, desde su nacimiento en 1933, de los beneficios de la gestión pública, con la certeza –la mía, al menos- de que la cultura no se puede ni se debe privatizar. Sin embargo, dos excepciones a esta regla se han producido en su dilatada historia; la primera, desde 1993 hasta 1999, años en los que lo organizó y gestionó la empresa Espectáculos Ibéricos; la segunda, desde 2012 hasta la actualidad. Esta última etapa es la más dilatada y artísticamente irregular que soporta la muestra, sin que hasta el momento parezcan adivinarse vientos de cambio, sino muy al contrario. También es la que se inició con la declarada intención de romper frontalmente con el pasado y el pretérito del Festival (hacerlos desaparecer) por parte de Pentación, la firma a la que se adjudicó a dedo su dirección y gestión. Jesús Cimarro, responsable de dicha empresa, propuso y logró de las autoridades políticas del momento que el de Mérida pasara a denominarse Festival Internacional de Teatro Clásico.


Asignatura pendiente es conjugar la calidad con la popularidad de los montajes teatrales. Hasta la fecha, no se ha conseguido en esta etapa.


Era el año 2012 y desde entonces hasta hoy, Pentación ha ofrecido 75 montajes teatrales en el espacio escénico romano, cantidad más que considerable para que una apreciable parte de ellos hubieran provenido del extranjero y se confirmara así ese carácter internacional que pomposamente el señor Cimarro pretendió otorgar a la muestra. Sin embargo, la realidad es mucho más que desoladora. Solo uno de los montajes llegó a la arena del teatro desde el extranjero, en 2014: La Ilíada, de Homero, espectáculo en griego con subtítulos en castellano, dirigido por Stathis Livathinos.

Pocos años antes, el entonces consejero de Cultura, Francisco Muñoz Ramírez, recordó que el de Mérida era el certamen dramático más importante que se desarrollaba en la comunidad autónoma y uno de los más importantes de Europa. Y agregó que se trataba del motor cultural de la región. Actualmente, de cuanto era, resta el recuerdo. Cerca de cinco años después de la llegada de Pentación, en la prensa nacional se publicó la siguiente noticia: “La valoración del Festival de Mérida en el mundo cultural español baja a menos de la mitad. Su prestigio en 2016 descendió del lugar 11 al 27, según el juicio de los especialistas del Observatorio de la Cultura”. En las diez ediciones que hasta ahora ha organizado dicha empresa privada, el certamen no ha conseguido, como mínimo, regresar al puesto 11.

POPULARIDAD ADVERSUS CALIDAD, O VICEVERSA

Mérida cuenta con un festival antiguo en el tiempo -88 años son muchos años-, pero las circunstancias por las que ha atravesado y atraviesa son cada vez menos favorables para la reflexión, lo que impide plantear de una vez el problema de la institucionalización de su gestión artística y técnica, más ahora que con su recalcitrante privatización no existe posibilidad para este debate. Sin embargo, opino que, de haberlo llevado a cabo en tiempos y formas precisos, habría dejado resuelta no sólo su supervivencia, sino también la continuidad y coherencia de un modelo, tan importante a la hora de integrarse en el mapa internacional de festivales, como hizo José Monleón en las seis ediciones que dirigió (1984-1989). No ha sido ni es así, y por ello no existe un modelo de muestra grecolatina, de modo que estamos ante un festival-canguro, que se mueve a saltos, más o menos largos según quien o quienes los den, pero a saltos.

En mis años de actividad en la oficina de gestión de la muestra defendí ante algunas de las direcciones artísticas y también ante diversos responsables políticos, que el certamen ha de armonizar la calidad con la popularidad. Difícil para los programadores, pero imprescindible para el teatro. La una sin la otra y la otra sin la una conducen a la larga a una vía sinuosa. Por eso es importante para la estabilidad del festival, para su prestigio, que la programación conjugue la excelencia cultural con el populismo, pues nunca olvidé y mantengo hoy que festival viene de fiesta y que, en consecuencia, el de Mérida, como el de otros ámbitos, ha atraído y atrae a mucha gente con la intención de divertirse.

Cuanto señalo ahora lo dejé escrito en al menos dos amplios informes que ofrecí en su momento a responsables de la Consejería de Cultura. Informes que conservo. Recalco, pues, que calidad y popularidad han de ir cerca la una de la otra, pero no a la par. Si la calidad sobrepasase excesivamente a la popularidad, el festival dejaría de ser una fiesta y, en consecuencia, echaría en falta la asistencia de ese público que solo pretende divertirse. Malo para las arcas. Pero en el caso de popularidad muy alejada de la calidad el problema es visible, pues a lo largo de los 20 ó 30 años pasados hemos podido presenciar algunos espectáculos cercanos a lo vulgar que han registrado un altísimo nivel de ocupación, incluso otros rematadamente vulgares que han llegado a batir los récords de asistencia. Malo para el prestigio.

Exposición 'Margarita Xirgu, la primera actriz', en la sede de la Asamblea de Extremadura.
Exposición ‘Margarita Xirgu, la primera actriz’, en la sede de la Asamblea de Extremadura.

La historia del Festival de Mérida nos enseña que la calidad/popularidad sigue siendo una asignatura pendiente en el certamen y que en contadas ocasiones se ha conseguido; siempre de forma aislada en el curso de toda una edición. Y, sin embargo, son ya varios los espectáculos que nos demuestran que, cuando el Festival programa un drama que ofrece a ambas, se convierte en un éxito de público y taquilla. Por ello, en los dos informes referidos yo incluí, y aún mantengo, que los montajes teatrales en Mérida habrían de ofrecer un 51% de calidad y un 49% de popularidad, aproximadamente. Nadie, ningún director artístico del certamen ha logrado esto a lo largo de cada una de las ediciones.

CIFRAS TRASTORNADAS

El comienzo del camino de Pentación en el Festival marcó una tendencia según la cual, y en líneas generales, la popularidad superaba a la calidad. Algo le debió fallar en aquella primera edición al frente de la muestra, pues la asistencia de público apenas rebasó a la anterior. El total de espectadores (de pago+invitados) en 2012 fue de 53.906, y en el año 2011 llegó a los 49.711. Por lo tanto, al aumento de ese año sobre el anterior, en términos absolutos, fue de 4.195 espectadores. En términos porcentuales alcanzó el 8,4. Estas cifras contradijeron a las divulgadas tanto por la oficina de Prensa de la muestra como por los dirigentes del consorcio del Festival, en acto público, pues unos y otros informaron de modo incorrecto, al comparar la cifra de espectadores de pago de 2011 con la de espectadores totales (pago+invitados) de 2012. Debido a esa falta de rigor, el Festival anunció oficialmente que en 2012 se había registrado un aumento de 11.325 espectadores, lo que, según ellos, supuso el 26,5% de incremento. Falso.

Más todavía, De acuerdo con las cifras oficiales divulgadas en 2012 y con las 37 funciones ofrecidas entonces en el Teatro Romano, la media diaria de espectadores en las cáveas fue de 1.457 (de pago+invitados). Comparado este dato con los registrados en los últimos años, se deducía que la media de asistencia al Teatro fue en 2012 la más baja desde 1993, si exceptuamos 2011, en que ésta se situó en 1.212. Pero la dirección del certamen y el presidente de la Junta de Extremadura (lo cual es peor) declararon que la edición de ese año había sido un éxito de público. Los medios de comunicación extremeños (y de ellos habría que hablar aparte) se lo tragaron por completo. Ni se les ocurrió echar cuentas, ¿para qué?

ANDAR Y DESANDAR LOS CAMINOS

El Festival de Teatro Clásico de Mérida ha sufrido excesivos altibajos y bandazos a lo largo de las tres últimas décadas. Ha sido y es, como he escrito, un ‘festival a saltos’, en el que el espectador hipotético e incluso el público real han extraído la conclusión de que en el certamen cabe casi todo y de que la programación y sus contenidos han dependido de la dirección artística que tocase en cada momento, no de una base, de unos cimientos sustentados y tutelados por el consorcio que rige el Festival. En suma, que no cuenta con una trayectoria definida y estable, independiente de quien se encuentre al frente de su programación; de un director que, al asumir la responsabilidad artística, habría de ejecutar las pautas marcadas por el organismo público ‘propietario’ del acontecimiento, y no dedicarse a descolocar -a veces deshacer, otras anular- lo andado con anterioridad.

La responsabilidad de las programaciones presentadas en los diez últimos años no es enteramente del director de Pentación, pues hemos de suponer que es el consejo rector del consorcio, en último extremo, el que da su conformidad a la propuesta presentada por Cimarro y, por lo tanto, el caporal de lo que se ofrece en la arena del teatro romano. No imputemos, pues, al empresario teatral más que de presentar un programa que, sobre una parte importante de él, prima la popularidad sobre la calidad, dado que al cabo es asumido por quien manda. Además, el empresario hace lo que se supone que ha de hacer: buscar la mayor rentabilidad económica que engrose las arcas de su firma. Como cualquier hombre de negocios. Lo perverso de esta ecuación es que el Festival de Mérida no es un negocio (aunque ahora lo parezca), sino una aventura cultural de primera magnitud, o lo era. Negocio y cultura suelen vivir de espaldas; no habría de olvidarse, aunque en la actualidad no se tenga en cuenta.

Actualmente, en las noticias de prensa y resúmenes informativos del propio Festival se cuenta con alborozo que el certamen recibe más público local y de otros ámbitos y que ello supone un aldabonazo para su prestigio internacional. No lo creo así, porque como he pretendido exponer, una mayor afluencia de espectadores no está directamente relacionada con una mayor calidad de los montajes teatrales, sino que en no pocas ocasiones sucede a la inversa. Pero divulgar este tipo de noticias corrobora mi opinión de que a las autoridades responsables lo que les ha interesado e interesa es la cantidad, por delante de la calidad. Sobre esta última y su auge o caída en los últimos años no he conocido opinión alguna de los altos cargos, acabando por el que manda más, el señor Fernández Vara.

Por eso he de concluir con la pregunta, sin respuesta, que ha guiado a estas crónicas personales: ¿Quo vadis, festival? Solo lo sabe el que de este asunto aparentemente no sabe.

P.S. No debo terminar sin recordar una vez más, a quien corresponda, la frase antológica que escribió en 2004 el maestro José Monleón en su libro ‘Mérida, los caminos de un encuentro popular con los clásicos grecolatinos’: “El festival no lo inventó un empresario, ni una agencia de turismo, ni un burócrata. Nació de un proyecto cultural y político, cuyas características marcaron sus comienzos y señalan, en las nuevas circunstancias del país y del mundo, el camino a seguir”. Una certera opinión del director de la muestra desde 1984 hasta 1989 y que además fue, es y seguirá siendo su más importante cronista.

(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo

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