sábado, 27 abril, 2024
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Una semana en Beijing, la próxima capital del mundo

Esta ciudad fascinante e inabarcable es el epicentro de un nuevo eje del poder global

En 1983, hace cuarenta años, estaba aún en pie el Muro de Berlín, la URSS era todavía una potencia mundial, EE.UU. mantenía el papel de superpotencia indiscutible y Nueva York y Washington eran las capitales financiera y política del mundo. Hoy, tan solo cuarenta años después, el muro hace tiempo que cayó, Alemania se reunificó, la URSS saltó por los aires, Rusia -aunque igual de agresiva- es una potencia menor que puede ser derrotada por Ucrania, EE.UU. ha dejado de ser el único protagonista mundial y ha emergido una nueva superpotencia planetaria, China. En su capital, Beijing, se toman hoy decisiones políticas, económicas, financieras y militares que afectan a todo el mundo, y en los próximos años veremos el afianzamiento de este nuevo coloso que ha llegado para quedarse.

En los últimos tres milenios Occidente mandó en el planeta. Durante siglos, Roma, Madrid, Londres o Washington fueron las capitales del mundo. Ahora el testigo pasa a Oriente. La capital mundial que se configura en esta nueva época será sin duda Beijing. La capital de China reúne todas las condiciones de poder, influencia política, militar, económica y financiera, fuerza cultural, reposicionamiento geoestratégico y penetración empresarial y comercial. El fenómeno está prácticamente consumado. En esta crónica describimos la realidad que hemos visto en esta inmensa, milenaria, moderna y misteriosa ciudad, donde lo gigantesco y creciente convive con lo diminuto e inmutable, un lugar ideal para pasar una semana de descubrimientos y asombro.

Beijing, China.-

Tenemos que ir acostumbrándonos a decir Beijing en lugar de Pekín. Beijing es el nombre oficial de la capital china en la transcripción del chino mandarín al alfabeto latino y el nombre inexcusable que ya se ha impuesto en todas partes, cuando la potencia asiática está a punto de convertirse en la primera economía del mundo, si no lo es ya.

Hasta los años 80 del siglo pasado, para transcribir las palabras chinas a nuestro alfabeto se utilizó el método Wade-Giles. Con él decíamos, por ejemplo, Mao Tse Tung o Teng H’siao-ping. En 1979 la República Popular China adoptó oficialmente el método pinyin, que permite una transcripción más fiel de la fonética china. Por eso ahora decimos Mao Zedong y Deng Xiaoping. Y por eso mismo hemos de decir también Beijing, a pesar de lo que diga la Real Academia. Con el método pinyin, las palabras chinas transcritas a nuestro alfabeto se leen mejor y su fonética es más fiel a la del idioma original.


En Beijing tiene el viajero la única oportunidad que hay en el mundo de pisar el Cielo sin salir de la tierra.


La adopción del método pinyin no fue un capricho de las autoridades chinas. El hanyu pinyin significa más o menos “deletreo de la lengua de la etnia Han”. Los han son, como se sabe, el grupo humano mayoritario de China – más de 1.200 millones sobre una población total que sobrepasa los 1.400 millones- y su idioma es el chino mandarín, escrito, naturalmente, con esos caracteres tan enrevesados para un occidental. A fin de hacer legible a primera vista este idioma para quienes ignoran la escritura china, se transcribió fonéticamente al alfabeto latino, de manera que todos podemos pronunciar casi correctamente el chino aun sin saberlo, simplemente leyendo la transcripción fonética. Eso facilita mucho las cosas cuando se visita Beijing o cualquier otra ciudad china, porque con una simple guía de frases hechas podemos entendernos satisfactoriamente con los nativos, teniendo en cuenta que aquí aún son muy pocos los que hablan inglés y muchos menos los que se desenvuelven en español o en francés.

Entrada a uno de los numerosos templos de Beijing. J.M. PAGADOR
Entrada a uno de los numerosos templos de Beijing. J.M. PAGADOR

DESLUMBRANTE LLEGADA

Despegamos de Madrid a las 11,25 de la mañana a bordo de un enorme Airbus 350 de Air China, una compañía excelente que recomendamos, por las muchas atenciones recibidas a bordo, por el trabajo incesante y eficaz del personal de cabina -que incluso limpia los aseos durante el vuelo cada vez que hace falta, sin que se les caigan los anillos ante “lo peor”-, por el escrupuloso cumplimiento de los horarios, por la relación calidad/precio y por el mínimo tiempo que hay que esperar para recoger el equipaje. De cualquier forma, siempre solemos viajar en las compañías del país al que nos dirigimos, para empezar a tomar contacto con su realidad ya desde el avión.


La capital china es una ciudad gigantesca donde viven 25 millones de personas.


De un tirón cruzamos, volando hacia el este sin escalas, todo el continente europeo, buena parte de Rusia y casi todo el continente asiático, en total, algo más de 10.000 kilómetros y casi doce horas de vuelo. Eso quiere decir que a la llegada será más o menos medianoche en España, pero nosotros viajamos hacia el nacimiento de la luz, hacia una tierra donde el sol sale seis horas antes que en nuestro país, de modo que en el avión se hace de noche, sí, pero amanece enseguida por la diferencia horaria. Cuando aterrizamos a las 5 de la madrugada, hora local, en Beijing está amaneciendo y la noche -mejor dicho, la “no-noche”- se nos ha ido en un soplo.


La grandiosidad de Beijing empieza por su aeropuerto internacional, el mayor edificio horizontal del mundo.


La miríada de luces que aún iluminan la última oscuridad nocturna de esta ciudad gigantesca donde viven 25 millones de personas, empieza a dejar paso a las primeras claridades del alba. Desde el aire, Beijing, como las otras grandes ciudades chinas, es una sucesión de inmensas urbanizaciones de rascacielos que pueblan todo su perímetro, hasta perderse de vista incluso si miramos desde un avión. A medida que descendemos empieza a hacerse de día y el deslumbramiento de la gran ciudad nos atrapa desde abajo. En un instante tomamos tierra y en otro más recogemos nuestro equipaje, asombrados de recuperarlo en no más de diez minutos en uno de los mayores aeropuertos del mundo -por él pasan cada año más de setenta millones de pasajeros-, cuando en otros mucho menores hemos tenido que esperar en no pocas ocasiones hasta cinco o seis veces más.

GRANDIOSIDAD

Desde la llegada a la ciudad observamos su grandiosidad, que empieza por el propio aeropuerto internacional, cuya ampliación, concebida para acoger a los visitantes de los Juegos Olímpicos de Beijing de 2008, es obra de Norman Foster. Con esta ampliación el aeropuerto se convirtió en uno de los mayores del mundo, con una superficie de un millón de metros cuadrados -la ciudad cuenta, además, con otros cuatro aeropuertos, destinados, sobre todo, a vuelos domésticos-, siendo también el edificio horizontal más grande que existe.

Somos recibidos con un simpático 'calurosos bienvenidos'. J.M. PAGADOR
Somos recibidos con un simpático ‘calurosos bienvenidos’. J.M. PAGADOR

A pesar de sus dimensiones y complejidad, el aeropuerto es bello, acogedor y funciona a las mil maravillas, de manera que los enlaces entre terminales o con las salidas se realizan con una ligereza pasmosa. Para que sepamos donde estamos y la arquitectura de vanguardia no nos aleje de la mentalidad china, los amplios espacios de las terminales están decorados con enormes motivos, en bronce o en piedra, del arte o la artesanía tradicionales del país.

En cuanto desembarcamos descubrimos el afán de globalidad que tienen los nuevos chinos. Sobre nuestras cabezas cuelgan numerosos y grandes carteles en los principales idiomas del mundo, dando la bienvenida a los visitantes en inglés, francés, ruso, español y en los idiomas orientales que hablan los vecinos del gigante asiático.


Los hoteles de cuatro estrellas de Beijing, como en toda China, son espléndidos.


Cuando leemos el cartel en español tenemos que sonreír ante el texto, que dice “calurosos bienvenidos”. El lapsus es disculpable en un país donde los ciudadanos interesados aprenden español la mayoría sin salir de China, aunque cada vez son más los que visitan nuestro país. De todos modos, el español que hablan los chinos aprendido allí, por ejemplo, los guías para viajeros, es más correcto, expresa más matices y tiene un vocabulario más rico que el del español medio, según pudimos comprobar personalmente.

Nos sorprenden las facilidades aduaneras. Pasamos los controles con una gran rapidez y sin la menor molestia, sin tener que abrir maletas ni mostrar nada, entre las sonrisas y los buenos modales de los funcionarios. Nada que ver, por ejemplo, con la parafernalia que montan los británicos o los rusos en sus aeropuertos, que parece expresamente diseñada para molestar a los viajeros y disuadirles de volver.

Nuestro hotel. J.M. PAGADOR
Nuestro hotel. J.M. PAGADOR

De inmediato nos trasladamos a nuestro alojamiento, para lo cual, hemos de recorrer medio Beijing, hasta alcanzar el corazón de la ciudad. Nuestro hotel, el New Otani Chang Fu Gong, se encuentra en una de las principales avenidas de la urbe, en el 26 de Jian Guo Men Wai. La avenida colosal se llama así en este tramo, pero recibe otros nombres a un lado y a otro, según se extiende, rectilínea, de este a oeste, atravesando la ciudad a lo largo de decenas de kilómetros.

PASADO Y PRESENTE

En nuestro recorrido hacia el hotel -el aeropuerto internacional se encuentra a unos 25 kilómetros al noreste de la capital- observamos que en la ciudad conviven en armonía el pasado y el presente. Junto a los barrios modernos, construidos a la occidental, poblados por rascacielos -muchos de los cuales están firmados por los mejores arquitectos del mundo, pues Beijing y toda China pueden presumir hoy de tener el mejor y mayor muestrario de la más avanzada arquitectura internacional, incluyendo los excesos de los Emiratos-, vemos numerosos monumentos y bellísimos y grandes barrios tradicionales, cuyas callejuelas, llamadas hutong -de casitas de una planta construidas con el típico ladrillo local de color gris- les dan nombre.


El ajetreo callejero es intenso en una ciudad donde circulan ocho millones de automóviles.


Pero no adelantemos acontecimientos. Lo primero es llegar al hotel. Lo hacemos después de un buen rato de viaje a través de la ciudad, que se nos hace corto, por la curiosidad y la sorpresa con que lo miramos todo aquí. Beijing rompe enseguida los conceptos preconcebidos que trae el viajero. Puede pasar por cualquier megalópolis occidental si atendemos a su nueva fisonomía, de no ser por la cantidad de bellos vestigios de otros tiempos que la pueblan, monumentos seculares de pequeño o de gran tamaño -muchas veces, colosales- con sus característicos tejados curvados en las puntas y sus cubiertas de colorida cerámica. Como el milenario observatorio astronómico que se levanta, intacto, en los alrededores.

Milenario observatorio astronómico en el centro de Beijing. J.M. PAGADOR
Milenario observatorio astronómico en el centro de Beijing. J.M. PAGADOR

DE JET LAG, NADA

El hotel es un cuatro estrellas-superior que tiene el lujo y los detalles de cualquier cinco estrellas europeo. Un moderno establecimiento de veinticuatro plantas. Todo en él es magnífico, incluyendo el encantador jardín chino, con estanque, río, cascada, carpas y bonsais, donde desayunaremos los días de nuestra estancia en la ciudad, antes de proseguir viaje por este gran país. La habitación es amplia, luminosa, limpísima y la cama, extraordinaria, por grande y por cómoda. Hay un gran televisor de plasma, ordenador y conexión gratis a Internet, toda clase de amenities y hasta mascarillas antihumo, por si se declara un incendio. En la espaciosa antecámara se ofrece al huésped todo lo necesario para que se prepare té chino de primera, sin limitación.

Espléndidas y espaciosas habitaciones, con vestíbulo, dos ambientes y gran baño. J.M. PAGADOR

Contamos todo esto en contraste con experiencias desagradables que hemos tenido en algunos hoteles europeos con categoría nominal de cuatro estrellas y alto precio -por ejemplo, en París-, cuyo nivel no pasaba realmente de dos, y que constituyen una estafa en toda regla. Y esto es lo habitual en todos los hoteles que hemos visitado en China, en varias de sus grandes ciudades, cuyas instalaciones y servicios rayan a gran altura.


El sexto anillo de circunvalación de la ciudad tiene 200 kilómetros y el séptimo, 1.000.


Estamos alojados en una de las últimas plantas del hotel, desde donde se divisa una vista muy amplia de Beijing. A nuestros pies discurre la avenida de acceso, una vía colosal de dieciséis carriles, por donde circula un denso tráfico de automóviles, motocicletas y carritos con motor, así como una sobrecogedora multitud de ciudadanos y ciudadanas en bicicleta o a pie, que va y viene sin descanso, y que se cobija de la radiación solar desde muy temprano con parasoles multicolores. El ajetreo callejero es intenso en una ciudad donde circulan ocho millones de automóviles.

El constante hormiguero humano de la plaza de Tiananmen. J.M. PAGADOR
El constante hormiguero humano de la plaza de Tiananmen. J.M. PAGADOR

Estamos en el corazón de la ciudad, cerca de la plaza de Tiananmen y de la Ciudad Prohibida. No hemos dormido, pero tampoco padecemos los efectos del jet lag, esa excusa de algunos para rendirse antes de empezar, cuando tendrán la posibilidad de recuperar horas de sueño al regreso. Sería absurdo echarse a dormir -aunque la enorme y mullida cama sea tan tentadora- en esta ciudad bellísima, donde acaba de amanecer y estamos recién llegados. Nos disponemos, pues, a empezar el día de la mejor manera posible, visitando Beijing, sumergiéndonos en el pasado y en el presente de esta ciudad que tiene ya un protagonismo indiscutible en el mundo.

Entrada a la Ciudad Prohibida, con el gigantesco retrato de Mao. J.M PAGADOR
Entrada a la Ciudad Prohibida, con el gigantesco retrato de Mao. J.M PAGADOR

VOLCÁN URBANO

Para entender la fisonomía urbana de Beijing sugiero evocar la figura de un volcán. El centro de la ciudad sería el nivel más bajo del interior del cráter. Desde el distrito central, donde está prohibido construir edificios que superen en altura a los de la Ciudad Prohibida, valga la redundancia, la ciudad se expande sin límites hacia los cuatro puntos cardinales. A medida que te alejas del centro, los edificios van siendo gradualmente más altos, hasta alcanzar talla de rascacielos en las áreas de los cinturones de circunvalación quinto, sexto y séptimo. Sus incontables rascacielos se sitúan en el top de la arquitectura mundial, como, por poner un solo ejemplo, la sede de la CCTV (Central China Televisión), formada por dos torres de 50 pisos unidas en su coronación por un puente en ángulo, obra de Rem Koolhaas, y que ha sido calificada por The New York Times como uno de los mejores trabajos de arquitectura del siglo XXI.

Una de las abigarradas avenidas de Beijing, con el curioso edificio de la sede de la TV estatal. J.M. PAGADOR
Una de las abigarradas avenidas de Beijing, con el curioso edificio de la sede de la TV estatal. J.M. PAGADOR

Para comunicar adecuadamente la ciudad en un lugar tan lleno de vestigios históricos y con una demografía tan expansiva, el urbanismo de Beijing se resuelve con una docena de grandes vías radiales más o menos rectilíneas e interminables, que nacen en el segundo y en el tercer cinturón, y con una serie de cinturones o anillos, que se expanden, como las ondas en el agua, desde el distrito central hasta la periferia. Para descongestionar la ciudad y garantizar la fluidez del tráfico rodado en todo momento, la ciudad tiene siete anillos de circunvalación. El sexto, con 198 kilómetros de longitud, tiene 70 kilómetros más que el quinto, pero el séptimo, con 1.000 kilómetros, sobrepasa al anterior en más de 800. La mayor avenida de la ciudad, que atraviesa los cinturones, sobrepasa los 50 kilómetros.


Beijing es una de las ciudades más verdes del mundo, con mil kilómetros cuadrados de jardines.


Boda en Beijing. Pero del hijo único se está pasando a ningún hijo. J.M. PAGADOR
Boda en Beijing. Pero del hijo único se está pasando a ningún hijo. J.M. PAGADOR

Pero el volcán urbano de Beijing lo es también porque la población -su lava viva- no deja de crecer y de verterse hacia el extrarradio inmenso con edificios cada vez más altos; y no porque los beijinenses sean muy prolíficos -la antigua política oficial del hijo único ya no hace falta que el Gobierno la imponga (todo lo contrario, ahora en China alienta la natalidad), porque muchas parejas jóvenes no quieren descendencia-, sino por el aluvión de inmigrantes que llegan de todas las regiones de China y de otros países del entorno, amén de muchos occidentales que acuden cada vez en mayor número, atraídos por las oportunidades que ofrece esta ciudad, metrópoli de un imperio comercial y financiero que pronto no tendrá precedentes en la historia por sus dimensiones, su filosofía, su poder económico y su capacidad de influencia.

Lago y jardines del Palacio de Verano. J.M. PAGADOR
Lago y jardines del Palacio de Verano. J.M. PAGADOR

LO PEQUEÑO Y LO VERDE

Descrita así la ciudad, como el volcán urbanístico que es, parecería que nos enfrentamos a una suerte de gigantismo aplastante. Y no es verdad. Una cosa es que la capital de la nueva próxima primera potencia mundial tenga la fisonomía y las dimensiones de las mayores megalópolis del mundo, y otra cosa es que aquí se desprecie lo pequeño, lo frágil, lo delicado o lo estético. Todo lo contrario. Dentro de esta enorme urbe podemos recogernos en maravillosos jardines y tener la impresión de que nos encontramos en un bosque o en un campo virgen. En realidad, Beijing es una de las ciudades más verdes del mundo. El promedio local de zona verde es de 50 metros cuadrados por habitante, es decir, más de 100.000 hectáreas, o sea, más de mil kilómetros cuadrados. Y la política del Gobierno -Beijing es una de las cuatro municipalidades chinas que dependen directamente del Gobierno central- es incrementar los cinturones verdes a medida que la ciudad se expande.


La libertad de movimientos y la seguridad son grandes y la presencia policial, escasa.


Salimos del hotel muy de mañana, para lanzarnos de cabeza en este volcán urbano -que lo es también, literalmente, en las épocas más calurosas del año, con un tremendo calor similar al de Extremadura o Andalucía, pero con un enorme grado de humedad, debido a la proximidad del océano Pacífico, distante tan solo 150 kilómetros- al encuentro de lo pequeño, del detalle, de lo característico.

Lo primero que observamos es la ausencia de signos o símbolos del régimen en las calles. Nada que ver con los viejos tiempos del culto a la personalidad de los líderes. El único retrato público de un dirigente que hemos visto en nuestro amplio recorrido por China es el de Mao que preside la entrada a la Ciudad Prohibida. Por todas partes se respira normalidad y buena convivencia y la presencia policial en la calle es muy escasa o, al menos, poco visible.

Una rara imagen de China, donde la presencia policial en las calles es mínima. J.M. PAGADOR
Una rara imagen de China, donde la presencia policial en las calles es mínima. J.M. PAGADOR

La seguridad es manifiesta y la sensación de que nada puede ocurrirnos aquí es total. Caminamos por las calles recorriendo la ciudad con la sensación de ser uno más, con una tranquilidad que hemos echado de menos a veces en Londres, en París, en San Petersburgo o en Roma. Tampoco se ven mendigos a la manera occidental por ninguna parte. Alguna vez descubrimos algún tullido pidiendo limosna, pero son escasos y siempre afectados por una gran discapacidad. En cambio vemos numerosas personas, muchas de ellas ancianas, cargadas con enormes sacos llenos de envases de plástico destinados al reciclaje. Cuando alguna de ellas se acerca a nosotros para solicitarnos la botella de agua que hemos terminado de beber, rehúsa con toda nobleza la moneda que le ofrecemos y solo acepta el envase con una sonrisa de agradecimiento. Aquí los pobres -que son muchos también, por supuesto- irradian una extraordinaria dignidad.


Tiananmen, la mayor plaza del mundo, es un permanente hervidero humano en el que no se olvida el fantasma de la represión.


Cordialidad y honradez son dos rasgos de la sociedad china. Todo el mundo va con la sonrisa en los labios y todo el mundo se deshace en amabilidades con el visitante. Y la integridad salta a la vista. A veces, para pagar en un establecimiento, y al no hablar el vendedor más que chino y no estar marcado el producto, hemos ofrecido dos billetes para que se cobre y solo ha tomado uno y, además, ha devuelto religiosamente el cambio.

Nuestra amable anfitriona que nos recibió en su casa y un 'hutong' del centro de Beijing. J.M. PAGADOR
Nuestra amable anfitriona que nos recibió en su casa y un ‘hutong’ del centro de Beijing. J.M. PAGADOR

LOS HUTONG

En el centro de Beijing y alrededor de la Ciudad Prohibida todavía sobreviven las viejas callejuelas de la milenaria ciudad, los hutong. Centenares de calles estrechas, de casas de una sola planta construidas en ladrillo gris, son la manifestación de lo que fue en el pasado esta enorme urbe. Muchos de estos barrios han ido desapareciendo, devorados por la fiebre constructora que padece la ciudad, para albergar a los millones de personas que han emigrado y emigran hasta ella en los últimos años.

La Olimpíada de Beijing de 2008 causó el derribo de barrios enteros de hutong. Pero los que se salvaron han sido protegidos, han sido rehabilitados y se han convertido en objeto de deseo de los nuevos ricos y los altos funcionarios, que han descubierto las ventajas de contar con una de estas viviendas en el mismo centro de la ciudad.


En China los precios son muy asequibles para los europeos, y más con el favorable cambio del euro al yuan.


Las casitas de los hutong se abren a la calle con una pequeña y bella entrada o corredor al aire libre en forma de diminuto jardín, que da paso al patio central ajardinado también, alrededor del cual se distribuyen las habitaciones de la casa. Estas viviendas están decoradas con elegantes motivos chinos. Hemos visitado alguna, con la acogida hospitalaria de los dueños, y hemos comprobado que entrar en ellas es como entrar en una casita de campo, retrocediendo en el tiempo, en cuanto a silencio, tranquilidad y belleza del hogar, aunque sin renunciar sus habitantes a las comodidades de hoy. En estas casas las habitaciones están orientadas en dirección este-oeste. Las situadas más al este son las habitaciones de los hombres, que además están un poco más elevadas del pavimento que las de las mujeres. Esto se debe a que los hombres consideran que el este es el punto de la energía y del poder, porque es por donde sale el sol, y que es algo que les corresponde. No hay duda de que el machismo está en todas partes. El interés de los pudientes por estas casitas ha hecho que su precio se dispare, y hoy cuestan entre 300.000 y 500.000 euros, es decir, lo que hay que pagar por un buen apartamento en las zonas nuevas de la ciudad y bastante más que el precio de un piso medio.

Esta sensación de encontrarnos con la historia de Beijing se refuerza al visitar otras zonas y traspasar el perímetro de la ciudad antigua. Los restos de las murallas y las torres del Tambor y de la Campana, ubicadas en los extremos del eje norte-sur y concebidas como fortalezas y para marcar las horas, nos trasladan a otro tiempo.

El periodista, en el corazón de la Ciudad Prohibida. J.M. PAGADOR
El periodista, en el corazón de la Ciudad Prohibida. J.M. PAGADOR

TIANANMEN Y LA CIUDAD PROHIBIDA

Sin salir del corazón de la ciudad, a un paso de los hutong, es obligado pisar la plaza de Tiananmen, de triste recuerdo por los sucesos que aquí ocurrieron en la primavera de 1989. Como en otros lugares del mundo donde la ciudadanía ha derramado su sangre por pedir libertad y justicia, y que siempre visitamos con el respeto que se debe al pueblo rebelado -como en el Versalles parisino, en el Palacio de Invierno de San Petersburgo o en la plaza Taksim de Estambul-, llegamos a Tiananmen, la mayor plaza del mundo, con el recuerdo de los centenares de muertos y los millares de heridos que dejó aquí la represión del gobierno chino de 1989, que aplastó sin piedad la rebelión de un movimiento democrático integrado por estudiantes, trabajadores e intelectuales. Rememoramos las terribles imágenes de los tanques y las unidades del Ejército Popular disparando contra la población desarmada. De aquello no queda ningún recuerdo visible en el lugar. La plaza se ve asaltada a diario por enormes multitudes de turistas chinos llegados de todos los confines del país, que hacen largas colas para visitar el mausoleo de Mao, y por enjambres de turistas procedentes de todo el mundo, en una amalgama de gentes como difícilmente puede verse en otro lugar del planeta.

La enorme plaza rectangular, construida, según el modelo del urbanismo y la arquitectura soviética, en los primeros años de la República Popular China, sobrecoge por su colosalismo. Aquí se desarrollaron las grandes concentraciones populares maoístas. Flanquean la plaza, por el norte, la Ciudad Prohibida. A los lados se encuentran el Museo de la Revolución y el Gran Palacio del Pueblo, el parlamento donde se reúne la Asamblea Popular Nacional y al fondo, el imponente mausoleo de Mao Zedong, con la momia del dictador expuesta en un ataúd de cristal. Pero, sin duda, lo más interesante del lugar es la Ciudad Prohibida, el antiguo palacio imperial que alojó a los emperadores durante quinientos años y hoy convertido en fascinante museo.

Mural de los nueve dragones, en la Ciudad Prohibida. J.M. PAGADOR
Mural de los nueve dragones, en la Ciudad Prohibida. J.M. PAGADOR

No voy a describir las dimensiones, bellezas y riquezas que este recinto guarda y que están al alcance del lector en libros y redes. Sí comentar, en cambio, que pese al colosalismo de un enclave de 750.000 m2, y la existencia de numerosos edificios palaciegos, con un total de 8.705 salas -y no las 9.999 que dice la leyenda, una menos de las 10.000 que posee el Cielo en la mitología china-, en él predominan la armonía, las dimensiones humanas, el buen gusto y un refinado sentido estético. Los palacios de Oriente distan mucho del abigarramiento y la ornamentación decadente de los palacios occidentales. El extremo derroche ornamental de Versalles y de otros palacios europeos no se ve en la Ciudad Prohibida por ninguna parte. En cambio, abundan aquí los rincones sencillos, los jardines silenciosos y proporcionados, las ornamentaciones delicadas y elegantes, que confieren al conjunto un aura de elevación y espiritualidad. Contribuye a ello la nomenclatura de puertas, palacios y dependencias, con nombres como la Armonía Suprema, la Pureza Celestial, la Longevidad Tranquila o la Elegancia Acumulada. Es una sensación similar a la que se tiene visitando el Palacio de Topkapy en Estambul, la célebre residencia de los sultanes otomanos, también tocado por la simplicidad y la elegancia.

Impresionantes jades de las colecciones imperiales y detalle. J.M. PAGADOR
Impresionantes jades de las colecciones imperiales y detalle. J.M. PAGADOR

TEMPLOS, PALACIOS, MURALLAS

Por supuesto que hay que ver mucho más, por ejemplo, el Palacio de Verano y su maravilloso lago cuajado de lotos, por el que recomendamos un paseo en uno de los barcos con forma de dragón que lo atraviesan. Y, naturalmente, el Templo del Cielo. Es una de las pocas ocasiones que tendrá el viajero de pisar el Cielo en la tierra. En una de las dependencias al aire libre de este recinto religioso, y en una meseta en piedra ordenada en círculos concéntricos, al final, en la cumbre, un pequeño disco de piedra en el suelo, con un diámetro de un metro aproximadamente, representa precisamente eso, el Cielo.

El autor y su esposa en 'El Cielo', tras subir los círculos concéntricos que conducen a él. J.M. PAGADOR
El autor y su esposa en ‘El Cielo’, tras subir los círculos concéntricos que conducen a él. J.M. PAGADOR

Hay cola para subir a este aro celestial y nunca podrás hacerlo a solas o solo con tu pareja, porque, inverosímilmente, contigo se colocarán en la mínima superficie cuatro o cinco personas más, apelotonadas y sonrientes por haber pisado el Cielo.

Y, desde luego, hay que asomarse a la Gran Muralla, siquiera sea por hacerse una idea de la magnitud de esta obra mítica. Para ello, el sitio más cómodo y accesible desde Beijing es la zona de Badaling, unida por autopista con el centro de la ciudad y situada a una distancia de unos 70 kilómetros. Aquí se encuentra la monumental puerta Juyongguan, o puerta del norte, un importante enclave de defensa de la capital en siglos pasados. Este complejo cuenta con diferentes torres, acuartelamientos y sistemas defensivos, desde los cuales se extienden, hacia un lado y hacia el otro, los tramos de muralla restaurados que serpentean, muchas veces en pendientes de vértigo, por las montañas contiguas.

La Gran Muralla, en su tramo más próximo a Beijing. J.M. PAGADOR
La Gran Muralla, en su tramo más próximo a Beijing. J.M. PAGADOR

GASTRONOMÍA Y PLACERES

Del mismo modo que no se puede hablar de una gastronomía española, porque un país tan pequeño como España ofrece tantas cocinas diferentes cuantas regiones hay en él, tampoco podemos hablar de una gastronomía china y menos en un país tan enorme y con unas diferencias culturales tan acusadas de unas regiones a otras. Naturalmente, en Beijing hay que probar la cocina local, una de cuyas estrellas es el pato laqueado a la pekinesa. Las diferencias de este plato con otros tipos de pato laqueado que se pueden comer por todo el país empiezan desde la propia ave, ya que el pato que aquí se emplea, más pequeño, es autóctono de la región de Beijing. El pato se ceba durante sus últimos seis meses y, tras el sacrificio, se le infla como un globo, a fin de separar la piel de la carne, lo que permite ese crujiente especial una vez asado. El pato se trae entero a la mesa y se filetea ante los comensales, sirviéndose con cebolletas y una salsa dulce.

Pato laqueado en un gran restaurante de Beijing. J.M. PAGADOR
Pato laqueado en un gran restaurante de Beijing. J.M. PAGADOR

La cocina de Beijing, como toda la cocina china, es de una gran variedad y una alta sofisticación. Los mariscos, los pescados, las sopas, las pastas, el arroz, las legumbres, las verduras y las frutas, componen la materia prima de mil posibilidades gastronómicas. Pero si queremos ver algo verdaderamente impactante, podemos visitar el asombroso mercado nocturno de Donghuamen, llamado también por los turistas “el mercado de los bichos”, por la gran variedad de equinodermos, crustáceos, arácnidos, insectos y larvas que se ofrecen en alarmantes espetos, que los nativos degustan con delectación. Junto a numerosas variedades menos “espectaculares” de la gastronomía pekinesa, como los pinchos de carne, el cordero asado o diferentes tipos de raviolis, o dulces chinos, aquí se asan y venden pinchos de estrellas de mar, escarabajos, saltamontes, escorpiones, larvas de gusanos de seda y otras “especialidades” igual de exóticas.

'Mercado de los bichos'. J.M. PAGADOR
‘Mercado de los bichos’. J.M. PAGADOR

Pero los placeres que ofrece Beijing no solo tienen que ver con el paladar. Además de los que tienen que ver con la vista y con el oído, como los numerosos monumentos, museos y las salas de concierto de la urbe, existe uno que tiene que ver con el tacto y que no debemos dejar de probar: el masaje. La ciudad está llena de salas de masaje en las que, por precios irrisorios, los mejores masajistas del mundo proporcionan masajes de pies o de cuerpo completo que te dejan como nuevo.

COMPRAS

Es Beijing también una ciudad ideal para las compras, donde, además de poder adquirir cualquier producto internacional, es obligado curiosear y regatear por productos locales de gran calidad, como los trajes -te los hacen a medida en 24 horas-, las joyas, las perlas, las sedas, la porcelana, el jade y mil cosas más.

Moderno centro comercial en Beijing. J.M. PAGADOR
Moderno centro comercial en Beijing. J.M. PAGADOR

La ciudad está llena de modernos centros comerciales, al nivel de los mejores de Occidente, y también de mercados propiamente chinos en los que, al aire libre o a cubierto, se apiñan centenares y centenares de puestos o establecimientos de todas clases, donde la norma es el regateo. El más auténtico y tradicional de estos mercados es el de Panjiayuan o mercado “Fantasma”, situado al sudeste de la ciudad. El momento ideal para visitarlo es en fin de semana, cuando la afluencia de puestos es mayor y la variedad de la oferta se multiplica. Entre los numerosísimos productos que se pueden encontrar aquí, destacan los recuerdos de Mao, las antigüedades, las artesanías de las minorías étnicas, las caligrafías y dibujos, las perlas, las alhajas, etc.

En el Mercado de la Seda te hacen un buen traje a medida en 24 horas y por poco dinero. J.M. PAGADOR
En el Mercado de la Seda te hacen un buen traje a medida en 24 horas y por poco dinero. J.M. PAGADOR

Otros mercados, como el de la Seda, el de las Perlas de Hongqiao y otros similares, se encuentran en modernos edificios de varias plantas con un abigarrado interior lleno de sorpresas. Los precios, en compras o en consumiciones de restaurantes, bares y clubes son asequibles, quitando los lugares de superlujo, como el The China Club Beijing u otros parecidos, reputados como los más lujosos del mundo. Los precios están al alcance de los viajeros europeos no solo porque suelen ser baratos en sí, sino también por el favorecedor cambio. A día de hoy, 500 euros se convierten en 4.000 yuanes, lo que aquí representa una pequeña fortuna, incrementando notablemente el poder adquisitivo del viajero occidental.

MODERNIDAD Y FUTURO

Beijing armoniza la tradición con la modernidad de una manera que quita el aliento. En variadas zonas de la ciudad podemos ver el rascacielos más atrevido junto a un monumento milenario perfectamente conservado. Las autoridades chinas están realizando cuantiosas inversiones para dotar a la capital de un distrito financiero a la altura de la City londinense o de la Wall Street neoyorkina, y convertir el yuan en una divisa internacional de uso universal, como hoy son el euro y el dólar.

Tienda de Zara en Beijing. Las grandes multinacionales españolas tienen una amplia presencia en China. J.M. PAGADOR
Tienda de Zara en Beijing. Las grandes multinacionales españolas tienen una amplia presencia en China. J.M. PAGADOR

Los barrios nuevos de Beijing tienen el aspecto de cualquier ciudad europea o norteamericana. Distritos modernísimos, surcados por marañas de viaductos a diferentes alturas y flanqueados por rascacielos de última generación, echan por tierra las ideas preconcebidas que el viajero pueda traer sobre la China milenaria. Es verdad que éste es, tal vez, el único país del mundo que, desde hace seis mil años, conserva su personalidad, su lengua, su cultura, su centrípeto régimen político -da igual si en forma de monarquía o de república- y su territorio, con escasas variaciones a lo largo de un tiempo tan dilatado. Es cierto también que la nación está regida por un sistema comunista de partido único, pero las estructuras del gobierno y de las clases dirigentes, la forma de hacer política, la manera de llegar a los rincones más remotos del país, todo ello responde a un patrón similar al aplicado durante siglos. Estas peculiaridades permiten a China lograr en un tiempo récord el desarrollo acelerado que está consiguiendo en las últimas décadas, bajo esa fórmula -seguramente imposible en cualquier otro lugar del mundo- de “un país, dos sistemas”, aunando comunismo y capitalismo, como si eso fuera la cosa más normal del mundo. Y todo esto quizás sea más visible en Beijing que en ninguna otra ciudad china.

Nuestros jóvenes emprendedores, profesionales y titulados deberían darse un “baño de China” en esta ciudad maravillosa, donde hay tanto que aprender y que abre la puerta a un país inmenso y lleno de posibilidades. Beijing es todo un master de cosmopolitismo, una lección de equilibrio y un modelo de aliento a la iniciativa y a la creatividad. Si yo fuese joven me iría sin dudarlo a vivir durante unos años a esta ciudad, donde, por cierto, ya hay un buen puñado de españoles. Y, desde luego, aprendería chino, un idioma imprescindible en el mundo del siglo XXI. Todos los viajeros que llevan el virus de los nuevos horizontes en el corazón no deberían marcharse de este mundo sin haber pisado Beijing, sin haber visitado China. La ciudad y el país son, serán muy pronto, la capital del mundo y la primera potencia internacional. Esperamos que sea para bien.

Una de las numerosas calles comerciales de Beijing, tan parecidas a las occidentales. J.M. PAGADOR
Una de las numerosas calles comerciales de Beijing, tan parecidas a las occidentales. J.M. PAGADOR

Las grandes multinacionales españolas lo comprendieron hace mucho tiempo y hoy es frecuente ver en las ciudades chinas la presencia de nuestras principales empresas y marcas de moda, ingeniería, transporte, construcción, turismo, alimentación, energía o finanzas, entre otros sectores; empresas que, como Inditex-Zara -presente en numerosas ciudades del gigante asiático-, ALSA -la pionera-, Gamesa, Técnicas Reunidas, BBVA, Bodegas Torres, Telefónica, Repsol o Meliá, entre otras numerosas, se han consolidado en China como grades referentes económicos y empresariales internacionales de prestigio.

(José María Pagador es periodista y escritor, y fundador y director de PROPRONews. Sus últimos libros publicados son AbeceImagindario (fotolibro, Fundación Caja Badajoz), Lencero, el hombre que no se encontró a sí mismo (biografía, Fundación Caja Badajoz), y Susana Leroy (novela, Fundación José Manuel Lara/Grupo Planeta).

SOBRE EL AUTOR

José María Pagador Otero

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