Entre el 1 de abril y el 1 de mayo se extiende el Ramadán este año en España. Para los musulmanes es un tiempo de ayuno y sacrificio, pero también de alegría y festividad. Un tiempo de devoción y de especial vinculación del creyente con su Dios y con el lugar donde se materializa y renueva su fe, la mezquita. Como periodista, como viajero empedernido y como observador respetuoso de las diversas creencias y religiones del mundo, he tenido la suerte de participar varias veces, como invitado, en festividades del Ramadán, como el Laylat al-Qadr, que celebra la revelación del Corán por Mahoma, o el Eid al-Fitr, que pone fin al largo ayuno, entre otras fiestas musulmanas, como la del Cordero; y he tenido el placer de visitar numerosas mezquitas, unas más sencillas y humildes, y otras, maravillosas e imponentes en su monumentalidad y belleza plástica. Este es un viaje por algunas de ellas y por el tiempo y la historia, en una ocasión en que el Ramadán y la Semana Santa vuelven a coincidir después de 31 años.
(Reportaje fotográfico del autor).
A mi querido amigo Adel Najjar, imán de la Mezquita de Badajoz y presidente de UCIDE.
En su reciente viaje a Marruecos, el presidente Pedro Sánchez fue invitado por el rey Mohamed VI al iftar, la comida que rompe el ayuno del Ramadán al finalizar el día, una cortesía extraordinaria reservada a los íntimos. La primera vez que yo asistí a una celebración del Ramadán fue a principio de los años 70 del siglo pasado, en El Aaiún, Sáhara occidental, cumpliendo mi servicio militar en la entonces colonia española. Yo era soldado (a la fuerza, estaba ya casado tenía empleo fijo y aquel destierro fue una represalia al periodista rebelde), pero nunca perdí de vista mi condición de reportero, habida cuenta, además, de que mi empresa, el diario HOY de Extremadura, me abonaba el sueldo, incluidas las pagas extraordinarias -nunca lo agradeceré bastante-, durante los dieciséis meses que duró el servicio militar, es decir, durante mi ausencia de mi puesto en la Redacción.
A las rupturas vespertinas del primer día de ayuno y del último, y a visitar con él la sencilla mezquita sahariana de entonces (nada que ver con las espléndidas construidas después por Marruecos en ese territorio), me invitaba uno de mis amigos saharauis de entonces, de la tribu de los Erguibat, que colaboraba con Radio Sáhara, la emisora que la administración franquista instaló en el territorio y empezó a funcionar en julio de 1961, emitiendo en castellano y en árabe hassanía.
Este año vuelven a coincidir el Ramadán y la Semana Santa después de 31 años.
A Ahmed le pregunté cómo podían saber exactamente los musulmanes la hora de inicio y de interrupción del ayuno. “Es fácil -me dijo-, lo establece el Corán. El ayuno empieza al amanecer, cuando puedes distinguir un hilo blanco de uno negro, y termina al anochecer, cuando ya no se distinguen”.
En aquella época, el gobierno español subvencionaba en Iberia el vuelo del hajj, la peregrinación a La Meca que todo musulmán debe realizar al menos una vez en la vida, a diversos colectivos saharauis, como se observa en la secuencia de imágenes que tomé en el aeropuerto de El Aaiún, al regreso de una de estas peregrinaciones. El creyente que ha peregrinado, que se distingue por su vestidura blanca sin costuras, recibe el título de hajji.
Mi relación con el Sáhara, territorio musulmán donde viví durante dieciséis meses con mi familia, en una estupenda casa militar que conseguí gracias a mi amigo José Mª Bourgón López-Dóriga, coronel jefe del Estado Mayor del Sector, fue estrecha. No solo recorrí el territorio y me empapé de su cultura y costumbres, sino que hice muchos amigos nativos, e incluso logré algunas inesperadas primicias, como la entrevista en exclusiva que le hice a Halihenna Sidi Enhamed Rachid, también de la tribu Erguibat, casado con la extremeña María Encarna Luque Otero. Halihenna era el líder del Partido de Unidad Nacional Saharaui, y luego llegaría a alcalde de El Aaiún, ministro para el Sáhara del rey Hassan II y actual presidente del Consejo Real para Asuntos del Sáhara, nombrado por Mohamed VI.
No he sido el primer Pagador en pisar aquel territorio fascinante. Mi recordado tío Joaquín Pagador Rodríguez, coronel del Ejército de Tierra, africanista de vocación, con una amplia trayectoria en ese continente, estuvo destinado en el Sáhara entonces español en los años 60, después de desempeñar diferentes cometidos en el protectorado español de Marruecos, sirviendo incluso como oficial en el equipo de seguridad de Mohamed V, el abuelo del actual rey alauí.
Con mi tío tuve largas conversaciones sobre África y el Sáhara en su maravillosa casa tradicional canaria de El Sauzal (Tenerife), donde le visité en varias ocasiones. Allí me facilitó una fotografía suya de aquella época, en el desierto, a lomos de un camello de las Tropas Nómadas.
A lo largo de mi vida he conocido a árabes musulmanes (también los hay cristianos y de otras creencias, claro) en el Sáhara, en Palestina, en Marruecos, en Egipto, en Turquía…, y de todos ellos he recibido el mejor trato y deferencia. Entre todos, y sin olvidar a los grandes amigos que hice en el Sáhara, con los que conviví y cuyas casas frecuenté durante más de un año de mi juventud, tengo que destacar a un hombre bueno y un gran musulmán, ejemplo de la amistad y del amor que predica el Islam, Adel Najjar, imán de la mezquita de Badajoz. Conocí a Adel en junio de 2007, con motivo de la entrevista que le hice en mi programa Más que dos de Canal Extremadura, aunque ya tenía unas extraordinarias referencias previas de él.
Hoy, Adel se ha convertido en una de las principales autoridades islámicas de nuestro país, como presidente que es -elegido en noviembre de 2021- del Consejo Consultivo de la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE), órgano que agrupa a cerca de 900 comunidades en un territorio en el que viven alrededor de dos millones de musulmanes. Como líder religioso, como ciudadano español y como persona, Adel se ha caracterizado siempre por su bondad, su respeto hacia otras culturas y religiones, su fomento de la convivencia y la comprensión entre los seres humanos, y su simpatía y cercanía con todos.
Por todo eso le traigo a este reportaje, porque él es un importante eslabón de la cadena de acontecimientos y personas que me han acercado al Islam y a su cultura, desde las tempranas invitaciones que me permitieron participar en festividades musulmanas en el Sáhara, hasta mis visitas a numerosas mezquitas del mundo.
MEZQUITAS DE JERUSALÉN
Después de 31 años sin hacerlo, en 2022 coinciden en el tiempo el Ramadán musulmán y la Semana Santa católica. La coincidencia -particularmente significativa en Ceuta y Melilla- simboliza la coexistencia y el entendimiento entre los ciudadanos españoles de diferentes creencias, al margen del extremismo de ciertos dirigentes empeñados en considerar al diferente como enemigo. Esta circunstancia me trae al recuerdo mi primer viaje a Israel y, especialmente, mi visita a Jerusalén, ciudad sagrada para judíos, cristianos y musulmanes.
Son tres las mezquitas jerosolimitanas que visité en aquella ocasión, la sencilla de Omar, situada junto al Santo Sepulcro, originaria del siglo X, pero reconstruida por los turcos en el XIX; y, ya en el Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas, según como llaman al lugar los judíos y los musulmanes, respectivamente, las dos grandes mezquita de Al-Aqsa y, frente a ella. el Domo de la Roca, con su cúpula dorada que hace inconfundible el recinto y esta parte de la ciudad vistos desde los miradores del Monte de los Olivos. El Domo de la Roca, construcción originaria de finales del siglo VII, es una de las mezquitas más antiguas del Islam, y su planta octogonal y su decoración son de clara influencia bizantina. Aunque de menor fuste arquitectónico que otras mezquitas de Arabia y Turquía -carece de minarete y de la proliferación de cúpulas habituales en otros santuarios islámicos- su interior, profusamente decorado, sobrecoge por su riqueza estética.
El Domo o Cúpula de la Roca -a la que suele llamarse erróneamente Mezquita de Omar- es una de las más importantes y sagradas del Islam, entre otras cosas porque se levanta en el lugar donde la tradición sitúa el frustrado sacrificio de Isaac a manos de Abraham, y porque desde aquí ascendió Mahoma a los cielos, según la creencia musulmana.
Por haber ido a Jerusalén yo también soy un hadzi (hajji en árabe), que es el título que reciben los cristianos (ortodoxos) que han peregrinado al Santo Sepulcro, aunque no lo hice por razones religiosas, sino meramente viajeras, culturales y periodísticas. De todos modos, la efeméride quedó patentizada en el título de peregrino a mi nombre que gentilmente se me hizo llegar, firmado por el ministro de Turismo de Israel y el alcalde de Jerusalén.
RESPETO A TODAS LAS RELIGIONES
He sido educado en la cultura cristiana, pero soy un librepensador y un ciudadano respetuoso con todas las religiones. En mis viajes por el ancho mundo he coincidido con católicos, protestantes, ortodoxos griegos y rusos, musulmanes, judíos, bahaístas, budistas, sintoístas…, con casi todos los cuales me he entendido al margen de todo fanatismo -con los fanáticos, es imposible-, y he visitado catedrales, mezquitas, sinagogas, pagodas y hasta el muy especial santuario principal del Centro Mundial Bahaí en Haifa (Israel), entre otros templos de las diversas religiones y países. Huelga decir que soy un admirador de lo bello y que la catedral de Burgos, la de Notre Dame de París, la de San Isaac de San Petersburgo, la gran sinagoga de Roma, el Templo del Cielo de Pekín o la pagoda de la Oca Salvaje de Xi´an, por citar unos pocos ejemplos, me fascinan. Pero he de confesar también que, después de admirar con detenimiento esos y otros muchos prodigios arquitectónicos y los numerosos tesoros artísticos que encierran, hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que el espacio mejor concebido para la elevación de la espiritualidad, es la mezquita, donde, por lujosa que sea, nada altisonante distrae al creyente de su buscada conexión con Dios. De hecho, yo, que soy agnóstico, dentro de esas majestuosas mezquitas que el Islam ha levantado en todo el mundo me invade una benéfica sensación de paz y siento que mi mente encuentra espacio, sosiego, concentración y silencio, una experiencia espiritual y cultural única.
LA GRAN MEZQUITA DE CASABLANCA
Las mezquitas de Marruecos tienen una característica común que las distingue de muchas otras: el profuso empleo del color verde en sus minaretes, cubiertas y elementos decorativos. El verde es el color de Mahoma, por ser este el del turbante que utilizaba el profeta, y, por tanto, el color del Islam, pero también el color distintivo de la dinastía fatimí, que dominó todo el Mediterráneo africano, desde el actual Marruecos hasta la franja occidental de la Península Arábiga. Sin embargo, en otros países árabes o con comunidades musulmanas raramente hemos visto este color en sus grandes mezquitas, aunque puede que nos encontremos con él, sin previo aviso, en lugares tan inesperados como París, cuya gran mezquita -tanto por su fisonomía general, como por el color verde de sus cubiertas y torres- parece sacada de nuestro mismísimo vecino magrebí. Esta coincidencia tal vez se deba a la influencia de la estética constructiva religiosa marroquí sobre esta potencia europea, que durante más de cuarenta años ejerció allí el protectorado.
En Marruecos hay numerosas mezquitas espléndidas, que hablan por sí solas de la importancia histórica de este país y del poder e influencia de sus ciudades imperiales. Hermosas son las grandes mezquitas de Tánger, Fez, Rabat o la Kutubía de Marrakech, por citar unas pocas, pero la mayor y superior a todas en magnificencia y dimensiones es la más reciente de ellas, la Mezquita Hassan II de Casablanca, construida por este rey en los años 80 del siglo pasado e inaugurada en 1993.
La Gran Mezquita de Casablanca es una de las mayores del mundo, con una capacidad para más de 20.000 personas en su sala principal, cuyo techo es corredizo. Diseñada por el arquitecto francés Michel Pinseau, el edificio se levanta sobre una isla artificial en el paseo marítimo de la ciudad, de tal manera que parece elevarse desde las mismas aguas. Con ello se evoca lo recogido en el Corán (XI, 7), cuando dice que Alá “ha creado los cielos y la tierra en seis días, teniendo su trono en el agua”.
Marruecos es un país hermoso y acogedor, digno de atención por todo viajero que se precie, y sus mezquitas, entre sus muchos tesoros monumentales, culturales y artísticos, constituyen un atractivo de primer orden. Para los no iniciados, la experiencia de pisar por primera vez una mezquita es algo que se recuerda siempre y aquí al lado, en el sur, a un salto de España, tenemos el asequible lujo y la gran oportunidad de hacerlo. Buen viaje.
(Próximo capítulo: Mezquitas monumentales de Europa).
(José Mª Pagador es periodista y escritor, y fundador y director de PROPRONews. Sus últimos libros publicados son 74 sonetos (poesía, Fundación Academia Europea de Yuste), Los pecados increíbles (novela, De la Luna Libros), Susana y los hombres (relatos, Editora Regional de Extremadura) y El Viaje del Tiburón (novela, Caligrama).
SOBRE EL AUTOR
José Mª Pagador y Rosa Puch, 100 años de periodismo
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