Llamadme antitradicional…

…pero yo, es oír que el verano en España es una fiesta, y echarme a temblar

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La periodista, con su perro Killer
La periodista, con su perro Killer

Empieza el tembleque con los San Juanes de Coria, en pleno solsticio, y sigue con los San Fermines, los embolaos, el toro de la Vega  y un largo etcétera de nuestro salvaje espíritu lúdico patrio. En nuestro país,  y como diversión, se utilizan unos 60.000 animales durante las celebraciones  veraniegas.

La periodista, con su perro Killer
La periodista, con su perro Killer

Hay leña para todas las especies y con tan variados sistemas de tortura que dejarían en clave de sesión infantil la visita a un museo dedicado a  la condesa Erzsébet Báthory (sí, aquella que se bañaba en sangre de vírgenes doncellas antes de que se inventara la cirugía estética). A saber: se  decapitan gansos, se despeñan ratas, se obliga a bueyes a arrastar piedras de 1.800 kilos, se tiran toros al mar o les ponen  teas ardiendo en los cuernos… Todo ese aquelarre mientras el personal bebe gin- tonics a destajo y se parte de la risa. Tanto es así, que visto este catálogo de espantos, hasta las corridas de toros me parecen ya más cursis que una película de Walt Disney. Tradiciones atávicas, en mi opinión, que rebosan testosterona, imbecilidad, violencia (sexual y de la otra), suciedad, ordinariez y borracheras a partes iguales.

La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados según la forma en que trata a sus animales (Mahatma Ghandi).

Resumiendo: España  en verano no es una fiesta,  es un horror,  y no hablo solo de la temperatura. Sin embargo, a nuestras televisiones parece que algunos de estos  singulares y trasnochados festejos les encantan e invierten dinerales en retrasmitir, desde todos los ángulos posibles y con la mayor nitidez viable, la más absurda y primitiva de todas las carreras, para lamentar después (eso sí, con todo lujo de detalles morbosos) los heridos o muertos que la tal costumbre varonil, ancestral y multitudinaria acarrea.

Pero qué podemos esperar de un país donde la presidenta de la Comunidad  de Madrid está encantada con que se aumente el presupuesto para actividades taurinas y se recorte el destinado a violencia de género. En la capital del reino, gracias al PP y a Ciudadanos, si tu pareja o ex te pega una paliza después de las 15.00 horas o en fin de semana, no contarás con psicólogo ni  trabajador social que te ayude, pero, a cambio, tendrás un cartel de tronío en las Ventas el próximo San Isidro. Aquí, el que se queja es por puro vicio.

ANTES NO ERA CONSCIENTE

Yo (lo digo con el corazón en la mano), antes tampoco era consciente  de este disparate. A mí los animales me daban igual. No los maltrataba, pero tampoco era algo que me preocupara, y eso, que, lo confieso, me enamoré de mi primer novio, allá por el pleistoceno, un día que me lo encontré llorando de pena e impotencia sobre una camada de gatitos recién nacidos que su madre (la de él) le había encomendado eliminar. Así eran las cosas entonces en los pueblos. Los cachorros que estorbaban iban derechos al río o a estamparse contra una cerca. Luego, años después y también muchas fiestas después, me encontré dueña y señora de un perro y ahí se me desmoronó la insensibilidad. A mí es que me mira Killer (me lo dieron bautizado, ¿qué pasa?), con esos ojitos brillantes y acuosos, y se me viene el mundo animal entero a la cabeza y me cago en todos los sinvergüenzas que encuentran  placer en su sufrimiento.

A ver, ya lo estoy notando, aquí está el sabihondo de turno levantando la ceja y diciendo: “hipócrita, pero bien que comes carne”; o lo otro, tan socorrido:  “hay muchos niños pasando penalidades y tú te no te preocupas por ellos”. Pues sí, listillo, si me preocupo, y hago lo que puedo. Y no, no consumo carne. Concretamente tuve mi particular éxtasis, no cuando me caí de un caballo como San Pablo en el camino de Damasco, sino una Navidad, mientras esperaba en un semáforo y se paró al lado un camión lleno de corderitos  (los caminos de la conversión al veganismo son inescrutables). La congoja que me produjo verlos apretujados camino del matadero para que yo me deleitara un cuarto de hora con el sabor de su carne me quitó las ganas de volver a probarlos. Y ojo, ¡que me gustaban mucho! Empecé en aquel momento suprimiendo el cordero y he seguido con las terneras, los pollos y los cerdos. Casi todo, menos el jamón ibérico, que no soy capaz de eliminarlo de mi dieta; menos mal que su astronómico precio me impide comerlo con frecuencia.

VAMOS CON LOS REMEDIOS

Pero, volviendo a los sanfermines,  no quiero quedarme en la simple crítica. Vamos con los remedios: MADRES DEL MUNDO UNÍOS y no dejéis que vuestros hijos corran insensatamente delante de los toros. Si no lo hacéis por respeto al bicho, hacedlo por amor a vuestro retoño. ¡Vamos, es que soy yo la madre que parió al australiano ese que ha salido volando de una embestida y se ha librado por los pelos de una cornada en el quinto encierro  de este año,  me planto desde Sidney en Pamplona sin necesidad de avión y le meto dos collejas al chaval que el pitón del toro o un traumatismo craneoencefálico le hubieran parecido más deseables!

Buscando explicación a tanta insensatez he leído también mucho estos días a favor de los sanfermines, (son cuquis, titulaba un reportaje de El Confidencial);  y los argumentos son de peso: que tienen sus gigantes y cabezudos, sus gaiteros, su música callejera, sus encuentros de amigos, su buena gastronomía. Muy bien, me alegro, pues que se queden con eso y supriman las corridas de toros y los encierros, porque a mí, por mucha literatura que le echemos a la tradición, (Hemingway, colega , te podías haber ido a visitar las fiestas de mi pueblo donde las vaquillas son de pega ), que en pleno siglo XXI exista una fiesta donde la gente muere corriendo delante de seis toros asustados y enloquecidos, pues no lo veo, la verdad;  no estamos en la Roma de los gladiadores.

Así que, por favor, empecemos a actuar como personas y dejemos a las otras criaturas sintientes en paz; porque, como decía Mahatma  Ghandi, “la grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados según la forma en que trata a sus animales”. A la espera de algo de humildad y comprensión por parte de la raza llamada humana, yo me quedo con estos encierros a base de toros de mentirijillas, más divertidos, tanto para los que corren delante como para los que van detrás.

El encierro infantil de sanfermines

He aquí otro ejemplo de cómo se prepara a las criaturitas para que, de mayores, se conviertan en corredores, correbous, toreros, matadores, banderilleros, picadores y todo el repertorio de papeles destinados a un drama en el que el toro siempre sale perdiendo. Este vídeo ilustra acerca de lo educativas que pueden ser algunas actividades extraescolares, aunque correr delante de toros de mentirijilla siempre será mejor que hacerlo con los de verdad.

https://www.youtube.com/watch?v=hwcXWhxgq6Y