viernes, 26 abril, 2024
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De puente a puente…

Los que viven para amasar peculio en sus jubones se hacen cruces en la frente con su propia bilis: “Éste es un país de zánganos”, gruñen a menudo en tertulias de alta sociedad

Gregorio González Perlado
Gregorio González Perlado

Hasta once acepciones recoge el diccionario de la Real Academia de la Lengua, pero la que define nuestro espíritu nacional sólo es una, pues cuando pronunciamos la palabra puente inmediatamente la asociamos a “día o días que entre dos festivos, o sumándose a uno festivo, se aprovechan para vacación”. Los extranjeros que visitan nuestras tierras y mares acostumbran a quedarse perplejos y envidiosos ante tanto descanso; los españoles anónimos, sin embargo, no hacemos remilgos a la excusa, gozamos del país y nos solazamos con los paréntesis. En buena hora.

Los que viven para amasar peculio en sus jubones se hacen cruces en la frente con su propia bilis: “Éste es un país de zánganos”, gruñen a menudo en tertulias de alta sociedad, entre sorbo y sorbo de un chivas quince años. España es así: mientras un asalariado brega en la oficina, mientras otro se despanzurra en una obra de ladrillos, mientras muchas ‘sin papeles’ trajinan con sudores en casa ajena, los que viven para verlo sin mancharse acumulan actos sociales en su agenda: almuerzo de negocios en Arzak, conferencia en el Club Siglo XXI, asistencia al Real con un japonés de ‘pata negra’ y cena en los jardines de Cecilio Rodríguez. Los que viven sin mancharse, entre canapé de Beluga y copa de Vega Sicilia parafrasean la situación en los corrillos y concluyen: “Han de hacer ustedes algo, señor presidente, ya está bien de puentes y acueductos; aquí se necesitan subterráneos como los suyos, señor presidente, para meter a todos los vagos, porque aquí el más tonto hace un canuto, señor presidente. Este país vive de fiesta en fiesta y eso de la competitividad importa un huevo. España es un país de zánganos, se lo digo yo, señor presidente”.


Los puentes, sin embargo, son tan necesarios como útiles. Resultan precisos para paladear la vida y cuanto de ocio contiene.


Los puentes, sin embargo, son tan necesarios como útiles. Resultan precisos para paladear la vida y cuanto de ocio contiene. Útiles para incrementar los conocimientos e incluso para acceder a noticias que, en otro momento, los periódicos y las cadenas de televisión guardaron en ‘nevera’. Los puentes, entonces, se convierten en un “elemento de comunicación entre dos personas o cosas, sobre todo si están alejadas o enfrentadas” [definición también aceptada por la Real Academia]. Por eso, mi hábito de lectura de prensa y de repaso a los telediarios se hace fuerte en estos festivos forzados. Escucho sonseras, conozco parajes, descubro aficiones imposibles, aprendo a llegar a fin de mes merced a un reportaje intemporal, y desnudo mentiras de leyenda; incluso, yendo más allá del límite, me arriesgo a penetrar en lo profundo: “¿En qué creen los humanos?”, tituló en portada el .com de un rotativo nacional [fastuosos puentes], y explicó: “El deseo universal de comunicarse con los dioses se manifiesta de mil maneras en el mundo. ¿Estamos programados para creer?”. Cuánta enjundia para un día de asueto.

(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo

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