La ciudadanía nicaragüense del interior y del exterior, incluida la emigración nicaragüense en España, piden a la comunidad internacional y a este país que paren al presidente Ortega y consigan que detenga la creciente masacre de opositores desarmados. La ola de sangre desatada por el asustado régimen pone de manifiesto la progresiva debilidad de la dictadura, pero se descarta la posibilidad de una guerra civil, “porque no hay dos Nicaraguas, sino una sola, alzada contra el dictador y su camarilla”.
Los asesinatos cometidos por el régimen de Daniel Ortega contra opositores que protestan o se manifiestan pacíficamente contra la dictadura implantada de facto por el antiguo revolucionario que ahora no admite ni el más mínimo disenso, pasan ya de trescientos. La persecución violenta de opositores desarmados por el régimen dictatorial, implementada con escuadrones paramilitares encapuchados que disparan a discreción contra el pueblo, representa un paso inaceptable -y seguramente suicida- de Ortega y su camarilla, para mantenerse en el poder y en el control de los medios económicos de Nicaragua por la fuerza y contra todo mandato democrático.
La ciudadanía nicaragüense pide la intervención de la comunidad internacional y de España.
La ciudadanía nicaragüense, de forma masiva, la Iglesia Católica local, claramente posicionada a favor de la democracia, los medios de comunicación libres, las organizaciones empresariales, los sindicatos, los intelectuales y creadores, incluso los antiguos compañeros de revolución de Ortega, se han posicionado claramente a favor de la democracia y en contra de esta dictadura inadmisible, brutal y anacrónica, que evoca lo peor del pasado dictatorial de los países del Centro y Sudamérica, que creíamos superado en el subcontinente, y que Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias y otros muchos escritores de acá han retratado con fiel trazo en su obra.
De la manera más obsoleta y cruel, la pareja presidencial Ortega-Murillo ha querido convertir Nicaragua en su finca particular, donde ellos y su camarilla hacen y deshacen a su antojo. Y el pueblo y todas las fuerzas democráticas se han cansado. Bastó la chispa de la protesta contra la reforma de la seguridad social que quiso imponer la grotesca pareja presidencial –y que de inmediato fue cancelada a la vista de la reacción popular- para que estallara el polvorín en que el régimen ha convertido al país en los últimos decenios, a causa de sus abusos, opresión, arbitrariedades e injusticias.
La pareja presidencial gobierna Nicaragua como si fuera una finca de su propiedad.
RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL
Mientras los paramilitares que sustentan oscuramente el tambaleante poder del tirano reprimen a sangre y fuego la reacción ciudadana, sin respetar recintos sagrados ni dependencias universitarias, y mientras el pueblo nicaragüense se enfrenta valerosamente, sin otras armas que la razón y la palabra, a esas pandillas de asesinos encapuchados que disparan armas de fuego contra la gente indefensa, el pueblo nicaragüense espera alguna reacción por parte de la comunidad internacional y, especialmente de España, país con el que Nicaragua tiene tantos lazos de unión; alguna reacción que vaya un poco más allá de las palabras, aunque las palabras de condena tampoco han sido muy numerosas ni enérgicas, si es que las ha habido.
La ciudadanía nicaragüense suplica a la comunidad internacional y a España. “Por favor, paren a Ortega, antes de que los asesinados se cuenten por millares”. Ciudadanos opositores de dentro y fuera del país desmienten que haya peligro de guerra civil. “No puede haber un enfrentamiento civil porque no hay una Nicaragua que apoye a Ortega, a quien solo defienden los grupos armados que ha organizado el poder y los clientelistas que se benefician de las prebendas del régimen, es decir, una minoría. Acá no hay dos Nicaraguas en peligro de enfrentamiento, sino una sola enfrentada a la tiranía”.
La violencia creciente y el creciente número de asesinados pone al descubierto la cada vez mayor debilidad del tándem Ortega-Murillo, cuyo futuro es ya tal vez más negro que el del dictador venezolano Maduro. Y parece que empieza a haber fisuras en el hasta ahora rocoso régimen, cuyo ejército ha declarado que sus miembros no participan ni participarán en la represión contra el pueblo.
El horizonte único posible es la convocatoria de elecciones libres con todas las garantías. El problema es que el pueblo ya no confía en el actual aparato del Estado para convocarlas y las fuerzas democráticas y sociales piden primero la salida o el desalojo de Ortega del poder. Para muchos, la dictadura tiene los días contados y la caída del régimen tiránico es ya solo cuestión de tiempo. Incluso se plantea una perspectiva de petición de responsabilidades a Ortega y sus secuaces por los asesinatos cometidos. La cuestión, entretanto, es qué dimensión alcanzará el creciente baño de sangre ciudadana en ese tiempo y si la comunidad internacional seguirá asistiendo de brazos caídos a este crimen de lesa humanidad.
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