martes, 8 octubre, 2024
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Cuando arde algo más que un templo

Parecen acontecimientos sucedidos al azar y a nadie se le ha ocurrido ver en ellos una tormenta apocalíptica

En otros tiempos y en otras culturas desde el amanecer de la prehistoria, cuando los chamanes conjuraban las tempestades y orientaban el camino de aquellos cazadores recolectores, se hubiera visto en esta coincidencia de contrariedades y desastres –el incendio de Notre Dame, los diluvios de Semana Santa…- alguna especie de aviso divino. Sobre todo, porque se enmarcan en un momento histórico lleno de incertidumbres, de conflictos que salpican el planeta y que algunos ya denominan la tercera guerra mundial.

Xavier Moreno Lara
Xavier Moreno Lara

La Semana Santa trajo este año perturbaciones que, sin limitarse al terreno atmosférico, han contrariado profundamente muchas expectativas. Algunas de orden personal, aunque afectaban a miles -y hasta millones- de familias que aspiraban a gozar de la playa y se han visto en la dura dialéctica de anularlas o aguantar bajo los paraguas. Esas lluvias y tormentas han supuesto un contratiempo, también generalizado, para muchas cofradías de Semana Santa que han visto contrariado su costoso y meritorio esfuerzo por celebrar durante esos días la manifestación de su fe religiosa. Finalmente, sin salirnos del ámbito religioso, hemos contemplado, con primeros planos de suma elocuencia, el incendio de la Catedral de Notre Dame. Estas tres líneas de pérdida que estoy reseñando tienen diferentes repercusiones: a las familias que contaban con disfrutar de unas vacaciones se las han aguado; a las Cofradías les han privado de culminar un trabajo anual con sus procesiones, y los amantes del arte y de la Historia sufrimos la pérdida de un tesoro muy significativo. Parecen acontecimientos sucedidos al azar y a nadie se le ha ocurrido ver en ellos una tormenta apocalíptica. En estos tiempos de la absoluta inmediatez virtual ¿quién busca un trasfondo colectivo a la noticia que recibe como sujeto singular?


Vivimos un horizonte generalizado de migraciones de pueblos enteros que nos hacen asistir impotentes a un Éxodo bíblico.


Así es la modernidad… En otros tiempos y en otras culturas, desde el amanecer de la prehistoria, cuando los chamanes conjuraban las tempestades y orientaban el camino de aquellos cazadores recolectores, se hubiera visto en esta coincidencia de contrariedades y desastres alguna especie de aviso divino. Sobre todo, porque se enmarcan en un momento histórico lleno de incertidumbres, de conflictos que salpican el planeta y que algunos ya denominan tercera guerra mundial. En un horizonte generalizado de migraciones de pueblos enteros que nos hacen asistir impotentes a un Éxodo bíblico.

CUANDO LO QUE ESTÁ ARDIENDO ES LA FE

Vistos en el encuadre con que nuestros antepasados abordaban su historia leyendo el zodíaco, danzando hasta el vértigo místico o analizando sueños, los hechos que estamos considerando apuntan en esa dirección que podíamos llamar “sagrada”. Y, a poco que supiéramos intuir y valorar sus señales, deberían hacernos ver que hay verdades y evidencias que tienen poco o nada que ver con la sabiduría que nos promete la Nube y su omnisciencia virtual.

Ha sido como arranque de la Semana Santa cuando hemos visto arder la Catedral de Notre Dame. Todos los medios, desde las grandes cadenas de televisión hasta el omnipresente ojo de los móviles han dado una inagotable información sobre el suceso como pérdida cultural. Y en sintonía con la importancia publicitaria que ofrecía el hecho, nos han aliviado con la noticia de los cientos de millones de euros que están reuniéndose para su reconstrucción. Como si ruinas que cuestionan la esencia misma de lo perdido se pudieran reconstruir…

Me llama la atención, por eso, que, en medio de esa marea alta de noticias haya pasado desapercibido un hecho más central para nuestra Religión que sus catedrales porque testimonia una pérdida de valores significativa y, en algún sentido, alarmante. Me refiero a los datos sobre el abandono de las prácticas religiosas en Europa. Dentro de esa corriente de fuga, la encuesta European Social Survey, recién difundida, sitúa a nuestro país entre los más afectados: sólo un 69% de la población reconoce que tiene creencias religiosas. Nos adelanta Francia en incredulidad (el 53%), pero sigue habiendo creyentes en Italia (74%), Lituania (88%) y Polonia (el 91%). Ese porcentaje de no creyentes aumenta en relación inversa con la edad: solo el 48,9 de los jóvenes españoles de entre 18/24 años se declara creyente. ¿Alivia la alarma de esta cifra el hecho de que entre los mayores de sesenta años se declaren creyentes el 88,6 %?


Como si ruinas que cuestionan la esencia misma de lo perdido se pudieran reconstruir…


No deja de ser una paradoja alarmante que, mientras que el deterioro de la catedral ha levantado inmediatamente una oleada de lamentos y una pugna por aportar recursos con los que restaurarla, los daños que sufre el edificio de la Fe Cristiana no concitan lamento alguno. Aunque son tareas muy diferentes: levantar una catedral durante los siglos oscuros de la Edad Media supuso una suma de esfuerzos, en su mayoría de gente humilde: trabajadores y artesanos que, de este modo, al ver agigantarse la catedral, contribuían a mejorar la confianza del pueblo en sí mismo. Mientras que devolver la fe hoy a quienes ni siquiera saben que la han perdido parece una tarea propia de ilusionistas. Algunos andan sueltos por ahí, en nuestra tierra, proponiendo bautismos y primeras comuniones civiles y cosas por el estilo… que se califican en sí mismas.

El pueblo levantó las grandes catedrales por el empuje de una fe que desplegaba un eje de coordenadas atento al cielo y a la tierra: la fe religiosa expresada como experiencia transcendente contribuía a que aquellas gentes creyeran en ellos mismos. ¿En qué creemos hoy? Al recordar la historia literaria de Notre Dame ha sido Víctor Hugo quien ha ocupado los titulares de portada con su Quasimodo. Nos hemos olvidado de que, en esa catedral se han dado hechos de profunda transcendencia espiritual como la conversión de Paul Claudel, mientras escuchaba el Magníficat

HEREDAMOS LA REVOLUCIÓN DEL 68…

No tenemos hoy un chamán que nos explique cómo debe ser entendido el Misterio para que pueda enriquecer nuestro destino. Nos lo hacía desear el don Juan de Castaneda consagrado por la oleada de contracultura juvenil que caracterizó el final de los 60. A pesar de su incuestionable empuje, aquel destello de irracionalidad solo duró lo que la juventud de quienes lo vivieron en Woodstock… Pero sus ecos se fueron apagando ante las grandes promesas materialistas del desarrollismo al que abrió paso el fin de la Guerra Fría. ¿O propiciaron un salto significativo cuyo eco ha podido llegar hasta nuestros días?

Si he citado esos acontecimientos es porque acaba de sacarlos del olvido una voz de la máxima autoridad como conocedor de las claves que operan en la transformación de costumbres. Me estoy refiriendo a Joseph Ratzinger, el Papa Emérito Benedicto XVI, y a su documento sobre La Iglesia y los abusos sexuales. Acaba de salir de un largo silencio para decirnos, en el contexto del grave problema de pederastia que afecta al Vaticano, de qué polvos vienen estos lodos: “Parte de la fisonomía de la revolución del 68 ha sido -afirma Ratzinger- que la pedofilia se diagnosticase como permitida y apropiada”.

Esta sí es la voz de un chamán autorizado. Podríamos decir que se adelanta y encabeza el creciente número de analistas que buscan ofrecer al hombre en crisis un horizonte de felicidad real, creativa, compartida y transformadora. Cada uno a su manera, reviven la tarea chamánica y nos invitan a ver un aviso en el trasfondo de una catedral que arde… arrastrando la techumbre de muchos de nuestros sueños colectivos.

(Xavier Moreno Lara es periodista, escritor y filósofo).

SOBRE EL AUTOR

El prestigioso periodista, filósofo y escritor Xavier Moreno Lara, nuevo colaborador de nuestro periódico

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