El legado de Juan Carlos I al frente de la modélica Transición de la dictadura a la democracia en España ha quedado definitivamente ensombrecido por los excesos de su vida pública y privada. El demérito en el que ha caído hace imposible mantenerle el título de Rey Emérito. Sus aventuras extraconyugales exhibidas sin pudor, sus excesos cinegéticos ajenos a toda sensibilidad social y humana, sus amistades con algunas de las dictaduras reales más sanguinarias y corruptas del planeta, sus negocios al margen de lo que se exige a un jefe del Estado, y, finalmente, el repudio de su hijo, Felipe VI, le han colocado en una situación extrema que no solo le afecta a él, sino que perjudica seriamente a la Corona. Si Juan Carlos no desea que las cosas vayan a más, ha llegado el momento de que convoque una rueda de prensa, explique claramente todos sus tejemanejes, devuelva el dinero obtenido de forma presuntamente ilícita y haga un acto público de contrición, antes de que la Justicia y el Parlamento terminen de tomar cartas en el asunto.
Hubo un tiempo en el que muchos admiramos a Juan Carlos I. Muchos valoramos su liderazgo al frente de la Transición Española. Muchos nos creímos su papel contra el golpe de Estado del 23F -yo mismo alenté y presidí en Extremadura la comisión de homenaje y agradecimiento por su actuación contra la asonada, la primera que se organizó en España y por la que se le concedió la Medalla de Oro de Badajoz-. Y ahora somos muchos los decepcionados con la trayectoria pública y privada de un personaje que ha demostrado no solamente no tener escrúpulos a la hora de llevar una aparatosa doble vida en lo conyugal, en lo social y en lo económico, sino, además, una extraordinaria torpeza en la gestión de su imagen pública, sus tejemanejes y sus líos de faldas.
Es la fortuna personal de Juan Carlos, su origen, su posible ocultación en paraísos fiscales, y la presunta elusión de sus deberes tributarios, lo más grave del asunto que conmociona hoy la política nacional.
No entramos a valorar la moralidad de su vida privada, sino el desprecio a la ciudadanía que representa su exhibición, el daño que tales conductas han infligido a la institución, la humillación pública que eso ha supuesto para su esposa la reina Sofía, el mal ejemplo dado a sus descendientes, entre los que se encuentra la heredera del trono, y la presunta utilización de los recursos públicos para fines privados. Resulta especialmente llamativa la reforma que, con el dinero de todos los españoles, se ejecutó en la zona residencial de la finca La Angorrilla, uno de los bienes de Patrimonio Nacional al servicio de la Casa Real en el monte de El Pardo, en cuyo recinto se encuentra también el palacio de La Zarzuela. En La Angorrilla tuvo Juan Carlos alojados de manera intermitente o durante temporadas, a Corinna Larsen y a uno de sus hijos sin el menor empacho.
Pero es la fortuna personal de Juan Carlos, el presunto origen ilícito de parte (o de toda) ella, su posible ocultación en paraísos fiscales, y su opacidad y presunta elusión frente a los deberes tributarios del monarca, lo más grave del asunto que conmociona hoy la política nacional.
URDANGARIN, CONDENADO POR MENOS
Las últimas revelaciones sobre que en Zarzuela se diseñó el procedimiento para ocultar esos ingresos y evadir al fisco, lleva a pensar que Iñaki Urdangarín no mentía cuando afirmó en sede judicial que sus “negocios” contaban con el conocimiento y la aprobación de su suegro. Urdangarin resultó finalmente condenado a casi seis años de cárcel, que todavía está cumpliendo. Y, tanto por la escasa personalidad institucional del exduque de Palma, como por su relevancia secundaria en la familia real, como por el discreto montante de sus tejemanejes en comparación con las ingentes sumas de dinero que maneja su demérito suegro, es evidente que hay una desproporción en el trato legal y penal de uno y de otro.
El exrey debe de tener una fortuna inmensa para poder permitirse el dispendio de regalar 65 millones a su examante Corinna.
A todo esto, Juan Carlos permanece mudo y quieto como una estatua, sin decir esta boca es mía en relación con las gravísimas acciones que le atribuyen los medios, acciones que, de ser inciertas, ya habrían motivado airados desmentidos y lógicas querellas. Igualmente, y tras el repudio de Felipe VI, la Casa Real permanece también en un inaceptable silencio. Este asunto requiere la máxima claridad en relación con el montante total de la fortuna de Juan Carlos y el origen de esta. Algunos medios extranjeros y nacionales han cifrado su fortuna en torno a los 2.000 millones de euros. Desde luego tiene que ser una fortuna inmensa para que su dueño se permita el dispendio de regalar nada menos que 65 millones a su examante Corinna.
Y mientras el rey demérito acumulaba dinero, recibía presuntas donaciones o comisiones ilícitas y evadía presuntamente sus obligaciones tributarias, al mismo tiempo mostraba sin pudor una imagen pública de señorito arcaico y cacicón, matando animales por el mundo, participando en alegres francachelas, asistiendo ostentosamente a corridas de toros, y exhibiendo junto con su hija Elena un españolismo de banderita nacional y mantilla que no se corresponde con la falta de patriotismo que entraña su presunta conducta fiscal. Lo de la infanta Elena, a quien hemos visto en las plazas de toros disfrazada de bandera española desde el sombrero y las gafas hasta los zapatos, ha sido siempre ridículo y contraproducente. Su conducta ligera y folklórica, junto con la actitud de su hermana, que no se enteraba de la pasta que entraba en su casa por ser vos quien sois, y el remate de las amantes y los “negocios” de su padre, todo eso representa un descrédito gravísimo para la familia real y el actual jefe del Estado.
La ciudadanía tiene el derecho a conocer al detalle el monto de la fortuna de Juan Carlos, su origen, el lugar o banco del mundo donde la guarda, el estado de sus obligaciones fiscales y el dinero público que presuntamente ha destinado a sus “asuntos” privados.
LA SOLEDAD DE FELIPE
La soledad de Felipe debe de ser brutal, aislado exclusivamente en el núcleo familiar que representan su mujer y sus hijas. Únicamente su madre permanece fiel a su lado, una madre que tanto ha soportado y callado los excesos de su marido con el único fin de no perjudicar a su hijo. Felipe ha roto todos los puentes con sus hermanas -con las que Letizia tampoco se lleva nada bien- y ha terminado de romperlos también con su padre, al que únicamente le falta exigirle que abandone Zarzuela. Pero Felipe sabe que, ante el monumental escándalo de los excesos y de la economía de su padre, no basta con haber renunciado a la herencia. La ciudadanía española tiene todo el derecho a conocer al detalle el monto de la fortuna de Juan Carlos, el origen de cada euro, el lugar o banco del mundo donde se encuentra el dinero, el estado de sus obligaciones fiscales año por año y el dinero público que ha destinado a sus asuntos privados. Y, una vez sabido esto -que la Justicia y el Parlamento están obligados a averiguar en todos sus detalles-, y al margen de las resoluciones judiciales que correspondan, Felipe VI debe obrar en consecuencia. Porque, repetimos, no basta con su renuncia a la herencia y con haber retirado la asignación oficial a su padre.
(José Mª Pagador es periodista y escritor, y fundador y director de PROPRONews. Sus últimos libros publicados son 74 sonetos (poesía, Fundación Academia Europea de Yuste), Los pecados increíbles (novela, De la Luna Libros), Susana y los hombres (relatos, Editora Regional de Extremadura) y El Viaje del Tiburón (novela, Caligrama Penguin Random House).
SOBRE EL AUTOR
José Mª Pagador y Rosa Puch, casi 100 años de periodismo
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