sábado, 27 abril, 2024
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Llamadme recelosa…

…pero yo de la Justicia no me fío.

Bueno, en realidad de quien no me fío un pelo es de algunos jueces a los que les puede su ideología. Cómo a quien más y quien menos, claro, por algo somos seres subjetivos en los que influyen las circunstancias que nos han forjado el carácter. Pero en su caso, esa ideología puede mandar a la cárcel a alguien que no lo merece o dejar en libertad a quien deberían condenar. Y no me vale eso de que el juez se limita a aplicar la ley. La ley, las leyes, lo sabemos hasta los más legos, se mueven en unos márgenes de acomodación lo suficientemente holgados como para, adaptarlas a una talla 38 o a una 42, sin necesidad de modificar las costuras.

La periodista, con su perro Killer
La periodista, con su perro Killer

Viene esto a cuento de las sentencias con las que la judicatura ha conseguido casi más que el 15M, sacarnos a la calle a protestar pidiendo “justicia a la Justicia”. La más reciente (por el momento) es la de Juana Rivas, donde lo que llama la atención, aparte de la dureza del castigo, son las acotaciones personales del juez Manuel Piñar, opiniones que sobran, y que son comentarios más propios de barra de bar en tarde pasada de copas, que de un señor que aprobó una dura oposición, lo que garantiza que tiene una excelente memoria y una encomiable fuerza de voluntad para hincar los codos, pero no asegura otras cualidades tales como capacidad de razonamiento, serenidad, ponderación, sentido de la equidad, equilibrio, integridad, independencia, imparcialidad y lo fundamental: anteponer siempre los principios legales a las preferencias personales o ideológicas. Aptitudes todas estas que no parecen adornar a un porcentaje no desdeñable de miembros de la judicatura.


La judicatura ha conseguido casi más que el 15M, sacarnos a la calle a protestar pidiendo “justicia a la Justicia”.


El caso de Juana Rivas no es el único. Este señor juez, que por lo visto imparte también conferencias de flamenco y tan diligente que despachó la sentencia de Juana Rivas en un día, cuando su media es de 219, se ha saltado varios protocolos internacionales y ha criticado la Ley de Violencia de Género comparándola con regímenes autoritarios como los de Hitler o Stalin. No hay más que echar una ojeada a Internet para ver su trayectoria, cuajada de resoluciones machistas, así que no voy a explayarme; bueno, sí, un poco, concretamente un caso en el que la víctima de un accidente, una joven de 19 años, pedía una indemnización. El magistrado Piñar rebajó la cuantía de la petición con estas “perlas”: “Porque su cicatriz solo podía verse en situaciones íntimas, y dadas las circunstancias de esos momentos, tampoco se suele reparar en detalles tan minúsculos” (deduzco que el buen hombre es de los que va al grano); y seguía, “tampoco cabe una afirmación categórica que lleve a calificarla (la cicatriz) de malformación (….) pues viendo la belleza y el atractivo de la persona, cuestión tan subjetiva, la ligera curvatura y redondez que adquiere el muslo derecho pudiera para algunas personas llegar a constituir un elemento de atracción”. No lo dudo, para el doctor Frankenstein, seguro. Él, doblemente machista, por ponerse en el lugar del observador, mirando la cicatriz hasta con morbo, y obviando el dolor y los sentimientos de la mujer que la sufre.

Y si fuera el único en dedicarse a moralizar en las sentencias, en lugar de limitarse a exponer los hechos y las pruebas, me daba por contenta, pero ¡qué va! Empecemos por aquella, antigua ya, pero tan significativa, famosa y rubricada por el Supremo, de la minifalda. O la jueza (sí, una mujer) que preguntó a una víctima de violación si había cerrado bien las piernas. Otra más, en la que se eximió al acusado porque la víctima no opuso resistencia física, solo verbal. Una similar es la que argumenta, para no calificar de agresión sexual sino solo abuso, el que la víctima, una niña en este caso, no lloraba. Y tenemos también aquella en la que se absolvió a un jefe que llamaba a sus empleadas “chochitos”. Paso ahora, en esta cadena de desatinos, a contar que el mismo juez que apreció “jolgorio y regocijo” en el asalto de los cinco de la jauría (me niego a llamarlos manada, las manadas no violan a sus hembras), tampoco vio delito, sino una “forma de relacionarse” en un padre denunciado por tocar el culo y meter la mano en las bragas de su hija. O la “zafiedad” de un señor magistrado de la sección sexta de la Audiencia Provincial de Las Palmas, que fue grabado comentando con sus compañeros: “las rumanas, todas putas”, ¡nivelazo! El último despropósito que me descoloca es la sentencia que absuelve a un hombre por colgar en Facebook la foto de una menor, la hija de sus vecinos, con el cartel de “Se Vende”. El pedazo de argumento exculpatorio es que el teléfono del acusado, desde el que se subió la foto, lo podía haber utilizado cualquiera, ¡cómo si un teléfono móvil fuera una cabina callejera!


Si fuera el único en moralizar en las sentencias, en lugar de limitarse a exponer los hechos y las pruebas, me daba por contenta, pero ¡qué va!


Y para rematar, aunque hay cientos, la ocurrencia de un juez en activo, que, amparado en el anonimato, publicó en la revista de la Asociación Judicial Francisco de Vitoria un ripio (muy malo por cierto) titulado “De monjas a diputadas”, en el que, pleno de exaltación poética, pergeñó el siguiente atraco al buen gusto y a la sensatez:

La diputada Montero,

expareja del “coleta”,

ya no está en el candelero,

por una inquieta bragueta,

va con Tania al gallinero.

Horror, este señor que firma su esperpento como “El guardabosques de Valsain”, es un juez en ejercicio, repito, y solo puedo añadir que con semejante predisposición, que dios pille confesada a cualquier pobre mujer que caiga en las redes de un pleito presidido por él. Es muy capaz de ponerle como castigo que lea sus poemas. Yo, personalmente, casi preferiría el garrote vil.

Quizá tenga algo que ver el que bastantes de sus señorías pertenezcan al Opus Dei y les cueste aceptar que hay más sensibilidades que la moral cristiana. Así que, atención mujeres, si nos salimos del tiesto, acabamos ante un tribunal y nos toca un magistrado con cilicio debajo de la toga, mejor que directamente nos ejecuten y así, al menos, nos ahorraremos el disgusto de vernos insultadas, además de severamente condenadas.

¿Os acordáis de aquella peli tan graciosa que se titulaba “Los dioses deben estar locos”?, pues eso. Algunos jueces se creen dioses y deben de estar locos. Les sobra memoria, soberbia y prepotencia y les faltan las cualidades que mencionaba al comienzo de este artículo.

Me voy un rato a llorar. La peli era divertida, pero estos jueces patriarcales maldita la gracia que tienen.

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora).

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