jueves, 9 mayo, 2024
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Llamadme guasona…

…pero no puedo por menos que partirme de risa con ciertos prohombres, que desde sus atalayas, se dedican a hacer comentarios insustanciales sobre las mujeres (en este caso, Carmen Calvo), que pretenden ser tan “ocurrentes” que hay que reír por no llorar.

Mi risa viene a cuento de un artículo de Santiago González, donde se despachaba a gusto criticando la ropa que Carmen Calvo. vicepresidenta del Gobierno de España, llevaba cuando visitó al cardenal Pietro Parolin en el Vaticano, en la reunión que ambos mantuvieron para intentar encontrar la forma de arreglar el asunto de los restos del dictador, que espero que tarden en solventarlo, porque mientras tanto hay que ver la de buenos chistes que está dejando para la posteridad esta exhumación.

La periodista, con su perro Killer
La periodista, con su perro Killer

Curiosa, busqué las fotos del encuentro. En las imágenes se ve a Carmen Calvo vestida con la más austera de las normalidades; una chaqueta negra y un top verde caqui con un entredós, negro también. En el cuello una pequeña y discreta gargantilla. A su lado aparece el cardenal, que dicho sea de paso, tiene cara de buena persona, sonriente y ataviado con un traje enterizo de falda larga, ligeramente evasé, de lo que me ha parecido moaré negro. Se remata con ribetes en seda roja, botones y fajín conjuntados. Completa el atuendo una capa corta, también ribeteada, y un bonete en la coronilla, del color de los remates de capa y vestido. Como accesorio, una cadena larga de oro de la que cuelga un crucifijo.

¿Se refería en algún momento de su artículo el columnista a la ropa del cardenal? ¡Qué va! Se cebaba con la ministra, pero no por su gestión, no. Lo llamativo para el autor es que llevaba escote, un escote que, en el colmo del ingenio más cutre y casposo, definía en un tuit como el “valle de las caídas”. El chascarrillo chusquero sirvió para que otros hombres muy hombres, Salvador Sostres, Antonio San José y Joaquín Leguina, con Carlos Herrera a la cabeza, se mondaran y troncharan en la Cope, precisamente la cadena de radio de los obispos, en el espacio titulado “El desfibrilador de tontos”, un programa más rancio que una bolsa de cacahuetes del siglo doce.


El cardenal iba ataviado con un traje enterizo de falda larga ligeramente evasé, de lo que me pareció moaré negro, rematado con ribetes en seda roja, botones y fajín conjuntados.


Y lo dicen, sin que se les despeine el tupé, ellos, que rondan una edad venerable y deben tener el culo “carpeta” y, sospecho, las partes nobles a la altura de las rodillas, y juro que no es un insulto, es la naturaleza que no perdona . Por continuar yo con su estilo jocoso y dicharachero, diré que ellos sí que es probable que tengan en la entrepierna el “Valle del Caído”.

La noticia la recogía eldiario.es, en una sección llamada “micromachismos”, cuyo nombre deberían recortar para dejarlo simplemente en machismos, o mejor aún, sugiero, “Tonterías de pollas viejas”.


Por continuar yo con su estilo jocoso y dicharachero, diré que ellos sí que es probable que tengan en la entrepierna el “Valle del Caído”.


UN CALVARIO PARA LAS MUJERES

Y es que lo de la vestimenta es así, un calvario para la mujeres, que han tenido que luchar sin descanso para desterrar costumbres peligrosas con las que se oprimían sus cuerpos. Me refiero, entre otras, al corsé o a las crinolinas , una moda, esta última, que causó la muerte de miles de mujeres en el siglo XIX. Tres muertes semanales calculó el New York Times, que se producían a causa de este artefacto que, servía para convertir un cuerpo normal en otro al gusto de la época (de los hombres de la época, aclaro), y también para que las mujeres sureñas, donde surgió, escondieran armas y mercancía de contrabando durante la Guerra de Secesión. Imaginen las dimensiones del armatoste.

Dos hermanas de Oscar Wilde, Emily y Mary, murieron en 1871 abrasadas por culpa de este miriñaque. Una de ellas se acercó al fuego de la chimenea y allí el volumen de la falda , que impedía controlar las distancias, se prendió, la otra hermana fue a socorrerla y ambas se abrasaron vivas.

Además del elevado número de muertes por incendio, hubo otras por aplastamiento bajo las ruedas de carruajes al enredarse la ropa con ellas, y también a causa de las heridas infligidas por la rotura de los aros de acero con los que se fabricaba el infernal can can.

Ahora hemos ganado terreno, y ya llevamos tanga, biquini, escote por delante y por detrás, trasparencias y lo que nos dé la gana, aquí un hurra y un inciso para alabar la variedad de la indumentaria femenina, que va una de boda y sólo con ver los trajes de las invitadas ya lo estás pasando bomba.

Por cierto hace muchos años leí un ensayo sobre la moda, me vais a perdonar pero no recuerdo ni quién lo escribió, ni cuándo, ni cómo, pero sí que venía a concluir que cuanto más inseguro se siente el hombre en su masculinidad más seria y anodina se vuelve su indumentaria, y como ejemplo ponía a los musculosos soldados romanos con sus airosas minifalditas, sus sandalias de coquetos cordones, sus túnicas volanderas, sus medallones al cuello y sus anillos como sartenes . O la Corte de Luis XIV, donde los escarpines de brocado, los lunares postizos, los pelucones empolvados, las capas de armiño o los leggins de damasco de los caballeros harían las delicias de cualquier Carmen Lomana de la era posmoderna.

Fue más adelante, cuando el macho de la especie humana, empezó a despojarse de sus adornos y a volverse excesivamente formal en su atuendo. Para compensar, decía el estudio, la pérdida de poder. Ahí lo dejo, por si Cifuentes quiere hacer una tesis.

Y si esa teoría es cierta, la Iglesia sigue convencida de su poder , no hay más que mirar la foto. Y el mundo gay también, dense una vuelta por el día del orgullo.

Yo como mujer, abogo por vestirme como me apetezca , mientras no sea con tacones (en mi opinión, son el corsé y la crinolina de nuestro tiempo).

Y ya para terminar, y puesto que veo que tanto les gusta la moda a estos señores de la tertulia de Carlos Herrera, me voy a permitir recomendarles la prenda perfecta para ellos: un bozal bien ajustado . Así, calladitos, estarían más guapos.

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora).

SOBRE LA AUTORA

Una colaboradora muy especial

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