sábado, 20 abril, 2024
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Llamadme Luna…

...y ya me gustaría tener la humanidad de esa joven

Llamadme Luna, y ya me gustaría, ya, tener la humanidad de esa joven que, en lugar de disfrutar de la playa, ahora que por fin podemos empezar a movernos, dedica su tiempo libre a colaborar con la Cruz Roja y socorrer a los que llegan huyendo de la miseria. Su voluntariado en la ONG la llevó a vivir en directo uno de los momentos más dramáticos de la historia, ya bastante cruel y compleja, de esa frontera, la llegada al Tarajal de miles de migrantes procedentes de Marruecos, en una de las crisis más importantes de los últimos tiempos.

La periodista, con su perro Killer
La periodista, con su perro Killer

Marruecos, ese país cuyo rey viaja en avión con algunos de sus caballos árabes, que transporta a cualquiera de sus destinos paradisíacos por si le apetece dar un paseo ecuestre. Mohamed VI, el rey que reina y gobierna pero que menos tiempo pasa en su tierra; ese sátrapa de inmensa fortuna que contempla el paso de sus plácidas horas en un reloj con mil diamantes incrustados, mientras bebe mojitos en una embarcación de recreo que mide 123 metros de proa a popa y tiene helipuerto, gimnasio y piscina; ese dictador que se rodea de lujos y extravagancias; ese tirano, que si decide salir a ver la puesta del sol por el desierto, se hace escoltar por una recua de siervos que le esparcen pétalos de rosa a su paso, quizá para huir del mal olor que desprende la forma en la que trata a su pueblo, un pueblo desesperado que se lanza al mar para cruzar el estrecho, sorteando la muerte, con la quimera de encontrar el paraíso.


Solo la imagen de Luna, una mujer, ha desatado la furia de los machotes de nuestra querida España.


Mohamed, que seguro habrá visto en alguna televisión el abrazo solidario de Luna a uno de sus súbditos, pero que no habrá leído que Luna tuvo que cerrar sus redes, ante el aluvión de comentarios machistas provenientes de esa ultraderecha casposa y mezquina que percibe, en la imagen de consuelo a un ser que sufre, la obscenidad que sienten sus pervertidos y miserables corazones.

A ELLOS NO LES PASÓ

El legionario que salvó la vida al niño de la valla o el guardia civil que rescató al bebé del agua no han tenido que cerrar sus redes. Es la prueba palpable de la violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de serlo. A ellos se les ha colocado la capa de superman, nadie les ha tachado de “puta” o de aprovechar la coyuntura para darse un restregón. De las muchas imágenes de miembros de las fuerzas del orden o personal sanitario auxiliando a los que llegaban extenuados, solo la de Luna, una mujer, ha desatado la furia de los machotes de nuestra querida España. Y cuando digo machotes me refiero también a Cristina Seguí, triste musa de ese partido retrógrado, machista, racista y desalmado que espolvorea bulos, mentiras, odio y confrontación.


Cristina Seguí (Vox) vio decadencia moral donde había compasión, vio tetas donde había regazo.


Cristina Seguí, que, como tantos de sus fanáticos, vio sexo donde había desconsuelo, vio decadencia moral, donde había compasión, vio “buenismo” donde había humanidad, vio tetas donde había regazo, es el ejemplo del viejo refrán “cree el ladrón que todos son de su condición”.

Hay que tener el alma muy dañada para sacar las conclusiones que ella extrajo de una foto que ha dado la vuelta al mundo como ejemplo de solidaridad bondadosa, y que el propio Miguel Ángel hubiera tomado como modelo para su Piedad de haber podido verla.

Hay que ser asquerosamente cobarde y machista para lanzar tanta maldad contra una joven mujer, ya que contra las fuerzas armadas no se ha atrevido, pese a que han hecho justo lo contrario de lo que pedía Abascal (vaya chasco se habrá llevado, por cierto). Vox, una vez más, acosando a los débiles, porque ante los fuertes se caga de miedo.

Menos mal que en el mundo hay más Luna Reyes que Cristinas Seguí.

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).

SOBRE LA AUTORA

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