sábado, 27 abril, 2024
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InicioEl mundo antes (y después) del coronavirusEn Corea del Sur, donde no llegó Marco Polo

En Corea del Sur, donde no llegó Marco Polo

Una nueva parada de "La vuelta al mundo en 80 manicomios", con la que iniciamos una entretenida y saludable serie para ayudar a evitar posibles daños emocionales del coronavirus

El autor de esta crónica de viajes, el prestigioso psiquiatra extremeño Blas Curado, en su largo periplo por el mundo para documentar su nueva obra La vuelta al mundo en 80 manicomios, recaló en Corea del Sur antes de la actual pandemia del coronavirus. Con este reportaje sobre ese hermoso, disciplinado y eficiente país -que de ser el segundo en número de contagios y fallecidos ha pasado a ser uno de los primeros en controlar la situación, tanto que, con una población de 52 millones de habitantes y estando tan cerca de China, solo ha tenido a día de hoy 9.332 contagiados, de los cuales se han curado casi la mitad, y únicamente 139 muertos- iniciamos la publicación de una serie de crónicas de viajes realizadas por diferentes autores, con el título genérico de “El mundo antes (y después) del coronavirus”, visitando diferentes países y mostrándolos como eran antes de esta emergencia y como, sin duda, volverán a ser cuando todo esto acabe. Un canto a la bella normalidad de un mundo que pronto será mejor de lo que era.

Blas Curado García.
Blas Curado García.

Seúl.-

Volamos a Corea del Sur, donde Marco Polo nunca estuvo, pero un español sí, el jesuita padre Gregorio de Céspedes, que por el 1594 estuvo en Fusán, un puerto del sur de Corea. Tierra de la calma y de la naturaleza. Pueblo elegido por el dios Sol, recordando a otro pueblo elegido, los hebreos.

Me tiene en vilo la travesía aérea, un recorrido rozando el polo norte, atravesando Rusia, Mongolia y China, como para buscar con fruición algún manicomio que llevarme a la faldriquera de los viajes, para ese libro que el lector ya sabe que preparo desde hace tiempo, La vuelta al mundo en 80 manicomios. No estoy para bromas. Espero que, cuando llegue al otro mundo cultural que me espera, sepa estar a altura de un viajero con experiencia como para despejarme de que lo desconocido sea solo un mal sueño. No relato esta historia por vanidad, sino como anécdota y con la esperanza de no encontrar un hombre armado al estilo samurái que me haga de su propiedad; como le pasa al yanki de la novela al toparse con el caballero sir Cay El Senescal. La situación era de manicomio; así lo piensa el americano constantemente, pidiendo apearse, cuanto antes, de la institución, solicitando ver al director. El manicomio estaba muy cerca de Camelot.


El verdadero nombre de Corea es Chosen, que significa «Mañana tranquila o fresca».


Suplantemos, por un momento, el sitio donde se reunía, en algunas fechas festivas, la corte del Rey Arturo con sus caballeros de la Tabla o Mesa Redonda, por el de Seúl y sus caballeros armados contra el mal que llega del norte. Ya hemos ido a la frontera que separa el bien del mal (como licencia), y hemos dado fe de la situación en que se encuentra (En la frontera más peligrosa del mundo). Ahora, nuestra Camelot está casi rodeada por una red de alambres y torres de vigilancia como nunca se ha visto en el mundo. Es la «tapia» del manicomio más enorme que jamás me he topado en la larga ruta de la vesania. Esto es lo que tiene de pintoresco (y dramático) el comunismo: muros de obstinación, hasta el derrumbamiento por colapso económico y social. «Cosas horribles, muchas hay, pero nada / más terrible que el hombre», nos ha dejado escrito Sófocles, en su Antígona.

Pura y amigable disciplina desde niños.
Pura y amigable disciplina desde niños.

Los coreanos ya no van a todas partes con la larguísima pipa de bambú con un hornillo minúsculo en el que cabe una pizca de tabaco, y que Blasco Ibáñez ve en casi todos los varones de la Corea de los años treinta. Ahora está prohibido fumar en todo lugar. En Seúl presenciamos un goteo de personas que salen a las terrazas de los edificios que rodean el hotel que nos acoge, para poder fumar de forma compulsiva y extravagante. Nadie fuma en la calle ni en los locales de ocio. Lo que sí nos encontramos, de forma casi universal, tanto en Japón como en Corea, es la boca tapada con mascarillas de todos los colores, y esto ocurre en la normalidad y mucho antes del coronavirus. Hasta los niños durmiendo en el avión la tenían puesta. Tienen miedo de la gripe mortal de hace unos años, o de la contaminación, o, simplemente, lo hacen por ir a la moda. Prevención que se ha demostrado que no sirve para nada. Como final, hacer la misma aclaración que don Vicente realiza: Corea y Seúl son nombres para nosotros que los coreanos no manejan: Corea es Chosen y Seúl es Keijo. Cho-sen tiene un nombre poético: «Mañana tranquila o fresca». Así sea.

UNIVERSIDADES Y PALACIOS

No perdemos más tiempo y, como es difícil que volvamos a Seúl en un futuro, aprovechamos la jornada para ver la universidad de los jesuitas donde estudia Isabel, la Sogang University. La recorremos en su compañía; nos esperaba, como una cicerone eficiente, en una entrada/salida del recinto universitario, que es un tobogán de cuestas y bajadas lleno de edificios para las más diversas disciplinas. Antes, hemos visitado, por indicación de nuestra guía, la universidad solo para mujeres de Seúl. Famosa por su arquitectura, no solo por las mujeres, donde una inmensa y original escalera nos sube a una colina, y en los espacios laterales, de la escalera monumental, se encuentran los servicios comunes de la institución: la biblioteca, la cafetería y el centro de informática. Todo de cristal. La iglesia es monumental, en la cima de otra colina. Ha sido en el único sitio donde vemos mujeres con atuendos musulmanes, en número suficiente para que las notemos con facilidad en sus derroteros por los edificios y pasajes de la universidad privada de mujeres, Ewha. Ha valido la pena el paseo por ella.


Muchas parejas van vestidas a la antigua usanza; el traje tradicional coreano es un sello para la entrada gratuita en todos los centros públicos de la ciudad y del país.


Volvemos al metro, que ya vamos conociendo con cierta desenvoltura gracias a una aplicación en el móvil de Mary-Chel, mi mujer. Como curiosidad, observamos unas mamparas de cristal con puertas correderas que se abren al parar el convoy y que nos separan del peligroso tren. Es una garantía de seguridad en las vías. Los accidentes o suicidios, por este método, son así más difíciles. Aunque el suicida siempre encuentra una alternativa a su impulso autodestructivo.

Marchamos a ver los palacios. Hoy toca monarquía. Visitamos el Gyeongbokgung Palace, palacio real de la dinastía Joseon, donde, en 1895, fue asesinada por los japoneses la princesa Min, que después pasaría a llamarse emperatriz Myeongseong (1851-1895). Los coreanos la consideran una Juana de Arco. En el edificio Okhoru, del palacio imperial de Corea, fue asesinada. No lo encontramos en los mapas del palacio que podemos conseguir. La princesa asesinada está enterrada en el templo nacional de Corea, Jongmyo. La emperatriz es un icono de la población coreana y se ha convertido en un símbolo nacionalista. Leyendo el libro de viajes alrededor del mundo de Vicente Blasco Ibáñez, encontramos una referencia a este episodio de la historia de Corea; que por cierto le provoca un cierto malestar y una frustración histórica, comprensible al no poder comprobarla y no obtener contestación a sus demandas sobre este momento crucial de la monarquía coreana. Pienso que posiblemente sus colegas coreanos temían hablar mal de los japoneses, que, en esa época del viaje de don Vicente, dominaban el país: «Quiero ver el salón donde los japoneses dieron muerte a la reina, y los diversos guías a quienes me dirijo, asombrosos políglotas hasta momentos antes, pierden de pronto el don de las lenguas y hasta el oído. No me escuchan y, si insisto, no me entienden. Ninguno sabe a qué reina me refiero». Aunque nuestro novelista (del que en 2017 se cumplieron 150 años de su nacimiento) sigue con la norma de no citar por sus nombres los edificios que visita, y lo repite con los palacios. A pesar de esta dificultad, creo que coincidimos con él en visitar idénticos templos y residencias reales. Lo deducimos por los detalles que recoge de su descripción en su libro: La vuelta al mundo de un novelista.

El Rey Sejong el Grande, el inventor del alfabeto coreano, muy querido porsu pueblo.
El Rey Sejong el Grande, el inventor del alfabeto coreano, muy querido por su pueblo.

El segundo palacio es el Unhyeongung. Los dos tienen el consabido palacete de verano situado en medio de un estanque que se salva con un puente de madera arqueado, a manera de un cuento de hadas. Todo parece lleno de una paz salpicada de una prisa mecánica. Es especialmente curioso el cambio de guardia en los palacios reales, por su colorido y la exhibición de armas antiguas portadas por guerreros al estilo samurái. No oponen resistencia alguna para ser fotografiados en plena ceremonia y hacerse, con los turistas y vecinos, el selfi moderno. Nosotros también lo hicimos, previa reverencia o ceremonia para su aprobación. La educación es exquisita y se contagia. Todo se debe hacer con las dos manos, la entrega o recogida de una compra o del dinero.

EL “NORTE” NO EXISTE

El «Norte» no existe. Sólo la reunificación es el problema. Nadie tiene como tema de conversación los acontecimientos en la zona del paralelo 38, o las imprecaciones infantiles que se lanzan unos contra otros. La vida en la calle es total, los paseos son peatonales y todo el mundo está en el medio, callejeando por cualquier sitio, con mucha luz; calles llenas de comercios con ropa y cosmética coreana, que hacen las delicias de las mujeres occidentales. Las caras blancas, muy blancas, con esos labios rojos, muy rojos. Parecen muñecas.


Nos encontramos, de forma casi universal, a mucha gente con la boca tapada con mascarillas de todos los colores, y esto ocurre en la normalidad, mucho antes del coronavirus.


Muchas parejas van vestidas a la antigua usanza. El traje tradicional coreano es un sello para la entrada gratuita en todos los centros públicos de la ciudad y del país. Me parece una idea muy buena, sobre todo, para que la gente joven no olvide sus raíces culturales. También se viste a la manera occidental y nuestros comercios de ropa invaden sus calles con las mejores y más lujosas tiendas. El lujo oriental hace su presencia con notable vigor y todas las firmas importantes están presentes en sus avenidas y plazas de otra galaxia, y todas las terrazas de los elevados edificios se rematan con una enorme pantalla y una llamativa publicidad. Especialmente, la plaza del edificio metálico más diabólico de arquitectura futurista que encontramos, el Dongdaemun Design Plaza de Seúl (DDP). La arquitecta británica Zaha Hadid fue su diseñadora (2014). El inmenso edificio de acero y aluminio es tan futurista que parece una nave espacial. El proyecto ha sido una razón para nombrar la ciudad como el centro mundial del diseño. La experiencia es magnífica; coger el metro en el mismo edificio es de ciencia ficción. Los rincones, los espacios de luz, los laberintos que forman sus paredes y los centros comerciales todo el día abiertos. Se recomienda pasar un buen rato deambulando por todos los centros y museos que lo rodean.

Necesitamos un leve descanso e Isabel, nuestra erasmus, nos lleva a un bar de gatos. Sí, como lo oyen. Los gatos marcan el territorio dentro de un cafetucho para ellos. El café, o lo que sea, viene envuelto en el gatazo más imprudente. Subidos a los rincones más inverosímiles del establecimiento, maúllan desesperados su ración o lo que sea. Los gatos no son santos de mi devoción; me entiendo mejor con los canes. También hay bares con perros y hasta con mapaches. Cada loco con su tema. Creo que los humanos nos estamos pasando un buen trecho en el tema de los animales.

Entrada al barrio chino de Seul.
Entrada al barrio chino de Seul.

Nos llaman la atención las numerosas cruces visibles en gran parte de la ciudad, sobresaliendo de los edificios por sus elevadas torres de cemento que, en su final, están colocadas con el fin de orientar a la población al templo. La catedral de Seúl tiene su existencia en el espacio ciudadano, reseñada en el plano local con un recuadro especial para su rápida localización: Myeong-dong Cathedral. Pasamos cerca de ella en un recorrido nocturno por los aledaños de la Embajada china, viendo comercios y mercadillos de todo tipo. La ciudad tiene tantos mercadillos como uno no puede imaginar. Visitamos unos cuantos, y en todos encontramos curiosas comidas cocinadas en la calle y tiendas con mercancías variopintas a precios competitivos.

ESPACIO PARA LAS ARTES

Vamos hasta el palacio Gyeongbokgung, y, después de visitarlo detenidamente, hemos bajado por Gwanghwamun Square, entrando en un espacio verde dedicado a las artes más diversas, el Sejong Center for the Performing Arts. Espacio lleno a rebosar de gentes de todos los rincones del globo, especialmente coreanos vestidos con sus trajes tradicionales y tan alegres que no les importa que se les inmortalice con nuestras cámaras digitales. El Rey Sejong el Grande (1397-1450), de nombre Do, cuarto soberano de la dinastía Joseon de Corea, sentado en su sitial, observa, como si estuviera leyendo un libro, la muchedumbre a sus pies. Es una gran mole de piedra en pleno paseo de las artes. Con una mano levantada, la derecha, y un libro en su mano izquierda, parece enseñar a su pueblo el nuevo lenguaje que inventa para escapar del chino. Pasa por ser el creador del idioma coreano, el Hangul. Un americano pelirrojo, ya mayorcito, recoge colillas por el suelo coreano como campaña contra la mala educación de tirarlas al suelo, con un discurso explosivo contra el mal arte de fumar, esperando, potencialmente, la muerte.


Los centros de ocio de la ciudad de Seúl son más de siete, y los amigos coreanos dicen que son como siete Manhattan, el barrio más loco de NY.


Recorremos un arroyo en medio de la ciudad; la cruza de Oeste a Este en más de 8 kilómetros de su curso. El Cheonggyecheon es un afluente del Han, el río de Seúl, que lleva sus aguas, y algo más, al Mar Amarillo, frente a frente a la mole del Continente del Oeste (China). El arroyo, de aguas torrenteras y frías, ha sido recuperado no hace muchos años (2005) para el disfrute de los ciudadanos coreanos y visitantes, como nosotros, que gozamos de un paseo medioambiental surgido de la nada y exponente de una buena política urbanística. En el recorrido vemos sitios y rincones para el arrullo de las parejas, para una comida o una siesta, pudiendo pasar a la otra orilla por medio de unas piedras resbaladizas que esperan la caída del atrevido que las pise.

El respeto y el orden prevalecen en todas partes.
El respeto y el orden prevalecen en todas partes.

Hemos pasado nuestro Rubicón y saltamos a la otra ribera salvando el ridículo del trompazo, ante las dudas sobrevenidas a dar el siguiente paso sobre piedras embozadas. La suerte estaba de nuestro lado y los aplausos del público coreano fue espontáneo, por salvar el trecho maldito. Subimos un puente en arco que sirve a los peatones para sortear el paso de un amplio cruce de caminos de asfalto, puente ornamentado y salpicado de centros de descanso y de restauración de las energías perdidas. Pasamos de la romántica torrentera al más futurista de los pasos elevados. El cansancio se nota y decidimos hacer un alto en el camino y descansar en un típico café de estilo francés. Curiosamente, los italianos no han aparecido con sus restaurantes de comida típica, no hemos visto ninguno. Sí se hacen las pizzas, pero no la pasta tan exquisita que conocemos. No sé la explicación. La verdad es que no hemos notado su ausencia.

COMIDA CALLEJERA Y OCIO

La comida callejera era nuestra especialidad: todo tipo de viandas están a la espera del hambriento y sediento paseante. Probamos de todo. Bueno, más Mary-Chel e Isabel, que son más atrevidas, por esa positiva curiosidad femenina. Ese mismo curioseo nos lleva a entrar en un restaurante que, en sus mesas, tiene una especie de chimenea que sirve para aspirar el humo provocado por la barbacoa instalada en el mismo centro de ellas. La barbacoa de carbón o de gas, excavada en el centro de una mesa redonda, es el punto donde se cocinan los platos que se solicitan. Todo el mundo estaba con su fogón, ensimismados en los preparativos y en su terminación, para comerlos. Las mamparas de extracción de humos son todas de cobre, con un tubo en acordeón para subirlas o bajarlas a la altura más adecuada a lo que se adereza.

Los centros de ocio de la ciudad de Seúl son numerosos, más de siete, y se ufanan en explicar los amigos coreanos, que son como siete Manhattan, el barrio más loco de NY. Son una locura las calles de la ciudad, todo abierto toda la noche. Un río de variopintos personajes invade la ciudad en los numerosos puntos de diversión nocturna, hasta el amanecer del sol naciente. No nos queremos ir de Corea del Sur, con la esperanza de que el Manicomio del Norte no desborde su tapia y convierta el sueño coreano en el apocalipsis del fin del mundo.

Una muestra de la variadísima y rica comida coreana.
Una muestra de la variadísima y rica comida coreana.

Isabel nos ha montado una cena de despedida, por la visita en su Erasmus oriental. Elige, entre una maraña de callejones, uno que me parece sucio, oscuro e inseguro. Como surgido de la niebla de mis ojos, aparece la luz de una pagoda en el final de un camino que parecía ir a ninguna parte. Sanchon Temple Cooking, en coreano (hangul). No me atrevo. He recogido su carta o lunch para ahora poder contarlo. Comimos de todo, y la cena servida en esas diabólicas mesitas tan bajas, que me recuerdan al país de los liliputienses de los viajes de Gulliver.

Las mesas fueron desbordadas por el número infinito de platos, a cual más sabroso y extraño. Los tres fuimos agasajados como lo saben hacer los orientales. El centro del templo, fuertemente iluminado, sirve de escenario para la danza de una pareja de bailarines coreanos, que, vestidos con su traje tradicional, se mueven al son de una melodía suave que nos invita a estar muy pendientes de ellos. La danza tiene un mensaje de amor, celos y muerte. La consabida fotografía inmortaliza, al menos para nosotros, un momento de nuestra vida en un lejano universo tan ajeno a nuestra cultura. El hechizo duró toda la noche. El templo coreano, que nos ha servido de restaurante, tiene su historia. Un monasterio budista se recicla y sirve su cocina típica, que venía conservando desde 1815, basada en todo tipo de vegetales cocinados de mil maneras. Las verduras son del propio jardín, de las montañas y de la costa coreana. El dueño, Jungsan Senim, o más conocido como Kim Yon Shik, ha llegado a ser noticia en The New York Times, donde Susan Chira, la corresponsal en Seúl, le dedica una amplia entrevista sobre la cocina tradicional coreana que se sirve en el Templo: «Korean Temple Cooking Warns the Body, Soothes the Soul» (“La cocina coreana en el Templo calienta el cuerpo, alivia el alma”. Fecha, 6 de agosto de 1986). La curiosa carta del menú tiene, en su parte posterior, este artículo del periódico neoyorquino como forma de presentación internacional. El dueño ha publicado numerosos libros de cocina tradicional que han dado la vuelta al mundo y, con nosotros, lo amplía.

Y como explica Ernest Hemingway en París era una fiesta, a muchas otras cosas no hemos dado cabida aquí por razones que sólo al autor le alcanza. Han sido unos días deliciosos, con buen tiempo, buena comida coreana y con la mejor compañía. Gamsahabnida (muchas gracias), Isabel.

(Blas Curado es psiquiatra, escritor, académico numerario de la Academia de Ciencias de la Salud Ramón y Cajal de Madrid y Premio Gómez Ulla. Reportaje fotográfico del autor).

SOBRE EL AUTOR

Blas Curado García, prestigioso psiquiatra, articulista y escritor, nuevo colaborador de PROPRONews

El ilustre psiquiatra Blas Curado, Premio Doctor Gómez Ulla 2019 a la Excelencia Sanitaria

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