La desescalada ha empezado y ha cambiado el panorama de calles y plazas. Me temo que hasta el circuito de los gatos dejará ya de ser tan tranquilo. Dos meses de reclusión sacan de casa a Dios bendito y, aunque la vice dice que “se pueden cometer errores muy traumáticos”, el asunto es que la gente se echa a la calle como si fuera a empezar ya mismo una normalidad que no está nada clara y contra la que claman los doscientos intelectuales en Francia que han firmado un manifiesto.
En las últimas semanas dos gatos con la cabeza gorda (como todos los gatos) vienen a buscar al Jimy aprovechando que su circuito callejero está más despejado. No sé si saben que es por la pandemia. El caso es que aprovechan esta circunstancia para montarse sus correrías e, incluso, se pierden en la noche y no vuelven hasta el amanecer. Pero el mío sigue igual de escéptico: de mis confidencias sigue pasando, como pasaba la Estrellita Castro de Pink Floyd.
La desescalada ha empezado y ha cambiado el panorama de calles y plazas. Me temo que hasta el circuito de los gatos dejará ya de ser tan tranquilo. Dos meses de reclusión sacan de casa a Dios bendito y, aunque la vice dice que “se pueden cometer errores muy traumáticos”, el asunto es que la gente se echa a la calle como si fuera a empezar ya mismo una normalidad que no está nada clara y contra la que claman los doscientos intelectuales en Francia que han firmado un manifiesto.
Menos mal que la que viene es tan gorda, que todos los pequeños burgueses de estos últimos tiempos tendrán que tentarse la ropa.
Más que de una pandemia, se trata de un colapso global. El consumismo, que niega la propia vida; la contaminación y el calentamiento global, que conducen al mundo a un punto de ruptura… Y si a esto le unimos la desigualdad social, cada vez mayor, “volver a la normalidad nos parece absolutamente impensable” y la transformación radical que se requiere exige audacia y coraje, dicen estos intelectuales en Le Monde.
Sobre este estercolero estancado de aguas eutróficas y pestilentes, alguien ha tirado un pedrusco gigantesco y las ondas han llegado a todos los rincones. El olor y la descomposición es tan grande que ya no basta con limpiar el estercolero; ahora habría que aprovechar para hacer un cesto nuevo con otras mimbres y dejarse de remiendos.
Vamos a ver, Jimy, si en vez de comer esas pastillas secas del carajo o esa comida blanda en envases de diseño de materiales no biodegradables fabricados por una multinacional que emplea materia prima espeluznante, plásticos y tinta a mansalva, que, además, paga salarios de miseria y se lleva sus beneficios a paraísos fiscales… Si en vez de eso, digo, comieras las sobras de las muchas cosas buenas que se preparan en casa te iría bastante mejor, porque eso es lo que han comido siempre los gatos y les ha ido muy bien.
No le veo muy convencido. Se restriega contra mis piernas como si quisiera decirme: “Bueno, tú dame ahora el Whiskas ese de las multinacionales (que estas no se van de aquí ni con jigos) y luego ya iremos viendo…”.
Lo que más me jode de todo esto es que también algunos progres, de esos que tienen el culo pelao de ir a las manifestaciones antinucleares a cantar aquello de “qué buenas son las multinacionales porque nos traen centrales nucleares”, me salen también con lo de la condición humana y con lo de “esto no hay quien lo cambie porque están tós vendíos”. Menos mal que la que viene es tan gorda que todos los pequeños burgueses de estos últimos tiempos tendrán que tentarse la ropa. Ha llegado la hora de aliarse con el capital inteligente, con los empresarios que merecen ese nombre, con los autónomos y emprendedores capaces de crear nuevas empresas y con las administraciones que crean que lo público es algo más que poner a burócratas y a enchufados mediocres al frente de un sector potente que haga lo que a las multinacionales no les sale de los contrafuertes hacer. Solo así este estercolero global se convertirá en un jardín en el que imperará aquel programa de gobierno tan bonito cuyo lema era que todas las criaturas pudieran comer tres veces al día. Incluso los gatos.
(Juan Serna Martín, exconsejero de la Junta de Extremadura, es un destacado intelectual y activista medioambiental, escritor y columnista)
SOBRE EL AUTOR
Juan Serna, un intelectual de la ruralidad y el ecologismo
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