martes, 19 marzo, 2024
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El niño gallego que emigró a América tras sobrevivir al ataque de un lobo

En el vapor “Cabo de Hornos” hizo la travesía con su madre desde España a Uruguay, donde les esperaba el cabeza de familia

Las historias de emigrantes llenaron y llenan la vida de España en todos los tiempos. Son millones los españoles que, por una causa u otra, tuvieron que emigrar a países extranjeros, unos cercanos y otros más lejanos, como es el caso de Manuel Suárez, el autor de este artículo. Hace más de sesenta años, con cinco de edad, y después de haber sobrevivido al ataque de un lobo en su Galicia natal, Manuel vivió la precoz aventura de cruzar el Atlántico a bordo del “Cabo de Hornos”. En estos tiempos de llegada a España de migrantes que en muchos casos se juegan la vida por aspirar a un futuro mejor, es oportuno recordar que nuestro país también ha sido siempre tierra de emigrantes.

Manuel Suárez Suárez
Manuel Suárez Suárez

En noviembre de 1958 yo tenía cinco años. El lugar más alejado de mi aldea (Santa Baia de Tines, Concello de Vimianzo) en el que estuviera fue Santiago de Compostela, cuando el 21 de julio, ingresé de urgencia en el Sanatorio Baltar para curar las heridas de los dientes y las garras de un lobo o loba, que dejó la huella de 33 cicatrices en mi cuerpo infantil. Dicen que soy muy afortunado, ya que voy camino de Montevideo en un barco llamado “Cabo de Hornos”. Mi pensamiento está en el deseo de encontrarme con mi padre, Jesús Suárez García, que espera al otro lado del mar.

Supongo que quien sentía el mayor alivio era mi madre, Valentina Suárez Lema, que me apretaba la mano para tratar de dejar atrás, lo más rápido posible, aquel triste acontecimiento que pudo terminar en tragedia. Su firme coraza me evitó las preguntas de los que siempre meten el hocico donde no deben. Recuerdo, aunque pasaron muchos años, que hice un activo borrado mental de lo sucedido con el lobo o loba, para centrarme en Montevideo. Mi madre dice que era mi acalorada respuesta a alguno de los vecinos, que me buscaba las pulgas con el aguijón de que mi padre ya se olvidara de mí.


“Los dientes y las garras de un lobo dejaron la huella de 33 cicatrices en mi cuerpo infantil”.


Aquel barco se balanceaba mucho. Los mareos eran continuos y dejé de acercarme al comedor para no oler aquella desconocida comida que me hacía temblar. Fui perdiendo peso, pero las galletas y la leche de la merienda evitaron males mayores. Los días en el mar, veinte, están olvidados, ya que solamente recuerdo las alegrías pero no las penas. Así fue que tengo muy presente una sabrosa fruta que me esperaba en el puerto de Santos. Allí estaba emigrado el tío José de Borneiro, casado en Tines con una hermana de mi padre, que subió al barco con un gran cacho-racimo de más de tres docenas de bananas. Los días siguientes y hasta el desembarco recuperé energías con la dieta bananera.

Manuel Suárez niño, con sus padres en Montevideo.
Manuel Suárez niño, con sus padres en Montevideo.

“Allí estaba emigrado el tío José de Borneiro, que subió al barco con un gran cacho-racimo de más de tres docenas de bananas”.


EN MONTEVIDEO, CON MI PADRE

El “Cabo de Hornos” echó anclas en el puerto de la capital uruguaya el jueves 27 de noviembre. El muelle estaba lleno de gente que gritaba y movía los brazos para saludar a los recién llegados, amigos o familiares. Aquel ruido me provocó una fuerte inquietud, que no disminuyó hasta que mi madre me indicó dónde estaba mi padre. Ahora ya no quito la vista de un hombre que lleva camisa blanca de manga corta y que sonríe y no para de mover las manos. Es un día soleado ya que estamos a un paso del verano montevideano, que es mucho más caluroso que en Tines. Me acuerdo que me llamó la atención que alrededor del puerto hubiese muy pocos árboles. Había muchos edificios y muchísimas letras pintadas en los muros que me acompañaron durante todo el recorrido, hasta la calle Pantaleón Artigas, Barrio de Aires Puros, que era donde mi padre había alquilado un apartamento.

La madre del autor en 1958, el año de la emigración.
La madre del autor en 1958, el año de la emigración.

Unos años después me enteré de que el trayecto desde el puerto fue con rumbo al norte de la capital. La ruta seguida fue la siguiente: a) avenida Agraciada, actual avenida del Libertador Brigadier General Juan Antonio Lavalleja; b) avenida San Martín; c) avenida Millán; d) avenida Burgues; e) calle Máximo Gómez; f) calle Pantaleón Artigas. En todo el camino fui mirando y tratando de leer, con mucho interés, la interminable sucesión de pintadas, ya fuesen sobre pequeños o medianos muros o en altas edificaciones. No entendía lo que significaban, pero me gustaban mucho. Era muy diferente a mi aldea, en la que no había pintadas y tampoco letreros de clase alguna. Acá usan dos colores para las letras: blanco (Partido Nacional) y rojo (Partido Colorado).

El padre del autor, Jesús Suárez García, en la azotea de su casa montevideana.
El padre del autor, Jesús Suárez García, en la azotea de su casa montevideana.

El domingo 30, después de escuchar la música de los gaiteros de “Sempre en Galicia” en Radio Carve, mi padre me dijo que era día de elecciones. Me explicó que los colores que vi eran identificativos de los dos partidos políticos más importantes del país. Pasaron muchos años hasta que pude aprender, más o menos, que los ciudadanos votan para elegir a sus gobernantes, ya que así lo establece la “Constitución” de la República Oriental del Uruguay. Aquel último domingo de noviembre hizo de mí un defensor vitalicio de la generosidad con la que me recibieron en la muy noble tierra de Artigas, Gardel, Obdulio Jacinto Varela, Galeano y Benedetti.

(Manuel Suárez Suárez es doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad de Montevideo (Uruguay), y articulista y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Manuel Suárez Suárez, ilustre galleguista y escritor, nuevo colaborador de PROPRONews

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