Trumpistas, bolsonaristas, supremacistas, terraplanistas, negacionistas del cambio climático, antivacunas, negacionistas de la pandemia… Vivimos atónitos ante el comportamiento de millones de personas que son capaces de seguir a líderes que gobiernan desde la mentira, de creer en falsedades, de guiarse por bulos a sabiendas de que son falsos, e incluso de negar la evidencia de un resultado electoral sin tener ninguna prueba. Un fenómeno que crece como una metástasis en forma de partidos políticos e ideologías que amenazan nuestras democracias y convivencia. Y nos preguntamos por qué el ser humano es capaz de creer en la mentira, cómo funciona la mente humana para llegar a tal nivel de degradación y aberración, cómo la desinformación es la reina de la “sociedad de la información”, cómo el ser humano es capaz de tragar tantas falsedades y moverse en la incoherencia. Y eso ocurre porque la mente es fácilmente manipulable si no estamos atentos y no aprendemos a evitar las múltiples manipulaciones a que se nos quiere someter.
Nos es difícil comprender que personajes como Trump hayan cosechado más de 70 millones de votos, a sabiendas de que las cosas que dice son falsas, o cómo otros “líderes” que siguen sus pasos en otros países consiguen millones de adeptos y representantes, con un ideario que se puede desmontar punto por punto desde la ciencia o el sentido común más elemental. Algo posible desde el manejo de mecanismos sutiles de la mente y la voluntad que ciertos grupos de poder utilizan para sus fines, valiéndose de estos peleles de trapo.
El cerebro humano, pese a ser el órgano más complejo del universo, es fácilmente “hackeable”, en su diseño tiene tremendos fallos de seguridad de los que se pueden aprovechar los desalmados para manipular la mente y dirigir la voluntad de la gente.
Un fenómeno que crece como una metástasis en forma de partidos políticos e ideologías que amenazan nuestras democracias y convivencia.
Intuimos la influencia de las redes sociales y los medios de comunicación para crear y dirigir las creencias de las personas, aunque no alcanzamos a descifrar sus mecanismos. Nos angustia pensar cómo del big data, los algoritmos, la inteligencia artificial, el machine learning y otras tecnologías disruptivas se puede hacer un mal uso para el control del ser humano, en lugar de utilizar todo su potencial para fabricar vacunas, fortalecer la democracia o revertir el cambio climático. De la misma manera que la tecnología nuclear puede ser utilizada para fabricar una bomba atómica o para curar el cáncer, o la televisión para educar o atontar a la gente.
Lo cierto es que en el mundo existe una peligrosa espiral de extremismo y polarización, un movimiento que no es fruto del azar y que es necesario desentrañar y descubrir los sutiles mecanismos de los poderes que mueven sus hilos. Para construir un futuro mejor y esquivar las distopías de la manipulación y alienación de la especie, será necesario que todas las personas conozcan cómo nos manipulan y dirigen nuestras decisiones, cómo suplantan nuestra voluntad, cómo nos radicalizan, cómo nos inducen los estados de opinión, cómo dirigen nuestras emociones y crean estados de ánimo a su antojo, cómo siembran en nuestras mentes fantasías y creencias limitantes, cómo nos tienen entretenidos y anestesiados… y cómo todo esto se programa de una manera consciente desde el conocimiento de la mente humana y el comportamiento social de los individuos, reproduciéndose a través de una educación que está al servicio de los referidos propósitos.
ACTUAMOS DESDE NUESTRAS CREENCIAS
El ser humano actúa desde sus creencias, pero ¿cómo funcionan nuestras creencias?
Las creencias son un peine que nos atraviesa el cráneo, cuando arraigan en el cerebro actúan como un software que gobierna nuestra mente. Decía Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
De la misma manera que la tecnología nuclear puede ser utilizada para fabricar una bomba atómica o para curar el cáncer, o la televisión para educar o atontar a la gente.
No vemos el mundo como es, lo vemos desde nuestras creencias, y son ellas las que colorean nuestra realidad particular, nuestras verdades. Cuanto más limitantes son, más sesgo, más deformado es el mundo que vemos y más posibilidades tenemos de ser manipulados.
Somos como ciegos que palpan a un elefante e interpretan la realidad desde la limitación de sus experiencias sensoriales. Quien toca la cola podría afirmar que es una serpiente, una gran hoja de palma el que lo hace con la oreja, el que tomó una pata sostendrá que es un tronco de árbol, y el que agarra la trompa afirmará, sin dudarlo, que se trata de una manguera.
Y así deformamos la realidad a nuestro antojo, acomodándola a los cánones de nuestra cultura, a lo que conocimos, a los relatos de nuestros antepasados, a nuestras distinciones e interpretaciones. Una premisa que ahorra esfuerzos a nuestras neuronas y nos permite pensar en automático, reduciendo a la mínima expresión el espíritu crítico y el pensamiento científico.
No vemos el mundo como es, lo vemos desde nuestras creencias, y son ellas las que colorean nuestra realidad particular, nuestras verdades.
Una vez que en las creencias de una comunidad se ha establecido que la trompa es una manguera, se atacará sin piedad a quien sostenga que la manguera es la trompa de un elefante, aunque presente evidencias. Pues reconocerlo pone patas arriba la interpretación del mundo que acepta el grupo, socavando la identidad individual y colectiva en la que se sustentan sus creencias.
La iglesia, por ejemplo quemó en la hoguera a Miguel Servet por defender la circulación menor de la sangre y poner en tela de juicio ciertos dogmas de fe. Y a punto estuvo de hacer lo mismo con Galileo por afirmar que la Tierra no era el centro del Universo. Sus jerarquías continuaron sosteniendo durante siglos después sus mentiras, a sabiendas de que eran falsas, por miedo a que se desmoronase el fantasioso relato que habían construido desde siglos atrás.
Algo similar ocurre cuando un votante de un partido político acepta cierto ideario, aunque en su fuero interno sepa que muchos de sus postulados son falsos (negación del cambio climático, la pandemia o culpabilidad de los inmigrantes). Resulta más fácil la aceptación de la falsedad que la idea de ser apartado de la tribu y perder la identidad.
La peor consecuencia de ver el mundo desde nuestras creencias es que nos limita la capacidad de escucha, negando al otro como ser valioso, diferente y respetable. Cuanto más limitantes son, más seguros nos encontramos de estar ante la verdad, dándonos licencia para atacar al diferente cuando no verifica nuestros relatos o asume nuestros postulados.
UNA EDUCACIÓN CODIFICADA
Recibimos una educación codificada para crear obediencia y aceptación.
Si a todo esto le unimos una programación consciente en el diseño de una educación secular al servicio de las creencias limitantes, construida sobre la base de códigos restringidos (Bernstein) y pedagogías invisibles que nos han reducido a la mínima expresión la visión global del mundo, el sentido crítico, la creatividad, la innovación o el espíritu emprendedor. El resultado es que hemos perdido la visión holística del todo y las relaciones y sinergias entre las partes, solo vemos el mundo de manera muy parcial y vamos escuchando únicamente lo que casa con nuestras creencias.
Como somos seres gregarios, acabamos uniéndonos a otros que ven el mundo como nosotros, negando a los que lo entienden de otra manera, y ahí forjamos nuestras identidades.
Quienes diseñan la educación nos han troceado el mundo. Uno puede ser un auténtico experto en la pata del elefante sin ser capaz de ver ni tener noción alguna del elefante como un todo, y no digamos de la selva que habita, su ecosistema global y las interconexiones con el resto del planeta.
PERTENENCIA A LA TRIBU
El ser humano es gregario, en su ADN está la pertenencia a una tribu.
Como somos seres gregarios, acabamos uniéndonos a otros que ven el mundo como nosotros, negando a los que lo entienden de otra manera, y ahí forjamos nuestras identidades. Así nos unimos en clubes deportivos, partidos políticos, religiones, sectas… entregando poco a poco nuestras visiones particulares y singularidad al ideario del grupo, sus memes, mantras y automatismos. De esta manera nos sentimos más seguros y protegidos, a medida que necesitamos pensar menos.
Cuando nos sentimos miembros de una tribu, pasamos a escuchar en modo automático, el foco lo ponemos en escuchar solo aquello que nos interesa. Y así empezamos a comportarnos como zombies organizados en tribus variopintas.
Dos individuos que asisten a una misma charla escuchan cosas diferentes (cada uno escucha lo que le interesa). Si un observador externo preguntara a ambos lo que ha dicho el orador, quedaría desconcertado. Cuando el presidente o el rey pronuncian su discurso, cada partido político escucha una cosa diferente ajustada a sus creencias o intereses, y cuando alguien escucha todas las versiones tiene la impresión de estar ante un auténtico disparate.
La brecha en la comunicación humana es insalvable. Nunca un mensaje va a ser interpretado por el receptor con todos los matices que lo pronunció el emisor. Y porque existe esa brecha es posible la interpretación y su ciencia (hermenéutica). Por eso, unos dicen lo que dicen y otros escuchan lo que quieren, en realidad, lo que verifica sus creencias (aunque sean falsas).
Entre los seguidores de Trump y sus adláteres, hay gente cabal, de una gran preparación; entonces ¿cómo es posible que estas personas puedan seguirlo ciegamente, aún sabiendo fielmente que las cosas que dice son mentira? Porque anteponemos nuestra identidad a la verdad, aún sabiendo que las fidelidades perrunas pueden dañarla.
LA TORMENTA DE LA MANIPULACIÓN
La tormenta perfecta para la manipulación desde las redes sociales, big data, los algoritmos, machine learning e inteligencia artificial.
Basándose en la evidencia de que escuchamos lo que encaja en nuestras creencias y nuestra naturaleza tribal, se está generando una sofisticada ingeniería social desde la aplicación de las referidas tecnologías para crear miedo, caos, odio, polarización social, propensiones y decisiones de compra, orientación del voto, divulgación de bulos, fijación de relatos delirantes en el imaginario colectivo…
Las redes sociales, desde los datos, los algoritmos y la inteligencia artificial, van creando tribus rivales, que cada vez se encastillan más en sus posiciones, poniéndonos en contacto con quienes piensan igual que nosotros y refuerzan nuestras creencias limitantes.
Las referidas tecnologías sirven de plataforma a un estilo de líderes que basan su estrategia en desunir y separar a la gente. La forma de liderazgo más fácil, rentable y miserable es inventarse un enemigo para ir contra él. Una vez que la gente está polarizada y reducida a la imbecilidad desde sus creencias limitantes, es fácil gobernar a golpe de tuit.
Las tecnologías nos van a traer grandes beneficios, pero debemos conocer los mecanismos para no ser manipulados. Ser parte de tribus sin caer en la alienación. Abrirnos a una educación que nos proporcione una visión del todo. Hacer méritos en la vida para que nuestra identidad no tenga que depender de que nos acoja una tribu o envolvernos en una bandera. Construir liderazgos que unan a la gente.
Adelante!!!
(Juan Carlos Casco Casco es un experto y consultor en Prospectiva, Educación y Emprendimiento de prestigio internacional y actividad en España y en diferentes países de Europa y Latinoamérica).
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