Los encierros de San Fermín fueron este año rápidos y sin atropellos relevantes que reseñar. Al mismo tiempo servían de tapadera a la verdadera corrida que se está librando para dar forma al Gobierno de Navarra en medio de fuertes tensiones, ya que se enfrentan dos modos de seguir la Historia del Viejo Reino. Falló, como otros años, el intento del concejal abertzale que quiso desplegar la ikurriña en el momento del chupinazo. Pero para ese edil y para quienes esperaban verla ondear en ese momento tan vital para la idiosincrasia navarra, aquella fue una pérdida leve comparada con las ganancias que le va a reportar su estrategia para que el PSN, el socialismo navarro, consiga el gobierno de la Comunidad pasado mañana viernes.

Porque en este encierro hay un toro, de nombre Bildu, que ha irrumpido en el centro mismo de la navarrería con intenciones claras de alterar la esencia propia del viejo reino. ¿Con qué fin? El de convertirlo en una más de las provincias vascongadas. Que no es una operación de cirugía menor: tendrá que cambiar de bandera, de himno, de lengua. ¿Y la Historia? Si algo saben los mesías propagadores del paraíso nacionalista es quitarle las mayúsculas a la Historia que se ha ganado un pueblo, imponente en el caso de Navarra. Para ellos, las cadenas de su escudo son una imagen de que van a poder dejarlo todo bien amarrado del lado abertzale.
No olvidemos que la disputa por la titularidad de viejo reino no es algo nuevo, pues nos lleva hasta el siglo XV y al Príncipe de Viana, heredero legítimo de la corona de Navarra y Nemours, que consiguió ostentar como Carlos IV entre 1441 y 1461, en medio de una larga contienda con su padre, Juan II, rey de Aragón. Dos bandos disputaban el control del poder: agramonteses, que estaban del lado del rey de Aragón y beamonteses, defensores de Carlos y que, tras la unión definitiva con Aragón siguieron defendiendo una Navarra francesa.
En este encierro hay un toro, de nombre Bildu, que ha irrumpido en el centro mismo de la navarrería con intenciones claras de alterar la esencia misma del viejo reino.
NAVARRA BIEN VALE UNA MISA…
Conservaba por eso Enrique de Borbón el título de Rey de Navarra como descendiente de los nobles beamonteses pero las guerras religiosas de Francia le brindaron la oportunidad de optar por otra corona, la de Francia, tras largos combates e intrigas entre católicos y calvinistas. Para acceder al trono de San Luis, tuvo que cambiar su adhesión al bando hugonote y convertirse al catolicismo. Con incierto rigor histórico se le atribuye esa frase que marcaba el trasfondo de aquel cambio: París bien vale una misa.
Me he tomado la libertad de recordar ese momento relevante en el curso de unas luchas en las que se mezclaba la ambición y la religión. Cuando se cruzan estas dos dinámicas, forman un telón de fondo que resulta esclarecedor al transponerlo a una disputa por el poder político como la que estamos viendo hoy en la formación del Gobierno de Navarra. El PSOE piensa que Navarra bien vale esa misa de pactar con los representantes del terrorismo que tomó como bandera el nacionalismo de Sabino Arana. De ahí lo de la misa, porque el nacionalismo extremo no deja de ser una religión, que tuvo su historia durante la última contienda en esa tierra: los requetés usaban el Detente como escudo, mientras que los del otro lado del Cinturón de Hierro llevaban capellanes, para decir esa misa con la consagración de unos renacidos ideales patrios.
El PSOE piensa que Navarra bien vale esa misa de pactar con los representantes del terrorismo que tomó como bandera el nacionalismo de Sabino Arana.
En la actual disputa por el poder, la Unión del Pueblo Navarro asumiría la postura tradicional, la postura católica de Enrique de Borbón, por así decirlo, mientras que el PSN ha optado por la herejía nacionalista, al formar una opción que, sumando el apoyo o la abstención de partidos como Geroa Bai y E H Bildu permitirá a estos incorporar el Viejo Reino a la tierra sagrada, Euskalherria, que soñó Sabino Arana.
A LA SOMBRA DE LA CONSTITUCIÓN
El PSN puede, por eso, imitando al Borbón, quitar relieve al cambio que va a propiciar y, quedándose con el regalo que le hacen, decir que Navarra bien vale una misa. Traducido a las coordenadas que estamos considerando, significa que va a ser una operación de apaciguamiento a la que la Constitución Española le brinda una puerta de salida. Porque el conjunto de fuerzas que apoyan la candidatura del Partido Socialista Navarro, aspirando a conseguir con ello la unión de Navarra con Euskadi, no se encuentran con el escollo con el que han naufragado los independentistas catalanes: la Constitución había previsto y admitido que este cambio podía darse. Lo expresa, sin lugar a dudas, la Disposición Transitoria 4ª y la Historia de esos territorios ha conocido ajustes que se revalidaban en los fueros, con los pactos que iban reclamando el paso de los siglos.
Que esa unión se haga en función de una mayoría prácticamente absoluta como la alcanzada por Navarra Suma puede tener sentido, pero fraguarse gracias a los herederos del terrorismo es un atropello.
El reino de Navarra había tenido una importancia decisiva en los primeros tiempos de la Reconquista, de manera que el rey Sancho Garcés (992-1030) fue llamado Imperator totius Hispaniae y está enterrado en un monasterio castellano, San Salvador de Oña, que el favoreció. Sus herederos se expandieron en la zona noroeste al fundar Vitoria y Tolosa. Los nobles alaveses, siguiendo al Canciller Ayala, hicieron su voluntaria entrega al rey de Castilla, Alfonso XI, mientras que el territorio de Vizcaya entraba bajo la órbita de Castilla, siendo el Señor de Vizcaya, López de Haro quien mandaba el centro del ejército que triunfó en Las Navas de Tolosa.
La Constitución del 78 aceptó las peculiaridades derivadas de la historia de las Provincias Vascongadas, que ya la República había reconocido como Territorios Históricos. Y vieron consolidadas sus peculiaridades, derechos y compromisos mediante el Estatuto de Autonomía, firmado por el Rey en diciembre de 1979. En su artículo 2 dice que Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, así como Navarra, tienen derecho a formar parte de la Comunidad Autónoma del País Vasco.
Que esa unión se haga en función de una mayoría prácticamente absoluta, como la alcanzada por Navarra Suma, puede tener sentido. Pero fraguarse gracias a los herederos de un terrorismo que esta misma semana festejaba a asesinos etarras, es un atropello disimulado tras el fondo democrático de unas formas que rompen la Historia de Navarra. Es lanzar el cohete que llama a un encierro donde habrá cogidas importantes.
(Xavier Moreno Lara es periodista, escritor y filósofo).
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