sábado, 27 abril, 2024
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Ensayo general disuasorio de independencias

Con la crisis catalana -Barcelona acaba de perder también la Agencia Europea del Medicamento-, España sintetiza una vacuna contra el sarampión separatista

Igual que el 23-F fue un ensayo general disuasorio del golpismo militar, el 1-O y sus consecuencias son un ensayo general disuasorio del golpismo independentista. España tenía que pasar necesariamente dos grandes pruebas de fuego después de su ejemplar Transición democrática. La primera fue la victoria sobre la pertinaz renuencia antidemocrática franquista, de base ultra y militar, o sea, la consolidación de la democracia. La segunda tenía que ser forzosamente el triunfo sobre el trasnochado separatismo nacionalista, es decir, la preservación de la unidad e indivisibilidad de la nación. Todo indica que nuestro país está superando esta última con el mismo éxito que la anterior.

Ni en la mejor preparación para el fracaso de un proceso independentista ideada por los más conspicuos practicantes del error y la torpeza -cuyo último «logro» es la pérdida de la Agencia Europea del Medicamento para Barcelona-, se habría logrado un desastre para sus promotores como el de la DUI (declaración unilateral de independencia) y la nonata república catalana. Puestos a diseñar la mejor manera de hacerlo fatal, Puigdemont, Forcadell y los suyos, ni con la ayuda de Burt Simpson hubieran logrado una calamidad tan monumental como la que acaban de alumbrar. Les ha salido todo tan mal que su espectáculo independentista se ha convertido en un ensayo general de cómo disuadir de volver a intentarlo a los separatistas del futuro.


De modo similar, el 23-F fue un ensayo general disuasorio del golpismo militar.


Está visto que las democracias jóvenes tienden a crecer a base de estirones, como los niños. La rozagante salud, el dinamismo corporal de una democracia joven como la nuestra, al parecer no puede evolucionar en la tediosa serenidad de las viejas democracias del tipo de la británica, sino que necesita de la crisis y el sobresalto esporádicos para desarrollarse. De modo que si los episodios febriles alargan huesos y músculos infantiles de manera visible, las periódicas crisis convulsivas de las tiernas democracias contribuyen, si no acaban con ellas, a su madurez y consolidación.

DOS AMENAZAS

Dos amenazas sin resolver se cernían sobre la Transición española desde su difícil e incierto alumbramiento: la resistencia del franquismo refugiado in extremis en el estamento militar (de entonces) a darse por liquidado, y el separatismo nacionalista tibiamente enunciado al principio y progresivamente envalentonado después, gracias a las facilidades que la democracia da (durante un tiempo y mientras no infrinjan la ley) incluso a sus propios enemigos. Por seguir con el símil clínico, ambas son enfermedades que necesitan una profilaxis similar, cuyo tratamiento más efectivo es la inmunización por inoculación de los oportunos anticuerpos, es decir, la vacuna.


Las democracias jóvenes tienden a crecer a base de estirones, como los niños.


Los golpistas militar-franquistas que protagonizaron el 23-F intentaron –con la ayuda de organizaciones de ultraderecha y en un sentido y de una forma similares al procés, aunque a primera vista no lo parezca- lo mismo que el Govern y parte del Parlament con su presidenta a la cabeza –y la ayuda de las organizaciones radicales como ANC y Omnium Cultural– han intentado con la declaración de independencia; esto es, apropiarse del país los unos y de una parte del país los otros, de parecida manera ilegal, ilícita, reaccionaria y excluyente, para implantar, por la fuerza de las armas o de los hechos consumados, una patria ad hoc solo para los que piensan como ellos, sin respeto a la inmensa mayoría que rechaza tal disparate.

Por coincidir –y para un mayor parecido entre dos episodios aparentemente disímiles pero igualmente bufos-, los golpistas que secundaron a Tejero y a Milans y los que han seguido a Puigdemont y a Forcadell no solo han coincidido hasta en la dimensión infinita de su torpeza (baste ver la burda planificación, la reaccionaria propaganda, las rancias y grotescas características del procés, la mostrenca ejecución, el fallido resultado y las nefastas consecuencias para sus autores, de uno y otro golpe) sino también en la monumentalidad de su indignidad, hasta el punto de que la huida de muchos de los militares que ocuparon el Congreso, dejando sus armas y saltando por las ventanas en la mañana del 24-F, es equivalente a la fuga a Bruselas de Puigdemont y varios de los suyos. Con la diferencia de que Tejero –aunque me cueste decir esto- tuvo la dignidad de rehusar el avión que le ofrecieron para exiliarse y afrontó gallardamente las consecuencias de su locura.

DISLATES PARALELOS

El 23-F, con su estrepitoso fracaso, su vergonzante ridículo y sus consecuencias legales, políticas, institucionales y sociales –encarcelamiento y condena de los cabecillas; reacción masiva de la ciudadanía española contra los golpistas y lo que ellos representaban; unidad de las fuerzas democráticas; reconducción del itinerario democrático por la vía de la normalidad institucional sin ningún tipo de aspaviento; y consolidación de la democracia-, dejaron vacunada para siempre a España contra el golpismo militar.

El fracaso del golpismo sirvió de vacuna contra las asonadas militares y apuntaló la Transición. RTVE
El fracaso del golpismo sirvió de vacuna contra las asonadas militares y apuntaló la Transición. RTVE

Paralelamente, casi cuatro décadas después, el estrepitoso fracaso y el monumental ridículo del 1-O, de la DUI y de la proclamación en sordina de la república catalana están teniendo parecidas consecuencias legales, políticas, institucionales y sociales –encarcelamiento y previsible condena de los cabecillas; reacción masiva de la ciudadanía catalana y española contra los golpistas y lo que ellos representan; unidad de las fuerzas constitucionalistas democráticas y reconducción del itinerario democrático por la vía de la normalidad constitucional sin ningún tipo de aspaviento, afinando al máximo la aplicación del artículo 155; y consolidación de la democracia-, cuyos efectos profilácticos han sido inmediatamente apreciables a simple vista.

No hay duda de que España creció y mejoró con el «estirón» del 23-F, gracias a cuya vacuna antigolpismo militar el país quedó inmunizado contra semejante dolencia. De no haber existido aquella intentona, ¿cabe imaginar hoy los años de problemas e inestabilidad que nos hubiese costado la prolongación en el tiempo de aquellas continuas tramas golpistas y de los planes involucionistas de una parte del Ejército y de las fuerzas reaccionarias?

En el caso de Cataluña, estoy seguro de que va a ocurrir lo mismo. El «estirón» a causa de la calentura del 1-O y de la república catalana nacida muerta, hace crecer a nuestra democracia y a nuestra nación, democrática, unida e indivisible; los anticuerpos generados vacunarán al país y a sus nacionalidades contra el independentismo por mucho tiempo. Seguramente, para siempre. El golpismo militar no volvió a intentarlo. El golpismo independentista tampoco lo hará ya en ningún lugar de España. Al tiempo.

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