Regresado de América, desde mi confinamiento en Extremadura en estas últimas semanas he podido observar que las medidas que se deberían adoptar para resucitar la Cultura en general y concretamente las Artes Escénicas (que son las que se hacen en vivo y en directo), siguen fatalmente entorpecidas, retardadas y con sus artistas más vulnerables bordeando el abismo económico. Mientras, otros apuntan a seguir explotando su particular gallina de los huevos de oro.
Extremadura.-
Parece que no ha sido fácil encontrar soluciones inmediatas por parte de las instituciones, que andan patéticamente a la gresca (entre el gobierno central y las autonomías, por ser las primeras en “desescalar”), con algunos argumentos -a lo largo de todo el mes- por cómo se afrontará la crisis y qué medidas se adoptarán para relajar el confinamiento y relanzar la actividad económica. Argumentos dilatorios que para las Artes Escénicas amenazan con un peligro real de supervivencia y que hay que poner en tela de juicio.
Si el Festival de Mérida llega a celebrarse este año, que sea con la mitad de presupuesto y favoreciendo actividades y compañías extremeñas.
En la primera quincena de abril, algunas autonomías habían respondido positivamente con medidas extraordinarias a los comunicados y propuestas de prevención de la crisis, enviados por algunas asociaciones artísticas, después de reunirse con ellas para tratar un plan consensuado de ayudas directas a los creadores y profesionales más desprotegidos a corto plazo. Por parte del gobierno central sólo se oyeron buenas palabras de apoyo, pero la comparecencia -el día 8- del ministro de Cultura José M. Rodríguez Uribes, dejando escapar que “primero la vida y después, el cine”, causaron decepción en muchos sectores profesionales de la cultura, que le respondieron con duras críticas. Y con el aviso de un “apagón cultural” los días 10 y 11. Las demagógicas palabras, impropias de un filósofo, para algunos evocaban las mismas conclusiones de aquel Montoro de la crisis económica, cuando concebía la cultura como un entretenimiento superfluo.
Para mí -que no estoy en contra de este gobierno sino de las cosas mal hechas-, la incompetencia que mostraba el ministro estaba en su desconocimiento de las condiciones del trabajo artístico. Obviamente, entiendo que primero está la vida, pero no sólo la de los infectados sino también la de los artistas sin recursos que pueden perderla incluso antes, hundidos en la desesperación, la depresión o la locura. Menos mal que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, inmediatamente, salió al paso de tan desafortunada intervención, comprometiéndose a crear un equipo de trabajo con Cultura que estudiase las necesidades «más urgentes y concretas«. Aunque todo ello no fueron más que buenas palabras y la Cultura vuelve a convertirse en la víctima sacrificial de Hacienda.
CIMARRO Y LA GALLINA
En Extremadura se cumplía ya un mes de silencio de los artistas y de la Consejería de Cultura (en esta comunidad no parecen saber eso de que las crisis hacen emerger a los verdaderos líderes y retratan a quienes se esconden ante la adversidad). La única noticia pública que se recibió -en el diario HOY- fue de Jesús Cimarro, líder de allá en Madrid y acá en su colonia –tal vez por la gracia de Iván Redondo y de los políticos extremeños, Monago y Vara–. El empresario vasco/madrileño, que ha estado haciendo un trabajo de “pedagogía” asesorando a los políticos de Madrid y de Extremadura (sin explicar debidamente por qué se han suspendido los festivales de Edimburgo y de Aviñón), declaraba que si el 15 de mayo se levantaba el confinamiento, en julio se podía hacer el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Para mí, no es de extrañar que Cimarro quiera agarrarse como un clavo ardiendo a que se celebre el evento. Es su gallina de los huevos de oro y este año, dadas las circunstancias, él sería su principal beneficiario. Y para salvarlo sólo ha hablado de ajustar fechas y acomodar espectadores. Ahora bien, para quienes conocemos los sistemas de producción de las obras de calidad que deben montarse en el espacio del Teatro Romano, no creemos que Cimarro pueda representar espectáculos, en julio, en las fechas que dice, a menos que siga montando esas funciones, casi sin ensayar, con artistas del “famoseo patrio” (como fueron los bodrios del año pasado de Rafael Amargo y de Concha Velasco, que, para colmo, los consideró sus “estrellas” del Festival). Con mucha suerte, tal vez pudiese hacer un Festival reducido en agosto. Algo que también dudo, ahora que el presidente Pedro Sánchez está anunciando que, hasta finales de junio, no se habrá terminado el plan de desescalada que permita la movilidad de la población.
No obstante, me gustaría que se pueda hacer el Festival; no imagino un rebrote del virus que me haga pensar que la suspensión podía ser debida a un castigo bíblico de este año a Cimarro, por haber aceptado a dedo la prórroga de la dirección, cuando había un concurso en marcha que tuvo que ser pospuesto, y al alcalde de Mérida, Antonio Rodríguez Osuna, por haberse otorgado con toda la cara la Medalla de Extremadura, en el peor momento estético y de embrollos administrativos del evento.
UN FESTIVAL EXTREMEÑO
Si el Festival sólo tuviese cabida en agosto, sería relevante dedicar esta edición a que la participación extremeña fuese mayormente apoyada (como se va a hacer de forma especial en otras comunidades, ayudando a sus artistas). Ese mes podrían participar en el Teatro Romano las dos compañías extremeñas seleccionadas que estrenan cada año junto a otras dos producidas por Cimarro. Y en las actividades paralelas de animación, se potenciarían los pasacalles y el teatro infantil de temática grecolatina. Y, por supuesto, no dejar la actividad descentralizadora en los espacios romanos de Medellín, Regina y Cáparra, con obras de otras compañías extremeñas de la edición anterior. Todo, con la mitad del presupuesto aprobado. Con la otra mitad, que debería sumarse a los presupuestos asignados a las Artes Escénicas de la Consejería de Cultura, se podrían reforzar las campañas de representaciones y de formación teatral de espectadores objetivos. Sería una buena solución para que el sector de las Artes Escénicas extremeñas se recuperase del terrible cerrojazo forzoso temporal que ha desatado la pandemia.
El sector cultural y escénico extremeño, salvo excepciones, guarda un sospechoso silencio ante la por ahora falta de apoyo de Cultura.
En la segunda quincena del mes, las asociaciones artísticas del país, un tanto nerviosas, viendo que las ayudas para la supervivencia se retrasan, demandaron una actuación coordinada de todas las Administraciones. Sin embargo, la incertidumbre volvió a crearse cuando el ministro de Sanidad, Salvador Illa, anunció que sería el Gobierno central el que dirigiría los criterios de desescalada del confinamiento, pese a que varios de los Gobiernos autonómicos y ayuntamientos habían comenzado a trazar, e incluso a presentar en público, sus propios planes. La medida originó una fuerte polémica ideológica, que ha hecho perder tiempo en la necesidad de realizar acciones concretas. Lo evidente es que muchos ayuntamientos y comunidades autónomas -que manejan un enorme porcentaje del presupuesto público para la cultura- permanecen prácticamente inactivos y que, verdaderamente, aún estamos a años luz de nuestros vecinos europeos que ya habían tomado decisiones de mucho mayor calado para atajar esta crisis. En algunos escritos, se puso el ejemplo de Alemania, que -desde el principio de la crisis- anunció un paquete de 50.000 millones de euros, dotando de contenido real las declaraciones de su ministra de Cultura, Monika Grütters, de apoyar al mundo de la cultura.
En Extremadura siguió el silencio durante el mes de abril. La Consejería de Cultura y los trabajadores de las Artes Escénicas, sin noticias en los medios de cómo van a enfrentar la crisis, incomprensiblemente, parecen estar a verlas venir. Hablé por teléfono con algunos artistas de teatro, casi todos necesitados de esa liquidez con urgencia que garantice su supervivencia, pero que siguen aguantando mudos -y con cierto buenismo fingido en las redes, tal vez por miedo- la espera de que las instituciones extremeñas fijen un plan de ayudas directas y un horizonte temporal para reanudar las actividades.
REACCIONES
Me informaron que en la tercera semana de abril diversos representantes de empresas del espectáculo tuvieron una reunión telemática con la consejera de Cultura y la directora de las Artes Escénicas. Supe que la entrevista resultó un caos total, en la que no se llegó a ninguna conclusión. La consejera, que se fue antes de terminar el debate, dio a entender que sobre las propuestas sugeridas -que fueron muchas y muy diferentes- tenía que hablar antes con el ministro (que había citado a los responsables culturales de las comunidades) para tomar sus decisiones. O sea, dando largas a más semanas de preocupante inacción, y los artistas sin saber todavía si recibirán el oxígeno económico con urgencia.
En la cuarta semana, por fin pude leer en la prensa un manifiesto firmado por la cantante Pilar Boyero, en representación de cien empresas musicales de ocio y cultura extremeña, dirigido a Fernández Vara y a las instituciones culturales, con una serie de medidas urgentes de contingencia para atajar la crisis. Entre ellas, las de aplazar y no cancelar las fechas de sus contratos, un plan de pagos de las deudas atrasadas con las instituciones y un plan de apoyo a los artistas más vulnerables de su sector (los contratados por gala o temporada, que no pueden disfrutar de subsidio de desempleo). Sin embargo, de las dos asociaciones de teatro y danza -que reúnen alrededor de 50 compañías- nada se ha sabido públicamente de sus reivindicaciones. Y algo da que cavilar que -tanto en la institución como en las asociaciones- haya, como muchas veces, incompetencias, adocenamientos y sospechas de esas atmósferas repugnantes en donde medran bastantes con un grado máximo de vileza ética y estética.
Hasta ahora, la Consejería de Cultura ha seguido sin reaccionar. Y uno se pregunta: ¿Qué piensa hacer con el presupuesto cultural aprobado que nada tiene que ver con el ministro? En estos dos meses de pandemia, no se ha entendido la actuación silenciosa de las tres responsables culturales de esta institución (que son “servidoras públicas”, según les recordó Fernández Vara el día de su investidura). Y que el presupuesto de Cultura, que fue creado para fomentar el trabajo de los artistas profesionales, no se utilice en estos momentos tan críticos. Y estén ahí sin hacer nada eficaz, cobrando y mandando, los políticos culturales y funcionarios que no funcionan. Ante esta gran ironía, de que sean los artistas los únicos que injustamente no reciban nada, la Consejería de Cultura debería desaparecer hasta que termine el confinamiento y se pueda reanudar la actividad cultural.
(José Manuel Villafaina Muñoz es licenciado en Arte Dramático, actor, director, autor, profesor y crítico teatral, con una trayectoria profesional de más de 50 años).
SOBRE EL AUTOR
José Manuel Villafaina, un profesional integral del teatro, nuevo colaborador de PROPRONews
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