Escribe de cuanto precise tu afecto. Regresado del viaje al cabo del fin del mundo (cuántos no regresaron sin narrar lo purísimo), escribe con el nácar de la pluma la embriaguez del suspiro que incendia los labios al recordar la limpidez del rosario de agua que anegó tus ojos. Escribe de escalinatas, araucarias, gigantescos helechos que interrumpen tu vieja duermevela al amanecer, en el que, absorto, trastornado, pierdes los pasos por el bosque de piedra, en la inercia de la fuga.

Escribe. Regala tus palabras como el río sus torrenteras al desafiante nadador escoltado por montañas en la vibración del aire. Tú que todavía alcanzas la altura de los sueños y transmites el signo y el placer en los gestos que te recrean. Escribe y apasiónate. Fundido en la luz, toma la pluma con la que aún es posible el espejismo.
Abandona las esquinas, anega los calendarios, cierra los invernáculos con mil artilugios indestructibles (¿qué permanece en la carencia?), piérdete en la distancia, las lógicas, los signos, los aromas, las aldabas, las bóvedas, las huellas, las cartas, las aceras… Distancia, distancia. Los salvoconductos, los trazos, las escenas duplicadas, las codicias, las interminables pérdidas, las ciudades diferentes, los estallidos de pasión y olvido, la desdicha declinada en frecuente y dolorosa despedida, peldaños de granito… Distancia, distancia.
Pese a tus años de hombre viejo, procura durar. Durarte sin escribir tanto in memoriam que el brazo no se hurte al hormiguero que te habita. Nunca dejes de creer.
PROCURA DURAR
Y, pese a tus años de hombre viejo, procura durar. Durarte sin escribir tanto in memoriam que el brazo no se hurte al hormiguero que te habita. Nunca dejes de creer, huye del vacío donde se produce el estallido sin eco de los prismas relucientes, caleidoscópicos, sumisos. Pretende tu saber, resplandor de lo diáfano, estricta aventura en la pureza. Disuelve los sueños que no te sueñan en el preciso abandono del ramal ya circulado. Aventa los aromas, congela en trastiendas los elixires y ambrosías que tu recuerdo secretea. Porque “así pasa todo, y la vida y la muerte, y lo que más queremos”. Nada podrá suceder entonces fuera de ti mismo.

Como los añorados jóvenes de mayo del 68, sé realista, define lo imposible; no es un esfuerzo perdido, porque lo que el hombre sabe, está escrito; pero lo que desconoce alguien siempre inoportuno se anticipa a su búsqueda, robándole la intención y cacheando su mirada que, inocente y aturdida, se preña de rabia. Da razón al instante que ahora pasa sobre tus labios en mohín, pues describir la confusión a medianoche es terco empeño: palabras que martillean a quien con ojos de corza asume su condición de nutria.
Como los añorados jóvenes de mayo del 68, sé realista, define lo imposible; no es un esfuerzo perdido, porque lo que el hombre sabe, está escrito; pero lo que desconoce alguien siempre inoportuno se anticipa a su búsqueda.
Describe la ambigüedad que testimonia tu existencia en una habitación pignorada donde cursa la luz artificial sobre tantos libros con historia y pregúntate qué enloquecida euforia tramontana provocó tu cinética, qué austera sensación de existir disparó tu huida hacia una escritura donde describir la ambigüedad, marcada la medianoche exactamente, es narrar la inconsistencia de unas calles cuarteadas por el roce de neumáticos congestionados y biliosos, es palpar las paredes que purgan tu ajado cuerpo entre las sábanas y desconocen su turgencia, los cuadros, carteles y medallas que nada incuban, como ahondar en la sosegada certeza de saberte extranjero durmiendo en cama de otro y apagar la luz transpirando oscuridad, abocado a unos sueños en los que alguien siempre inoportuno usa los vocablos anticipándose a tu pluma y ahonda en su intención por encontrar la imagen.
Pero recuerda a Negrín: “Resistir es vencer”.
(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).
SOBRE EL AUTOR
Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo