viernes, 26 abril, 2024
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Tiempos de lutos corren

En este imparable peregrinar hacia lo ficticio, ¿quién decelera su ímpetu para recontar los nombres ilustres que se han ido?

Gregorio González Perlado
Gregorio González Perlado

Rearmados de argucias, pertrechados en furgones blindados a la embestida de lo cierto, circulamos en el convoy de lo engañoso. Sin freno, sin quietud y sin sosiego, dejamos atrás estaciones, terminales, apeaderos acaso sustanciales para nuestro devenir, quizás definitivos para nuestras experiencias, con certeza ricos en saber y vida: permanecerán desconocidos ante nuestro vértigo por lo insustancial, ante nuestra falta de astucia, ante el desarraigo que impera en nuestra mente. Transitamos desde un punto hacia la nada a la más alta velocidad que nos es posible. Cruzamos estaciones con rostros varados en sus andenes, sin tiempo apenas para reconocer las miradas de aquellos que se marchan de nosotros. A veces, los mejores.

El afable relato cinematográfico de Anatole Litvak lo significó en 1959 de modo sutil y categórico en su película “The journey”. Durante el viaje de huida hacia lo desconocido, el ruso Yuli Borisovich Bryner -reconocido como Yul Brynner- se dirige a la escocesa Deborah Jane Kerr-Trimmer -afamada como Deborah Kerr- con una frase taciturna: “Mira las estaciones: unos lloran, otros se abrazan, otros agitan pañuelos; todos se van, ninguno vuelve. Es el mal de nuestro tiempo.” La excelente actriz conoció en sí misma este mal de nuestro tiempo 48 años después de rodar con Litvak. Deborah agitó por última vez su pañuelo hace pocos años todavía; sin embargo, el vértigo de la vacuidad, el trayecto hacia lo falso ha extraviado definitivamente su recuerdo. Cierto, Litvak, es el mal de nuestro tiempo.


Insensibles al arte, apresados por el dispendio, conformes con la vaciedad de nuestro ámbito, nos adaptamos a una existencia febril e innecesaria en la que no cabe el placer de lo sensible.


En este imparable peregrinar hacia lo ficticio, ¿quién decelera su ímpetu para recontar los nombres ilustres que se han ido? Tantos en tan escaso tiempo, tantos y olvidados súbitamente por el convoy sin freno en el que, rearmados de argucias, transitamos desde un punto hacia la nada. La fama es volátil, incluso ajena a nuestro tiempo, acosado por el ansia de una popularidad deleble, insustancial, prostituida y degradante a la que nos someten determinados, definidos y reconocidos medios de comunicación rayanos en lo impúdico, lindantes con lo ilícito. Si muere una persona genial, escribimos en obituarios, pero al cabo olvidamos, viajeros de un tren sin ventanillas lanzado hacia la fugacidad de las carencias, insoportables carencias de un tiempo entregado a la estéril complacencia, un tiempo en el que en ningún momento “las delicias son causas suficientes para las cosas” (Paul Valéry, “El cementerio marino”).

Insensibles al arte, apresados por el dispendio, conformes con la vaciedad de nuestro ámbito -hombres y mujeres de hoy, cenizas de mañana-, nos adaptamos a una existencia febril e innecesaria en la que no cabe el placer de lo sensible, por la que cruzamos en un convoy de la más alta velocidad con el fin de no saber, no conocer, no soñar, no amar. Sin abrazar a aquellos que, ilustres, van quedando en el andén ajenos a nuestra desidia. Somos timoratos y desconfiados, recelamos del maestro y acosamos al alumno: ni aprendemos ni enseñamos. Y olvidamos, procuramos olvidar cuanto sabemos. No somos, pues, tribu ni pueblo entrañados con su historia -que despreciamos como un asunto baladí-, ligados a su genealogía, ignorada más allá de nuestros padres. Impasibles al magisterio de los artistas verdaderos, aprehendemos únicamente de ellos la parte más banal de su existencia para desatender la esencia de su mérito. Cuando un artista verdadero agite su pañuelo por última vez habríamos de sumirnos en la pena, jamás en el temprano olvido.

(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo

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