viernes, 13 diciembre, 2024
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Escribir, una manera de actuar contra el olvido

El hombre, cargado de culpa, debería aborrecer sus actos y rodar ladera abajo en busca de la roca que volvería a hacerle sentir dependiente incluso de su castigo. Reflexionar en torno a cuanto se ha escabullido de sus argucias, de sus desmanes y tener la certeza de que ello no será causa de su gozo.

Gregorio González Perlado
Gregorio González Perlado

El instante en que Sísifo se desprende de su roca y observa cómo se desploma por la ladera, antes de que alcance la cima de la montaña infernal, es la más notable significación de la conciencia del castigo. Ese instante. La fugacidad inesperada. Sin haber sido capaz de alcanzar lo más alto, Sísifo observa la caída, sabedor de que su condena es bajar tras ella para procurar, con sudor y lágrimas, devolverla a la cumbre. Y en ese empeño habrá de revivir el momento en que la piedra, símbolo de su mortificación, se desprenda nuevamente de sus manos: brevísimo tiempo que ha de ser para él la representación suprema de la vaciedad. Imaginémoslo así: nada le atañe en ese segundo crítico, pues nada posee, ni honor, ni hacienda, ni visado. Expiación inevitable.

¿Cómo valerse de su autoridad en el vacío? Este dilema descompone su juicio. La inculpación existe como el pedernal sobre la ladera, acosa a su memoria en ascenso y descenso zodiacales; en consecuencia, ¿cómo regresar sin deshonra desde el infierno hasta el claroscuro? Sísifo habita el Averno por avaro y mentiroso: recurrió a medios ilícitos, entre los que se contaba el engaño y posterior agravio de viajeros y caminantes, para incrementar su riqueza. Sísifo es el disco del Sol que sale cada mañana y después se hunde bajo el horizonte. La personificación de las olas subiendo hasta cierta altura y entonces cayendo bruscamente. Representa la traición a la majestuosidad del mar.


Sancionado por lo cierto, Sísifo arroja su enseña sobre el lodo, sus corazas y blindajes, mientras su sombra arqueada se difumina por la oscura senda donde crecen altas hierbas sin destino: su debilidad era su sentido de la superioridad.


Albert Camus escribió que “en ese instante en que el hombre vuelve sobre su propia vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en destino, creado por él; unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, está siempre en marcha. La roca sigue rodando”. Su castigo.

Sin embargo, la desolación persiste. El hombre, cargado de culpa, debería aborrecer sus actos y rodar ladera abajo en busca de la roca que volvería a hacerle sentir dependiente incluso de su castigo. Reflexionar en torno a cuanto se ha escabullido de sus argucias, de sus desmanes y tener la certeza de que ello no será causa de su gozo. Inmolarse en la penitencia, incapaz de prescindir del instante de vaciedad -esclavo de sus actos- y encarar el precipicio, su tormento.

En el Averno, Sísifo comparte la oscuridad con el recuento de sus errores, pero la memoria atormentada le resulta más poderosa que el Hades. Y entonces el futuro se extingue a su mirada, sepultado en la vergüenza. Si acaso pudiera dormir ahora, al despertar apenas recordaría su nombre, pero sí sus sueños, que narraría a gritos bajo la oquedad de su caverna, sueños fútiles como el eco que su caducidad les otorga, pavorosos como su propia condena: extinguirse en la negrura. Porque en sus sueños se engendra su castigo.

Sancionado por lo cierto, Sísifo arroja su enseña sobre el lodo, sus corazas y blindajes, mientras su sombra arqueada se difumina por la oscura senda donde crecen altas hierbas sin destino: su debilidad era su sentido de la superioridad. Errático, factor de un tiempo de lo falso, su tiempo, Sísifo es un ficticio visionario: ha contemplado en la superficie del río Estigia el reflejo de su futuro y ha echado a andar sobre las aguas del Flegetonte. Previsiblemente, perderá su alma en el intento.

(Ahora, permitidme una vasta lejanía con el mito. Suspendo mi mano sobre la línea del cuaderno en el que escribo, recupero la armonía y busco, bajo el velo del pretérito, la salvación en el verbo. Escribir es una manera de actuar contra el olvido).

(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).

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Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo

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