Estas últimas semanas hemos vivido unos acontecimientos históricos que, gracias a la omnipresencia que les han dado los medios de comunicación analógicos y virtuales, han sacudido las conciencias de buena parte de los ciudadanos de este viejo y sabio país que es España. La respuesta está en el espejo de la Historia.
La Filosofía de la Historia nace con aquella reflexión de Tucídides que ve en la Guerra del Peloponeso una lección a la vez terrible y perdurable: una «adquisición para siempre». Describir con pormenores la derrota del bando ateniense era para él una llamada a la cordura, que quiere lanzar a las generaciones venideras. Porque confía en el valor supremo de la Historia que, cuatro siglos después, definiría Cicerón como Lux veritatis, Magistra vitae, Testis temporum.
Estas últimas semanas hemos vivido unos acontecimientos históricos que, gracias a la omnipresencia que les han dado los medios de comunicación analógicos y virtuales, han sacudido las conciencias de buena parte de los ciudadanos de este viejo y sabio país que es España. Quienes la vivimos como la expansión natural que corresponde a la dinámica social de nuestra persona y valoramos como nuestra su verdad de coleccionista de victorias y derrotas que han marcado a fuego la Historia de Occidente, estamos viendo las derivas del procés catalanista como una llamada a mirarnos con seriedad en el espejo de la Historia. Eso nos permitiría entender el sainete del nacionalismo catalán y reducirlo a su verdadera dimensión. Que es una no-historia convertida en religión.
Para entender lo que ocurre en Cataluña hemos de mirarnos en el espejo de la Historia.
Esa deriva se produce siempre que el vacío de acontecimientos históricos de un pueblo quiera suplirse con dogmas profesados dentro de una fe que comienza por negar el imperativo categórico universal de no desear al otro lo que no queremos para nosotros mismos. El procés se ha basado tanto en el desprecio a España como en la proclamación de una contradictoria Arcadia feliz que reparte entre sus habitantes la opción de ser, como hijos enfrentados de Eva, o bien el cándido Abel catalanista o el repudiado Caín español.
En su desprecio de la Historia, los independentistas, llevados por una megalomanía sin raíces, se han empeñado en construir un Titanic que se ha estrellado contra el iceberg de la tozuda realidad.
AVISO A NAVEGANTES POLITICOS
Si nuestros políticos siguieran el aviso de Tucídides, esta lección que nos ha dado nuestra particular Guerra del Peloponeso debería crear en ellos una reflexión que vaya más allá considerar la ruina del procés como una oportunidad de arrimar el ascua a su sardina. ¿No es esto lo que estamos viendo en sus primeros gestos ante el reto de ajustar el mapa de las Autonomías?
Por parte de los votantes se ha producido, evidentemente, un reajuste en la valoración de los líderes de los partidos. Pero estos insisten en su «y tú más» al mismo tiempo que refuerzan sus privilegios. Porque en vez de avanzar hacia un reajuste a la baja, muy a la baja, como debería ser, de sus privilegios, sueldos, pensiones y enchufismos, hacen gala del orgullo de los emperadores de Roma que se proclamaban dioses. El mismo sainete del procés no ha sido otra cosa que mostrar ante la Nación y ante todo el mundo cómo unos políticos, poseídos de su infalibilidad, han podido contradecir la primera Ley del Ordenamiento Social que basa este en el bienestar de toda la Comunidad.
La aceptaba la primera Constitución española, la de Cádiz, al proclamar en su artículo 13 que el fin del Estado es «la felicidad de los ciudadanos». Es evidente que el Estado de las Autonomías no ha destacado por avanzar en esa línea. Por eso su reforma es algo que debemos reclamar los ciudadanos con el recurso infalible de nuestros votos.
(Xavier Moreno Lara es periodista, escritor y filósofo).