Entender cómo viven los chinos y qué les gusta, cómo sienten los árabes, qué aspiraciones tienen los judíos, qué melancolía embarga a los europeos, qué amenazas perciben los norteamericanos, qué sueños persiguen los pueblos africanos, qué bulle en el imaginario colectivo de los latinos, cómo ven el futuro los australianos… Nuestras vidas, trabajos, profesiones, empresas y emprendimientos vamos a tener que aprender a levantarlos con personas que son de otras culturas, países y continentes.
En un mundo híbrido e interconectado, necesitamos desarrollar nuevas sensibilidades y habilidades que nos ayuden a descubrir sus necesidades, preocupaciones y emociones para poder crear valor con ellas.
Cómo se están moviendo esos mundos, cómo se está desordenando el orden internacional, qué cambios de poder se están produciendo, qué tendencias están surgiendo, qué disrupciones tecnológicas están emergiendo, cómo está basculando del Atlántico al Pacífico el centro de gravedad del mundo…
Es un ejercicio esencial para que cada uno de nosotros se posicione ante estas realidades y adopte una estrategia personal para diseñar su propia vida, respondiendo a las siguientes preguntas: quién soy, qué ofertas valiosas puedo hacer a personas de otros países, qué papel puedo jugar y en quién me puedo convertir.
Levantar nuestro mundo en una tarea compartida con personas de otros países y continentes.
En unas décadas hemos pasado de habitar en un mundo monocultural a hacerlo en otro multicultural, de vivir en comunidades cerradas a vivir en comunidades abiertas. Y esta tendencia no es coyuntural, pese al freno momentáneo del coronavirus, ha venido para quedarse y expandirse. Escuchar, entender, comunicarse, crear cosas juntos y hacer negocios con personas de otros lugares será una ocupación esencial para que nuestros jóvenes puedan ganarse la vida, tanto si van a trabajar por cuenta propia o ajena.
Un cambio de paradigma para ver a las personas del mundo como mis clientes
Y ante esta nueva realidad no nos sirve casi nada de lo que habíamos aprendido, necesitamos nuevos esquemas mentales y formas de ver la realidad, un nuevo sentido común, un esfuerzo para conocer y respetar a otras culturas que nos ayude a aprender a vivir y trabajar con otros.
Las personas del mundo son mis clientes.
La mayor parte de nosotros venimos de una tradición de autoafirmación cultural fraguada a lo largo de siglos, cuestión que nos impide crear posibilidades con personas diferentes. Los europeos somos arrogantes después de haber creado la fantasía secular de un universo eurocéntrico que hoy se rompe en pedazos; los norteamericanos son prepotentes, pero a su vez temerosos, ante la evidencia de que su supremacía como superpotencia toca su fin; los chinos van a lo suyo, y desde la ambigüedad y el pragmatismo, toman posiciones y colonizan económica y culturalmente el resto de continentes, de forma progresiva y silenciosa, sin disparar una sola bala; el mundo latino, pese a su potencial, no acaba de encontrar su rumbo, desperdiciando la oportunidad de actuar de manera coordinada para ser una potencia mundial; los africanos se desangran tras ser sometidos a la terrible tiranía de un colonialismo atroz que les impide creer en sus propias posibilidades; el mundo árabe, rico y diverso, se debate entre estereotipos y sambenitos; el mundo judío, sufridor de agravios históricos, vive en el riesgo de pensar en la revancha en lugar de desplegar su gran inteligencia y poder creador.
De una civilización de civilizaciones a una civilización global
Cada vez más personas van a vivir y trabajar lejos de donde nacieron, convirtiéndose en una tendencia imparable, lo que nos va a obligar a conocer y entender mejor a otras culturas para poder convivir y cooperar.
El mundo que viene va a ser una miscelánea de culturas, un ir y venir de gentes, una circulación mareante (física y virtual) de trabajadores, transacciones, productos y servicios, para lo cual necesitamos desarrollar sensibilidad hacia los demás, admiración, capacidad de escucha, empatía, respeto, espíritu de colaboración, aprender a trabajar juntos y crear valor con personas que piensan, se expresan, sienten, viven, comen y rezan de forma diferente.
Superar prejuicios y visiones limitantes para salir del relato reduccionista al que nos somete nuestra propia cultura
Tantos siglos encerrados sobre nosotros mismos y de enfrentamientos con los otros, nos ha llevado a una visión pobre de otras culturas, movidos por estereotipos y etiquetas.
El mundo oriental no es una realidad única, conviven cosmovisiones diferentes con una gran riqueza de matices, aunque China es la referencia, allí está Japón, Corea, Pakistán o India, que es la mayor democracia del mundo y pronto será el país más poblado y con más clientes potenciales. El mundo árabe responde a muchas sensibilidades y realidades, más allá de la etiqueta de la amenaza extremista que representa una de sus sensibilidades minoritarias. Y así podríamos hablar del resto de mundos que se entremezclan y diluyen entre sí en el planeta Tierra.
En esta barahúnda, los musulmanes miran con recelo a los cristianos, lo mismo que éstos lo hacen con ellos y entre sí (apostólicos, anglicanos, ortodoxos). Todos nos vemos con desconfianza, poniendo el foco en lo que nos separa, en lugar de lo que nos une (los norteamericanos con los chinos, los chinos con los japoneses, los europeos con los africanos, los rusos con los europeos, los sudamericanos con los españoles, los españoles con los españoles -madrileños, vascos, catalanes, andaluces…-).
La mayor parte de las personas que pertenecemos a una cultura o tradición, vivimos cautivas de sus prejuicios, impidiéndonos producir confianza, concentrar los esfuerzos en enfrentar los desafíos compartidos y crear riqueza revolucionaria.
La autoafirmación nos impide escuchar al otro, ponernos en su lugar, entenderle y respetarle, cerrándonos el espacio para poder cooperar desde la diferencia.
Superar las visiones reduccionistas del mundo y explorar una nueva forma de relacionarnos y entendernos, va a ser un ejercicio que tendremos que aprender si queremos abrirnos a nuevas posibilidades en el siglo XXI, porque, en gran medida, nuestro trabajo y oportunidades profesionales van a pasar por ahí, aprendiendo a descubrir cómo viven y sienten las personas que pertenecen a tradiciones diferentes para hacer ofertas significativas y valiosas.
Cada civilización, cada sociedad, cada tribu, viven atrapadas en su propio relato limitante que les impide ver la riqueza de los otros, un ejercicio que vamos a necesitar hacer en este siglo, y que recomiendo a las personas jóvenes para que construyan sus profesiones, proyectos y emprendimientos, desde el abandono de la zona de confort de su cultura y la apertura a las oportunidades que hay en otros lugares y países.
Un tiempo nuevo presidido por un pacto entre civilizaciones y personas desde el respeto a la diferencia, para vernos como parte de un todo donde nos unen más cosas que las que nos separan.
Adelante!!!
(Juan Carlos Casco Casco es un experto y consultor en Prospectiva, Educación y Emprendimiento de prestigio internacional y actividad en España y en diferentes países de Europa y Latinoamérica).
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