jueves, 3 octubre, 2024
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6-E, el 23-F de Donald Trump

El todavía presidente puede haber incurrido en graves delitos, por su responsabilidad directa en la toma del Congreso

El presidente Donald Trump se asoma en estos momentos al abismo de una posible inhabilitación y de su imputación por graves delitos relacionados directamente con la toma del Capitolio de los EE.UU., un hecho impensable en una democracia avanzada que, sin embargo, ha terminado produciéndose como colofón de estos cuatro años de cuasi fascismo, manipulación, fake news y teorías conspiratorias alentadas alegremente por el todavía mandatario. El rechazo prácticamente unánime de los medios estadounidenses y de la práctica totalidad de los estamentos políticos y judiciales, y de la sociedad norteamericana, da idea del nuevo, último y gravísimo error cometido por Trump.

Nueva York.-

Al ver lo que ocurría en el Capitolio, a muchos observadores internacionales nos vinieron a la memoria en las últimas horas las imágenes tomadas en el Parlamento español el 23 de febrero de 1981, con la ocupación por la fuerza del poder legislativo español a manos de una fuerza armada al mando del teniente coronel de la Guardia Civil española Antonio Tejero. Entre el asalto al Congreso de Madrid y el asalto al Capitolio de Washington hay evidentes parecidos. En ambos casos se trataba de las sedes del poder legislativo de ambos países. En ambos casos se estaba procediendo a un relevo democrático y constitucional en la presidencia del poder ejecutivo. En ambos casos irrumpió por la fuerza un contingente armado, en Washington, no militar que se sepa, pero sí dotado con armas de fuego, bombas y cócteles molotov, que intentaban revertir la voluntad popular. En ambos casos los legisladores quedaron secuestrados por la turba insurrecta, en Madrid, en el propio hemiciclo, y en Washington, en los sótanos del Capitolio, adonde fueron conducidos y encerrados los legisladores y el propio vicepresidente de Trump -un a última hora razonable Mike Pence- por los servicios de seguridad, en prevención de una más que posible violencia. Y en ambos casos, las fuerzas democráticas pudieron parar el golpe. La única diferencia, en perjuicio del prestigio de los Estados Unidos de América, es que en España el entonces jefe del Estado, el rey Juan Carlos, se opuso al golpe, mientras que aquí el propio jefe del Estado, este lunático de Donald Trump, ha sido su organizador y alentador.

OPERACIÓN PLANIFICADA

Que el asalto al Capitolio era una operación organizada y planificada de antemano es algo que cae por su peso, vistas las circunstancias. Los asaltantes, que procedían de al menos una veintena de Estados de la Unión, llegaron a la capital federal entre 24 y 48 horas antes del mitin convocado por Trump a las puertas de la Casa Blanca, perfectamente organizados en grupos y cuadrillas, pertrechados de banderas, uniformes y otros elementos paramilitares, además de las armas. Estos grupos se alojaron en hoteles y establecimientos cercanos de la ciudad, a la espera de la orden del presidente, que les llegó clara y tajante cuando, al mismo tiempo que se procedía al refrendo por el legislativo de la victoria de Joe Biden, les instó a acudir al Capitolio para impedirlo.


El asalto al Capitolio no ha sido una acción espontánea, sino una operación perfectamente planificada y organizada.


Solo después, cuando la dimensión del escándalo político y social de la intentona desbordó todas las previsiones, y cuando el propio vicepresidente ha refrendado la confirmación de Joe Biden como presidente electo, ha sido cuando Trump ha empezado a dar marcha atrás, pero cuando el daño a la imagen del país y a la convivencia interna ya estaba hecho. Las reacciones, incluso de los líderes republicanos, e incluso de altos funcionarios de la Casa Blanca no se han hecho esperar, con condenas inequívocas, acusaciones de sedición y dimisiones para evitar cualquier sospecha de complicidad con el golpe.

Vergüenza nacional, una imagen elocuente sobre la victoria de Trump en 2017, que ha vuelto a circular ahora profusamente por las redes.
Vergüenza nacional, una imagen elocuente sobre la victoria de Trump en 2017, que ha vuelto a circular ahora profusamente por las redes.

CONDENA GENERAL

El pueblo norteamericano, incluidos muchos millones de votantes de buena fe de Trump, ha empezado a reaccionar inmediatamente, condenando el golpe y a su mentor, para los que millones de voces piden ya el procesamiento y la prisión. En Nueva York, desde la misma noche de ayer una multitud pacífica empezó a rodear la Trump Tower, con la inequívoca consigna “Trump out now”. Y se esperan manifestaciones por todo el país en favor de la legalidad y la democracia.

La desgraciada era Trump no podía terminar de manera peor, con una administración republicana y un presidente saliente caídos en el barro de la peor política posible, que es la que trata de alterar la voluntad popular expresada democráticamente en las urnas. Con toda seguridad, la intentona trumpista supondrá también, -como sucedió en España con el 23F- un antídoto duradero contra veleidades parecidas en el futuro. La vacuna del golpismo trumpista ha empezado a generar ya saludables anticuerpos en el país. Ahora solo queda castigar a los culpables, como se hizo en España.

Algunos observadores locales consideran, por otra parte, que el intento de golpe va a tener otro efecto positivo. Porque, de haber terminado el mandato de Trump de manera pseudocivilizada y pacífica, seguramente la serpiente seguiría incubando su maligno huevo para dentro de cuatro años. Ahora, en cambio, desenmascarado definitivamente el tirano, las posibilidades de una segunda era Trump han quedado prácticamente descartadas.

(Washington Sola es periodista y comentarista político).

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