viernes, 19 abril, 2024
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Un Festival de Mérida demasiado comercial de nuevo

La 64ª edición del evento, en la misma línea de perplejas novedades foráneas coproducidas por Cimarro

Hemos rebasado ecuador de la 64ª Edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida con cinco espectáculos representados hasta ahora en el Teatro Romano, en esa línea de perplejas novedades teatrales foráneas coproducidas por Jesús Cimarro, que no logran evitar una sensación de artificio comercial. A mitad de camino del Festival, este es el irregular balance de lo visto hasta ahora.

José Manuel Villafaina Muñoz.
José Manuel Villafaina Muñoz.

La inauguración se hizo -a finales de Junio- con “Electra”, un bolo de danza-teatro estrenado en diciembre del pasado año en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, que aunque sea un buen espectáculo no representa ningún avance en la definición de contribuir a que el Festival se distinga por la originalidad, elevándolo por encima de otros grandes festivales. Las otras cuatro producciones teatrales –“Ben-Hur”, “Nerón”, “Esquilo…” y “Filoctetes”-, realizadas en julio, han sido estrenos en Mérida, pero enfocadas para la explotación en plazas porticadas y salas teatrales en giras por el país, asunto que no favorece al Festival, ya que –como he expresado en otras ocasiones- supone un freno para que el público de la capital y de otros lugares decida desplazarse a ver las funciones en Mérida.


Electra, un bolo de danza-teatro estrenado en diciembre del pasado año en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, pero un seductor espectáculo.


Sin embargo, he observado este año un intento de mejorar la calidad de las producciones por parte de la organización y de las compañías. De los cuatro espectáculos dos resultaron buenos y dos malos. Tal vez, Cimarro, vapuleado por las duras críticas a su gestión económica y a cierta estafa estética de sus co-producciones (https://www.propronews.es/las-producciones-cimarro-festival-merida-una-estafa-estetica/) (https://www.propronews.es/cimarro-se-forra-festival-merida/), se haya puesto las pilas para exigir, a toda prisa, a las compañías foráneas participantes –gastando por el doble trabajo más dinero del presupuesto que maneja- una mayor justificación de calidad conceptual y estética en el espacio del Teatro Romano (de las que siempre gustaron a los amantes del arte teatral grecolatino).

A las que peor les fue, ha sido a las compañías debutantes en el Festival, programadas, este año también, con cierto resabio comercial para los espectadores atraídos por el famoseo patrio. Su debut ha sido artísticamente una decepción, aunque siempre las defiendan esas gacetillas aduladoras de corresponsales ignorantes, al dictado de opiniones interesadas que bullen en el Peristilo del Teatro Romano los días que se celebran los estrenos, obsequiados con el buen vino y el jamón de la tierra por los organizadores. Las más veteranas, dirigidas e interpretadas por artistas que ya pisaron la arena del Romano, tuvieron mejor fortuna. Es el caso de El Brujo (amigo de Cimarro, con el que fundó Pentación, la empresa del productor), que ya había participado en seis ocasiones en el Festival. Y en sus últimas actuaciones no había logrado el engranaje calibrado del espectáculo redondo.

Este gran histrión (comediante puro), que en anteriores espectáculos, como “El Asno de Oro”, donde se dispersaba en la ambigua ceremonia parateatral, que culminaba siempre con la exhibición superficial del arte del actor y producía tedio en ese espectador más predispuesto a un mejor goce teatral de los clásicos (que aguantaba el incómodo asiento de piedra con amable paciencia), y “La Odisea”, donde nos ofrecía toda una función en un tingladillo escenográfico antiestético, montado en medio de la orchestra (que servía para cualquier lugar), mientras el espacio del monumento romano sólo era utilizado para lucir una ridícula pantallita de transcripción de los textos (no sé si para discapacitados auditivos), curiosamente, en esta ocasión, no solamente ha dado una lección del contenido de su espectáculo sino de la forma de interpretarlo en el complicado espacio del Teatro Romano.

Ben Hur
Ben Hur

En una genial escena de su estreno “Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia”, donde divide el escenario romano en dos territorios griegos (figurados como Extremadura y Castilla la Mancha), Rafael Álvarez El Brujo imparte esa lección de interpretación -un juego de vitalidad dramática, lírica y plástica- razonando cómicamente sobre la técnica especial que requieren los movimientos de los actores a lo largo y ancho del monumento. Ello, refuerza mi crítica a la estafa estética que se da en el Festival por compañías foráneas –generalmente debutantes-, programadas por Cimarro, que han ensayado sus espectáculos en pequeños espacios, pensando más que nada en el negocio de hacer bolos en formatos a la italiana, y que cuando llegan al Romano sus montajes son un desastre.

“ELECTRA”, SEDUCTORA PUESTA EN ESCENA

La Compañía Nacional de Danza abrió la 64 edición del Festival para bailarnos la tragedia “Electra”. Un seductor espectáculo con el que la compañía intenta reconquistar su lugar en la escena española anhelando viajar por el mundo. Teatro Romano, dirigida por española, después del vacío motivado por aquella destacada “Medea” que vimos en 2013 en el Teatro Romano.

Del tema de “Electra”, que fue tratado por los tres trágicos griegos Esquilo (en “Las Coéforas”), Sófocles y Eurípides, el dramaturgo Alberto Conejero ha desarrollado un libreto que da vida al mito clásico, manteniendo intacta la problemática odio/venganza en su resumida condición de arqueología de lo trágico y con una visión contemporánea inspirada en nuestro imaginario popular. Visión que en España evoca al de la estética, síntesis de realismo y poesía, de los dramas andaluces de García Lorca y Alberti. Lo malo de estas versiones llevadas a la danza -con tanta complejidad al fundir varios textos- es que el espectador que no conozca bien el mito (el pueblo de Atenas se lo sabía de memoria) no entienda lo que está pasando en el escenario.

La magia o duende en esta propuesta está en la puesta en escena de sus coreografías, en la música y en la calidad versátil de los bailarines, ilustrando los momentos de dolor, alegría, culpa o violencia interpretados -en un prólogo, siete cuadros y un epílogo de la versión- con fuerza en el ritmo ritualizado de las acciones que se convierten en lo más llamativo, al conectar con el público en términos más intensos y reales que la trama de la tragedia. “Electra”, magníficamente coreografiada por Antonio Ruz y Olga Pericet tiene aquí un latido teatral que se expresa en varios lenguajes y una enorme sensibilidad en todos sus componentes artísticos, que nos introducen en las atmósferas del mundo trágico de los mitos.


Hasta ahora hemos visto estrenos enfocados a la explotación en plazas y salas teatrales por el país, lo que no favorece al Festival.


El elenco de principales bailarines destacó elevándose en cada aparición con movimientos armónicos, llenos de brío, elegancia y de saber estar en el escenario. Junto a ellos el cuerpo de baile hizo gala del dominio y la precisión requerida para arropar, en todos los momentos, sus roles protagónicos. La composición de las escenas resultó toda una explosión de belleza, de arte en sincronía de variaciones limpias y poderosas marcadas por los esforzados bailarines, capaces de transformar movimientos y sonidos en sensaciones inolvidables.

En la cima, Inmaculada Salomón (Electra) y Sergio Bernal (Orestes), con su excelente técnica y apostura, brillaron en el pas de deux donde pactan sus destinos junto a la tumba de Agamenón. Fueron un alarde de creatividad, compenetración y vibraciones los momentos cuando Electra cuenta a su hermano con el repique de castañuelas el crimen de Clitemnestra y Egisto.

Mención especial mereció la figura del Corifeo interpretado por la cantaora Sandra Carrasco, que con voz exquisitamente trágica y expresiva consigue armonizar –con cantes que van desde la alboreá a la bulería, pasando por la petenera y otros palos flamencos- toda esa narración de espiral “de sangre que llama a la sangre”, con el desgarro puro en la garganta. Igualmente, deparó gratas alegrías la actuación de la Orquesta de Extremadura, interpretando una adecuada música telúrica, muy emotiva, bajo la batuta del director Manuel Coves.

“BEN-HUR” UN CULEBRÓN SIN PIES NI CABEZA

La compañía madrileña Yllana Producciones debutó en el Festival con el espectáculo “Ben-Hur”, versión teatral de Nancho Novo basada en la novela de Lewis Wallace (de las referencias que toma de la célebre película de William Wyler, de 1959), una de las apuestas –considerada a priori la más llamativa en esta edición- del director Cimarro por los espectáculos de nueva creación a partir de personajes o temas clásicos.


Ben-Hur ha sido un culebrón sin pies ni cabeza, una parodia teatral pretenciosa y fallida.


La versión, que en el programa de mano nos advertía que este “Ben-Hur” no está contado como en la novela, sino como una historia «jamás contada», no es más que una parodia teatral pretenciosa si tenemos en cuenta que el tema es sobradamente conocido y que la película -que todavía respira un mayor verismo que la perfección virtual de hoy- esta magníficamente realizada (recibió 11 óscar) y su contenido, bellísimo, propone un constante equilibrio de lealtades para crear una fábula moral sorprendentemente antiimperialista sobre el valor del perdón y la fidelidad a los orígenes.

Creo que en el tema de Ben-Hur apenas hay momentos sospechosos de incongruencia para esa reducción al absurdo, para esa ironía que muchas veces existe en las grandes historias a través de los detalles que las componen. Por lo que Novo aquí se estampa contra una pared para poder ridiculizar y provocar una risa inteligente, como la que consiguieron los geniales Monty Python en la película «La vida de Bryan» (aquel excelente clásico de la comedia que toma como punto de referencia las historias bíblicas).

Novo y la compañía tienen que inventarse en este culebrón sin pies ni cabeza esos detalles, buscando huecos para su escenificación. Y para ello sacan a la luz algunas situaciones –esquemáticas y encajadas con calzador- de temas y personajes, como las reivindicaciones actuales por la igualdad de la mujer o la de darle valor a una idea del escritor y guionista, abiertamente gay, Gore Vidal, que contó en un documental que la rivalidad entre Messala y Ben-Hur nacía en realidad de una pasión de juventud, enfocando la amistad y enemistad entre los dos como una relación homosexual.

La puesta en escena de Yllana, dirigida por D. Ottone y J. Ramos Toro, está tratada como una función populachera de “teatromascope” (según conceptúa la compañía, por realizarla exhibiendo una enorme pantalla que cubre casi todo el monumento) que busca la espectacularidad. Tiene algunos momentos de creatividad y observaciones agudas, a pesar de la falta de enjundia de la versión, pero distan mucho de aquellos montajes anteriores de la ácida crítica –con la perfección en la provocación, onomatopeyas, gestos, mimos y teatro que conocimos a la compañía en sus primeros años-, que cayó bien como hábito higiénico y beneficioso para la salud social cuando se descubrió que España era capaz de criticar y reírse de sí misma. El estreno tuvo bastantes altibajos en el humor, en el ritmo, en la luminotecnia y el sonido y en la interacción de los actores, aunque logre que determinado espectador que sólo busca entretenimiento se lo pase divertido.

Nerón
Nerón

La interpretación, que realizan seis actores, desdoblándose en muchos personajes, me pareció bastante forzada (sobre todo la del extremeño Agustín Jiménez). Y sus juegos de interacción, para hacer participar a un público pasivo, fueron bastante facilones, casi de obra de colegio.

UN “NERÓN” TEDIOSO

Otro espectáculo con muchos debutantes, este de la compañía Secuencia 3, que ha estrenado Nerón, un texto moderno, alumbrado por Eduardo Galán (con la colaboración de Sandra García) e interpretado –en sus roles principales- por conocidos actores televisivos.

La figura de Nerón, de la que se sabe que existió un drama escrito por Curiacio Materno a principios del siglo I (que fue extraviado), solamente aparece como personaje secundario en dos buenos espectáculos modernos representados en el Teatro Romano: “Agripina” -2002- y “Séneca” -2017-. Pero nunca se había representado una obra teatral protagonizada por este emperador truculento de la dinastía Julio-Claudia, la estirpe de los grandes tiranos de Roma, aunque la fuerza del mito haya enterrado bastante la realidad.

El texto de Galán/García es una pieza inspirada en los textos de Suetonio y Petronio y de la novela del polaco H. SienkiewiczQuo Vadis?” (de la versión cinematográfica filmada en 1959), con un argumento que crea una confusa mezcla de didactismo y culebrón que despista, porque resulta imposible separar la realidad de la leyenda negra del personaje, considerando que la tradición mantiene que Nerón fue condenado a la damnatio memoriae, un castigo que consistía en enterrar todo el legado de un emperador para que su nombre fuese olvidado.


La representación de Nerón discurrió plana y con demasiado tedio en casi todos los momentos.


Los autores plantean un Nerón cultivado pero vicioso y con mucho ego. No es el de su primera etapa, instruido por Séneca, sino el aconsejado por su ambiciosa y perversa madre Agripina que le inocula el ansia de poder, una etapa donde no tarda en convertirse en ese tirano responsable de muchas muertes. La pieza abusa en la narrativa histórica y en escenas de flash-backs, aunque los diálogos son acertados y en sintonía con los personajes y los ambientes en los que discurre la historia.

La puesta en escena de A. Castrillo-Ferrer, que debuta en el Teatro Romano, acusa la inexperiencia de enfrentarse a un gran espacio después de haber ensayado en otros más pequeños (tal vez pensando en la gira que tienen prevista). Solamente la escenografía y algunas matizaciones de iluminación cumplieron -con acertada simbología y belleza- las expectativas del montaje, pero a la dirección artística le fallaron los ritmos que consiguen hacer vivas, inquietantes, las atmósferas. La representación discurrió plana y, en casi todos los momentos, con demasiado tedio.

En la interpretación, los actores estuvieron perdidos transitando a lo largo y ancho del espacio romano casi nulos de la “organicidad” que aquí se requiere (hasta Francisco Vidal, un maestro del método Laytón, estuvo fatal). Raúl Arévalo (Nerón) es el único que se desenvuelve mejor exhibiendo la tiranía y las “dotes artísticas” de su personaje, tratado con una bisexualidad excesivamente amanerada (todo un esperpento de Nerón, que hace gracia hasta en los momentos más dramáticos). Los actores están desaprovechados. La caracterización física del personaje de San Pablo no se la cree nadie. Otros grandes fallos de la función fueron las de un sonido mal acoplado y la utilización de escenas en la valva regia (que no pudieron verse desde los laterales de las caveas).

“ESQUILO…”, MAGISTRAL LECCIÓN

Rafael Álvarez “El Brujo” -autor, director, actor- ha vuelto al Festival con otro monólogo, el cuarto después de cinco años. Esta vez, en un alarde de originalidad e imaginación –fruto de la investigación realizada en el antropomorfismo del mundo clásico griego y del oriente más antiguo- nos ha brindado ‘Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia’, una magistral conferencia/espectáculo –en dos partes- que revela las raíces humanas de los conflictos dramáticos, ilustrada con su conocido estilo propio de interpretación, inspirado en aquellos rapsodas de la poesía épica (transmutados con las técnicas juglarescas modernas del arte del histrión).


Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia, una magistral conferencia/espectáculo de Rafael Álvarez “El Brujo”.


El discurso de El Brujo se ha basado en textos de Nietzsche y de George Steiner, de los que ha sacado cierta explicación de la tragedia -que se da en el primero- como la fusión de dos fuerzas contrarias, la del equilibrio y la armonía que representaba el dios Apolo y la del desenfreno que simbolizaba Dionisio. En el otro texto, la explicación se refiere a que la tragedia como forma de arte ha perdido la presencia de Dios y, por eso, hoy está muerta.

Sin embargo, las cuestiones más innovadoras sobre el teatro trágico y el sentido de la vida humana, que si bien se nutre de la tradición homérica y aluden a situaciones contemporáneas (con asuntos como “¿Somos libres o estamos predestinados?”), tienen su mejor aportación en la sabiduría espiritual de la cultura clásica hindú que El Brujo introduce influido por la doctrina Vedanta (expresada en el excelente texto épico “Rig-Veda”). Todo un significado en la esencia de la tragedia que me recuerdan algunas citas sobre el fondo religioso del teatro clásico indoeuropeo, publicado por el helenista R. Adrados y en el libro “Dramatic Concepts – Greek and Indian” (1975) por el profesor indio Bharat Gupt.

La puesta en escena está bien ideada, utilizando toda la arena del teatro romano, acotado por una sugerente y bella iluminación de Miguel Á. Camacho, y la parte frontal de la orchestra con un sencillo tabladillo en la que sólo aparecen los elementos imprescindibles (una mesa con libros y documentos). La primera representa el mundo clásico, la segunda el mundo moderno. El Brujo, como actor –acompañado por una música adecuada en directo de Javier Alejano que subraya matices a metáforas relucientes- es el mayor elemento escénico.

Esquilo, nacimiento y muerte de la Tragedia.
Esquilo, nacimiento y muerte de la Tragedia.

En su interpretación, El Brujo, que aparece en escena recitando en griego –con acento cordobés- parlamentos de la tragedia ‘Los Persas’, con esa voz potente y modulada que hubiese gustado oír –sin micro, pues no se necesita- en el antiguo Teatro de Delfos, junto al Santuario del Oráculo del hermoso paisaje del monte Parnaso, donde moran los espíritus de Apolo y de las Musas, sigue la línea de trabajo del “actor solista”, que utiliza las antiguas técnicas de transmisión oral y los recursos de “distanciamiento” de Darío Fo. El actor, con su habitual espíritu juguetón y libre del histrión, con su dinámica mental, destreza física, voz portentosa y aptitud de transformación mágica, vuelve a inundar el teatro romano de ideas, guiños cómplices, chistes, guasas, confiriendo a las tragedias de Esquilo -y de otros autores- un lirismo de humor trágico que como una corriente eléctrica de revulsivo teatral llega hasta el intelecto de los espectadores, que terminan muertos de risa o fulminados por la catarsis, o de ambas cosas, según el nivel que tengan de cultura clásica.

UN “FILOCTETES” BIEN ENFOCADO

Filoctetes”, es una tragedia –que nunca había sido representada en el Teatro Romano- escrita por un Sófocles octogenario que obtuvo en el año 409 a.C. el primer premio de las Dionisias griegas. El espectáculo ha sido realizado por Producciones Bitò y el Festival, en versión de Jordi Casanovas compartida con Antonio Simón (que también se encarga de la dirección).


En Filoctetes, con un montaje bien enfocado, el director catalán maneja perfectamente las situaciones solemnes, los ritmos.


Filoctetes”, es un texto denso y complejo que no se ajusta a los cánones exactos de los que en términos aristotélicos es una tragedia. Escrita en el transcurso de la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.) y teniendo como fondo la guerra de Troya, nos muestra un conflicto de tres personajes: Ulises, que representa aquí al hombre político capaz de mover a su favor tal o cual hilo; Neoptolemo, el hijo de Aquiles, enganchado en un juego de engaños; y Filóctetes, el héroe marginado por una enfermedad, del que ahora necesitan sus armas prodigiosas según un oráculo; que están padeciendo la voluntad de Ulises que se muestra como buena para la mayoría (ganar la guerra) y negativa para la persona. Queda la duda si el proyecto colectivo es propiamente beneficioso para los griegos o para el interés personal de Ulises. He aquí el elemento que hace tan actual esta tragedia extraña (sin un exceso pasional con derrame de sangre), en donde los juegos políticos son intereses de poder, más que un beneficio a los países.

Casanovas y Simón recrean el invento perspicaz, pero eminentemente textual, de Sófocles siendo fieles al espíritu de la obra original y a su calidad poética, ajustando las escenas a un lenguaje más teatral que emocione y conmueva, potenciando los paralelismos con la actualidad en un diálogo vivo con el pasado, sobre todo en el terreno de la política (tal vez influido por una versión dialéctica de “Filoctetes” de Heiner Müller, que Simón había montado en 1997) e iluminando una idea feminista –extraída de la visión de la mujer contra la cultura patriarcal y bélica de la época- al cambiar el coro de marineros de Neoptolemo por un coro de mujeres.

Filoctetes
Filoctetes

En el montaje, bien enfocado, el director catalán maneja perfectamente las situaciones solemnes, los ritmos y esas atmósferas enrarecidas del arte trágico con las que llena de suspense el Teatro Romano. Ayuda a resolver las acciones una escenografía sobria –de una playa de arena negra con un barco encallado- de Paco Azorín, en rigurosa composición con video-proyecciones sobre el monumento que crean belleza. Resalta la parte final cuando aparece proyectada la imagen de Heracles (Miguel Rellán) ordenando a Filoctetes ir a Ilión –donde será curado y realizará sus hazañas- poniendo así el deux ex machina de un “feliz” desenlace de la tragedia.

En la interpretación, destaca Pedro Casablanc (Filoctetes), llenando de resplandor dramático la escena -mostrando la catarsis de su sufrimiento- declamando esa inquebrantable decisión -que estruja y conmueve- de no ceder ante la coacción, erigiéndose en acusador de los que le abandonaron en sus desgracias. Félix Gómez (Neoptólemo) defiende con expresividad y buena voz un difícil papel de juego de palabras que pasa por vicisitudes de traición y compasión. Samuel Viyuela (soldado) logra dignidad escénica y desenvoltura en sus varios desdoblamientos. Y Pepe Viyuela (Ulises) imprime oficio a un personaje de héroe imperfecto bien cuestionable (en cierto histrionismo de su modificada caracterización, con traje y corbata, y rol de un personaje sinuoso de “aparato político”, que está lejos de aquel Ulises glorioso de la “Odisea”). El punto más débil del montaje está en el coro, donde no hay equilibrio tonal en las voces y en las composiciones de sus movimientos coreográficos.

(José Manuel Villafaina Muñoz es licenciado en Arte Dramático, actor, director autor, profesor y crítico teatral, con una trayectoria profesional de más de 50 años).

(Próximamente: SOSPECHAS DE AMAÑO EN LA ADJUDICACIÓN A CIMARRO DEL FESTIVAL DE MÉRIDA).

MÁS SOBRE EL AUTOR

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