martes, 19 marzo, 2024
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Morir de amor, ¿mito o verdad?

La muerte por amor no es sólo una licencia de los poetas, sino también una vivencia que traspasa los límites de la cordura, y ahí reside el peligro

El amor es un elemento básico en la vida de los seres humanos y un sempiterno tema literario. Pocos será los escritores y ninguno los poetas que hayan obviado el tema del amor en su obra. ¿Pero el amor, o su falta, puede causar la muerte? ¿Se puede morir de amor? Las respuestas las da el autor de este artículo, prestigioso psiquiatra y escritor, que, entre otras cosas, menciona el síndrome del “corazón roto” como patología mortal. A veces, la literatura puede ser un veneno para el proclive a ella.

Blas Curado García.
Blas Curado García.

Hace ya muchos años, una enormidad, escribía en mi libro El otro yo sobre el amor y la muerte. Decía, entre otras cosas, que el hombre no acepta la muerte y, en su inconsciente, la temible barca de Caronte se identifica con la cuna, con un nuevo e hipotético nacimiento. La muerte de una chica granadina, por una enfermedad mortal, coloca al novio en la tesitura de marchar tras ella: “¡María espérame en el cielo!” Es el grito de llamada a su amada que, ilusoriamente, le está esperando. Morir de amor.

Nunca se termina el amor. Ulises es un ejemplo de las etapas amorosas que Homero supo describir en la Odisea: Penélope, su primer amor; Circe, la mujer de mundo; Calipso, o la eterna juventud; Nausica, o el amor imposible, y que Odiseo, a la vejez, vuelve los ojos a su casa, donde la envejecida y desesperada esposa teje los hilos diabólicos de la espera.


Un proceso orgánico derivado del amor o de su falta puede llevar a la muerte por fracaso cardíaco, como si fuera un infarto de miocardio pero sin patología previa.


No muy alejado de esta idea, encontramos los numerosos exorcismos realizados a Juana, heredera de las dos coronas de Castilla y Aragón, por el cardenal Cisneros o por sus acólitos, contra los demonios que la tenían poseída. Otros han creído ver en la reina una locura sobrevenida por el amor. Loca, o muerta en vida, por amor.

¿QUÉ ES EL AMOR?

¿Pero, qué es el amor? ¿Es un mito, una leyenda, como dice Henry Miller en Sexus? ¿Es una geometría pasional, como explica Octavio Paz? O, como nos narra Antonio Skármeta en El cartero de Neruda, ese entrañable parlanchín, Mario, el cartero, la conversación que mantiene con el Gran Vate: “Don Pablo -declamo solemne-. Estoy enamorado”. “Contra quién” -exclama el poeta-. […] “Bueno- repuso- no es tan grave, eso tiene remedio”.

El amor determina muchos aspectos de la vida. RTVE
El amor determina muchos aspectos de la vida. RTVE

Pero el amor no tiene remedio. Es la eterna búsqueda de la otra mitad, el mito del texto de Platón en el Banquete. Diatriba de amor contra un hombre sentado, de García Márquez, encuentra el equilibrio: “Lo cierto es que la felicidad no es como dicen, que sólo dura un instante y no se sabe que se tuvo sino cuando ya se acabó. La verdad es que dura mientras dure el amor, porque con amor hasta morirse es bueno”.

“Ay, amor,

¡perjuro, falso y traidor!”,

así lo describe López Maldonado en el comienzo de su poema Amor.

“¿Qué el amor es un río? No es extraño.

Es ciertamente un río

que, uniéndose al confluente del desvío,

va a perderse en el mar del desengaño”.

podemos leer en Abrojos de Rubén Darío.

“Cuanto tengo confieso yo deberos;

Por vos nací, por vos tengo la vida,

Por vos he de morir, y por vos muero”

explica Garcilaso de la Vega en Escrito está en el alma vuestro gesto.

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise y a veces ella también me quiso…”

llora Pablo Neruda. Y, no acabaríamos nunca. Existe todo un Parnaso de poemas de casi todos los poetas que en el mundo han sido que escriben sobre el amor y su pérdida.

LA VIVENCIA DE MORIR DE AMOR

Pero morir de amor no es sólo una licencia de los bardos, es también una vivencia que traspasa los límites de la cordura. Gabriel García Márquez, en Memoria de mis putas tristes, cuenta que “siempre había entendido que morirse de amor no era más que una licencia poética. Aquella tarde, de regreso a casa otra vez, sin el gato y sin ella, comprobé que no sólo era posible morirse, sino que yo mismo, viejo y sin nadie, estaba muriéndome de amor”. O el caso de la niña Sierva María, que el mismo autor, en el libro Del amor y otros demonios, en el período de su exorcismo por posesa y en la sexta sesión, “la encontró muerta de amor en la cama, con los ojos radiantes y la piel de recién nacida”.


“Este sadismo nos aclara el enigma de la tendencia al suicidio, que tan interesante y tan peligrosa hace a la melancolía” (León Grinberg).


Morir de amor es posible dentro de lo que podemos vislumbrar en el territorio de esa palabra cargada de numerosos sentidos; pues el amor es el tema fundamental en la vida de los hombres y de las mujeres. Un soneto de Lope de Vega lo expresa de manera magistral:

“Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso,

no hallar fuera del bien, centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso.

Huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor suave,

olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño:

esto es amor. Quien lo probó lo sabe.”

Algunos piensan que se puede morir de amor por motivos físicos y/o mentales. Físicos, por la posibilidad de provocar una cardiomiopatía por estrés, denominado síndrome del corazón roto. Proceso orgánico que puede llevar a la muerte por fracaso cardiaco. Es como si fuera un infarto de miocardio, sólo que no existe patología de las arterias que lo desencadene. Mentales o psíquicos, por el duelo que se puede desarrollar a la pérdida del objeto amado, desamor muchas veces difícil de soportar y terrible para la salud, al fallar los mecanismos de defensas o de protección del yo.


El hechizo hace furor en las obras literarias y, de una forma u otra, el encantamiento sirve de consuelo y de justificación a todas las desviaciones de la conducta y del amor.


El duelo significa dolor, desafío o combate entre dos, duelo que puede ser normal o patológico, como explica Sigmund Freud en su artículo La aflicción y la melancolía: la aflicción es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente, pero en algunas personas surge la melancolía en lugar de la aflicción. La melancolía acecha en la elaboración del duelo. Duelo y melancolía son procesos del ánimo profundamente dolorosos, donde una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio pueden llevar a la delirante espera del castigo. Puro sadismo. “Este sadismo nos aclara el enigma de la tendencia al suicidio, que tan interesante y tan peligrosa hace a la melancolía” (León Grinberg). El hombre, por lo general, dice Arthur Schopenhauer, pone fin a su existencia tan pronto como los terrores de la vida sobrepasan a los terrores de la muerte. La muerte no está lejos de quien la busca. La muerte por amor es posible.

Si albergara alguna duda, la literatura, con su veneno, nos acecha. “El amor es una muerte dulce y voluntaria. Muere el que ama, pues su pensamiento, olvidándose de sí, está en lo amado, es lo amado; deja de vivir en sí para hacerlo en lo que ama”, podemos leer en la novela de Antonio Prieto La enfermedad del amor.

EXORCISMOS Y HECHIZOS

Volviendo al exorcismo, recuerdo una pintura de Girolamo di Benvenuto de Siena, «Santa Catalina practicando un exorcismo a una mujer poseída», colgada en el museo de arte de Denver, perteneciente a la colección de Samuel H. Kress. Aquí se ve que el exorcismo de una persona poseída era una práctica frecuente en todas las épocas, especialmente en la Edad Media. La rica iconografía sobre las posesiones es una prueba evidente de su amplia creencia, con el significativo apoyo del Nuevo Testamento en varios de sus pasajes. La curiosidad nos ha llevado a conocer lo que ocurría en el departamento de locos del Hospital General de Mallorca, donde se cuenta que, entre el escaso personal de atención a los enfermos, tenían un exorcista para los dementes. Siempre ha primado más la magia y la superstición entre los locos de todo el mundo.

Sigmund Freud estudió la melancolía.
Sigmund Freud estudió la melancolía.

El hechizo hace furor en las obras literarias y, de una forma u otra, el encantamiento sirve de consuelo y de justificación a todas las desviaciones de la conducta y del amor.

“Señor, todo nuestro hechizo

consiste (verá si acierto)

en ponelle unos corales

que Filipo trae al cuello

[…] Sí, porque vienen en ellos,

según nos dijo la bruja,

estos hechizos envueltos.”

De Tirso de Molina y su El melancólico del poema, saltamos otra vez a García Márquez, para que nos narre una puesta en escena de un exorcismo, de su novela Del amor y otros demonios, esa extraña niña de largos cabellos que después de muerta le siguieron creciendo hasta los veintidós metros con once centímetros:Sierva María, esta vez con el cráneo rapado a la navaja y la camisa de fuerza, lo enfrentó con una ferocidad satánica, hablando en lenguas o con aullidos de pájaros infernales. El segundo día se sintió un bramido inmenso de ganados embravecidos, la tierra tembló, y ya no fue posible pensar que Sierva María no estuviera a su merced de todos los demonios del averno. De regreso a la celda, le aplicaron una lavativa de agua bendita, que era el método francés para expulsar los que pudieran quedar en sus entrañas”. Muy freudiano todo.

Miguel de Cervantes explica que Tomás, el licenciado Rueda, se convierte en el licenciado Vidrieras al comer un membrillo toledano que una morisca salmantina, a manera de hechizo, le da; recuerdo de aquella manzana del Árbol del Bien y del Mal. «Comió en tal mal punto Tomás el membrillo que al momento comenzó a herir de pie y de mano como si estuviera alferecía, y sin volver en sí estuvo muchas horas, al cabo de las cuales volvió como atontado, y dijo con lengua turbada y tartamuda que un membrillo que había comido la había muerto, y declaró quién se le había dado”. Locura por hechizo de mujer.

DESAMOR Y FRACASO

El desamor o el fracaso en el amor van unidos a la historia de las relaciones de pareja. El choque es inevitable, el enemigo está a tu lado, duerme en la misma cama, vigila tus sueños, los territorios se difuminan, salta la chispa, pasa el amor. El odio hace su trabajo, mina lo poco que queda, llega el fatal desenlace: se muere el amor. La culpa es del otro. Los genes egoístas programan nuestra conducta; funcionamos como máquinas durante un soplo de tiempo. La ceguera bioquímica hace el resto. La batalla de los mundos es la batalla de los sexos o de los genes. Está escrito en el tiempo, un corto espacio temporal para el cortejo, para el flirteo, para el juego del amor, entre la vida y la muerte. Es un corto tiempo para la combustión, para desaparecer, suficiente para llegar al objetivo del amor: la supervivencia. En esta explicación biologista del amor, tan alejada de la cultura romántica aprendida y de la extensa literatura que la avala, importa un comino lo que les pueda ocurrir a los enamorados. ¿Todo es mentira? ¿Es pura tecnología? Hay algo más; esa cuestión la dejamos a la libertad de las parejas que sobrenadan en esta terrible epidemia. Volvamos a lo sencillo, como dice el poeta Luis Alberto de Cuenca en El desayuno:

“Me gustas cuando dices tonterías

cuando metes la pata, cuando mientes

cuando te vas de compras con tu madre

y llego tarde al cine por tu culpa”.

“¡Oh, el amor, el amor!”, clama Pío Baroja en La lucha por la vida: “Fue para Manuel el recuerdo de aquella chiquilla como una música encantadora, fantasías, base de otras fantasías”.

La ruptura es siempre traumática. RTVE
La ruptura es siempre traumática. RTVE

Fue hace muchos años, muchos años, en un reino junto al mar, ella era una niña y yo un niño; nació un amor más fuerte que el amor entre Edgar Alan Poe y Annabel Lee. Y, terminando, voy conjugando el verbo amar al modo que lo hace Pedro Antonio de Alarcón, en Cuentos amatorios: “Yo amo, tú amas, aquel ama; nosotros amamos, vosotros amáis, ¡todos aman! …”. O a lo Pittigrilli: “El amor es un beso, dos besos, tres besos, cuatro besos, tres besos, dos besos, un beso…”. Tú decides.

Como dijo Ussía, “el amor no cambia, cambian las formas y las costumbres, las esperas y los recelos. Al final, lo mismo de lo mismo. Como hace mil años, como dentro de mil años”. El mismo Sacher-Masoch, en La Venus de las pieles, viene a considerar que “es una dulce, melancólica, misteriosa fuerza que nos impulsa; y dejando de pensar, de sentir y de querer, nos alejamos impulsados por ella, sin preguntar dónde nos lleva”.

Cerramos con la muerte novelada y el epitafio a la tumba de Crisóstomo, que don Miguel de Cervantes, en su Quijote, nos depara, en este leve paseo que hemos realizado por la literatura del amor:

“Yace aquí de un amador

el mísero cuerpo helado,

que fue pastor de ganado,

perdido por desamor.

Murió a manos del rigor

de una esquiva hermosa ingrata,

con quien su imperio dilata

la tiranía de amor”.

Vale.

(Blas Curado es psiquiatra, escritor, Académico de la Ilustre Academia de Ciencias de la Salud Ramón y Cajal, y Premio Dr. Gómez Ulla).

SOBRE EL AUTOR

Blas Curado García, prestigioso psiquiatra, articulista y escritor, nuevo colaborador de PROPRONews

El ilustre psiquiatra Blas Curado, Premio Doctor Gómez Ulla 2019 a la Excelencia Sanitaria

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