jueves, 25 abril, 2024
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Extremadura, última colonia teatral del país otra vez (2)

La región extremeña sigue sufriendo un mal que viene de lejos: el colonialismo cultural que padece, que no le aporta nada y, en cambio, llena el bolsillo de algunos listos que hacen aquí su negocio con la aquiescencia de los responsables políticos

Las etapas de José Monleón, director del Festival de Teatro Clásico de Mérida en sus inicios, y de Jesús Cimarro, director del Festival actual, como manifesté en el anterior artículo (Extremadura, última colonia teatral del país otra vez), han situado antes y ahora a Extremadura en un colonialismo teatral que deja mucho que desear, por varias razones de funcionamiento pervertido de instituciones y artistas en la ideología y compromiso cultural. Cuestiono aquí la gestión de estos dos polémicos personajes desde la crítica seria, documentada y con criterio, sabiendo que uno se enfrenta a esas vendettas de pandillas teatrales y políticas de compadreo descarado y de adulación interesada al poderoso, problema de este infame mundillo cultural español donde nos conocemos todos.

José Manuel Villafaina Muñoz.
José Manuel Villafaina Muñoz.

Dedico este segundo artículo a revelar la etapa de seis años (1984-1989) de dominación de Monleón -medrando con mañoso arte y ajustando cuentas personales- , reavivando el tema de una conferencia sobre el Festival que impartí en 2004 en el Ateneo de Badajoz, en un debate organizado y moderado por Santiago Corchete, entonces presidente de la entidad. De aquella charla, que fue publicada por la revista Diario de Badajoz/Mérida (números 271 y 272), me consta que llegó a todos los implicados en mi crítica. Y dejo para un tercer artículo la etapa de ocho años de irregularidades de Cimarro y, máxime, la desvergüenza de los políticos culturales de la Junta de Extremadura que después de tolerarle la escandalosa organización de hueros espectáculos “estrellas” comerciales cada año y perder el pleito del concurso, sospechoso de parcialidad para la dirección del Festival, se conceden a sí mismos la Medalla de Extremadura y prorrogan un año más a dedo el contrato al director vasco-madrileño.


Garrido quería ajustar las cuentas a aquellos artistas extremeños que le habían criticado su marrullero centralismo teatral.


En aquella charla-debate del Ateneo, puse en claro aquel momento histórico de 1983-1984, cuando aún resonaban los éxitos en el Teatro Romano de las producciones extremeñas “Lisistrata” (1980), “Fedra” (1981) y “Golfus de Emérita Augusta” (1983) y sus creadores del Centro Dramático de Badajoz reclamaron, con ideas que ya habían planteado en el Seminario “El teatro grecolatino dentro de una perspectiva contemporánea” (HOY, 25-1-1980), el asentamiento en la región de un Patronato extremeño, para que diseñara el proyecto de futuro del Festival. Pero este Patronato, que se instituyó en 1984 y en casi en todo siguió las recomendaciones de la Dirección General de Teatro del Ministerio de Cultura de José Manuel Garrido, que mangoneaba el evento desde Madrid –y había tenido varias polémicas con miembros del Centro Dramático por el escaso apoyo a su compañía extremeña- impuso al valenciano-madrileño Monleón como director. El exalcalde de Mérida, Antonio Vélez, testigo de aquellos acontecimientos, reconoció años más tarde que a la entidad teatral extremeña “… se le negara el pan y la sal desde el foro capitalino, porque la gente de aquí tenía bastantes ideas propias sobre las cosas de Teatro. Así que los enfrentamientos se produjeron y, en algunos momentos, de forma virulenta” (HOY, 19-8-2003).

AJUSTE DE CUENTAS

La decisión de Madrid no convenció al Centro Dramático, que averiguó que Garrido quería ajustar las cuentas a aquellos artistas extremeños que le habían criticado su marrullero centralismo teatral (“EL DIRECTOR DEL CENTRO DRAMÁTICO DE BADAJOZ CRITICA A CULTURA”, El País, 21-8-1983). Y que, por su parte, Monleón, burla burlando, estaba muy interesado en dirigir el Festival. Sin embargo, las instituciones extremeñas, en aquel momento que se movía con lentitud la realidad de las autonomías del Estado, dieron por bueno el nombramiento de este director, tal vez por su peso específico en los ambientes del teatro nacional, pues era un reconocido crítico al frente de la revista teatral “Primer Acto”. Las desconfianzas partieron de una charla que el crítico dio en las actividades paralelas del Festival de 1983 mirando de lado lo organizado por los extremeños –que no llegó a ver- y exponiendo algunas ideas para el funcionamiento del evento (recogidas en el diario “HOY”). Charla que fue contestada por la dirección del Centro Dramático y otros artistas. De Miguel Murillo se leía: “Hablando de mensajes, señor Monleón, usted vino a transmitir ideas que ya son muy antiguas aquí… Su actuación da risa…” (“LOS SANTONES Y EL FESTIVAL”, en HOY, 4-9-1983).


Monleón fue el causante del malestar, enredando a las incautas autoridades extremeñas con la promesa de universalizar el Festival naciente.


Pero lo sospechado se confirmó, pues inmediatamente Garrido y Monleón se portaron muy mal con el Centro Dramático, en aquellos años de nueva esperanza en la profundización de las libertades. Castigaron desde su parcela de poder a quienes hicimos el milagro de dar vida con un Festival a nuestras piedras romanas (organizando al mismo tiempo la efeméride de los 50 años de sus representaciones y los 2.000 de su construcción). Monleón fue el causante del malestar, enredando a las incautas autoridades extremeñas con la promesa de universalizar el Festival naciente que –según él- había caído en provincialismos. Y Garrido suprimió la subvención anual que recibía la entidad extremeña, influyendo en Monleón para no aprobar ninguno de sus proyectos en el Festival (impidió ese año “Las ovejas”, obra sobre la figura del héroe griego Ayax, en versión de Murillo presentada por la compañía Torres Naharro, que iba a dirigir Juan Margallo).

DESAPARICIÓN Y MEDIOCRIDAD

Además, los malentendidos que fomentaron entre el Centro Dramático y las instituciones de Extremadura (que consintieron, sin rubor, acomodarse como una colonia cultural de Madrid, ya que Garrido colocó también en la Consejería de Cultura de Paco España a un amigo íntimo –José A. Atanet– como director de Acción Cultural), causaron que la entidad teatral pacense desapareciera un año después, por falta de recursos, y se frustraran muchas ideas de escritores y artistas extremeños, que fueron muy arriesgadas y estuvieron siempre en las trincheras culturales más avanzadas, iluminando los caminos del Festival y del teatro extremeño (un cualificado auge de aquellos años de “Infraestructura Teatral Extremeña” se puede consultar en las revistas teatrales Yorik, Pipirijaina e incluso Primer Acto).

Escena de SALOMÉ de Oscar Wilde, que nada tiene que ver con el teatro grecolatino.
Escena de SALOMÉ de Oscar Wilde, que nada tiene que ver con el teatro grecolatino.

Monleón, en los primeros años que dirigió el Festival se esforzó en traer algunas compañías de Grecia y de Italia -de calidad desigual- y gente interesante (organizadores, directores, actores), que aportaron ideas en los debates de las actividades paralelas. Ideas que él no supo aprovechar, tal vez por temas diversos de incompetencia y falta de tiempo (todo el año viajaba por festivales para cubrir las noticias en “Primer Acto”). Las producciones españolas que presentó en el Teatro Romano fueron en su mayoría mediocres. Muchas de ellas eran contradictorias a su discurso inicial centrado en la presencia de los clásicos grecolatinos. Espectáculos como “El Príncipe Constante” de Calderón, “Alhucema” de S. Távora, “Salomé” de O. Wilde, “Las aventuras de Tirante el Blanco”, versión de F. Nieva, los demonios pirotécnicos de Xarxa Teatre, o un recital-homenaje a Alberti (que se durmió en la función) entre otros, dejaron al Festival en la más absoluta ambigüedad.

Para justificarla, Monleón, con la habilidad discursiva que le caracterizaba, teorizó sobre el concepto de la “mediterraneidad”, diciendo que en ello no había contradicción porque la cultura grecolatina es uno de los componentes de la identidad mediterránea. Pero una cosa era lo que se decía y otra lo que se hacía, a sabiendas, sobre el camino encariñado de ese ideal elevado e indefinido, que se le escapaba de las manos a muchos intelectuales cada vez que intentaban averiguar su contenido, porque veían que la inclusión de los espectáculos mencionados tenían todo el aspecto de servir para convocar, por encima de todo, a artistas amigos, además de otros intereses cuestionables permitidos bajo cuerda por Garrido, como vender a través de su mujer espectáculos del Festival por plazas porticadas (contradiciendo la exclusividad propuesta en el Patronato), y colocar a una de sus hijas como responsable del Centro de Documentación del Festival.

BRILLANTE TEÓRICO

Tengo que aclarar que Monleón de continuo fue un brillante teórico del compromiso teatral, con ideas que muchos compartimos. Mi admiración, en la década de los 70, se la pude mostrar invitándole a participar como conferenciante en muchos eventos organizados por el Centro Dramático. En este tiempo, juntos colaboramos en la Federación de Festivales de Teatro de América (viajando por varios países) y él elogió en su revista mi labor comprometida como crítico y mi organización del Primer Festival de Teatro y Cine Hispanoamericano en Extremadura (1978, primero del país). Mis discrepancias surgieron en 1979 cuando se metió a organizar y dirigir eventos. En Madrid creamos el Centro Español de Relaciones Teatrales con América Latina (CERTAL), proponiéndome coordinar –junto al director teatral Ramón Ballesteros– una red de festivales iberoamericanos por todo el país. Asunto que no acepté por estar comprometido con mi proyecto “Infraestructura Teatral para Extremadura” donde se contemplaba –junto con Martínez-Mediero– impulsar el Festival de Mérida.


Tengo que aclarar que Monleón fue un brillante teórico del compromiso teatral, con ideas que muchos compartimos.


Monleón me desencantó ese año. Descubrí del gran orador sus oscuros intereses, muy en contradicción con lo que predicaba. Y que era, en la práctica, un malísimo organizador. El CERTAL le duró dos años. Sus incoherencias y ciertos egoísmos personales le acarrearon broncas con artistas e instituciones. Vino al Teatro Romano en 1980, invitado –al estreno de “Lisístrata”- por el Centro Dramático que organizaba también “El I Encuentro de Teatro España-América Latina en Mérida” (HOY, 7-6-1980). El éxito del espectáculo parece que le hizo cambiar sus ideas, pues aquel Festival lo había considerado antes como un evento rancio que no le interesaba (así me lo expresó en una reunión en la cafetería Manila de Madrid, abroncándome delante de Ballesteros). Sin embargo, él que estaba por la causa latinoamericana, cuando el CERTAL le dio la espalda en 1983, al año siguiente, en flagrante tejemaneje con Garrido, pudo asumir el Festival grecolatino bajo su dirección, algo que me desconcertó por su cambiada forma de actuar. Recuerdo que mis discrepancias con su organización alejada del discurso de lo clásico se las manifesté públicamente en un Encuentro de Directores de Festivales, celebrado en Caracas, 1988. Su respuesta, sin más, fue: “el termino clásico es ambiguo”.

Por partes, el Festival dirigido por este ínclito maestro de la crítica nacional metido a organizador, fue perdiendo fuelle. La asistencia del público decreció en sus tres últimos años (solo 28.969 en 1987) y los comentarios adversos le llovieron. En Extremadura lo vapulearon muchos artículos y críticas. Cito algunos ejemplos: “¿QUÉ PASA CON EL FESTIVAL?” por Murillo, sobre una demanda judicial hecha por actores a la Junta por la suspensión de un espectáculo (HOY, 12-6-86); “CUENTAS, CUENTOS y CUENTISTAS EN EL FESTIVAL” por el actor Pepe Toubes (EXTREMADURA, 20-8-87); “TEATRO EN EXTREMADURA, OTRA VEZ LOS ÚLTIMOS” por Emilio Camacho (HOY, 13-9-89). Hasta Paco Muñoz, antes de ser Consejero de Cultura, cuando ejercía de crítico dijo: “MEDIOCRIDAD: Una vez concluida la presente edición se impone una revisión de qué Festival queremos, porque está tocando fondo, y Mérida y su Teatro Romano –toda Extremadura- se merecen mucho más” (revista NUEVO GUADIANA, agosto/1987). Y las instituciones extremeñas empezaron a recelar de su labor.


Monleón me desencantó: descubrí del gran orador sus oscuros intereses, muy en contradicción con lo que predicaba.


DIMISIÓN ACEPTADA Y REENGANCHE

La Junta –ya con Jaime Naranjo de Consejero de Cultura- le coló en su programación una ópera –“Medea”, interpretada por la Caballé– que funcionó bien de crítica y de público. Monleón, contrario a aquella idea –que no pudo manejar- se desmoralizó, y pidió su dimisión (que fue aceptada). Años después, el asesor del Patronato José L. Sánchez Matas comentó: “La época de Monleón se agotó el cuarto año. Los tres primeros lo hizo de manera impecable, pero el cuarto se dejó influir por sus propios intereses personales” (Acta de reunión del Patronato, 21-11-1994).

Pero el “apego” de Monleón al Festival duró más tiempo, tal vez por el interés negociable de que las actividades del Festival figurasen en “Primer Acto” y porque acababa de inventar –subvencionado por el Ministerio- un “Instituto Internacional de Teatro del Mediterráneo”, que podía suministrar algún espectáculo internacional al Festival. Fue reenganchado a la teta institucional extremeña en las etapas de Jorge Márquez y de Paco Suárez en la dirección del Festival, para escribir el libro “MÉRIDA: LOS CAMINOS DE UN ENCUENTRO POPULAR CON LOS CLÁSICOS GRECOLATINOS” (que se presentó completo en la 50 edición, patrocinado por la Asamblea de Federico Suárez). Un volumen que está escrito desde el triunfalismo más descarado, utilizando el material teatral informativo -seleccionado por el responsable del entonces Centro de Investigación y Documentación del Festival- con las mejores gacetillas pasteleras, laudatorias sin escrúpulos, donde se marginan los artículos y críticas desfavorables al Festival durante su gestión y de otros directores. Todo para hacer el panegírico de esa etapa/Monleón y la de sus patrocinadores, dilapidando un caudal de fondos públicos, amén de dejarse condecorar -haciendo el paripé- con el hoy enterrado premio “Scaena”. En absoluto, un montaje calculador de intereses espurios y de cómo se puede escribir falazmente la historia del Festival (sabiendo, por otra parte, que Monleón solo asistió a las representaciones en su etapa, no a la de otros directores que también figuran -menos favorecidos- en sus escritos). En el debate del Ateneo llegué a decir: “Con todas las críticas adversas que recibió Monleón y otros directores podría uno editar otro libro sobre el Festival”. Mi duda es si lo publicaría igualmente la actual Asamblea.

Escena de TIRANTE EL BLANCO, novela medieval del valenciano Joanot Martorell en versión de Francisco Nieva.
Escena de TIRANTE EL BLANCO, novela medieval del valenciano Joanot Martorell en versión de Francisco Nieva.

Como dato curioso, tengo que decir que Monleón, en sus últimos años, andaba muy afectuoso reconciliándose con aquellos teatristas que había polemizado. Eran momentos en que acariciaba la nominación del premio MAX a su trayectoria. En este tiempo, recuerdo que cuando interveníamos en alguna actividad teatral me presentaba como “un luchador del teatro”. En el único año que Blanca Portillo dirigió el Festival, Monleón me llamó pidiéndome que escribiera en “Primer Acto” la crónica de la edición. Le envié el artículo: “UN FESTIVAL DIGNO, PESE A LA CRISIS” que publicó en el número 340 de la revista. Espero que el lector entienda con perspicacia lo que fueron esos tinglados, sin ningún sonrojo de Monleón a la hora de cambiar según las circunstancias –máxime, cuando estaba descartado de la lista de subvenciones oficiales-, volviendo a reconocer mi labor comprometida con la crítica teatral.

(José Manuel Villafaina Muñoz es licenciado en Arte Dramático, actor, director, autor, profesor y crítico teatral, con una trayectoria profesional de más de 50 años).

SOBRE EL AUTOR

José Manuel Villafaina, un profesional integral del teatro, nuevo colaborador de PROPRONews

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