viernes, 26 abril, 2024
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200 varas de mando a Bruselas en ayuda de Puigdeman

Los doscientos hijos de Sant Jordi han tenido que facturar sus “armas”

Se puede hacer el ridículo de muchas maneras y en Cataluña estamos ya más que acostumbrados a este tipo de actuaciones de nuestros “gobernantes”. Declarar la independencia y suspenderla segundos después, proclamar una república independiente sin un plan para ponerla en marcha y sin un plan B en caso de anulación, o huir a Bélgica, primero en coche, vía Marsella, por temor a hacerlo directamente en avión desde El Prat, son actuaciones que entran dentro de cualquier viñeta. Solo faltaban las varas de mando que los alcaldes independentistas se han empeñado en llevar a Bruselas para defender a su líder y que han tenido que viajar en la bodega.

Ni la seguridad ni la autoridad portuaria, ni tampoco la tripulación de la aeronave, se fiaban de ellos. 200 alcaldes independistas portando sus varas de mando dentro del avión era lo último que faltaba por ver en Barcelona y lo último que podía tolerar una compañía aérea. La pregunta del asombrado personal que les vio llegar fue: ¿para qué quieren las varas de mando si van a Bruselas? Y, claro, el temor de que, pongamos por caso, se declarasen independientes dentro del avión y lo secuestrasen en un arrebato patriótico, pudo más que el respeto debido a la autoridad. Porque, además, lo primero que debe hacer una autoridad es hacerse respetar y no caer en este ridículo, y los independentistas catalanes, incluidos estos doscientos alcaldes de la vara de mando en vuelo, cada día mejoran el ridículo del día anterior.


Los niños de Bruselas, acostumbrados a Tintin, se escondieron al ver llegar a los 200 alcaldes independentistas esgrimiendo sus porras; parecían los Tercios de Flandes.


La huida de Carles Puigdemont a la patria de Tintin terminó de llevar la historia al terreno de la historieta. La viñeta era perfecta. El president, su íntimo amigo, y otros cinco consellers, paseando por la capital belga y divulgando las bondades de la republiqueta –como llaman ya al asunto muchas personas aquí en Cataluña- y las maldades del Estado español, mientras el resto del Govern y Los Jordis se “pudrían” en la cárcel. Dos imágenes llenas de dramático contraste en este comic cuyo campeón no es un Superman, ni un Spiderman, ni un Batman, sino el ínclito Puigdeman revitalizado con su kryptonita azul-Bruselas, que él utiliza como antídoto contra la mortal kryptonita verde del 155, creyendo que eso le va a servir de algo.

La primera sorpresa del viaje de los doscientos hijos de Sant Jordi que la republiqueta enviaba a Bruselas en auxilio de su líder fue lo afirmado por los susodichos sobre que el importe del vuelo –un charter fletado al efecto por la mesnada-, lo pagaban ellos de su bolsillo -la ida, la estancia y la vuelta-, aunque preguntados algunos por el importe a apoquinar cada uno no han sabido qué contestar. Los fastos de los referéndums y la republiqueta hasta ahora los hemos pagado todos los españoles. Queda la duda de si estas aventuras tintinescas de Puigdeman y los suyos no las estaremos pagando todos los contribuyentes, como ha ocurrido hasta ahora, una vez más.

Uno de los 200 hijos de Sant Jordi antes de tomar el avión. RTVE
Uno de los 200 hijos de Sant Jordi antes de tomar el avión. RTVE

La segunda sorpresa la dieron las varas de mando. Si ya un simple cortauñas o unas tijeras para el pelo son objetos no admitidos en los aviones, imaginemos doscientas varas de mando de un metro de largo cada una con su respectiva empuñadura metálica a modo de maza medieval. ¡Que no, que no, que las varas de mando no viajan en la cabina!, dijeron los responsables. Y ahí tuvieron que transigir los doscientos hijos de Sant Jordi y admitir que las varas viajasen, apiladas en fardos y cajas, en la bodega.

¡Es todo tan ridículo! 200 alcaldes catalanes –españoles, aunque ellos no lo quieran- exhibiendo en Bruselas, con sus varas de mando, lo que han perdido en autoridad y en credibilidad. Cuentan testigos presenciales que los niños de la ciudad se escondieron al verles llegar. Parecían los Tercios de Flandes redivivos.

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