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Marcha Verde, 7/11/1975, día D

La crónica en primera persona de un testigo presencial del comienzo de la maniobra de Hassan II por la que España perdió la “provincia” del Sáhara occidental

El 7 de noviembre de 1975, con Franco en una agonía interminable, el rey de Marruecos, Hassan II, dio la orden, al inmenso ejército de ciudadanos desarmados que había concentrado en su frontera sur, de penetrar en el territorio entonces bajo administración española. Cuarenta y siete años después no solo Marruecos han consolidado plenamente su dominio y ocupación del mismo, sino que España, por decisión personal de Pedro Sánchez, ha bendecido su anexión de facto. Aquellos días estuvieron a punto de desencadenar una guerra entre España y Marruecos. Nuestro director, José María Pagador, estuvo allí como soldado en la fase previa de la operación marroquí. Y hoy, otro militar español que fue testigo presencial de aquel primer día de la Marcha Verde, y que se encontró de sopetón -como tantos militares españoles que no habían sido advertidos de lo que se avecinaba- con la gran avalancha humana con la que Hassan II invadió y conquistó el Sáhara español sin disparar un solo tiro, cuenta en primera persona lo que vio y sintió aquel día.

Francisco Bautista Gutiérrez fue testigo presencial del comienzo de la Marcha Verde
Francisco Bautista Gutiérrez fue testigo presencial del comienzo de la Marcha Verde.

Sáhara.-

Llegué al desierto intrigado por incontables historias, impaciente por recorrer decorados impresionantes y fantásticos, por descubrir parajes naturales e irreales y también por saborear las fantasías de un mundo lleno de placeres.

La primera vez que lo vi fue bajo el ardiente sol del mediodía, soportando un aplastante calor, un vaho caliente y cruel que asfixiaba, una calma que no respetaba seres ni animales. Miraba hacia el barco que se acercaba a la costa para desembarcar una serie de cajas, en las que venían unos equipos que necesitábamos para realizar unos trabajos previstos en el desierto.


La gran maniobra de Hassan II por la que ocupó y se anexionó el Sáhara español sin disparar un solo tiro, aprovechando que Franco se estaba muriendo.


El barco ha fondeado sus dos anclas y cuidadosamente acerca su popa a la terminal del muelle, El silencio impresiona. Un ligero rechinar de las cuadernas ya cedidas por el peso que han soportado a lo largo del tiempo es lo único que puede percibirse en la calma. Sólo el desierto puede llegar a conmover tanto como lo hace la mar y sólo él llega a competir en belleza con el impresionante cielo que, surcado de infinitas estrellas, siente envidia de la paz, del sosiego de los hombres que en la noche caminan sin rumbo, tras la pesada huella de los camellos, dejando en el horizonte una leve sombra de tierra y polvo.

José María Pagador con un compañero, de patrulla por el desierto en los días previos a la Marcha Verde. ARCHIVO J.M.P
José María Pagador con un compañero, de patrulla por el desierto en los días previos a la Marcha Verde. ARCHIVO J.M.P

Fue un viaje agradable, surcamos los llanos hasta que al rebasar las dunas, apareció ante nuestros ojos una pista asfaltada salpicada de manchas de arena. Corría paralela y pegada a la costa y, desde ella, el mar invitaba a abandonar el fuerte calor para arrojarse en sus brazos, protegidos por el impresionante frío que vigilaba con su eterno ojo el vivir de los pocos barcos que navegaban indiferentes a todo por la zona.

El viento modela las formas del desierto creando verdaderas obras de arte hasta acabar desmoronándose en formas extrañas e irreversibles.

UNA MASA EN LA LEJANÍA

Desde lo alto de la duna, y al mismo tiempo que me concentro en mi trabajo, veo deslizarse al hombre y acercarse al vehículo donde muy atento escucha una serie de órdenes. Luego comienza a desmontar rápidamente los equipos que estaban siendo utilizados durante toda la noche. Me enfado y grito, puesto que de nada han valido las horas nocturnas trabajando. Le veo hacerme señales y llamar al nativo que teníamos de escolta y chófer, mientras indicaba hacia la lejanía. Miro hacia allá y vislumbro en el horizonte una inmensa columna de polvo, que se alzaba para quedar largamente suspendida en el cielo, inmóvil ante la calma que hacía palpitar la llanura. A lo lejos y confundiéndose con algún pájaro que revoletea incansable, unas figuras humanas sobre unos camellos se balanceaban rítmicamente al ser empujados por la reverberación del sol.

Fue un movimiento masivo e imparable que sorprendió a un agonizante franquismo
Fue un movimiento masivo e imparable que sorprendió a un agonizante franquismo

Cuando se adapta mi vista puedo apreciar que todo es un continuo llegar interminable de gente. Acercándome veo que se han instalado centenares de tiendas y vehículos; llegan incontables camiones y autobuses de todo tipo y tamaño, que permanecen en formación mientras los tanques cisternas rellenan sus depósitos de combustible.

Una multitud imprecisa vaga indecisa, confundida y solitaria en su enorme masa, en medio de semejante algarabía. Devotos con aspecto de santurrones caminan deteniéndose ante unos y otros, extendiendo sus manos para bendecir a la gente. Posiblemente quieren pensar que van a conseguir las suficientes indulgencias para que, el día que reciban la patada de quienes les mandan, se abran las puertas del paraíso y ocupen un lugar al lado del Padre, o incluso lleguen a usurpar su puesto.

Los niños se pierden de sus mayores y acaban confundidos entre los animales que, encerrados en cercas, miran con temor a aquellos pequeños que les hacen toda clase de salvajadas. Luego se aburren de protestar y guardan sus energías para intentar huir de la hecatombe sin escapatoria a la que están condenados.

Tropas Nómadas del ejército español del Sáhara. J.M. PAGADOR
Tropas Nómadas del ejército español del Sáhara. J.M. PAGADOR

La masa de gente es variopinta y extraña. Enfermos, paralíticos, tuberculosos, cancerosos que no pueden soportar sus dolores, permanecen al lado de los camiones. Allí les han dejado abandonados sus vástagos que, lejos de cuidarles, prefieren encerrarse en las jaimas para entregarse a orgías difíciles de imaginar, mientras los ancianos temblorosos, los leprosos, los ciegos esperan un milagro; un milagro como justo pago por la proeza que están realizando al participar en esta guerra santa incruenta que ha decretado el representante de Alá en esta parte del mundo.

DEL TRABAJO AL FRENTE DE “BATALLA”

Los artesanos, inútiles ahora para lo suyo en la leva de la marcha, hablan entre ellos; todos lo hacen con parecido aire de superioridad, quejándose amargamente del mucho trabajo que han dejado pendiente, aunque saben que sólo tienen una silla a la que encolarle las patas y otras tareas por el estilo.

Banqueros arruinados hacen esfuerzos sobrehumanos para acceder a los que han venido de otros lugares, con la esperanza de toparse con un millonario y conseguir así que éste les permita entrar en negocios fabulosos con la misma rapidez con la que sale el sol y convertirse de esa manera en los seres más poderosos de la creación

Patrullando el desierto en convoy, en los días previos a la invasión. J.M. PAGADOR
Patrullando el desierto en convoy, en los días previos a la invasión. J.M. PAGADOR

Campesinos ricos y pobres, obreros del campo, parados y trabajadores con trabajo se pierden en incontables discusiones acerca del plan a desarrollar una vez que llegue el éxito, para que aquella seca y amarillenta tierra se convierta en una cascada de colores donde las piedras acaben convertidas en tomates y naranjas. Así se les ha prometido.

Políticos hábiles pasean en silencio frente a la tienda en la que se encuentra “la máxima autoridad”, sólo para dejarse ver, mientras algunas mujeres se pierden en los oscuros rincones de las dunas, pasándose los mancebos de una a otra a cambio de unas monedas. Luego, al levantarse la túnica, las monedas caen al suelo donde hombres incansables las recogen. Jóvenes graciosas y bellas que escuchan el grito de su sangre, pero que se mantienen pegadas a la tradición hasta acabar siendo devoradas por la rabia, el odio y la desesperanza.

Multitud heterogénea llegada hasta aquí con el único deseo de romper con una monotonía que les aprisiona hasta hacerles sangrar el alma. Hay montones de niños gimiendo; unos, asustados, imploran por sus madres que han quedado lejos, mientras que a ellos les había obligado a ir a la marca, sacándoles materialmente del colegio y, muertos de miedo, empujándoles a un autobús que sin descanso les lleva al lugar de concentración al atardecer.

Otros lloran de hambre y sus gemidos llegan a confundirse con los ladridos de los perros y los de placer de algunas mujeres entregadas al sexo.

El director de PROPRONews, con su primera esposa y amigos, en su casa de El Aaiún poco antes de la Marcha Verde
El director de PROPRONews, con su primera esposa y amigos, en su casa de El Aaiún poco antes de la Marcha Verde.

ADELANTE

De pronto rugen los motores de los camiones al ser puestos en marcha a la misma hora. Un movimiento ondulante se deja sentir a través de las filas de personas. Las tiendas de campaña se cierran apresuradamente, a la vez que algunas mujeres alisan sus ropas y corren a la búsqueda del esposo.

El santurrón bendice sin desfallecer a un gran número cantidad de libros del Corán que, a su vez, son repartidos por unas manos cuyos dedos acaban quedándose dormidos, cuyos propietarios miran furiosos hacia el furgón transporta un cuarto de millón de ejemplares para distribuir a la multitud, según lo dispuesto por el rey que, a su vez, es el Comendador de los creyentes.

Los camiones empiezan a moverse con una gran lentitud, para permitir de esa forma que las gentes suban a ellos sin tener que detenerse.

Desde lo alto de un pódium y sin que nadie llegue a hacerles caso a pesar del micrófono y de los altavoces repartidos por todas partes, el Jefe Supremo les bendice y despide besando a su hermano para traspasarle poderes, y ese único beso delegado sirve para los cientos de miles de personas que emprenden la marcha.

España no estaba preparada para hacer frente a una artimaña de este tipo
España no estaba preparada para hacer frente a una artimaña de este tipo.

Apenas se mueve el sol, ni sopla el viento en el lugar en el que la gente camina, dejándose llevar por la marea. Los niños, incansables, cantan canciones infantiles; grupos de hombres se reparten a lo largo de la caravana, parapetados tras unas máscaras de tela, con las manos ocultas en la chilaba, sujetando las armas que llevan para que no se vean, aunque tal vez deseando que llegue el momento para que puedan escupir su mortífera carga. Tienen instrucciones precisas y saben que han de repetir los deseos de su jefe. Nadie más que ellos conocen su obligación y también son los únicos que saben que con esta actuación encontrarán el paraíso perdido.

El conductor, hace que me siente al volante y me dice que nos dirigimos a una duna para escondernos tras ella, mientras que él amartilla su fúsil y espera inquieto…

Es el 7 de noviembre de 1975 y la Marcha Verde por la que España va a perder el Sáhara ha comenzado.

(Francisco Bautista Gutiérrez, marino militar, ha sido Mayor de la Flota y profesor, y es hidrógrafo, oceanógrafo y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Francisco Bautista Gutiérrez, exMayor de la Flota, hidrógrafo, oceanógrafo y escritor, nuevo colaborador de PROPRONews

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