martes, 19 marzo, 2024
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70 años del “maracanaço”

La epopeya deportiva en la que Uruguay ganó el Mundial de 1950 a Brasil en Rio de Janeiro tuvo en Obdulio Varela a su héroe

Este mes de julio se han cumplido 70 años del histórico “maracanaço”, la victoria de Uruguay sobre Brasil, en el estadio de Maracaná, en la final del Mundial de Fútbol de 1950. Entre los protagonistas de aquella gesta destaca Obdulio Jacinto Muiños Varela, cuyos antepasados africanos esclavos habían sido propiedad de una familia gallega de Montevideo. El autor de este artículo rememora aquella gesta y destaca el papel que tuvo en la misma Obdulio, que, entre otras cosas, primero arengó a sus compañeros contra las previsiones pesimistas de sus propios directivos y entrenador, y luego se las ingenió para parar el juego y facilitar la calma de su equipo, para conseguir después la victoria.

Montevideo.-

Jacinto fue canillita,

Jacinto fue changador,

y en las canchas de la vida

siempre entero se jugó.

Jacinto de los bohemios,

Jacinto del mirasol.

Jacinto Obdulio Varela,

fútbol, estaño y tambor.

(Roberto Bianco)

“No teníamos que ganar. El equipo de Brasil era mucho mejor que el nuestro, pero hay veces en que la actitud es lo que más cuenta. Éramos un grupo desanimado con unos dirigentes que no confiaban en nosotros y que fueron a Río de Janeiro en mala relación con los jugadores. Eran tiempos en los que al ponerte la camiseta de un cuadro de Primera te convertías en una persona conocida o medio conocida. Esto te permitía pedirles a los políticos colorados de la “15” que te hiciesen un lugarcito en el municipio para así poderte jubilar, ya que la guita que se movía en el fútbol no iba al bolsillo del jugador, al que arreglaban con un asado y un apretón de manos. Cuando terminó el partido me acordé de mis ancestros africanos que, según me contaron, fueron propiedad de una familia gallega de Montevideo. Es evidente que mis dos apellidos, Muiños y Varela, son originarios de la verde tierra atlántica de Rosalía de Castro. En la selección había un hijo de gallegos, un gaita auténtico, era el bueno de Óscar Omar Míguez Antón. Las vueltas de la vida hicieron que mi sangre africana me moviese las gambas con una cierta destreza para darle acertadas patadas a la pelota. Si el traslado forzoso de mis antecesores hubiese sido para recoger algodón en el sur de Estados Unidos, es casi seguro que sería músico de blues o de jazz. Doña Juana, que en paz descansa, diría que fue el destino el que me hizo campeón del mundo en Maracaná. Supongo que la vieja querida tiene razón. Es increíble, che, un diarero del barrio de La Teja que no pudo terminar la escuela, hizo callar a 200.000 mil apasionadas gargantas al ver el pase que le metía a Alcides. Bueno, la verdad es que fue antes, en el primer tiempo, cuando hice enmudecer al gigantesco estadio. Se me ocurrió meter la pelota debajo del brazo y protestar el gol por orsai. Esos minutos nos permitieron respirar. Creo sinceramente que mi actitud ayudó a tranquilizar a mis compañeros, que pudieron sacarse el agarrotamiento y empezar a jugar con soltura, como cuando éramos botijas en la canchita del barrio”.


“Mi actitud ayudó a tranquilizar a mis compañeros, que pudieron sacarse el agarrotamiento y empezar a jugar con soltura, como cuando éramos botijas en la canchita del barrio”.


Aunque pasaron 70 años desde que tuvo lugar la celebración del campeonato mundial de fútbol en Río de Janeiro -que fue la capital de Brasil hasta 1960- permanece nítida en millones de personas de todo el mundo la imagen de un estadio de Maracaná con 200.000 gargantas, gritando fuerte: ¡Brasil! ¡Brasil! ¡Brasil! Aquella final del 16 de julio de 1950 es una gesta deportiva de carácter absolutamente extraordinario ya que, contra todo pronóstico, la copa fue entregada por Jules Rimet al capitán de la selección uruguaya, Obdulio Jacinto Muiños Varela.

El entrenador, Juan López Fontana (en Uruguay se le llama director técnico, D.T.) no pensaba en ganar el partido, pero tuvo la decencia de no apostar en contra de Uruguay como sí hicieron los dirigentes a voz, expresando su conformidad con un resultado a favor de Brasil de no más de cuatro goles. Antes de salir a la cancha, en el vestuario, el entrenador comentó con los jugadores que era necesario evitar una goleada y jugar a la defensiva. Al quedarse solos los jugadores fue cuando el “Negro Jefe” se rebeló en contra del pesimismo y dijo: “Juancito es un buen hombre pero ahora se equivoca. Si jugamos a defendernos, nos sucederá lo mismo que a Suecia o España”. Unos minutos antes de que el árbitro inglés George Reader pite el comienzo es cuando el gran capitán expresa su famosa arenga sobre la posibilidad de ganarle a Brasil. Son palabras que debemos de repetir cuando sentimos abatimiento por los reveses de la vida:

“No piensen en toda esa gente. No miren para arriba. El partido se juega abajo y los de afuera son de palo. En el campo seremos once contra once y el partido se gana con los huevos en la punta de los botines”.

Obdulio Varela, capitán de Uruguay y estrella del partido.
Obdulio Varela, capitán de Uruguay y estrella del partido.

CAMISETAS INSERVIBLES

Me interesa destacar la diferencia de población que había entre el país anfitrión (53.974.727 habitantes) y la República Oriental del Uruguay (2.238.501), para tratar de entender la tragedia que supuso la inesperada, inexplicable e imprevista derrota. Estoy pensando en la expresión facial de medio millón de ciudadanos que se deshicieron a toda prisa de su recién comprada blanca camiseta (la equipación oficial brasileña era de color blanco con ribetes en azul), que había sido estampada para la ocasión con el texto de “Brasil Campeão 1950”. Esta tristeza fue compartida por don Obdulio, solamente su madre le llamaba Jacinto, que fue realmente quien ganó el partido con su honrada fuerza emocional.


En el vestuario, el entrenador comentó con los jugadores que era necesario evitar una goleada y jugar a la defensiva.


Es cierto que los goles fueron de Schiaffino y de Ghiggia, pero sin el noble corazón del “Negro Jefe” no se hubiese ganado la final. Debo mencionar que el mal ambiente que reinaba entre dirigentes y jugadores era debido a una larga huelga de jugadores del fútbol profesional uruguayo, que fue liderada por don Obdulio. La protesta era justa. Se reclamaban legítimos derechos socio-laborales, pero en la dirigencia eran casi todos unos experimentados coimeros que no querían perder ingresos.

La gran fiesta para el final del partido (la banda de música preparó el estreno de una marcha triunfal titulada Brasil Campeão pero, como no se contaba con el triunfo “celeste”, no tenían la partitura del himno uruguayo) se convirtió en el funeral más multitudinario del mundo. El presidente de la FIFA, el francés Jules Rimet, llevaba escrito su discurso, en portugués, para la ceremonia de entrega del trofeo al equipo que se suponía sería el campeón del mundo.


La gran fiesta brasileña para el final del partido se convirtió en el funeral más multitudinario del mundo.


Unos años después del partido, Rimet (fue presidente de la FIFA desde 1921 hasta 1954) recordaba aquella inusual final del Maracaná: “Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Al término del partido, yo debía entregar la copa al capitán del equipo campeón. Una vistosa guardia de honor se formaría desde el túnel hasta el centro del campo de juego, donde estaría esperándome el capitán del equipo vencedor (naturalmente, Brasil). Preparé mi discurso y me fui a los vestuarios pocos minutos antes de terminar el partido (estaban empatando uno a uno y el empate dictaminaba campeón al equipo local), pero cuando caminaba por los pasillos, de repente, se interrumpió el griterío infernal. A la salida del túnel, un silencio desolador dominaba el estadio. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne. Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. En el tumulto, terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela y casi a escondidas le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano y me retiré sin poder decirle una sola palabra de felicitación para su equipo.

En una de las escasas entrevistas concedidas por don Obdulio en Montevideo (era muy reacio a los comentarios públicos ya que estaba muy quemado, al tener que soportar a unos dirigentes que eran coimeros, mentirosos e hipócritas) expresó lo siguiente:

“La verdad es que si ese partido lo jugábamos otras 99 veces, las perdíamos todas, pero ese día nos tocó el partido 100”.

Maracaná, escenario de la gesta uruguaya ante 200.000 espectadores, el mayor aforo de la historia en el fútbol. RTVE
Maracaná, escenario de la gesta uruguaya ante 200.000 espectadores, el mayor aforo de la historia en el fútbol. RTVE

Después del partido hubo celebración en la embajada uruguaya. Aquí es donde nuestro héroe hace uso de su coherencia de persona honrada y no asiste a la recepción en la sede diplomática. Se acercó a un boliche (taberna) cercano al hotel para tomar una caña (cachaça) en la que el grupo de clientes habituales se lamentaba por la derrota. Entró y enseguida lo reconocieron. Fue abrazado por todos, al ver que lloraba al tratar de explicarles que el vencedor de la final no debió ser Uruguay. Le llamaban Obidulio. Nuestro gran héroe nunca los olvidó. Su humildad y nobleza solidaria le hacían ponerse al lado del que sufre o está en situación de desventaja, sea física o emocional.  ¡GLORIA ETERNA PARA DON OBDULIO!

(Manuel Suárez Suárez es doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad de Montevideo (Uruguay), y articulista y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Manuel Suárez Suárez, ilustre galleguista y escritor, nuevo colaborador de PROPRONews

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